Carretera de Puigcerdà a La Seu
Hasta que hubo pasado el puente de Martinet no empezó a tranquilizarse. El maldito accidente era la gota que colmaba el vaso. Incluso suponiendo que lograse resolver el problema de visión de Dana, debería estar pendiente del juicio del accidente durante meses.
Y tampoco podía olvidarse de la mirada de desprecio que le había lanzado el sargento. Pero ¿no se suponía que había buen rollo? Al fin y al cabo, ¿quién había traicionado a quién? Como de costumbre, un hombre no tenía ni idea de cuándo metía la pata. Claro que, de un amigo de Miguel, ¿qué podía esperar?
Ni siquiera la había dejado que se explicase cuando nombró a Manel Bernat. Nada más salir al hall había cogido la caja con los documentos que le ofrecía y se había metido en uno de los despachos. El muy imbécil la había dejado con la palabra en la boca después de haber hecho todo el trabajo por él. Ni siquiera tuvo la decencia de mirarla cuando le advirtió lo de las veinticuatro horas. Con el doctor Marós rondando a Dana y las enfermeras entrando en la habitación y saliendo constantemente de ella, no tardaría mucho en correr la noticia de que Dana había despertado. Y entonces sí tendrían un problema, porque la citación era para el viernes y si estaba consciente tendría que declarar como imputada en un caso penal. Kate quería impedirlo y, si no conseguía que lo hiciese la policía, ella misma pediría que archivasen la causa. Aunque para eso tendría que esperar y ya sería tarde. En cuanto a eliminar los archivos informáticos del juzgado en los que quedaba constancia de la relación de Dana con un caso penal… bueno, nada era imposible. Esa idea la hizo pensar en Paco, en lo que había aprendido en el bufete. El negocio más rentable en esta empresa son los favores, solía decir. Kate se desabrochó el botón del pantalón y respiró hondo al volver a poner la mano en el volante. Pero lo que le preocupaba eran los intereses…
Y, por si no fuera poco, ahora habría que preocuparse por el accidente. Cómo podían tener tan mala suerte… También podía haberse despeñado ella sola por el puente y no complicarlo todo con dos muertos más. Ponga un muerto en su vida, o tres. De no estar tan furiosa con la situación y sentirse tan culpable, aquello le hubiera parecido un chiste. Y Paco, ¿es que después de tanto tiempo no la conocía? ¿Cómo podía ser tan cretino como para pensar que iba a dejarle tirado con el caso? La poderosa mirada de Paco se coló en su mente. Hombres. Seguro que cuando la miraba estaba pensando en su propio ombligo… Pero ni tan sólo esa idea la hizo sonreír.
Al llegar a La Seu aparcó en el paseo del Parque y buscó en el navegador la dirección en la que había quedado con el técnico andorrano. Luis llegaría al cabo de veinte minutos y se llevaría los registros para entregárselos a Paco. Kate sacó una de sus tarjetas del billetero para escribir la nota y desenroscó el tapón de la pluma, contenta de poder usarla una vez más. Había sido el primer regalo de Paco cuando entró en el bufete, y unos días después la había utilizado para sorprenderle al firmar con una tinta verde, oscura como las hojas de un abeto y completamente distinta a las del resto de sus colegas. Recordaba con añoranza esos días en los que sólo conocía de él su faceta de abogado mítico con una vida personal interesante y críptica. Miró el papel en blanco y la asaltaron las ganas de decírselo en persona, o de estar en su despacho para verle la cara cuando abriese el sobre que aseguraba la libertad de Mario y con el que ella confirmaba su compromiso con él y con el bufete, a pesar de todo. En ese instante se dio cuenta de lo frágil que se sentía en su nuevo puesto y de lo poco que se valoraba a sí misma, a pesar de todos sus triunfos. Bajó la vista y se encontró con la hoja en blanco.
Debía ser directa y lo bastante incisiva como para hacerle reaccionar. Cerró los ojos. Notaba el papel grueso y fino de la tarjeta bajo las yemas de sus dedos y el tacto frío de la pluma en la mano. Empezó a pensar en lo que aún le quedaba por hacer antes de ir al hospital y escribió.
Cinco palabras más tarde, Kate caminaba con decisión hacia la cita con la salvación de Mario.
No le quedó más remedio que comer con Luis y emplearse a fondo para animarle. Incluso a sabiendas de que no le daría tiempo de pasar por el banco antes de ir a la finca para revisar las cuentas, ni tampoco de hacer el ingreso que Dana le había encargado, decidió que se debía a sí misma acabar bien lo de Mario y mandó un whats a Chico para que retrasase al día siguiente la cita con el proveedor del forraje. Hacia las tres, de vuelta a Puigcerdà, recordar la imagen vencida de su adjunto aún la enervaba. Le había pasado el listado de movimientos antiguos que incriminaban a Mario y el nuevo estado de movimientos. Por la mañana, Luis debía personarse en el bufete y entregárselo directamente a Paco, en mano. Además, le había pedido que esperase mientras lo leía para poder contarle su reacción.
Luis recibió el encargo sin alegría. Estaba afectado por el despido y era fácil notar que no confiaba en que ella pudiese cambiar la decisión del bufete. Eso la puso de mal humor y le advirtió que necesitaba a alguien más implicado a su lado. Solo cuando le preguntó por lo que había averiguado sobre la mujer desconocida de la lista del fiscal pareció ponerse las pilas. Los cotilleos siempre se las ponían.
Como temió Kate en un primer momento, se trataba de un asunto de faldas. La protagonista era una prostituta ucraniana de apenas dieciocho años que durante el juicio indudablemente sacaría a la luz la parte más sórdida de la personalidad de Mario. Ninguno lo comentó, pero en las pausas de la conversación latía la preocupación por si el hermanísimo habría esperado a la mayoría de edad de ella y, sobre todo, por si habría sido lo bastante discreto sobre sus negocios. De quien Luis no sabía nada era de Tim, y a ella tampoco la había llamado. Al final le contó cómo quería que le entregara los extractos a Paco y le pidió que, aprovechando la entrada en el bufete, rescatara los dossiers que podían comprometerles de su despacho.
Ahora, de vuelta a Puigcerdà, Kate tenía la sensación de estar de nuevo ante un gigante, agotada después de haber vencido al primero. Porque, a pesar de haber arreglado el asunto de las transacciones, lo que pudiese destapar esa nueva actriz en el escenario del caso Mendes era algo desconocido que los dejaba nuevamente expuestos.