79

Finca Bernat

Agazapada bajo la lona del tractor, Kate notaba los pulmones asfixiados y un sabor amargo que le llenaba la boca. Cerró los ojos, concentrada en lo que ocurría tras la tela mientras hacía un esfuerzo titánico por controlar el ruido de la respiración con la boca entreabierta. El hombre que acababa de irrumpir en el almacén parloteaba entre gritos como un loco fuera de control. Había dejado la puerta abierta y un hilo de la luz mortecina de la tarde se colaba bajo la lona, lo que le permitía ver las sombras de sus movimientos. Intentó comprender lo que decía, pero balbuceaba palabras sueltas y frases inconexas gritando con voz ronca. Al final volvió a salir dejando tras de sí la puerta abierta. Kate había oído cómo sus pasos se alejaban, pero no sabía el tiempo que tardaría en volver ni si a ella le daría tiempo a salir de allí.

Empezó a moverse bajo la lona hacia la parte de atrás y la levantó un poco para ver dónde podía esconderse si a él se le ocurría destapar el tractor. Al fondo del almacén vio unos bidones. Podía llegar hasta ellos y allí estaría más cerca de la puertecilla pequeña. Cogió aire y, cuando estaba decidida a hacerlo, volvió a oír sus pasos furiosos acercándose y dejó caer la tela.

Ahora le oía trajinar en silencio. Sólo de vez en cuando apreciaba algo parecido a un jadeo. Kate se arrodilló y bajó la cabeza hasta rozar el suelo con la oreja para averiguar lo que hacía.

El titán intentaba coger algo de uno de los estantes superiores entre jadeos y sollozos. Cuando consiguió dar con lo que buscaba, lo lanzó con rabia contra el suelo. Tras el estruendo del choque, todo quedó en silencio. Kate notó que algo le rozaba la cara. Se estremeció al imaginar lo que podía ser y, sin pensar, dio un respingo. Su cabeza rozó la lona y se quedó petrificada. El almacén permanecía en silencio, y contuvo la respiración unos segundos. Parecía que él no había notado nada y consiguió calmarse, pero de pronto notó algo vibrando en su bolsillo. Su mano se desplazó hacia atrás mientras la BlackBerry emitía el típico zumbido casi silencioso. Cuando sus dedos tocaron las teclas temió que se oyese algún ruido y contuvo otra vez la respiración. De nuevo, sólo el silencio. Permaneció petrificada con las rodillas clavadas en la tierra, atenta a lo que ocurría al otro lado de la tela, mientras el corazón le retumbaba en el pecho como una locomotora. Por un momento temió que los latidos la delatasen, pero empezó a oír algo parecido a un choque metálico y en seguida comprendió que él continuaba buscando. Relajó un poco los hombros y los abdominales. Al hacerlo fue consciente por primera vez de que le temblaban las piernas y de que las piedras del suelo se le estaban clavando en las rodillas.

No se movió hasta que el primer golpe la sobresaltó. La voz era ronca, casi gutural, pero con toda la potencia de la ira.

—Esto. Esto es lo único tuyo. Ya puedes venir a por ella cuando quieras. ¡Malditos cabrones, cabrones todos! Tú también, maldita. Bien poco que os costó dejarme solo, solo con el viejo. ¿Quién me preguntó si quería quedarme?, ¿quién? Tú te fuiste con ella y ahora, ¿ahora qué vienes a buscar?

Un nuevo golpe seco sonó sobre el suelo. El tableteo de la madera encolada al romperse y el sonido áspero del hacha arrancada con fuerza del suelo. Luego, una sucesión de golpes sin final.

Desde su posición, Kate no podía ver nada. Extendió una mano temblorosa tratando de decidir si levantaba la lona para ver lo que estaba pasando, pero entonces descubrió que la tela tenía un roto e, intentando no rozar nada, se balanceó hacia adelante para mirar. Cuando por fin pudo enfocar la visión, no podía creer lo que estaba contemplando. Santi aporreaba una y otra vez con la fuerza de un titán lo que quedaba de la casita de muñecas más linda que Kate había visto nunca.

—¡La legítima hostia te voy a dar! —gritó—. ¡Ésa es la única legítima que vas a tener! Y el cabrón este, ¿quién se cree que es? Esto es entre tú y yo, ¿qué coño pinta un extranjero? ¿Dónde estaba él cuando el viejo me molía a bastonazos? Y tú, dónde estabas tú, ¿eh? Que no venga a decirme lo que te toca porque le parto el cuello de un hachazo… A ver si tiene cojones de pedir la legítima esa, ya te daré yo lo que te toca, ya, esta maldita casa, lo que te olvidaste al irte. Esto es todo lo que te toca del viejo. Treinta años, y ahora qué, ¿a repartir? Hostias voy a repartir. Antes lo quemo todo, maldita sea. Aquí, con él, tenías que haber estado… Toda la vida aguantando, solo como un perro, y ahora, ¿repartir? Una mierda del notario y del abogado. Aquí no se toca nada o le pego fuego a todo. ¿Qué me importa? Cuando tenga Santa Eugènia, el resto arderá todo.

Cuando Santi acabó de maldecir, de la casa de muñecas sólo quedaban trozos astillados de madera en colores pastel, con cenefas en blanco, y restos destruidos de los pequeños mueblecitos y porcelanas. Kate no podía apartar la mirada del minúsculo váter de porcelana que enfocaba justo a través del agujero. Al fin bajó la cabeza, alzó la mirada y le vio. Santi tenía el rostro bermellón y por él resbalaban gruesas gotas de sudor. Sus brazos temblaban, aprisionados por la tela húmeda de la camisa, y su espalda estaba encorvada como la de un soldado derrotado. Apenas a un metro de la cabeza de Kate, dejó caer algo que se clavó en el suelo mientras ella le oía expulsar un sollozo entrecortado. Luego, el silencio. Y Kate, con los ojos clavados en la hoja metálica del hacha que aún titilaba, y el corazón encogido, lo oyó alejarse.