Casino, Alp
En la mesa redonda, al fondo del bar, en el viejo casino de Alp, siete cabezas se volvieron a la vez cuando Santi Bernat apareció en la puerta. Hasta entonces la conversación se había centrado en el accidente acaecido el domingo anterior en el puente de la carretera de Bellver, cerca de Baltarga. La mayoría coincidía en que era una cosa cantada, algo de esperar teniendo en cuenta la afición a la bota del viejo Moutarde y que el hombre rozaba los cien. Algunos incluso opinaron que, a esas edades, nadie debería tener permiso de conducir. Mientras, Arnau Desclòs esperaba el mejor momento para intervenir. Llevaba toda la velada pensando en lo que iba a anunciar, barajando varias posibilidades sin decidirse. Cuando alguien comentó las ocasiones en las que el viejo Marcel había recibido quejas de sus vecinos por haber arado sus tierras al no percatarse de que su tractor había traspasado los límites de sus propios campos, todos rieron. Era una anécdota que definía perfectamente a Moutarde. Arnau, cansado de esperar, decidió que había llegado el momento y les aseguró que según el informe la infractora había sido la veterinaria. La afirmación los dejó a todos pensativos. Y siguieron jugando en silencio hasta que Morell aseveró que alguien tenía que ser el cabeza de turco. Todos asentían menos Desclòs, que no había entendido bien el significado de la afirmación de Morell. Cuando se disponía a preguntar, la puerta del bar se abrió para dejar paso a Santi Bernat y los gritos ahogaron las intenciones del caporal.
A partir de ese momento, todos se dedicaron a adular al joven Bernat. Le felicitaban por su nuevo estatus y le decían que, ahora que tenía una casa tan grande para él solo, debía buscarse una mujer. Bromeaban sobre si tendría frío estando tan solo en la finca y planearon una visita a la casita roja el siguiente fin de semana para ponerle en forma.
Mientras tanto, Arnau se consumía viendo pasar el tiempo sin que nadie le preguntase por sus pesquisas. Con tanta expectación como había levantado la semana anterior, no comprendía que ninguno le preguntase por el caso. Decidió que el desinterés sólo podía deberse a la presencia de Santi. Y cuando empezaban a cenar se le ocurrió mencionar que, gracias a sus contactos, había conseguido detener el segundo registro de la finca Bernat. Los siete pares de ojos se mantuvieron atentos a la respuesta de Santi. Todos masticaban en silencio. Alguno pidió más cerveza y Santi comentó, como si nada, que el sargento le había llamado esa tarde y que él le había mandado a tomar viento. Todos, menos Arnau, le rieron la gracia.