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—Estoy harta de ser tan ridícula, Christy —le digo a mi hermana mientras paseamos al día siguiente por la playa.

Llevo a Violet sentada en una mochila a mi espalda y balbucea feliz.

—No eres ridícula —me tranquiliza Christy—. Solo sacaste una conclusión equivocada. Podría haberle ocurrido a cualquiera.

Eso es lo mejor de tener una gemela idéntica. La lealtad. Sonrío agradecida. Delante de nosotros un grupo de frailecillos sale volando cuando nos acercamos.

—¡Papao! —grita mi sobrina—. ¡Papao!

Christy se queda boquiabierta.

—¡Eso es, Violet, un pájaro!

—¡A-a! ¡Papao!

—Qué lista es —le digo a mi hermana.

Violet me tira bruscamente del pelo, obligándome a echar la cabeza hacia atrás.

—No, Violet —le regaña Christy intentando abrirle el puño—. No tires del pelo.

El viento es frío y húmedo, las nubes crecen hacia el este. El pronóstico del tiempo ha anunciado lluvias. Las gaviotas vuelan sobre nosotras y las olas rompen en la orilla.

—¿Qué le pasa últimamente a Jonah? —pregunta Christy.

—No lo sé, pero está muy triste. No es normal en él.

—¿Problemas sentimentales?

—A lo mejor —contesto—. Hace unos días le vi con una joven muy atractiva. Se estaban besando, pero no me ha dicho nada, así que la verdad es que no lo sé.

—¿Y tú? —pregunta Christy mientras se agacha a recoger un pedazo de cristal pulido por la arena—. ¿Cómo va tu vida amorosa?

Suspiro.

—Creo que voy a permanecer tranquila durante una temporada. No quiero seguir obsesionándome con las citas. Ya llegará alguien en algún momento. Y si no…

—¿Y si no, qué?

—Y si no, estoy bien como estoy —respondo con una sonrisa—. No se puede tener todo, a no ser que uno se llame Christine Margaret Beaumont Jones.

Es verdad. Me ha costado, pero últimamente me siento bastante feliz. Me he quitado de encima el peso del padre Tim. Tanto mi enamoramiento como mis temores han desaparecido para siempre. No tengo que sentirme culpable por desear a un sacerdote, ni perder el tiempo imaginándonos juntos. Me siento limpia, de alguna manera. Más vacía, más ligera. Como mi apartamento.

Sonrío a mi gemela, que hoy está particularmente guapa, con las mejillas sonrojadas y brillantes por la humedad de la brisa y el pelo revuelto enmarcando su rostro.

—¿Cuándo piensas decírmelo?

Se detiene boquiabierta y yo suelto una carcajada y la abrazo.

—Felicidades, Christy —le digo con los ojos llenos de lágrimas de felicidad.

—¿Cómo lo has sabido? —pregunta.

—¿Cómo no voy a saberlo? ¿De cuánto estás?

Sonríe de oreja a oreja.

—De un mes. Fue una sorpresa, pero nos hace mucha ilusión.

—Claro que sí. ¡Y a mí también! Violet —anuncio, girando el cuello hacia mi sobrina—, ¡vas a ser la hermana mayor!

—¡Ta! —proclama—. ¡Ta, ta!

Cuando volvemos al pueblo nos despedimos. La observo mientras se aleja y siento el cosquilleo de la melancolía en el corazón. No tengo celos, la quiero más que a nada en el mundo. Pero ella no siente lo mismo por mí. Ella tiene a Violet y a Will, y ahora también a la criatura que viene en camino. Y aunque soy consciente de que es así como tienen que ser las cosas, no puedo evitar que una pequeña parte de mí se sienta relegada. En otra época de nuestras vidas, no necesitábamos a nadie más. Éramos solo nosotras, Christy y yo.

Veo a Anne la Fea llegando al muelle. En la embarcación hay un hombre y una mujer. Jonah me comentó que la hija de Malone iba a venir a pescar durante la temporada alta. Malone debe de estar muy contento al tener a su hija con él durante todo el verano. Al imaginar la cercanía creada por ese vínculo biológico, siento la punzada de los celos, y también cierta vergüenza. Porque aunque el padre Tim me dijo en una ocasión que yo era capaz de hacer que la gente se sintiera especial, no estoy segura de si lo he conseguido con Malone. Por supuesto, él lo hizo por mí, pero me temo que el sentimiento no fue recíproco.

El miércoles a primera hora hago la maleta y salgo del muelle. Esta noche se celebra la cena en la que se entregan los premios de Maine Living, en Portland. Como mi coche no es el más fiable del mundo, Christy me presta el Volvo.

—¡Buena suerte! Seguro que ganas. ¡Te lo mereces! —me grita desde la entrada de su casa—. ¡Y estás fantástica!

El año pasado lo pasé muy bien en la cena conociendo a propietarios de otros restaurantes y recibiendo consejos para promocionar la cafetería. Ingenua de mí, pensaba que podíamos conseguir el segundo premio, pero no fue así. Por supuesto, el año pasado todavía no sabía que podíamos rellenar tantas papeletas como quisiéramos. Los malditos hosteleros, en realidad son bastante agradables, de Blackstone B&B no eran tan ignorantes y consiguieron cientos de votos.

No sé si el hecho de que el Joe’s ganara supondría un gran cambio, pero sí sé que yo me sentiría diferente. Sería emocionante poder colgar un cartel que dijera: Mejor desayuno del condado de Washington. El Maine Living escribiría un artículo con una foto a todo color. Ya me estoy imaginando la fotografía: Octavio, Judy y Georgie colocados delante de la cafetería mientras el sol rebota en la fachada de cromo y las flores aparecen coloridas y saludables.

Y, admito, mientras me incorporo a la autopista, también estaría muy bien dejar caer la noticia durante la fiesta de la Bendición de la Flota que se celebra este fin de semana. El día de la Bendición es una fecha muy señalada en nuestro pueblo. Marca el paso de todo un año. ¿Quién se ha divorciado el año anterior? ¿Quién ha sido detenido por tráfico de drogas? ¿Se ha casado alguien? ¿Se ha graduado en la universidad? ¿Alguien ha comprado una casa? ¿Ha tenido una aventura? ¿Ha enterrado una esposa? Y todos los años, durante toda una década, yo he tenido que responder de la misma manera: «No, no me he casado. No, no tengo planes de boda. No he tenido hijos. No estoy comprometida. No salgo con nadie. Solo tengo la cafetería, ¿sabes?».

Pero este año, con un poco de suerte, podría decir: «Bueno, no sé si sabes que mi cafetería ha ganado el premio al mejor desayuno del condado? ¿No lo sabías? No te preocupes, el mes que viene aparecerá un artículo en Maine Living.

Todos mis antiguos compañeros de instituto sabrán que mi cafetería se está abriendo al mundo. Que Maggie Beaumont ha conseguido hacerse un nombre.

—¿Pero a quién pretendo engañar? —me pregunto en voz alta—. A nadie le importa, salvo a mí. Y a lo mejor a Octavio —pongo la radio.

Aunque comparado con, digamos por ejemplo, la muerte del Papa o un concierto de U2, es un acontecimiento sin mucha relevancia, la entrega de premios todavía consigue atraer a un buen número de gente. Para darme un capricho, he reservado una bonita habitación en el mismo hotel en que se entregan los premios, un precioso edificio construido en el puerto. Me registro en el hotel, disfrutando de la novedad del acto. La última vez que pasé una noche fuera de casa fue el año pasado y con motivo de este mismo acontecimiento.

La habitación es pequeña, pero elegante, y me permito el lujo de tumbarme en la cama a echar una siesta, disfrutando de las sábanas de algodón y las almohadas de plumas. Después, me ducho y me arreglo con esmero. A lo mejor conozco a alguien esta noche, ¿quién sabe? Pero, curiosamente, la posibilidad tampoco me resulta demasiado atractiva. El año anterior me arreglé como si fuera a ser la reina del baile de promoción, esperando fervientemente conocer a algún hostelero o cocinero del condado apuesto y de buen corazón. No fue así, pero desde luego que lo esperaba.

Pero no, este año será diferente. Todavía no he superado lo de Malone.

En cuanto dejo que su nombre penetre en mi conciencia, la soledad invade mi corazón. Todo sería mucho más divertido si estuviéramos juntos, si pudiera estrechar la mano de Malone esta noche. Estaría guapísimo vestido de traje. Y aunque no ganara, daría lo mismo. Podríamos disfrutar de una noche juntos en la ciudad. Nos iríamos a dar un paseo, o pediríamos que nos subieran un postre a la habitación. Dormiríamos hasta más de las seis de la mañana y yo me sentiría como si hubiera estado fuera toda una semana.

—Es una pena —le digo a mi reflejo—. Lo has echado todo a perder. Ahora baja al salón de baile y gana ese premio.

No gano. Blackstone Bed & Breakfast gana por quinto año consecutivo. Aplaudo educadamente junto a los demás, felicito a la irritante y amable pareja y pido un whisky. Más tarde, en la seguridad de mi habitación, me permito llorar y llamo a Octavio.

—Hemos quedado terceros —me lamento llorosa.

—Eh, eso no está nada mal —responde mi cocinero.

—Está fatal, Tavi —me sorbo la nariz—. ¡Solo hay unos tres restaurantes en este maldito condado!

—Vale, vale. Ahora te estás compadeciendo de ti misma —me advierte Octavio—. El tercer puesto está muy bien cuando vivimos donde vivimos, ¿de acuerdo? Deberías estar orgullosa de ti misma.

—De acuerdo —musito.

—¿Por cuánto hemos pedido? —pregunta.

—Por setenta y siete votos.

—¡Setenta y siete votos! ¡Eso es genial! ¡Solo setenta y siete! El año que viene ganamos seguro, jefa.

No puedo evitar una sonrisa.

—Gracias, grandullón.

—¿Nos veremos el viernes? —pregunta—. Vamos a tener un fin de semana muy ajetreado.

—Sí, nos vemos el viernes. Abriré yo.

Cuelgo el teléfono y miro por la ventana. Portland es una ciudad, limpia, luminosa y animada, pero en este momento estoy sufriendo un terrible caso de nostalgia. Pobre Joe’s. Una cafetería tan mona. Se merece algo mejor que un tercer premio. ¡Me merezco el premio al mejor desayuno del condado de Washington y el año que viene, si Dios nos ayuda, tendremos el primer premio para demostrarlo!

Este año haré todo lo que haga falta para conseguir que un crítico venga a la cafetería. Y un escritor de guías de viajes. Enviaré un correo electrónico cada día si hace falta. Mandaré cartas. O mejor todavía, mandaré bizcochos y magdalenas. Los sobornaré con la calidad de mis productos. Reharé el menú y daré nueva vida a mis especialidades. Tavy tiene razón. Setenta y siete votos no son nada. La autocompasión desaparece junto a las lágrimas. No hemos ganado, pero eso no significa que no seamos los mejores.

Tomo el certificado que me han dado los de la revista y lo leo:

Felicidades a la cafetería Joe’s,

de Gideon’s Cove, Maine.

Tercer premio al Mejor Desayuno

del condado de Washington.

Al demonio con el condado de Washington. El año que viene ganaremos el premio al mejor desayuno de Maine.