28

Finca Prats

Kate permanecía apoyada en la barandilla del porche de la cocina. Había puesto el manos libres para poder escuchar a Luis mientras limpiaba los antiguos ciclámenes de la viuda, que estaban llenos de hojas secas.

—Sólo te digo que no te fíes y que mantengas los ojos bien abiertos. Marcos y su ayudante son de lo peor que corre por aquí. —Kate tensó los abdominales, atenta al cotilleo de su adjunto.

—Tenías que haber visto su cara cuando reparó en las flores de tu despacho —continuó Luis—. Creo que se quedó sin espacio para el aire porque la envidia le llenaba hasta los pulmones.

—Qué bruto eres.

Volvió a tensar los abdominales y empezó con el último tiesto.

—Lo que tú digas, pero cuando me preguntó quién te las mandaba y le dije que eso no era de su incumbencia, me fulminó con la mirada. Lástima que esté tan bueno. Puede que, si le soltase algo de información, me hiciese un favorcito…

—Ése pica muy alto. Contigo no tiene ni para el aperitivo.

—Perdona, jefa, pero ése ha sido un comentario con muy mala leche.

—Te lo digo por tu bien. Además, no le va el pescado. Ya sabes lo que se rumoreaba de su lío con Ana Mortuño.

Entró en la cocina y cogió el cubo de la basura. Le sorprendió encontrar en él una bolsa usada del supermercado en lugar de una de basura, y volvió a salir al porche. Luis continuaba hablando.

—… Además, ¿con ese vejestorio? Yo no me creo nada. A la gente le gusta mucho hablar.

—Y a ti no…

—Si me vas a criticar, que sepas que yo sólo lo hago para mantenerte informada. No puedo permitir que mi jefa desconozca los rumores si quiero que llegue tan alto como sea posible, y yo con ella. Respecto a lo que se dice de la Mortuño, te digo yo que son malas lenguas.

—Es la socia mayoritaria, junto con Paco, y una mujer muy rica. Eso, para un trepa como Marcos, es como la miel para un oso.

Kate echó las hojas muertas en la bolsa del cubo y pasó la mano por la encimera para limpiar la tierra. Pero la palma se le quedó llena de polvo y buscó donde limpiarse maldiciendo a Dana por tenerlo todo tan descuidado.

—Tú di lo que quieras, pero el aspirante tiene un buen…

—¡Vale, Luis!

—Como tú digas. Veo que los aires alpinos te han dejado fría como el hielo. —Y tras una pausa breve añadió—: Acaba lo que tengas que hacer y vuelve, que se te echa de menos. Y que sepas que al trepa le interesas, digas lo que digas.

A Kate, con el cubo aún en la mano, se le escapó una sonrisa maliciosa.

—Como tú dices, hay cosas que están fuera de su alcance. Además, liarse con alguien de la oficina es la forma más rápida de destrozar tu carrera. Si no, mira a Marta, tuvo que buscarse la vida en cuanto se enteraron de lo suyo con Poncho.

—Pero Marta era una simple mortal, no la preferida de «el don», querida. A ti nadie te sopla. Por cierto, ¿no vas a contarme nada de la cena con el jefe?

—No hay nada que contar, nos centramos en el asunto de Mario. —Y, para zanjar el tema, resolvió—: Bueno, me ocupo del técnico y hablaré del juez con Paco.

—Ya veo que no vas a soltar prenda —le oyó suspirar con afectación—. Bueno, sigo con el asunto de los Marrero y sus líos con la Hacienda pública. A ver qué saco en limpio. Hoy me quedaré hasta tarde. Si quieres algo, ya sabes.

Kate conocía de sobra el significado de ese tonillo plañidero y entró en el juego.

—¿Hoy no vas a ver a tu Tim?

Oyó otro suspiro apenado.

—No sé cómo… Alguien se fue de la lengua sobre lo que sucedió el sábado pasado en el W y hace dos días cortó conmigo con un mensaje. ¿Te lo puedes creer? Ahora no sé cómo arreglarlo. En fin, ya veré. Estoy algo noqueado. Pero te juro que cuando pille al chivato le cortaré algo que va a echar en falta.

Kate sonrió.

—Eso te pasa por quererlo todo. Si te comprometes, hay que ser serio.

—¿Vas a darme una charlita sobre el compromiso a estas alturas?

Kate sonrió.

—Eres imposible. Bueno, no te olvides de las cuentas del financiero y que nadie sepa nada hasta que lo tengamos bien atado.

—A la orden, jefa.

—Luis.

—¿Sí?

—Ten cuidado con los informes y los listados. Marina se mueve por los despachos como una culebra y, si sale a la luz lo del financiero, estamos muertos.

—Descuida, jefa, con ésa no tengo ni para empezar. —Y colgó.

Kate frunció el ceño. Luis estaba tranquilo porque desconocía la conversación que ella había mantenido con Marina, la ayudante de Marcos, el día del ascenso. El modo en el que se había colado en su despacho para intentar hacerse con el puesto de su adjunto a espaldas de su propio jefe, a quien ya no iban a ascender. Feo, muy feo. El mundo está lleno de gente que hace cosas feas para trepar medio escalón, pensó. A Luis, con su actitud de liante amanerado, sabía Kate que podía confiarle la espalda y el puñal, porque bajo esa fachada de modelo bronceado y libertino había un tipo con principios.

Entró en la casa dispuesta a terminar la conversación con Dana y a librarse de una vez por todas del sargento. Luego llamaría a Paco para comentarle que la asignación de juzgado era favorable para sus intereses. En el salón, Dana preparaba el fuego arrodillada en el suelo, ante la chimenea, mientras Gimle la observaba tumbado en su almohadón pero con la cabeza alerta. Kate notó un fugaz instante de decepción al darse cuenta de que el sargento ya no estaba. La veterinaria atizaba el fuego, y ni siquiera se volvió.

—Veo que el sargento ya se ha ido.

No obtuvo respuesta, y miró al techo con resignación.

—¿Qué te pasa ahora?

—Nada.

Pero, tras una pausa tensa, Dana explotó.

—¡Sí, sí, me pasa algo! ¿Es que no tienes cabeza? ¿Te crees que estás en tu bufete y todos van a tragar con lo que hagas? ¿Sabes cómo me he sentido con ese policía cuando te has ido? No tienes ni idea del lío en el que estoy metida, ¿verdad? Sólo te preocupas de tus cosas, y ya ni siquiera sé si fue una buena idea llamarte, la verdad.

Kate enarcó las cejas.

—He venido para ayudarte, como hago siempre que me pides auxilio. Además, a ese tipo no le he dicho nada que no haya oído ya. ¿Acaso no le has visto? Esos polis están curtidos, lo soportará, créeme. Y si hubiera dejado que siguiera por ese camino, lo estaríamos lamentando porque, seguramente, ya habrías dicho alguna bobada que te implicaría. Son especialistas en liar a la gente. Lo sé, he visto trabajar a muchos como él.

Dana la escuchaba en silencio, consciente de que su enfado se iba deshinchando como un globo. Siempre le ocurría lo mismo con sus argumentos, y Kate lo sabía. Dana se llenó los pulmones de aire y lo sopló para expulsarlo. Le dolía la falta de tacto de Kate y el modo en el que menospreciaba su capacidad para salir adelante sola. Antes no era así. Antes siempre estaba dispuesta a echarle un cable sin que ello supusiera un esfuerzo. Kate estaba cambiando, y para mal. En adelante no volvería a pedirle ayuda. Ahora se alegraba de no haberlo hecho para resolver sus problemas con el banco. Respiró hondo. Pensar en eso la aturdía. Últimamente ya no eran sólo las cartas, que podía esconder en el cajón y olvidarse de ellas. Ahora era el acoso constante de las llamadas y el miedo cada vez que sonaba el móvil. Alzó la vista hacia el retrato de la abuela y suspiró. Si por lo menos el tipo de la hipoteca le diese un respiro… Kate la observaba en silencio y le recordó a Dana su problema con la muerte de Jaime Bernat.

—De todos modos, lo que pasa es que ahora no tengo coartada —se lamentó.

—Santi habrá hecho algún trato con alguien para quitarse de en medio porque no le interesaba salir en la foto. Todo el mundo está al tanto de la mala relación que tenía con su padre, y haber estado ahí no juega a su favor. Tú no te preocupes, sólo recuerda lo que te he dicho cada vez que ese sargento vuelva por aquí.

—Ya, pero no era necesario ni prudente ofenderle tanto.

—Sobrevivirá, los de su calaña tienen la piel dura, como los cocodrilos. ¿Acaso crees que no es consciente de su incompetencia? Si fuese un buen policía, ya tendría al que atropelló a Jaime Bernat.

—¿Murió atropellado?

—No, pero alguien lo atropelló después.

Dana la miró pasmada. Y no necesitó articular la pregunta que tenía en mente para que Kate la respondiese.

—El sargento se lo dijo al abuelo en el entierro.

—Qué cosa más absurda ¿Quién haría algo así?

—Mucha gente. Pero yo apuesto por Santi. Se ha dado demasiada prisa en buscar una coartada que lo sitúe bien lejos del pueblo.

Dana se encogió de hombros. Con los Bernat todo era posible.

—¿Sabes qué? Me quedaré un par de días más por si a tu sargento se le ocurre volver, aunque con lo de hoy no creo que se atreva. De todos modos, me gustaría ver el lugar en el que te peleaste con Bernat. ¿Dónde fue?

Dana la miró intrigada.

—En la era de Pi, casi en la carretera. ¿Por qué quieres ir? Seguro que está plagado de malas vibraciones, sobre todo si su alma se resiste a dejar el valle.

Kate entornó los ojos.

—No me extrañaría que estuviese aferrada a la tierra con los dientes, como una posesa.

Ambas rieron.

—No, en serio, quiero que me acompañes y me digas lo que ocurrió mientras estuviste allí.

La veterinaria negó con la cabeza.

—Va, quiero que vayamos y me digas dónde estaban exactamente Jaime y Santi —insistió Kate. Y, de repente, se puso de pie—. Vamos, a esta hora aún hay luz.

Dana se levantó resignada. La conocía lo bastante para saber que no la dejaría tranquila hasta haber estado allí. Y mejor sería darse prisa, porque no tenía ningunas ganas de pasearse por la era de los Bernat a la luz de la luna. Mientras Kate cogía las llaves del coche y ella las chaquetas, se le ocurrió algo.

—Entonces, el miércoles aún estarás por aquí…

—¿Por?

—Nada, antes tengo que hablar con alguien. Por cierto, ¿quién te ha telefoneado? —preguntó.

—Luis. Y eso me recuerda que tengo pendientes algunas llamadas urgentes, así que cuando volvamos subiré un rato. Por cierto, tienes la nevera como en un hospicio. Espera un momento, que necesito lavarme las manos. —Le mostró las palmas, sucias de tierra y polvo.

Dana frunció el ceño y Kate lanzó una mirada fugaz al retrato de la viuda.

—Tenías los ciclámenes hechos una pena —susurró—. Y en el lavabo de arriba no queda papel. Tengo hambre y tu despensa está que da pena.

Dana la escuchaba sin emoción y Kate notó de nuevo sus tripas.

—Mira, vamos a comer a Alp, al Bodeguín, me muero por uno de los bocadillos de atún con aceitunas gigantes. Y luego hacemos una buena compra en el súper —propuso animada.

Dana asintió sin convencimiento. ¿Cómo iba a decirle que no quería ir al supermercado, que llevaba semanas sin acercarse a uno? Que ya ni siquiera añoraba las cosas que llevaba tanto sin probar, como los frutos secos o los yogures griegos. Kate cerró la puerta del baño, Dana buscó su móvil y le escribió un whatsapp a Miguel. Que ella recordase, en todas las mudanzas faltaban manos.