Comisaría de Puigcerdà
J. B. cerró la puerta de su despacho por dentro y ajustó la persiana para tener intimidad. Luego, se sentó en la silla, pero no tardó en levantarse y acercarse a la ventana. La buscó con la mirada, pero ya se habían ido y siguió con la vista perdida en el aparcamiento. Puede que hubiese sido aquel primer Juan el que le dejó fuera de juego, porque sólo su madre le llamaba así y ella hacía semanas que no recordaba su nombre. Pero ahora no podía dejar de recordar los ojos de la letrada. En el hall había intentado que no coincidiesen con los suyos, mirando al papel o a la veterinaria, porque cuando había empezado a hablarle tan decidida, con esos ojos avellana tan abiertos, y tan cerca, le habían dado ganas de tirar de ella para estrujarla, hundir la nariz en su cuello y aspirar a fondo su perfume. Así que la había esquivado, no fuese a intuir sus pensamientos o a imaginarse algo.
Por primera vez intentó pensar en ella sin prejuicios. La letrada miraba de frente y, aunque olía suave, su perfume se te quedaba atrapado en la memoria. Había que reconocerle la retórica y que había calado bien a la comisaria, pero incluso cuando no sacaba la mala leche la letrada le hacía pensar en una cuerda floja. Además, ¿qué era eso de que ella esperaba más de él? ¿Y lo de mentar a Miguel? Desde luego, no le sobraban escrúpulos.
Al volverse, J. B. vio la lista sobre la mesa y le invadió la pereza.
El aparcamiento estaba medio vacío y la luz tenue de finales de noviembre se había convertido en una sombra grisácea que atenuaba el brillo metálico de los coches. J. B. miró hacia el cielo, atento al avance de las nubes, que empezaban a invadir la trayectoria de la luz solar y a oscurecer el valle. Las cosas cambian constantemente, pensó, y cogió la lista para repasarla. La leyó con atención, deteniéndose en cada uno de los nombres, y volvió a doblarla.
Una disculpa, ¿eh? ¿Y quién la quería?
Puede que se hubiese equivocado con ella y que fuese más parecida al resto de los Salas de lo que creyó al principio. Sonrió con sarcasmo.
Ni hablar.
Probablemente sólo estaba intentando salvar el culo de su amiga. Volvió a sentarse, giró la silla para ponerla de cara a la ventana y recordó el saludo en el funeral. Nadie cambiaba tanto en una semana. Además, los abogados eran una raza aparte, lo sabía bien. De alguien capaz de acusar a un inocente o defender a un culpable se podía esperar cualquier cosa, y no debía olvidar lo manipuladores que podían llegar a ser ni dejarse influir por lo que le dijese. Mantener la objetividad, eso era lo que debía hacer, y para conseguirlo lo mejor era recordar cómo le había tratado hasta entonces. Que no te líe, macho. Volvió a girar la silla e introdujo la lista en el primer cajón de su escritorio, sobre las copias de los informes que entregaba a la comisaria. Magda, por ejemplo, tenía alma de abogado. Para ella los fines siempre justificaban los medios. Debía cuidar de que sus órdenes no le metiesen en líos; porque, cuando hubiese problemas y echase un vistazo alrededor, estaría solo.
Respecto a la veterinaria, le faltaba una razón de peso para verla cargándose a Bernat. Lo que le había contado de un árbol no tenía sentido, aunque cualquiera era capaz de cargarse a alguien si se sentía lo bastante amenazado, por buen fondo que hubiese. Eso él lo sabía bien.
Y, en cuanto a las insinuaciones de la letrada sobre la posible culpabilidad de Santi, algo le chirriaba. A él tampoco le gustaba Santi, ni su actitud soberbia, ni la desidia con la que se tomaba todo lo relacionado con la muerte de su padre. De hecho ni siquiera había preguntado por el modo en el que había muerto, ni había pedido la copia del informe de la autopsia, a la que la familia directa tenía derecho. A pesar de su envergadura física no le veía arrestos para haber acabado con él. Sencillamente, no podía imaginarle emponzoñando una botella de doscientos euros para matar a su padre. Había visto cómo vivían, su casa, sus coches y su aspecto, y era evidente que ninguno de los dos hubiese tomado la opción de un brandy tan selecto cuando cualquier otro caldo serviría. No, definitivamente el procedimiento empleado no encajaba con su perfil.
J. B. volvió a cavilar sobre la veterinaria. La había pillado dos veces rechazando llamadas del móvil y sus manos evidenciaban algún tipo de fragilidad. Se le ocurrió que tal vez alguien la acosaba. Puede que con tanto ruido a su alrededor y tanta prueba circunstancial se le estuviese pasando algo importante, porque no estaba acostumbrado a trabajar en un ambiente tan chismoso y entrometido.
El entorno, ahí era donde se encontraban la mayor parte de los asesinos, en el entorno de la víctima. Tal vez estaban errando el tiro. Puede que el asesino de Bernat fuese alguien con quien hubiese tenido problemas de otra índole. Averiguar el funcionamiento del CRC y dar con el dossier que faltaba en los archivos de la comisaría era lo primero que debía hacer. Lo que había oído sobre el poder de sus miembros no estaba tan lejos de los perfiles clásicos. Jaime Bernat formaba parte de todo eso, y por ello no podía ignorar ese ámbito de su vida al buscar a su asesino. Además, intuía que en ese tipo de reuniones no se escatimaba en la calidad de la bebida. Sólo una persona podría darle información veraz sobre el CRC. Buscó el móvil y mandó un whatsapp a Miguel para pedirle el número.