126

Comisaría de Puigcerdà

Por lo menos se había desahogado. Ahora, si jugaba bien sus cartas, aún podía conseguir que se retractasen y archivasen definitivamente la causa. Lo había visto alguna vez, pocas, pero no era imposible. Apretó con fuerza la caja que llevaba en el bolso, y entró en el aparcamiento con la tarjeta del parking en la mano.

Sacar el coche le salió por un ojo de la cara. Visto lo visto y con la que estaba cayendo en el bufete, y en la finca, tendría que plantearse no desperdiciar los más de veinte euros que cada día le costaba el parking. Bajó por la rotonda y entró en el aparcamiento de la comisaría. Kate notaba el corazón acelerado, la última vez que había estado allí fue para recoger a Dana después de aquel interrogatorio que ya debía haberla puesto sobre aviso. Qué idiota había sido confiándose. Aparcó el A3 en una de las plazas para visitantes y revisó la BlackBerry antes de salir. Luis había cumplido, le confirmaba que estaría en La Seu a la hora prevista y le mandaba un correo en el que la advertía de que Tim tenía los datos pero quería hablar con ella antes de ponerse a trabajar. Kate repitió el número en voz alta para memorizarlo y marcó.

Se entendieron a la primera y colgó convencida de que Tim no necesitaría más de un par de horas para averiguarlo todo de Manel Bernat. Por unos instantes recuperó la sensación de control a la que estaba acostumbrada antes de recibir la llamada de Dana la semana anterior. Bajó del coche, se puso la chaqueta y al colgarse el bolso en el hombro notó en las costillas el borde de la caja. Sin quitarse la chaqueta volvió a entrar en el coche y cerró la puerta. Comprobó con un vistazo que estaba sola en el aparcamiento, que nadie la observaba, y extrajo la caja. Luego la abrió.

Puso los retratos de Rosalía, Marian y Manel, que estaban encima de todo, sobre la caja y las fotografió una a una con la BlackBerry. Luego vació uno de los sobres, metió dentro las fotos de Rosalía y lo guardó en la guantera.

Cuando entró en la comisaría, Montserrat la recibió algo nerviosa. Seguro que el sargento había llamado para avisarla de que parase el golpe. De acuerdo, pero eso no les ahorraría el marrón que iba a montarles, en cuanto todo saliese a la luz, por haber imputado a una inocente.

Montserrat le abría la puerta de acceso a los despachos cuando la pantalla de la BlackBerry se iluminó. Kate levantó un dedo para pedirle un segundo a la secretaria y salió fuera a contestar.

—Hola, ¿va todo bien?

—…

—No me lo puedo creer. Bueno, dile que a la hora que venga estaré ahí para pagarle. No es momento de cambiar de proveedores. ¿Sabes cuánto se le adeuda?

—…

—Ah, de acuerdo. De todos modos, tengo que pasar por la finca y luego ir al banco, así que no habrá ningún problema. Chico…, ¿de veras necesitamos ese forraje?

—…

—Entonces dile que estaré ahí a las once, que no venga antes ni después porque me habré ido y no cobrará. Tampoco vamos a ponérselo tan fácil.

—…

—No te he comentado nada, pero gracias. Lamento que tengas que lidiar con esto, pero por ahora es lo que hay. Mañana intentaré poner al día las cuentas de la finca para que no vuelva a ocurrir.

—…

—Vale, nos vemos allí.

Cuando colgó, Kate necesitó respirar hondo varias veces antes de volver a marcar. Era el peor momento para vender, pero esperaba que el dinero de las acciones bastase para poner la finca al día y no tener que andar apagando incendios, como parecía que había estado haciendo Dana. Se dio la vuelta y entró en el edificio.

Montserrat la recibió como una polilla a la luz. Le hizo una seña para que la siguiese, pero, de improviso, una de las puertas se abrió para dejar paso a la madrastra del castillo. Por lo menos ésa fue la impresión que tuvo Kate cuando vio la melena roja de la comisaria en el marco de la puerta.

—Abogada, la he visto llegar y me va de perlas porque quería hablar con usted. Pase a mi despacho, quiero comentarle algo sobre el accidente de su amiga.

—Sólo he venido a entregarle unos documentos al sargento Silva, no puedo entretenerme.

—Montserrat, ¿no está hoy Silva en Barcelona?

Montserrat asintió para negarlo un instante después. Kate la miraba sin comprender.

—Me ha llamado para decirme que ahora venía. Creo que irá por la tarde.

—Pues entonces le esperaremos juntas, yo también quiero verle.

Kate miró a Montserrat y entró en el despacho de la comisaria.