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Comisaría de Puigcerdà

Al salir del despacho de Magda, J. B. se dirigió al suyo maldiciendo al caporal. El cuerpo le pedía descargar el puño en su cara de cuervo por haberle cantado a la comisaria lo del segundo registro de la finca Bernat, pero el sentido común le susurraba con insistencia que se contuviese. La culpa era suya por no contener las ganas de joder a Desclòs.

—Sargento, tengo algo para ti —le llamó Montserrat, y sacó un sobre de debajo del mostrador.

Al ver sus iniciales en letra manuscrita, J. B. frunció el ceño.

—Es del ex comisario Salas. Lo ha traído su nieto, el carpintero.

—¿Tato?

Ella asintió y J. B. se dirigió al despacho con el sobre bajo el brazo.

Encendió el ordenador y abrió el sobre. Contenía un folio con información que ya conocía: el origen de la botella en una boutique de espirituosos de Andorra. Sin embargo, no decía nada del DNI. La nieta contaba con colaboradores mejores y más rápidos… Aun así, ¿en veinticuatro horas y sin medios? No estaba mal para un comisario de más de setenta años, nada mal.

Se quitó la cazadora, la colgó en el respaldo y se dejó caer en la butaca.

Vio que tenía varios correos pendientes de abrir. El primero era de los analistas del laboratorio, que concluían que la botella de los Herrero estaba limpia, ni rastro de digoxina. J. B. se preguntó cómo habían podido responder tan rápido y se le ocurrió que sólo podía ser cosa de Montserrat. En cualquier caso, la única botella emponzoñada era la de Jaime Bernat y eso volvía a situar el foco sobre Santi.

El segundo era la confirmación de los datos de la titular del DNI. Era prácticamente imposible que el documento oficial de una Bernat fallecida en Barcelona hacía cuarenta años hubiese ido a parar a manos de la veterinaria. Sin embargo, sí a las de algún familiar, lo que situaba a Santi y a su hermana, los únicos Bernat, de nuevo en la foto. Abrió el cajón y buscó bajo las copias de los informes para la comisaria el que había impreso con los datos de la hermana de Santi. Había algo oscuro en los Bernat. Todo el mundo coincidía en dejarlos bien, pero siempre con la boca pequeña. Excepto Desclòs, que no entendía de sutilezas y vivía anclado a servilismos y grandezas del pasado.

Intentó recordar los encuentros con Santi y cayó en que había un detalle que no habían investigado. En el segundo encuentro, la tarde del funeral, había mencionado que la veterinaria pretendía poner en su contra a los arrendatarios por haberles cedido tierras en nombre de otra persona. Puede que esa persona fuese alguien que quería mantenerse al margen, en la sombra. Además, Gilbert, el tipo de la lista de la letrada con el que había hablado, había incidido en los chanchullos que se traía Jaime con las tierras y los contratos. Puede que ese propietario en la sombra hubiese averiguado los tejemanejes de Jaime y se hubiese tomado la justicia por su mano. Necesitaría un listado de las tierras que Bernat tenía arrendadas y comprobar cuáles no eran de su propiedad. Se levantó para anotar esa tarea en la pizarra. También incluyó a los Herrero y dibujó un interrogante en la conexión que podía unir a ambas familias. Subrayó el nombre de María Antonia Bernat y anotó en una esquina un recordatorio para averiguar quién se había hecho cargo de sus cosas a su muerte.

¿Y el quad? Según la letrada, se encontraba en la misma finca Bernat. J. B. lo apuntó debajo del nombre de Santi. Era poco probable que él hubiese atropellado a su padre. Y, si lo había hecho, después de saber cómo le había tratado no iba a ser él quien le juzgase por acabar con tal energúmeno. Pero seguía convencido de que el gigante no era de los que tenían huevos para eso. Y lo que había estudiado en el informe del ex comisario Salas-Santalucía sobre el CRC, por el momento, tampoco arrojaba luz sobre disputas entre sus miembros. Decidió que necesitaba un Solano.

Cuando iba a abrir el primer cajón para coger uno, recordó que allí se encontraba el informe que estaba ocultando a Magda y no llegó a tocar el tirador. Se levantó y buscó en el bolsillo de la cazadora.

El siguiente correo era de la tienda de espirituosos. Silva les había pedido que le mandasen la cinta de la cámara del día del envío. Las exigencias del dueño le pusieron de malas y estuvo a punto de responder con una amenaza, pero se contuvo. Decidió pedirle a la policía andorrana que intercediese por él y, mientras les enviaba un e-mail, se preguntó por qué para la letrada todo era tan fácil.

Justo entonces su móvil se iluminó sobre la mesa y le sorprendió la cara picarona de Tania mirándole. Cerró los ojos y respiró hondo. Era la última vez que le dejaba mangonear el teléfono. Cogió el aparato y colgó. ¡Joder, que ya no tenían quince años!

Montserrat le llamó por el fijo para decirle que acababa de llegar el informe preliminar del accidente y que Desclòs acababa de entrar en el despacho de la comisaria.

—¿Sabes algo? —le preguntó J. B.

—Parece que la veterinaria se salió de la carretera y que la van a acusar de homicidio involuntario. Ya es mala suerte, la pobre…

J. B. colgó el auricular y se apoyó en el respaldo del asiento; por lo menos, mientras estuviese en coma no se iba a enterar. De repente, tuvo la necesidad de decírselo a alguien. Miguel no era buena idea. Antes de dejar hecho polvo a un colega prefería que fuese definitivo. Pero la letrada…, ella sí debía saberlo. Al fin y al cabo era su abogada. Cogió el móvil y mientras buscaba su número recibió un whatsapp: era de Tania, con una foto de la OSSA Triciclo de dos plazas en color azulón sobre un ¿cenamos?

J. B. miró la moto y mantuvo el móvil en la mano. Había que reconocer que se lo curraba. Cerró el mensaje sin responderle y buscó de nuevo el número de la letrada. Cuando iba a marcar volvió a sonar el teléfono del despacho.

—Magda está que trina y quiere verte inmediatamente. No quiero ser agorera, pero creo que se ha enterado de lo del informe.

La voz de Montserrat sonaba preocupada. Ni siquiera eran las diez y la doña ya le estaba agobiando. ¿No había dicho a las seis? Decidió que no iba a dejar que le jodiera el día.

—OK, voy para allá.

J. B. cogió la copia del informe de tóxicos que le había entregado Gloria la noche anterior y el de las huellas del bastón. Estaba dispuesto a esquivar a la comisaria tanto como pudiese. A la vuelta ya se pondría en contacto con la letrada por lo del accidente.

De camino al despacho de Magda le pidió ayuda a Montserrat para recopilar más datos sobre María Antonia Bernat y las propiedades de la familia. Ella arrancó uno de los papeles del bloc de notas y escribió una dirección en él.

—Ahí encontrarás a la hermana de mi suegra. Es de Das y lo sabe todo. Ahora la llamo y le digo que irás para allá.

—Te debo una —respondió J. B., y dejó en el mostrador los dos sobres que llevaba—. Guárdame esto hasta que te llame. Volveré antes de las seis.