Habitación 202, hospital de Puigcerdà
Desde luego, se merecía esos ojos hinchados por cotilla. Tras salir de la ducha, Kate se secó con la toalla del hospital y se estudió en el espejo. Hacía varios días que la piel había dejado de molestarla, las ronchas casi habían desaparecido y no le picaba ni siquiera después de secarse. Se acercó la toalla húmeda a la cara y el olor del algodón la trasladó al hotel Arts. Su vida últimamente parecía estar llena de contrastes inesperados. Sobre la repisa de plástico estaba el pequeño neceser que había traído para el fin de semana. Lo miró y luego fijó la vista en el espejo. Dos semanas en el valle y ya no llevaba ni secador… Se quedó mirando la imagen que le devolvía el espejo. El pelo se le ondulaba cada día más, y si no ponía remedio pronto volvería a parecer la adolescente rebelde de los noventa y empezaría a oír Catalinas por la calle. Pero preocuparse sin hacer nada era absurdo. Necesitaba volver a la finca a por un secador y recuperar su aspecto. Parecía increíble que sólo llevasen tres días en el hospital. Ese entrar y salir del edificio, la incertidumbre de lo que ocurriría con Dana, las emociones, el ambiente cerrado y la temperatura asfixiante de la habitación hacían que el tiempo se diluyese y que todas las horas, y los días, se mezclasen en una especie de sucesión de escenas con su propia medida del tiempo.
Por suerte, la finca estaba en buenas manos. Se preguntó si Chico se habría instalado ya en la casona y empezó a vestirse. Las últimas bragas limpias… Necesitaba lavar la ropa con urgencia o ir de compras. Miró el dosificador de jabón y chasqueó de nuevo la lengua. Antes muerta que convertir el lavabo de la habitación en uno de esos tendederos en los que cualquier visita contempla la ropa interior secándose en la barra de la ducha… Acabó de vestirse y dudó si volver a recogerse el pelo en una coleta, pero al final lo sujetó con una pinza. Se extendió la crema hidratante y una base de color. Lo metió todo en el estuche y cerró la cremallera. Sobre la repisa del lavabo también estaban la BlackBerry, conectada al cargador, y el móvil de Dana, que Kate rehuyó. Cuando despertase, tarde o temprano se acordaría. Y entonces vio que la pantalla de su teléfono se iluminaba.
—Sí…
—…
—Claro, estamos charlando desde las siete.
—…
—No, hombre, no. Por cierto, tengo que ir a la finca un par de horas. ¿Cuándo te va bien relevarme?
—…
—Pues que no lleguéis muy tarde. ¿Te ha dicho el abuelo si se quedará toda la mañana?
—…
—Con eso tengo bastante. Si puedo irme pronto, a mediodía estaré de vuelta.
—…
—Ni hablar, y no vuelvas a aprovecharte de las enfermeras. Ayer Lía casi llega tarde al turno. Tienes mucha cara…
—…
—Ya, pero desde ayer está avisada, así que no gastes energías.
—…
—Sólo verdades.
—…
—Ya te gustaría. Venga, no tardéis.
Salió a la habitación y miró hacia la cama sin demasiada esperanza. Bueno, por lo menos sabía que despertaría; lo había dicho Lía y se fiaba de ella. Se acercó a la ventana y buscó el amanecer oculto tras nubarrones oscuros como el hollín. Algunas ventanas de los edificios de la plaza brillaban como luceros en la oscuridad. El invierno estaba a punto de llegar. Kate pensó en la finca Prats, en Dana y en cómo iba a ser capaz de apañárselas sola. En cómo iban a cambiar sus vidas por una llamada inoportuna… Casi las ocho. Necesitaba llamar a Luis, seguro que el friki de los ordenadores con el que había salido podía ayudarles a encontrar a Manel Bernat. Tim, ése era su nombre. Marcó el número del móvil de Luis y esperó de pie con la vista fija en la tira de luces blancas que colgaba de la torre. Escuchó el mensaje de la operadora y colgó. Se habría equivocado. Buscó en la libreta de direcciones y marcó de nuevo, con idéntico resultado. Pero ¿qué narices? Miró la hora en la pantalla y llamó a la centralita del bufete.
Cuando colgó dos minutos más tarde, estaba furiosa. Buscó el teléfono particular de Luis y llamó. Mientras esperaba notó cómo se le llenaba la boca de un sabor amargo. No se lo podía creer.
—…
—Pero ¿se puede saber qué has hecho?
—…
—¿Sólo por eso? ¿Sin más explicaciones?
—…
Kate respiró hondo.
—De acuerdo, sólo será temporal, así que ponte las pilas. Necesito que averigües todo lo que puedas sobre Manel Bernat. Cuelgo y te mando una foto suya, pero de momento te paso la fecha de nacimiento.
—…
—Pues espabila, el mundo no se acaba en el bufete. De momento llama a ese amigo tuyo, Tim, y dale los datos.
—…
—No me vengas con tonterías, que no estoy para bromas. El despido es temporal, cuando vuelva lo resolveremos. Y no vayas de llorona, que no te pega nada.
—…
—Pues créetelo, eso es lo que he dicho.
—…
—Eso quería, a ver si espabilas.
—…
—Pues arréglatelas con él. Si hace falta pídele disculpas, que algo harías para que quedaseis tan mal.
—…
—Lo siento, cuando cortes con el próximo, intenta quedar como amigos. Y no te entretengas, dentro de un par de horas necesito algo.
—…
—¡No quiero volver a oír sandeces! Ni estás en el paro ni te he dejado tirado. Sigues trabajando para mí, así que no te columpies. Cuando vuelva me ocuparé de que esto no sea más que una anécdota. Y ahora ponte manos a la obra, que sólo cuentas con un par de horas.
—…
—Por cierto, te mando una dirección en La Seu. Quiero que estés allí a la hora que especifica el e-mail. Nos vemos luego.
Cuando colgó respiró hondo varias veces hasta que consiguió hacerlo sin temblar. Despedir a Luis era lo más estúpido que le había visto hacer a Paco. Le ingresarían la indemnización en la cuenta corriente al cabo de dos semanas y ni siquiera le habían dejado entrar en el despacho. Eso era ruin y rastrero, además de mezquino. No le había preguntado por los documentos que había apartado del dossier del caso, no era necesario, pues ambos sabían que éstos estaban ahora al alcance de cualquiera. Se preguntó si correría la misma suerte cuando volviese a Barcelona. ¿Cómo podía haber cambiado tanto su vida en menos de dos semanas? Se tapó la cara con las manos y cerró los ojos, dispuesta a llorar un poco para liberar la tensión. Pero no había lágrimas, ni el más mínimo asomo de tristeza. Kate, concéntrate en lo que sientes, vamos. ¿Tienes ganas de volver atrás? Imposible, antes necesitas saber más de Manel Bernat, quién es y qué hace, y después ver cómo despierta ella y si podrá valerse por sí misma. No puedes volver sin resolver todo esto. El bufete está en tercer lugar. ¿Estás segura de que eso es así, de que no te estás dejando llevar por la intensidad de las cartas o por el miedo a que Dana te culpe del accidente? ¿Habla el sentido común o el estupor en el que te mantienen los últimos acontecimientos? Piensa, Kate, vamos, piensa.
—Siempre has sido una mandona.
Kate tragó saliva con la vista fija en las luces de la torre y se dio la vuelta. Sus ojos buscaron los de Dana. Había olvidado que los tenía cubiertos por un vendaje, pero ella no se había movido. Se preguntó si la habría engañado la imaginación y se acercó a la cama. Esta vez sí le cogió la mano y en seguida notó la presión de sus dedos.
Se dejó caer en la silla y volvió a apretársela.
—Dan…
—Mmmm…
—¿Estás bien?
Con los ojos anegados la vio enarcar levemente las cejas y asentir.
—Mmm…
Entonces sus labios se abrieron para soltar un ¿qué día es? que la dejó perpleja.
—Miércoles.
Dana frunció el ceño. Y Kate notó que estaba incómoda e intentaba moverse.
—¿Qué pasa? ¿Necesitas algo?
Tras una pausa Dana asintió.
—El banco, tienes que ir al banco. Hay un sobre… en el cajón secreto… del escritorio. Llévalo… al banco.
—Vale. Tú tranquila, en cuanto lleguen Miguel y el abuelo, iré.
Todo su cuerpo pareció relajarse. Kate le apretó la mano, pero ya no hubo respuesta.
Por primera vez fue consciente de la fragilidad de Dana, del esfuerzo que requeriría el camino y de cuánto les quedaba para volver a la normalidad. Dos golpes en la puerta disiparon sus pensamientos. Ahora debía ir a la finca y al banco mientras su abuelo se quedaba con Dana. Acababa de ver el efecto estresante que causaba en su cuerpo pensar en el dinero, y no quería verla sufrir más de lo que ya tendría que hacerlo por las secuelas del accidente. Se dio la vuelta, dispuesta a pedirle al abuelo que se quedase hasta que ella volviese, pero quien entró fue Chico.
—Hola, he venido sólo un momento a traerte esta carta. Ha llegado certificada y me ha parecido que podía ser importante.
Kate le escuchaba sin oír. Acababa de escuchar la voz de Dana y nada era más importante. Ni siquiera lo pensó.
—Me ha pedido que vaya al banco.
Él se la quedó mirando sin comprender. Kate enarcó las cejas y Chico abrió los ojos como platos.
Kate sonrió.
—Sí, se ha despertado un instante y me ha dicho que era mandona y que fuese al banco.
—¿Puedo? —preguntó señalando la cama mientras le ofrecía el sobre.
Kate cogió la carta y amplió la sonrisa.
—Claro, hombre.
Pero en cuanto vio el membrete del juzgado supo que eran malas noticias. Su ritmo cardíaco se aceleró mientras la abría y cuando sus ojos recorrieron el texto del requerimiento empezó a notar cómo se le encogía el estómago hasta que se le cerró por completo. La imagen del sargento le quemaba las tripas. El muy cínico lo había hecho, a pesar de todas las pruebas que le había dado. ¿Cómo se podía ser tan hipócrita? Había fingido ir de amiguete para luego clavarle el puñal. ¿Y la comisaria? Ésa pronto se iba a tragar la citación. Pensó en el hijo de Marian y lamentó tener que ir a por él, pero si había que elegir nadie valía más que Dana. Y, dadas las circunstancias, ya no le quedaba otra. Miró a la cama. Dana acababa de mover la mano y se le ocurrió algo. Se acercó a Chico y le hizo un gesto para que guardara silencio. Entonces le susurró a Dana al oído:
—Necesito tiempo para resolver algo, tienes que seguir durmiendo unas horas más. Nadie debe saber que estás despierta o estaremos metidas en un lío muy gordo. —Y añadió mirando a los ojos de Chico—: Dan, si me has entendido mueve la cabeza.
Ambos la miraron expectantes y el movimiento no se hizo esperar.
—De acuerdo, sigue durmiendo hasta que yo vuelva. Y, Chico, tú no te muevas hasta que lleguen Miguel o el abuelo. Y ya sabes, chitón.
Él volvió a asentir.
Tres minutos después, Kate salía del hospital con la BlackBerry pegada a la oreja y una caja metálica en el bolso, dispuesta a ponerle de vuelta y media.