Al día siguiente, recibo una llamada en el móvil estando en la cafetería. Por un momento, pienso que podría ser Malone. Pero no. Claro que no es Malone. Él no tiene mi número de teléfono.
—Maggie, hola, soy yo, Doug —me dicen al otro lado de la línea.
¿Doug? ¡Ah, Doug!
—Hola —contesto.
—Escucha, siento mucho lo de ayer por la noche —se disculpa. Se produce una pausa. Espero sentirme mal, pero no siento nada—. Me entró miedo en el último momento —me explica con la voz cargada de tristeza—. Maggie, creo que todavía no estoy preparado para salir con otra mujer.
—No te preocupes —contesto.
Le cobro a Stuart y me aparto el teléfono de la mejilla.
—¿Te ha gustado el desayuno de hoy, Stuart?
—Sí, perfecto —me tiende la papeleta rellena, le guiño el ojo y reanudo la conversación—. No te preocupes, Doug. No pasa nada.
—Claro que pasa. Me acobardé y ni siquiera fui capaz de llamarte. Me siento fatal —reconoce. Creo que está llorando.
Entra un grupo de chicas del instituto envuelto en una nube de risas.
—Sentaos donde queráis, chicas —les digo—. Doug, espera un momento —dejo el teléfono en el armario que me sirve de oficina y me encierro dentro—. Hola, lo siento, estoy en la cafetería. Pero ahora ya puedo hablar.
—Ya estaba preparado para ir a conocerte —me confiesa con voz atragantada—. Ya estaba en el coche, pero no fui capaz. Me pareces la persona más amable que…
—Escucha, Doug —le interrumpo con delicadeza—. No pasa nada. Si quieres que te diga la verdad, me encontré con un amigo y pasé una velada magnífica.
Era un poco exagerado, pero contar toda la verdad era demasiado complicado en ese momento.
—¿De verdad? —pregunta Doug esperanzado.
—Sí, de verdad.
Oigo a Georgie haciendo su espectacular entrada, Octavio canturrea para sí.
—Da la sensación de que todavía no estás preparado para salir con nadie, y me parece bien. Cuando llegue el momento de hacerlo, lo sabrás.
Doug permanece en silencio y me doy cuenta entonces de que está llorando.
—¿Tú crees? —contesta con voz llorosa, confirmando así mis sospechas.
—Claro que sí, Doug —me interrumpo—. Por lo que me has contado, tu mujer debía de ser una gran persona. Te llevará algún tiempo querer estar con alguien.
—Creo que eres la persona más buena que he conocido nunca —dice Doug con una risa llorosa.
—Si alguna vez te apetece que salgamos juntos como amigos, aceptaría encantada —me ofrezco.
Me pregunto si sería tan generosa en el caso de que Malone no me hubiera dado otra cosa en la que pensar ayer por la noche.
Ayer por la noche… Estuve despierta en la cama durante más de una hora, pensando en lo raros que somos los seres humanos. Normalmente, cuando alguien se siente atraído por otra persona, aparecen señales. Pero no ha sido así en el caso de Malone. De hecho, creo que me habría apostado hasta el último dólar a que para él habían sido una tortura todos y cada uno de los minutos de la cena. A que no le gustaba nada, sobre todo después del comentario tan desagradable que hice sobre él en el bar.
El padre Tim llega a las ocho y media, justo después de la misa.
—Maggie, quiero oír todos los detalles —me dice, frotándose las manos con entusiasmo—. Ah, y hoy desayunaré unos huevos con beicon normal, no lo quiero ahumado, ¿de acuerdo?
—Claro. ¡Un especial, padre Tim! —sonrío, le sirvo café y me dirijo a la cocina para pedir el plato.
Cuando salgo, Chantal se está sentando enfrente de mi sacerdote. Cualquier hombre, sea cual sea su profesión, es una posible presa para Chantal.
—Hola, Chantal —la saludo.
—Hola, Maggie, ¿alguna novedad? —ronronea.
Siento que me sonrojo al oír la pregunta. Chantal se entera de todo. ¿Nos vería alguien a Malone y a mí ayer por la noche? ¿Habría alguien de Gideon’s Cove en el restaurante? ¿Nos habrán visto besarnos? No sé si me llamará para invitarme a salir… ¿Por qué iba a besarme, y me basta pensar en ello para ponerme nerviosa, si no quiere volver a verme?
—Se está sonrojando —observa el padre Tim—. La de anoche tuvo que ser una cita interesante.
—¿Cita? ¿Qué cita? —pregunta Chantal.
No, gracias a Dios, no sabe nada.
—Bueno, en realidad, siento tener que decir que Doug no está preparado para tener una relación —contesto. Pero mientras lo hago, me entretengo llenando las jarritas para la crema detrás del mostrador—. Continúa llorando a su esposa.
—En eso le comprendo —musita Chantal.
Elevo los ojos al cielo, pero el padre Tim se deja engañar y le palmea la mano.
—Pobrecilla —dice.
Chantal suspira hondo, alzando exageradamente sus senos bajo la camisa de pronunciado escote. La expresión compasiva del padre Tim no cambia y no baja la mirada ni un milímetro. Este hombre es un santo.
A la hora del almuerzo, suena la campanilla de la puerta. Alzo la mirada y veo entrar a mi hermana con Violet y con mis padres.
—¡Buenos días! —me saluda Christy.
—Ta-ta —dice Violet, alargando su manita regordeta hacia mí para que le dé un beso.
—Eso significa, «te quiero, tía Mags» —traduce Christy mientras le quita a Violet el abrigo rosa.
Mis padres también se quitan los abrigos y caminan todos, uno tras otro, cual familia de pingüinos, hacia la barra. Por alguna razón, ningún miembro de la familia se sienta nunca en las mesas.
—¿Cómo fue la cita de anoche? —pregunta mi madre sin preámbulos—. ¿Conociste por fin a alguien que tenga algún potencial?
—Fue bien —contesto. Siento que el calor vuelve a ascender por mi cuello—. Doug es encantador, pero todavía no está preparado para mantener una relación. Su mujer murió hace dos años.
Ya está. No he dicho ninguna mentira. La imagen de la casi imperceptible sonrisa de Malone me provoca un calambre en el abdomen.
—De todas formas, debería empezar a salir —dice mi madre, molesta porque su hija va a continuar soltera—. «Agua pasada no mueve comino».
—Bien dicho, mamá —dice Christy.
Nuestro padre sonríe con la mirada clavada en la taza del café. Mi madre siempre confunde los refranes.
—¡No te rías! Maggie ya no es ninguna jovencita. Como siga pasando el tiempo, Maggie, tendrás problemas para quedarte embarazada, y entonces, ¿qué piensas hacer?
La miro fijamente, estupefacta ante el hecho de que la misma mujer que me albergó en su vientre pueda ser tan cruel.
—¡Mamá, por Dios! —exclama Christy.
—No estoy diciendo ninguna mentira —replica ella.
—Conocerás a alguien cuando llegue el momento de hacerlo, no te preocupes —interviene mi padre, en un raro gesto de desafío a la opinión materna. Me palmea la mano. Mi madre suelta un bufido.
—Eh, papá, ¿sabes con quién me encontré ayer por la noche? —pregunto, agradeciendo la oportunidad de cambiar de tema—. ¿Conoces a Malone? ¿Al pescador de langostas?
Mi padre permanece en blanco hasta que Christy le recuerda:
—Sí, papá, el que tiene la barca al lado de la de Jonah.
—¡Ah, sí! ¿Ese chico de pelo negro tan callado?
Patológicamente callado, sí.
—Sí, ¿le tuviste de alumno?
Mi padre enseñó Biología durante treinta años y conoce a todos los que han estudiado en Gideon’s Cove.
—Claro, creo que llegó en medio del curso, ¿por qué lo preguntas, cariño?
—Solo quería saber cómo se llamaba en realidad. No quiso decírmelo.
Comprendo que me he equivocado al aportar esa información cuando veo que Christy arquea las cejas. Nadie más lo ha notado.
—Umm. Veamos… Malone. Un chico delgado, alto… al final no resultó ser un mal estudiante, pero al principio iba con cierto retraso. Creo que tenía problemas en casa, si quieres que te diga la verdad. ¿Podía llamarse Michael? No, no, Michael no. Estaba pensando en el hijo de los Barone. Creo que tenía un nombre irlandés. ¿Liam? No, tampoco. Brendan. Sí, se llamaba Brendan Malone. Espera, no, ese era Brendan Riley… Um —mi padre piensa un momento y se encoge de hombros—. Lo siento, cariño. Por lo que yo recuerdo, todo el mundo le llamaba Malone.
—No importa, era simple curiosidad.
Christy me mira pensativa y yo me vuelvo para servirle a Ben, que está también en la barra. Judy está haciendo un crucigrama.
Nuestra madre se ofrece a llevarse a Violet durante toda la tarde con la excusa de que nunca ve a su única nieta. Lo dice dirigiendo una mirada elocuente a la hija que todavía no ha sido capaz de reproducirse. Ignora el hecho de que ve a Violet cada día. En cuanto nos quedamos solas, Christy ataca.
—¿A qué viene ese repentino interés en Malone? —pregunta mientras finge ayudarme a cargar el coche con la comida que tengo que repartir.
—¡Oh! Es solo que nos encontramos ayer por la noche —contestó, fingiendo despreocupación.
—Ah, ¿y? —insiste.
Maldigo la conexión que hay entre las gemelas. Christy me conoce demasiado bien.
—Muy bien, te lo cuento, pero no puedes decírselo a nadie.
Sabiendo que no dirá nada, le cuento todo lo ocurrido ayer por la noche: el encuentro con Skip, con Annabelle y con Malone. Pero, por alguna razón, me reservo el final.
—Me llevó a casa. Jonah me ha llevado esta mañana a buscar el coche, pero, a diferencia de mi otra hermana, no ha hecho ninguna pregunta indiscreta.
—Me parece un gesto de lo más amable el que se haya hecho pasar por tu cita.
—Sí… —musito—. Escucha, tengo que irme, ¿quieres venir conmigo? Me encantaría teneros a Colonel y a ti.
—Doble placer, doble diversión —contesta mi hermana—. Sí, me voy contigo.
Y resulta realmente divertido. Las catorce personas a las que llevo la comida se muestran encantadas cada vez que nos ven a Colonel y a mí, y al encontrarse con una persona idéntica a mí, casi se derriten de alegría. Les llevo la comida, a uno le ayudo a ordenar su casa, a otro le reviso una receta del médico, charlo con los clientes y dejo que mimen a mi mascota. Invito a Christy a enseñar las fotografías de Violet y veo las tiernas sonrisas que se dibujan en esos ancianos rostros al ver a mi sobrina.
—Podría ser tuya —dice la señora Banack mientras me devuelve la fotografía.
—Es verdad. Pero la quiero tanto como si lo fuera.
Terminamos la ruta y nos dirigimos a casa.
—Así que sigues sin novio —dice Christy mientras vamos hacia allí. No comento nada—. ¿Alguna idea?
—La verdad es que no —contesto, mirando por el espejo retrovisor—. Creo que, de momento, voy a descansar durante una temporada. Este mes he tenido cuatro citas y ninguna ha funcionado particularmente bien.
—¿Estás segura? Ya sabes lo que dice mamá, «el ocio es fuente de pecado» —dice Christy sombría.
Me echo a reír, pero en el fondo de mi mente, continúo recordando el beso de Malone.
Cuando llego a casa después de haber dejado a Christy en la suya, miro hacia el contestador, esperando ver la luz parpadeando. Ningún parpadeo. Malone no me ha llamado.
Tampoco me llama esa noche. Al día siguiente es domingo, y mientras recorro la cafetería sirviendo y despejando mesas, tengo constantemente a Malone en la cabeza. ¿Por qué no me habrá llamado? ¿Debería llamarle yo? Me estremezco al pensar en ello. Desde mi casa, no podría ver si asiente o si niega con la cabeza, y como esa parece ser su principal forma de comunicación, la conversación no serviría de mucho.
«No es que me guste», me digo a mí misma. Porque la verdad es que es un completo desconocido. Casi. Me gustó besarle, sí. Al pensar en ello, siento un nudo en el estómago y un cosquilleo en las rodillas. El aperitivo de después de la misa se alarga su tiempo y cuando por fin termino con los desayunos, comienza a venir la gente a comer. Al final, alrededor de las dos, se van por fin todos mis clientes. Limpio a una velocidad inusual y opto por no pasar la máquina con la que limpio el suelo. Creo que iré a dar un paseo por el muelle. Quiero ver lo que está haciendo mi hermano, ver como está.
El bote de Jonah está justo en el muelle, no está amarrado en su lugar habitual, algo que me conviene. Lo que ya no me conviene tanto es que el bote de Malone no está, así que tendré que quedarme un rato hablando con mi hermanito.
—¡Eh, Jonah! —le llamo.
La marea está baja, así que el muelle está seis metros más bajo de lo que estará dentro de seis horas. Las mareas en esta parte de Maine son muy extremas y la plancha de madera por la que se accede a las embarcaciones muy inclinada. El olor a pescado y a sal me da la bienvenida mientras bajo con cuidado hacia el bote de Jonah, al que llama La Amenaza de las Gemelas, en honor a sus adoradas hermanas mayores. No veo a mi hermano por ninguna parte.
—¡Eh, Joe! —grito.
—¡Maggie! —responde.
Sube desde la bodega y cierra la puerta tras él.
—¿Qué estás haciendo aquí?
—Nada en particular. ¿Da su permiso para abordar?
—Eh, en realidad no. Estaba a punto de irme. Lo siento.
Mierda.
—¿Cómo es que la mayor parte de la gente sale en domingo? —pregunto.
La verdad es que nunca me había fijado en los horarios de los pescadores de langosta. En esta zona es algo tan constante y familiar que es como un ruido de fondo. Que yo sepa, durante el verano, está prohibido recoger las trampas, pero sobre lo que ocurre fuera de temporada, no tengo ni idea.
—Qué va. Supongo que la mayor parte se queda en tierra —mira hacia la popa del barco.
—Pero algunos salen —insisto.
—Sí.
—¿Y sobre qué hora regresan? —miro con indiferencia sobre la barandilla del barco y veo un banco de percas blancas.
—No sé.
Suspiro. Al parecer, Malone está contagiando a Jonah. Normalmente mi hermano no para de hablar. Es como yo, supongo. Vuelvo a intentarlo.
—Entonces, ¿pueden volver a cualquier hora?
—Maggie, acabo de decirte que no lo sé. ¿Qué te pasa?
—Nada. Solo quería hablar un rato contigo.
—Bueno, pues yo tengo que terminar de atracar, y después me voy —responde—. Hasta luego.
Al ver que no me muevo, frunce el ceño.
—¿Quieres algo más?
—Yo… no. Lo siento. Que tengas un buen día.
Asiente, pone el motor en marcha y aleja la embarcación del muelle. Después, desaparece de nuevo en la bodega, ocupado con lo que quiera que tenga que hacer allí.
Evidentemente, tengo que marcharme. No puedo seguir aquí cuando regrese Malone porque parecería demasiado desesperada. «Hola, Malone. Estaba esperándote. ¿Cómo ha ido el día? ¿Quieres besarme otra vez?». Hago una mueca y decido, sabiamente, volver a casa.