1979

… son demasiados los meses de silencio en este piso, que ya me parece más una cárcel que un exilio. Hace semanas que no salgo. El doctor me ha dicho que descanse, que he adelgazado mucho y que incluso podría perder el niño si me muevo demasiado. Sólo la imaginación y tu recuerdo me mantienen viva, cuerda, diría yo. Cuerda en esta situación de locos en la que se me ocurren miles de razones para justificar este silencio tuyo tan abrumador, pero ninguna me parece suficiente para que hayas decidido infligirme este castigo que padezco.

M.

… Padre falleció el día cinco. Anselmo ofició la misa y se ocupó de todo. La próxima semana, aprovechando un viaje que debe hacer a la sede de la diócesis de Barcelona, te acercará lo que te corresponde según las últimas voluntades de padre. Antes de morir, arregló un trato con los Boix y en abril me casaré con su hija mayor, así que es mejor que te quedes en Barcelona con la tía porque ya habrá una mujer en la finca. Por cierto, tu extranjero ha metido a una mujer en su casa. La Anita de los Pou dice que habla como él, y por ello supongo que debe de haber cerrado algún tipo de arreglo con una de los suyos. Como debe ser.

J. B. A.

… y nuestro hijo es precioso. Tiene las manos grandes, como su padre. Siempre me decías que las mías eran una miniatura, ¿lo recuerdas? Ahora me han dicho que otras manos se cobijan entre las tuyas. No me has dicho nada. Tal vez te dé vergüenza o pena de mí por dejarme. No la sientas, la pena es algo terrible, cuando entra en un corazón nada puede ya sacarla. Ahora la siento en el mío, está inundado de ella y apenas queda espacio para nada más. Espero que seas feliz aunque no sea conmigo, con nosotros. Nuestro hijo es lo más bonito de este mundo. Sus ojos son oscuros, verdes como las aceitunas de tu tierra, esas que íbamos a adorar juntos cuando fuésemos a conocer a los tuyos. Y su cabecita es tan pequeña y perfecta… Mueve los brazos y las piernas con fuerza cuando tiene hambre, que es casi siempre, y al atardecer llora durante horas como si intentara llegar al valle con su voz chillona y traerte de vuelta a nuestras vidas. Me puede todo esto nuevo que me pasa, mi cuerpo no es el mismo y la mente no me responde, sólo lloro noche y día pensando en ti, en tu ausencia y en el silencio y la soledad que me acompañan en esta ciudad tan grande y llena de desconocidos. El recuerdo de mi casa, a la que no puedo volver, y de los rojizos atardeceres bajo el cielo limpio y azul del valle me hunde todavía más. Me siento sin fuerzas, ni siquiera puedo pensar en volver a ver esa tierra que tanto añoro. No sé qué va a ser de mí, de nosotros.

M.

… y al final de tantas discusiones con mi madre, ha llegado Isabel. Te hablé de ella, mi hermana pequeña, la que enfadó a mi padre al negarse a casarse o entrar en el convento. Parece que la solución ha sido mandarla conmigo, «una temporada en el campo, en una casa sin servicio y rodeada de animales, la hará recapacitar». ¡Qué poco la conoce mi padre!, ni siquiera lleva en la casa una semana y hasta la luz que entra por las ventanas ha cambiado de color. Todo parece más luminoso —la casa, la finca, hasta la tierra—, y tengo compañía. Aunque he hablado bien poco desde que te fuiste. No comprendo qué fue lo que hice o dejé de hacer para que decidieras desaparecer sin dejar rastro. Nadie parece saber qué ha sido de ti, hasta temí que tu padre te hubiese hecho algo, así que fui a hablar con él. Pero tu hermano cogió la escopeta y me echó de malas maneras. El cura también me aconsejó que me olvidase cuando le pregunté por ti. Estoy seguro de que sabe algo porque es muy amigo de tu hermano, y los curas conocen los secretos de todo el mundo. Aun así, cada semana le dejo una carta para ti en el buzón de las limosnas y espero que la buena fe se apiade de su alma y te las haga llegar. Isabel sabe que algo me pasa, sus comentarios sobre lo cambiado que estoy son constantes, pero no puedo, cuando voy a hablar de ti se me hace un nudo en la garganta y no me salen las palabras…

Manuel