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Habitación 202, hospital de Puigcerdà

Alguien llamó a la puerta y, antes de volverse, Kate introdujo la llave en el sobre. Era Miguel, que la sujetaba para que entrase el abuelo. Kate le oía hablar con alguien en el pasillo.

—¿Qué tal has pasado la noche? —se interesó Miguel.

—Bien. He subido a verla esta mañana y me han dejado entrar.

Le pareció que la expresión de sorpresa de su hermano no era más que envidia. Se sintió mejor.

—Bueno, ¿y cómo está? —preguntó Miguel apoyándose en la mesa.

Kate recordó la confidencialidad con la que Lía le había hablado del traslado de Dana.

—Pues creo que algo mejor. El doctor me ha dicho que vendría a informarnos.

Miguel asintió.

Tras él, el cabello blanco del abuelo se movió, y el doctor Marós entró en la habitación. Kate se dio cuenta al instante de que el doctor la evitaba. Cuando comenzó a hablar, Jorge Marós dejó constancia de que su intención era centrarse en informar a los hombres de la familia. Kate se adelantó para colocarse a su lado. No iba a dejar que la apartasen de aquello, que se fuese mentalizando el doctor de que la amiga de Dana era ella, y no su abuelo o Miguel.

Pero, a pesar de eso, Marós continuó dirigiéndose casi en exclusiva al abuelo.

—Durante el día la subiremos… No creo que despierte hasta bien entrada la noche, o incluso mañana. Es todo muy reciente y no podemos saber qué secuelas van a quedarle. Por el momento puedo decirles que tiene los ojos muy dañados y que hasta que recupere la conciencia no sabremos más. No es probable una lesión medular de importancia, aunque es pronto para decirlo. Por lo demás, calculen un mínimo de dos semanas. Luego necesitará cirugía ocular en un buen centro especializado —concluyó.

—¿Cirugía ocular? —preguntó Miguel.

—Le hemos cosido los párpados, pero la córnea está dañada. Lo más común en estos casos es reconstruir el párpado cuando haya remitido la inflamación, pero luego aseguraría que habrá que trasplantar las córneas. Están muy deterioradas y le pueden quedar lesiones oculares permanentes. Pero tendrá que valorarlo el oftalmólogo.

—¿Qué quiere decir? —se oyó preguntar Kate.

Jorge Marós la miró de soslayo y luego volvió a dirigirse al abuelo y a Miguel.

—No podemos saber si recuperará la visión. En cualquier caso, será una visión limitada y carente de nitidez.

Kate observó que Miguel contenía la respiración y el abuelo miraba hacia el suelo moviendo rítmicamente el bastón con una mano mientras mantenía la otra en el bolsillo.

Permanecieron todos en silencio, en uno de esos momentos extraños en los que las palabras no sirven, y Kate fue consciente de que alguien tendría que decirle a Dana que por el momento estaba ciega.

El abuelo fue el primero en reaccionar, dio las gracias al doctor y le mandó saludos para su padre, lo cual dio por finalizada la reunión. Mientras empezaban a anegársele los ojos, Kate notó sobre ella la mirada de reojo del médico. Se volvió y fue hasta la ventana. En el momento en el que las lágrimas le mojaron la cara, una pick-up oscura con las llantas completamente embarradas cruzaba la plaza en dirección al parking. Kate la miró sin ver.

El abuelo salió al pasillo. Y Miguel se le acercó por detrás para darle un pellizco en el hombro.

—Me voy a trabajar. Volveré sobre las ocho a ver si ya la han subido. Supongo que te quedas. Estarás bien, ¿no?

Kate asintió con la vista fija en la plaza y las mejillas tirantes. Hasta que el clic de la puerta al cerrarse la envolvió en silencio y brotaron un par de nuevas lágrimas. Las apartó con los dedos y buscó con decisión un clínex en el bolso. No soportaba compadecerse de sí misma porque eso no la conducía a ninguna parte, sólo la hacía más débil. Ese pensamiento la animó de inmediato. Llevar las riendas, atacar en vez de huir, ése era su lema, su naturaleza, y no iba a dejar que nada cambiara eso.

En toda su vida no había perdido un caso, y éste no iba a ser el primero. Buscaría al mejor especialista en ese tipo de lesiones, donde fuera que estuviese, y, como siempre pronosticaba la viuda, saldrían juntas de ésta. Con ese propósito en la mente se secó las mejillas y recuperó la BlackBerry del bolsillo para abrir el correo. En cuanto a la muerte de Jaime Bernat, tampoco iba a dejar que culpasen a Dana. Ahora ya no podría asistir a la cita con Berto Bassols, así que el caso era suyo.

Notó el creciente ánimo de los momentos posteriores a una decisión importante. Escribió un mensaje, de un tirón y con mayúsculas, y lo envió. Ya estaba bien de tonterías. Acababa de darle a su adjunto dos horas para averiguar el origen de la maldita botella de brandy. Ni un minuto más.