Mantiene los ojos cerrados unos instantes más disfrutando del mejor momento del día. La oye respirar de forma regular y se concentra en su propio ritmo mientras repasa mentalmente la agenda de la jornada. Hoy empezará a las siete quince en el quirófano cinco con el doctor Gómez y su equipo. Tira del edredón hacia arriba hasta que no queda ni un pliegue y esconde los brazos bajo ese mar de perfección. Los nota pegados a ambos lados del cuerpo y respira hondamente. A su lado, ella duerme tranquila, en un sueño que él ha inducido con un fin. Sólo tiene que esperar unos meses a que todo acabe para volver a su piso, a su vida. Ya han caído tres, ahora tendrá que esperar un tiempo prudencial para poder avanzar otro paso hacia su objetivo. Abre bien los ojos y, en la penumbra de la madrugada, imagina formas en el techo. Ella lo prefirió gris, como tus ojos de hielo, dijo, y él accedió, porque no le importaba. Se le ocurre que en el fondo ha tenido suerte. No era fácil pensar que su objetivo sería alguien tan perjudicado como él mismo. Al principio no conocía exactamente las causas que la habían llevado a Barcelona con su madre, pero era fácil imaginarlas. Gira parcialmente la cabeza y la observa. Es bonita. La primera vez que la vio estaba sola, desayunando en la cafetería del hospital una magdalena con pepitas de chocolate y una tila. En aquel momento ya sabía de ella todo lo que describe un informe psiquiátrico sobre el paciente; el inicio, las crisis, los repuntes y las recaídas, todo. Las anotaciones sobre su historia familiar, las que más interés tenían para él, empezaban en el 88. Sólo referencias a su relación con la familia de la madre y descripciones sobre las largas depresiones de ésta, los gestos compasivos de sus tíos en las reuniones familiares y el desprecio en las miradas de sus primos por su aspecto diferente y el acento del valle, tan característico. Antes de eso, nada. Por el nombre y apellidos era ella, pero en su historia médica no había ningún dato de antes de los ocho años. De todos modos, en aquel momento a él le daba igual. Al fin y al cabo sólo estarían casados unos meses, tal vez un año. Lo estrictamente necesario. Ella se mueve a su lado, entre sueños, y la seda de su camisón resbala sobre la piel y deja uno de los senos casi al descubierto. Los ojos de él siguen el movimiento hasta que ella encuentra la postura, suspira y vuelve a respirar regularmente. Entonces acaricia su piel con la mirada, lo máximo que le permite el acuerdo tácito que mantienen. Se pregunta por primera vez si es del todo necesario… Pero sabe que no debe ni puede permitirse cabos sueltos en su plan perfecto. Y, sin embargo, le pesa desprenderse de una compañía que no pide nada. Pero sabe de sobra que la justicia que busca desde los trece años exige el sacrificio. Se oye el clic del despertador, que siempre le avisa antes de que empiece el festival de la alarma y le permite comenzar en silencio su particular ritual de cada mañana. Extiende el brazo y pulsa el botón metálico del aparato. Como todos los días seguirá mirándola unos minutos más. Luego vendrán la ducha, los dientes, el afeitado, todos los utensilios en perfecto orden dentro del armario, cada uno en su lugar, listos para que él los elija y los use. Es martes de la segunda semana del mes: camisa blanca, pantalón arena, jersey marino y el aroma de Armani Sport.