Habitación 202, hospital de Puigcerdà
Algo cálido y húmedo le rozaba la cara. Estaba sumida en un estado de semiinconsciencia en el que apenas notaba su cuerpo, aunque sabía que estaba tumbada porque no notaba peso en los pies y tenía la cabeza apoyada. Intentó abrir los ojos, pero los párpados le pesaban demasiado y notaba algo áspero al intentar mover el ojo de izquierda a derecha. No había dolor, tampoco frío o calor, ni siquiera olores que pudiese identificar. Volvió a dejarse vencer por la inconsciencia. Pero, entonces, algo suave le rozó de nuevo la mejilla y quiso esforzarse por saber. Intentó abrir la boca pero no pudo, como tampoco fue capaz de mover las manos. Cansada, volvió a abandonarse al sueño.
Cuando volvió a ser consciente, algo le presionaba la mano. No estaba sola. Alguien la sujetaba fuerte y notó que tenía los ojos cubiertos por algo blando. Intentó abrir la boca, pero sus músculos no respondían a las órdenes. ¿Estaba muerta? Esa idea la despertó. Debía buscar a la abuela. De repente, empezó a notar cómo se acaloraba, pero no fue capaz de mover un músculo. Los sentidos. Debía centrarse en los sentidos. O puede que sus músculos no obedeciesen porque ya no los tenía… Entonces, ¿qué era?, ¿en qué se había convertido? ¿En un espíritu?
De nuevo notó esa humedad cálida en la mejilla. Era ella, puede que ella estuviese intentando despertarla en el más allá. Háblame, dime algo, abuela. Dime lo que debo hacer. Y de pronto oyó el susurro. La voz que le hablaba era la que calentaba de forma intermitente la cara, la parte de la cara que estaba al descubierto.
—Tengo que irme, lo siento, volveré mañana. Te hablaré cada día hasta que despiertes. La finca va bien, yo me ocupo. Descansa. Mañana volveré.
Entonces fue cuando lo notó. El contacto cálido, húmedo y blando que se hundía en su mejilla para dejarla luego al descubierto. ¿Quién era?
Entonces, no estaba muerta…
Esa idea la hundió en el desánimo. Nada de lo que la acechaba, ninguno de sus problemas, había desaparecido. No había escapado y ni siquiera sabía dónde estaba.
Lo último que recordaba era la casona, el despacho, lo que había escondido en la mesa. Ya no tenía los sementales. Sólo quedaba de ellos un sobre escondido en la mesa. Notó el hormigueo, preludio de las lágrimas, y cientos de agujas que le perforaban los ojos. Cálmate. Pero el banco, el proveedor del forraje, todos sus problemas seguían allí. El dolor en los ojos era insoportable y quiso moverse, pero no lo consiguió. Intentó volver a la inconsciencia, abandonarse y flotar en la nube, pero ya no pudo. La certeza de lo que acababa de perder la mantuvo consciente, cada vez más consciente.
No sabía cuánto tiempo había pasado cuando volvió a notar que alguien le cogía la mano. De nuevo la misma voz, un susurro cada vez más claro, un sonido cada vez más nítido. Le pareció que conseguía tragar saliva. Pero no podía estar segura de nada…
—Yo te protegeré. No dejaré que se te acerque. Y nadie sabrá que volviste a la era, de noche. No me importa lo que buscases, tu secreto está a salvo conmigo.
Entonces comprendió la terrible realidad: era Chico.
Y eso la hacía permanecer allí, atrapada en la vida, con sus deudas, sin sus caballos. De pronto, su mente empezó a caminar más de prisa y cambió de objetivo. Pensó en Kate: ella no estaba. Una presión extraña y persistente en el pecho al pensar en ella le hizo recordar la discusión. Tampoco contaba con eso. Puede que si se esforzaba consiguiese morir. Desaparecer. Intentó cerrar los ojos con fuerza y concentrarse en ello, pero el escozor era insoportable.
Eso no es propio de una Prats.
Visualizó a la abuela.
Nosotras luchamos, hasta el final.
¿Y acaso no es esto el final? ¿Es que no te das cuenta de que ya no hay nada por lo que luchar? ¿Qué se supone que voy a hacer cuando el banco o los Bernat se queden con la finca? Eso no debe pasar. Ya, pero resulta que tengo el hacha sobre el cogote desde hace meses y ya no puedo más. Como una niña mimada, así es como te estás comportando, Dana. Y no vas a morirte, estás lejos de eso, espabila.
Intentó moverse, pero su cuerpo era un bloque de hormigón y contuvo el impulso de llorar. Entonces probó a presionar la mano que sujetaba la suya, se esforzó y se concentró en ello para que él notase que estaba allí. Luego esperó atenta una reacción. Nada. Lo intentó varias veces, muchas, siempre esperando una señal, algo, lo que fuese. Hasta que el cansancio la venció. Otra vez.