Finca Bernat
Le daban ganas de reírse cada vez que recordaba el cambio en la cara del sargento el día anterior, cuando le había soltado la historia del bastón del comedor. Ésas eran fábulas para contar a sus nietos, cuando los tuviese. Pero le había parecido adecuada para el momento y, después de ver su reacción, Santi estaba convencido de haber acertado. Por ahora podía estar tranquilo. Además, se había ocupado de orientar a Desclòs y, con la lluvia, ni siquiera habían entrado en el cobertizo donde guardaba el quad y el remolque pequeño bajo la lona vieja. Desde el día que murió su padre, no había vuelto a sacarlo por si acaso.
Aun así era fácil darse cuenta de lo despistados que andaban en la investigación. Habían requisado la botella de coñac del viejo. Bueno. Ahí no iban a encontrar nada. Santi estaba convencido de haber visto la caja en la que habían llegado las botellas tirada en algún rincón del granero, pero les había dicho que ya no la tenía. Se le ocurrió que al sargento, con esa pinta de macarra, seguro que le gustaba el trago y que por eso la habían cogido. ¿Y la cara de Desclòs al meterla en la bolsa de plástico, como si pidiese perdón por algo? Para desternillarse. Al parecer, la causa de la muerte seguía siendo un misterio para ellos. Pero no para él.
Lanzó una mirada a la chimenea, donde mantenía oculto el bastón, y pensó que tendría que buscar un buen lugar en la finca de la veterinaria. Uno en el que fuese fácil encontrarlo pero que no estuviese demasiado a la vista. Tal vez en las cuadras. Sí. Iría esa misma noche. Desclòs había mencionado que también iban a registrar su propiedad. Entonces se le ocurrió que aún sería mejor endosárselo a Chico. Eso le quitaría de en medio por una temporada. El único problema era que no había ninguna razón para que registrasen su finca. Sólo había un lugar que reunía las condiciones: su camioneta. En ese vehículo Chico entraba y salía de la finca de la veterinaria, y él sólo tendría que acercarse a la finca de los Masó y dejar el bastón en la parte trasera. Todo encajaba. Todo iba a su favor. El viejo había querido recuperar Santa Eugènia toda su vida. Puede que, como se decía en el pueblo, fuese verdad que los muertos podían echar un cable desde donde estuviesen…