Finca Prats
Al volver de los establos, Kate se dejó caer en el Chester y buscó apoyo en los ojos de la viuda. El retrato le devolvía una mirada serena, ajena a todos los problemas que amenazaban su propiedad y a su nieta. Por lo menos, el asunto del proveedor del forraje estaba resuelto, y Chico le había asegurado que los demás no darían problemas. Faltaban pocas semanas para la Navidad y se suponía que para entonces Dana ya tendría el alta y estaría en casa, aunque probablemente ciega. ¿Cómo iban a superar eso? Kate cerró los ojos, se frotó los párpados con las yemas de los dedos y luego los enterró en la melena, que llevaba suelta. Echó la cabeza hacia adelante, entre las rodillas, y se esponjó el pelo con la mente en blanco hasta que la imagen de Paco apareció para llevarse su paz y traer de vuelta el ardor a la boca de su estómago.
Luis no había dado señales de vida y ya era casi mediodía. Cabía la posibilidad de que sus expectativas no se cumpliesen y de que la respuesta de Paco no fuese la que había previsto. O que ni siquiera hubiese recibido a Luis. O que sencillamente aprovechase las pruebas y después la despidiera en cuanto pisase el bufete. Cerró los ojos. Respirar hondo sólo le costó las dos primeras veces; luego empezó a llenar sus pulmones a un ritmo lento pero constante, intentando no pensar en nada. Pero el miedo no la dejaba. Tres semanas atrás, despedirla le habría costado dinero. Pero ahora que era socia, la votación del consejo podía dejarla fuera sin ningún tipo de indemnización. La posibilidad de tener que irse sin nada la dejaba sin fuerzas. Volvió a enterrar los dedos en el pelo y se masajeó la cabeza con suavidad, hasta que reparó en que se había olvidado de quién estaría con Dana. Miró la hora. Le tocaba a Nina, pero tenía que relevarla para que pudiese comer antes de volver al instituto a las tres y media. Se levantó y empezó a meter todos los extractos y facturas del primer cajón en un viejo maletín que estaba apoyado bajo la mesa.
Mientras guardaba los papeles, se iluminó la pantalla de la BlackBerry y el corazón se le disparó al ver quién la llamaba.
—Sí…
—…
—Dime cómo ha ido.
—…
Mientras escuchaba a Luis le costó contener la sonrisa.
—Nada especial. Algo que últimamente el jefe parecía haber olvidado. ¿Tienes los papeles de los que hablamos?
—…
—Perfecto. Y, en cuanto a lo de Mario, es mejor que continúe en manos de Marcos. A pesar de haber resuelto el asunto de Andorra, a Mario le están creciendo los enanos con lo de la amiguita. Además, Bassols es mucho fiscal y no parece que el caso vaya a tener un final feliz. Por cierto, ¿en qué planta tienes la mesa?
—…
—Claro que me alegro, pero no veo que tenga tanta importancia. Y te agradezco lo que le has dicho, pero no quiero que le des ningún mensaje de mi parte.
—…
Típico de Paco, buscar intermediarios para suavizar las cosas. Pero esta vez se lo había hecho pasar demasiado mal y no le iba a salir tan barato.
—Lo sé, pero si quiere saber qué planes tengo puede llamarme al móvil.
—…
—Exacto, si vuelve a preguntarte dile que tengo el móvil encendido las veinticuatro horas. No, espera, dile que a las ocho de la tarde lo apago.
—…
—Yo también, aunque por el momento no sé ni cuándo podré volver. Ha despertado, pero aún tengo que pensar en lo que vamos a hacer cuando le den el alta. Te llamaré cuando lo decida.
—…
—Perfecto.
Acabó de llenar el maletín y lanzó una mirada al cuadro para despedirse, pero cuando cogió la BlackBerry para guardársela en el bolsillo notó de nuevo la vibración.
—Sí…
—…
—Entonces, ¿no tienen nada que ver? —preguntó apoyándose sobre la mesa del escritorio.
Era la peor noticia que le podían dar.
—…
—Bueno, pues mándame la información.
—…
—También, pero no te pases, que tampoco has sido la panacea.
—…
—Me parece justo, pero que sepas que él también estaba buscando una excusa para retomar el contacto. Entonces, ¿seguro que no tienen nada en común? Habría apostado por ello.
—…
—¡Repite eso!
—…
Kate permaneció en silencio con la vista fija en el panel que colgaba de la chimenea. Era una locura.
—Así que parece que hagan relevos…
—…
—No, no, es sólo que por fin acabas de ganarte el sueldo.
Cuando colgó sabía que lo había conseguido. Ahora sólo quedaba llamar al sargento y decirle lo que quería a cambio de entregarle el caso en bandeja. Cogió el maletín y lanzó un beso al cuadro para despedirse.