33

Pasamos el resto del día convertidos en el principal entretenimiento del pueblo. ¡Ah, los Beaumont, siempre dispuestos a dar motivos de diversión! Jonah resplandece de orgullo, Chantal eleva los ojos al cielo constantemente, pero la tristeza que la acompañaba últimamente ha desaparecido. Parece feliz. No sé si durará durante mucho tiempo con Jonah, pero bueno, cualquier cosa es posible.

—Otro nieto, mamá —comento mientras nos sentamos en una de las mesas de la zona de picnic.

—Sí —suspira.

—¿Estás enfadada? —pregunto vacilante—. Sé que Jonah es tu hijo favorito…

—Oh, Maggie, no seas tonta. Las madres no tienen favoritos. Algún día lo sabrás por ti misma —me palmea el brazo—. No estoy enfadada. Es la vida de Jonah. Espero que todo salga bien, pero en realidad, eso no es asunto mío, ¿verdad?

—Supongo que no —musito en respuesta.

—He llegado a una etapa de la vida, Maggie, en la que por fin me he dado cuenta de que mis hijos harán lo que quieran hacer. Mi trabajo ya está hecho. No tengo por qué continuar controlando sus vidas, ¿verdad?

—Bueno, supongo que no, controlando nuestras vidas no. Pero nos gusta que formes parte de ellas.

Mi madre sonríe y mira el reloj.

—Bueno, creo que tengo que marcharme. Me espera un largo viaje —me da un beso en la mejilla y la abrazo—. Nos vemos la semana que viene, ¿verdad?

Hemos decidido comer juntas cada quince días, solo nosotras dos.

—Claro que sí, mamá. Estoy deseándolo.

—Yo también. A lo mejor podemos hacer algo con esas raíces cuando vengas.

Extrañamente reconfortada por el hecho de que mi madre siga siendo tan ofensiva como siempre, la despido con la mano mientras se aleja.

El fin de semana de la Bendición de la Flota ya ha terminado. Las familias se alejan en sus coches. Se pliegan las mesas de picnic y las barbacoas se apagan. Noah Grimlsley está retirando el estrado. Uno de los hijos de Octavio pasa corriendo por delante de mí, me saluda a gritos y se aleja tan rápido como un colibrí.

—He venido a despedirme de ti, Maggie.

—Padre Tim —siento que se me hace un nudo en la garganta.

—Me marcho mañana a primera hora de la mañana.

—Bueno, ¿han mandado ya algún sustituto?

—El padre Daniel se encargará de todo hasta que encuentren a alguien que venga a quedarse —contesta.

—Muy bien.

El padre Daniel, ya jubilado, es el sacerdote que nos dio a Christy y a mí la primera comunión.

—Cuídate, Maggie —me dice el padre Tim, sonriendo a través de las lágrimas—. Y si alguna vez necesitas algo, en un sentido espiritual, por supuesto…

Me echo a reír y le doy una palmada en el hombro.

—Cuídese, padre Tim.

Una vez despedido el padre Tim, los festejos terminados y habiendo quedado todo recogido, me voy a la cafetería y me sirvo una taza de café. Me siento en un rincón y miro hacia la calle tranquila.

La era del padre Tim se ha terminado, tanto en el pueblo como en mi vida. Una nueva fase está a punto de empezar. De pronto, siento unas ganas sobrecogedoras de ver a Malone. Sin ser apenas consciente de lo que hago, prácticamente corro hasta el muelle. La marea está baja, la rampa para bajar al agua es muy empinada, pero el dios de los pescadores de langosta debe de haberme oído, porque Anne la Fea acaba de aparecer, no en su amarre, sino al final del muelle, como si el destino quisiera que me encontrara a Malone. Como si así tuvieran que ser las cosas. Mis pasos resuenan contra la madera.

—¿Malone? —le grito y patino sobre los tablones para detenerme.

La embarcación está firmemente atada al muelle, con la proa mirando hacia el mar. Una cabeza asoma por la cabina del timón. Pero no es la de Malone.

—Hola —me saluda.

Es su nueva ayudante. Su hija.

El parecido con Malone es inconfundible: pómulos marcados, ojos azules y rodeados de pestañas tupidas y negras, y una complexión alta y delgada. Es muy guapa, toda una belleza. ¿Cuántos años dijo Malone que tenía? ¿Diecisiete?

Fuera cual fuera la fuerza que me ha impulsado hasta aquí, flaquea en ese momento. Malone el Solitario ha dejado de serlo. A lo mejor nunca lo ha sido. Al fin y al cabo, ha estado casado, tiene una hija, una criatura adorable que está pasando el verano con él. Ya tiene su propia familia. No me necesita.

—Soy Emory —se presenta.

Se abre camino con agilidad entre las cuerdas que ocupan prácticamente toda la cubierta. Lleva unos vaqueros cortados y una camiseta, y aun así, parece recién salida de un catálogo de modelos. Los pescadores deben de estar locos por ella.

Trago saliva.

—Eh, hola, soy Maggie.

—¿Buscas a mi padre? —me pregunta con amabilidad.

No respondo. «¿Qué estoy haciendo aquí?», me pregunto a mí misma. Si Malone quisiera algo de mí, ha tenido semanas para buscarme.

Emory arquea las cejas.

—¿Quieres ver a Malone? —repite.

Y me siento cada vez más estúpida.

—Eh, sí. La verdad es que no era para nada importante… Volveré en otro momento.

—¡Malone! —grita—. ¡Alguien quiere verte, capitán!

Malone sale de la zona de almacenaje de la proa limpiándose las manos con un trapo cubierto de grasa.

—¡Ya va, ya va, grumete! —dice sonriendo.

Le tira el trapo y pasa por delante de ella. Su hija ríe contenta y se aparta de un salto.

Dios mío, parece tan feliz. Malone, el hombre de los ceños fruncidos y las arrugas, tiene todo lo que necesita para ser feliz, y yo no le hago ninguna falta. Considero brevemente la posibilidad de saltar al agua y escapar. A Jonah le ha funcionado.

Malone me ve, y la sonrisa se le congela.

—Maggie.

Tomo aire y lo suelto.

—Hola.

Malone salta de la cubierta al muelle y pone los brazos en jarras. A pesar de que su hija está mirándonos, no puedo evitar el efecto que su presencia tiene sobre mí. Noto una fuerte presión en el pecho y los ojos calientes y secos.

—¿Has conocido a Emory? —me pregunta.

—Eh, sí. Claro. Es… es preciosa.

Su rostro se suaviza cuando vuelve la cabeza para mirar a nuestro tema de conversación. Trago saliva, intentando deshacer el nudo que tengo en la garganta.

—Sí —se muestra de acuerdo—. Bueno, ¿qué querías?

—¡Oh, es…! Bueno…

Todos mis planes se han evaporado. Me meto las manos en los bolsillos para ocultar mi temblor.

—Eh… bueno, ¿sabes una cosa? Resulta que Jonah, mi hermano, es el padre del hijo de Chantal. Mi hermano acaba de enterarse y ahora están juntos, creo. O algo así. Así que ya nadie piensa que eres tú.

Su labio inferior tiene un aspecto particularmente suave en contraste con su sombra de barba. Sus irritantes pestañas descienden un segundo mientras Malone mira hacia el muelle.

—Lo sabías, ¿verdad? —le pregunto—. Lo de Jonah.

—Sí.

—Podrías habérmelo dicho, Malone —mi voz suena débil y temblorosa.

Suspira.

—Chantal no quería que te lo dijera. Yo pensaba que deberías saberlo, pero… bueno. No era a mí a quien le tocaba decírtelo.

Frunce el ceño y mira hacia su barca. Comienza a decir algo, pero aparentemente, cambia de opinión.

Cedo a mi necesidad de salir huyendo.

—¿Sabes, Malone? Tengo que marcharme. Pero me alegro de verte y todo eso. Que pases una buena noche.

Me despido de Emory con un gesto. Está rellenando una bolsa de cebo con la elegancia de un cisne.

—Adiós, encantada de conocerte —me sonríe dulcemente en respuesta y los ojos se me llenan de lágrimas.

Me vuelvo para marcharme e incluso llego a dar varios pasos antes de detenerme. Al fin y al cabo, he ido hasta allí por algún motivo.

—Escucha, Malone —digo mientras doy media vuelta—. Mira, yo solo quería que supieras que… Escucha, aunque de forma involuntaria, fui yo la que dio lugar al rumor sobre Chantal. Lo siento mucho, y siento mucho no haberte concedido el beneficio de la duda. Te merecías algo mejor.

Me obligo a no desviar la mirada. Continúa muy serio. No frunce el ceño, pero tampoco parece feliz. Solo el cielo sabe lo que está sintiendo.

—También he estado pensando en lo que dijiste —continúo con un hilo de voz—, sobre el padre Tim y yo, y que estaba matando el tiempo contigo —comienzo a parlotear una vez más—. Bueno, lo que fuera. Supongo que también quería decirte que… —tomo aire—. Malone, yo jamás he pretendido hacerte sentirte inferior. Creo que eres… bueno, no solo que no eres inferior en absoluto —trago saliva—, sino que, en realidad, eres superior.

Si Malone me hubiera ofrecido algo en ese momento, habría dicho algo más. Si hubiera sonreído, habría dado un paso hacia él. O si me hubiera dicho algo. Pero Malone no reacciona, se limita a mirarme en silencio. Al final, asiente ligeramente con la cabeza.

—Gracias —dice con voz queda.

Y eso es todo. Espero un segundo más, asiento igual que él y, dolorosamente consciente de cada uno de mis movimientos, retrocedo por el muelle.

Malone no me detiene. No me ha perdonado, y me deja marchar.

—¿A qué venía todo eso? —oigo preguntar a Emory.

Pero aunque llega hasta mí el susurro de la voz de Malone, no distingo su respuesta. Subo corriendo la pasarela porque no quiero que se den cuenta de que estoy llorando.

Durante los siguientes días, me siento un poco vacía. Al fin y al cabo, he perdido a cuatro personas que formaban parte de mi vida diaria: el padre Tim, mi madre, Colonel y Malone. Aunque algunos no llevaran mucho tiempo en mi vida, ocupaban gran parte de ella. Obviamente, mi madre forma parte de una categoría diferente, al ser ella la persona que me dio la vida y, aunque ahora mismo estamos pasando por la mejor época de nuestra relación, me resulta raro que sea haya ido.

«Gracias por todo lo que tengo», rezo mientras limpio el apartamento de la señora Kandinsky. «Me alegro de no tener cáncer, de que no hayan tenido que amputarme ningún miembro y de no ser ciega. Ni huérfana. Tengo amigos, salud, una casa y todas esas estupideces». Inmediatamente me regaño por llamarlas estupideces, pero Dios ya sabe a qué me refiero. No puede decirse que yo sea precisamente un misterio encerrado en un enigma.

—Creo que voy a dar clases de cocina —le anuncio a la señora Kandinsky mientras apago la aspiradora.

—¡Pero si ya eres una cocinera magnífica! ¡Bah! —exclama, siempre incondicional, utilizando su bastón para dar más énfasis a sus palabras.

—Bueno, gracias, señora Kandinsky, pero siempre se puede aprender algo, ¿sabe? Aprender a preparar nuevas salsas, nuevas técnicas y tonterías de ese tipo. Quiero mejorar el menú de la cafetería.

En Machias ofertan un curso de doce semanas, con dos sesiones semanales. Ya me he matriculado. «Cocina francesa con un toque diferente». Parece divertido.

—Bueno, siempre y cuando no cambies tu tarta de limón… —me advierte la señora Kandinsky—. No hay que tocar lo que ya es perfecto, Maggie.

A lo mejor en las clases conozco gente nueva. Sería agradable tener a alguien con quien salir. Estoy comenzando a pensar que salir de Gideon’s Cove de vez en cuando no es mala idea. Chantal y yo todavía nos sentimos un poco inseguras la una con la otra, pero estoy segura de que nuestra amistad sobrevivirá a su relación con Jonah. Al fin y al cabo, aunque sea mi hermano pequeño, es un hombre adulto. Teóricamente hablando, al menos.

Christy me llama un día de esta misma semana.

—Escucha, sé que la última vez fue un desastre —dice, fracasando estrepitosamente en su intento de animarme a escuchar lo que tiene que decirme a continuación—, pero Will sabe que es un hombre muy agradable, es un representante de un laboratorio que pasó por su consulta la semana pasada. ¿Puedo darle tu número de teléfono?

Suspiro, me estiro en mi lado de la cama y abrazo la almohada. Pero no hay nada que pueda sustituir a Colonel. Necesito otro perro.

—Creo que no, Christy. Por lo menos durante una temporada. Pero ya te avisaré, ¿de acuerdo?

—¿Es por Malone? —pregunta.

Le hablo entonces de mi visita al muelle.

—¡Oh, Christy! —confieso—. Ha sido una de esas cosas que no he sabido lo mucho que significaba para mí hasta que ya ha sido demasiado tarde. Qué tontería, ¿verdad? Soy una estúpida.

—No eres ninguna estúpida —me regaña—. Y es una buena experiencia de la que puedes aprender. Intenta verlo de ese modo.

—Claro que sí —contesto falsamente animada—. ¿Tú cómo te encuentras?

Christy se lanza a explicarme su cansancio y sus vómitos, después, describe el nuevo incisivo de Violet con emocionado detalle.

—¿Sigues pensando en salir mañana? Es el día que me quedo con Violet.

—Solo si tú quieres —responde Christy.

—Claro que quiero.