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Inanición

A las mujeres especialmente peleonas se les hace pasar hambre. La falta de comida reduce de forma drástica la capacidad de resistencia. Al final la mujer no tiene fuerzas para luchar, independientemente de los abusos a los que la sometan.

YLVA estaba sentada en la cama con la mirada clavada en la pantalla. Holst pasó con su viejo y cuidado Volvo familiar. Comprarse un coche cada veinte años y conducirlo hasta que se convertía en chatarra daba estatus. Era un indicativo de seguridad y dinero acumulado, una notable falta de interés por la estética.

Dos colegialas, un par de años mayores que Sanna, pasaron en bicicleta por el centro de la calzada. Iban de pie sobre los pedales, descansaban unos segundos y luego seguían pedaleando.

Gunnarsson apareció a paso ligero y decidido mientras llevaba su perro blanco de paseo con la correa.

El barrio estaba volviendo a la vida. Todo estaba como siempre. No se veía ninguna actividad ni dentro ni delante de la casa de Ylva.

Ylva miraba hechizada la pantalla, la única ventana que tenía al mundo exterior.

La cámara estaba colocada en el piso superior de la casa y hacía un ligero picado de la casa de Ylva y Mike. En la imagen también se podía ver parte del terreno comunitario, la parcela de césped entre las calles Gröntevägen y Sundsliden donde los niños jugaban a fútbol y a béisbol, así como un trozo de la calle Bäckavägen.

Pasaban largos ratos sin que ocurriera nada. Las ramas de los árboles se mecían con el viento, nada más. Empezó a pasar algún que otro coche o alguien haciendo deporte. Más coches, seguramente de camino al supermercado para completar las provisiones de desayuno para el fin de semana. Panecillos tiernos, zumo tropical, más queso.

Ylva se sentía mareada. No había comido nada desde el almuerzo del día anterior y apenas había tomado una gota de agua.

Con la pata puntiaguda de la silla en la mano se metió en la cocinita y bebió directamente del grifo. Tuvo que hacer pausas para respirar entre trago y trago. Sacó el pan duro y la crema de queso de gambas, fue generosa untando las tostadas y se las comió de pie apoyada en el fregadero.

La energía del alimento fue rápidamente absorbida por su cuerpo. Lo borroso de su mirada desapareció y trató de convencerse a sí misma de la importancia de pensar con claridad. No sentir, pensar.

La idea creció y le produjo una desagradable sensación de malestar. Tenía que hablar con ellos, aclarar las cosas, hacerlos entrar en razón. ¿No habían logrado ya lo que pretendían con la violación? Ojo por ojo, diente por diente. ¿Por qué seguía entonces encerrada en el sótano?

El sótano… Habían comprado una casa y habían insonorizado el sótano. Habían instalado una cocinita y un cuarto de baño. Un nidito dentro del nido.

No era una maniobra impulsiva, sino un plan costoso y planeado a conciencia.

Querían tenerla encerrada.

• • •

Nour soltó un suspiro. ¿Qué tenía ella que ver con todo aquello? Nada en absoluto.

Era culpa de Ylva. La muy calentorra debería morirse de vergüenza.

Y el otro llorica que no se enteraba de nada. ¿No se daba cuenta de que se estaba poniendo en ridículo él solo?

¿Por qué diantre se había ofrecido Nour a hacer una ronda de llamadas? ¿A quién iba a llamar? ¿Y de qué iba a servir?

«—Hola, soy Nour. ¿Está Ylva por ahí?

——No, ¿tiene que estar aquí?

——Ha llamado Mike. Por lo visto ayer no volvió a casa.

——Vaya, vaya.

——O sea, que no sabes nada.

——No».

Todo el mundo se apuntaría al espectáculo y haría correr la voz.

«Por lo visto ayer Ylva no fue a casa. No, no. A saber dónde se ha metido. Je, je».

Nour estaba entre la espada y la pared. No podía hacer nada. Dijera lo que dijese, sería peor el remedio que la enfermedad y Mike sería el más perjudicado.

Además, Ylva estaría pronto en casa, muerta de vergüenza y haciendo promesas vacías.

«Nunca más. Lo juro».

Nour se sentó en la cama, se inclinó hacia atrás y miró al techo.

—Ylva, Ylva, Ylva… —dijo en voz alta para sí.

La mayoría de las mujeres guapas rehusaban la atención exagerada, al menos la de hombres que estuvieran por debajo de ellas en la escala social, sexual y económica. Ylva nunca tenía suficiente. Bastaba con que hubiera un solo hombre en la sala para que buscara su atención con una miradita. Que el resto de las mujeres no soportaran esa actitud le importaba más bien poco.

Normalmente, el interés por los tíos que le tiraban los tejos era fingido. Y habitualmente tampoco pasaba del coqueteo o de algunos manoseos. El único hombre que Nour sabía con seguridad que Ylva había tenido como amante era Bill Åkerman.

Nour sólo lo conocía de pasada, pero sabía que él había derrochado todo el dinero que su madre había invertido en sus múltiples y estúpidos proyectos. Cuando su madre murió, y para sorpresa de todo el mundo, Bill logró hacer funcionar un restaurante de cierta categoría.

Nour estaba segura de que Ylva estaba con él.