Era Bernat, Mosoll
Santi colgó satisfecho el teléfono y lo dejó caer en el bolsillo del mono. Luego giró la llave y arrancó el tractor. Le quedaba por trabajar más de la mitad del terreno y apenas un par de horas de luz, pero había empezado lo que no podría hacer a la mañana siguiente, cuando estuviese en el notario. En menos de un día todo sería oficialmente suyo, y el domingo a la una había conseguido quedar con el abogado de La Seu para resolver el asunto de Santa Eugènia.
Se le escapó una sonrisa. Le había costado convencer al cabrón del abogado… Cuando le habló del cambio de nombre de unas tierras debió de parecerle poca cosa, porque le respondió que, si le corría prisa, cualquiera podía hacer el trámite en Puigcerdà mucho más rápido. Le advirtió que él tenía mucho trabajo y que no podría atenderle hasta entrado diciembre. Había tenido que insistir y, al no lograrlo por las buenas, le ofreció la zanahoria.
Pero eso tampoco le convenció, y ya iba a mandarle a la mierda cuando el tipo le preguntó de qué tierras se trataba. Fue nombrar Santa Eugènia y despejó la agenda para recibirle el mismo domingo. Ni siquiera le preguntó quién era, pero Santi había colgado convencido de que aquel tipo, que había destrozado al abogado de su padre varios años atrás cuando se enfrentó con la viuda por asuntos del riego, era su hombre.