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Comisaría de Puigcerdà

—Claro, Vicente, cuenta con ello.

—…

—Hasta mañana.

El comportamiento del maldito sargento pasaba ya de castaño oscuro. Cuando le tuviese delante se le iba a caer el pelo. Ya no iba a esperar más, porque llevaba demasiado tiempo dándole largas al alcalde y no podía presentarse en la cena del miércoles con las manos vacías. Cerró los ojos y cogió aire. En realidad, no le necesitaba. ¿Cuándo había precisado ella la ayuda de alguien para conseguir información? Magda descolgó el teléfono.

—¿Ha llegado ya el informe del laboratorio que te pedí, el del bastón de Jaime Bernat?

—…

—Bien, ponme con ellos.

—…

—Entonces, en cuanto acabes. Pero a y media tengo que salir y lo quiero resuelto. Date prisa.

Cuando colgó el teléfono miró la hora. Había quedado a las diez en el hotelito y ya eran más de las ocho, pero quería pasar por casa para ducharse y ponerse algo sexy bajo la ropa. Repasó mentalmente sus últimas adquisiciones de Lise Charmel y se decidió por el body negro con las cintas de satén doradas. Una chuchería entera daba menos juego, pero le sentaría mejor después de las cenas y comidas de los últimos días. Quedaba pendiente decidir si se pondría liguero. Sabía que a Hans le gustaba especialmente el de las gomas de Swarovsky. De hecho, aún recordaba su expresión cuando lo había visto por primera vez. Se estremeció al pensar en cómo se lo había quitado y, cuando empezó a notar el efecto entre las piernas, se forzó a centrar su atención en algo menos goloso. Y sin desearlo, sin una razón, la veterinaria acudió a su mente y Magda volvió a marcar el número de centralita.

Dada la situación, estar en coma era lo mejor que podía pasarle. A ella y a todos. Además, Desclòs le había dicho que al cabo de un par de días tendrían el atestado del accidente y se sabría quién cargaba con el muerto; con los dos, de hecho. Ciertamente, puede que no despertar del coma fuese lo mejor para ella. Desde luego, para el caso sí lo era.