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Ático de la calle Entença, Barcelona

Kate pulsó la tecla del icono rojo y apretó con fuerza la BlackBerry. Quería pegar a alguien, despedir a alguien o gritar. Daba igual. Lo que no se explicaba era cómo podía haber ocurrido algo así. Cómo podía el juez haber denegado una petición por segunda vez. Y más aún cuando estaba consensuada por ambas partes. Pero lo peor era que esa información había llegado a Paco sin pasar por ella. Algo estaba fallando de forma estrepitosa y alguien tendría que pagar por ello.

La llamada y el café le habían revuelto el estómago, y tuvo que sentarse rápidamente y doblarse hacia adelante para minimizar el calambre que le recorría el abdomen. Con el mentón a la altura de las rodillas y la BlackBerry aún en la mano, buscó el documento que le había mandado Luis el día anterior y recordó haber respondido con un OK desde el hall de comisaría, casi sin mirar. Le estaba bien empleado, por confiada. Releyó con atención el documento y mientras lo hacía recibió un nuevo correo. Echó un vistazo y cerró los ojos con el corazón en la garganta en cuanto vio que se trataba de un mensaje de Paco con una copia adjunta de la denegación del juzgado.

Kate se mordía el labio mientras leía con atención las causas. Le hubiese gustado destrozar algo, pero lo que debía hacer era darse cabezazos por estúpida, por confiar en Luis y sobre todo por fiarse del maldito Bassols, con su aire digno de honesto letrado del que jamás se esperaría algo tan ruin. Respiró hondo, decidida a no dejarse vapulear por aquel renegado. Enviar esa nota adjunta al juez, después del pacto al que habían llegado, era juego sucio. Si lo que quería Bassols era la guerra, de acuerdo. Pero ella se encargaría de demostrarle que había aprendido del mejor.

Por el momento, no había aplazamiento, así que habría que pelear con lo que tenían. Necesitaba pensar. Incluso puede que debiera volver a Andorra y darle el empujón definitivo al técnico. Eso si el fiscal no se había hecho ya con los registros de las operaciones de Mario. De repente, se preguntó si alguien le habría ofrecido más a aquel tipo. Eso era poco probable, y no le cuadraba que desde la Fiscalía entrasen en ese juego, les iban más las amenazas. Aunque tampoco había imaginado que Bassols se la iba a jugar, al final había resultado ser un alumno aventajado de Lucifer. En este trabajo jamás se puede dar nada por sentado. Concéntrate y piensa, Kate, piensa.

Pero no conseguía serenarse lo suficiente como para pensar. Cogió la bolsa de viaje y embutió dentro ropa para varios días. Si era necesario, se plantaría en Andorra y no dejaría respirar al técnico hasta que esos registros fuesen historia. Se calzó las botas con el pantalón por dentro y cogió la chaqueta corta que había llevado en el entierro y la azul marino larga y acolchada. Necesitaba estar preparada para cruzar la frontera y permanecer allí hasta conseguir su objetivo.

Si algo tenía claro en aquel momento era que no podía dejar que Bassols se saliera con la suya después de habérsela jugado. Introdujo un pequeño neceser con los productos cosméticos imprescindibles y el perfume en la bolsa, cogió el Mac y su maletín de trabajo con los documentos del caso Mendes y enrolló el panel que había preparado durante la noche sobre el asunto de Jaime Bernat, con la apremiante sensación de tener mucho trabajo por delante y poco tiempo antes de que las amenazas de ambos casos se cerniesen sobre ella como losas de granito.

Ya estaba llegando a Manresa cuando fue consciente de que había roto por completo sus planes de dedicar el fin de semana a ayudar a Dana en exclusiva.