29

Unos días después, camino hacia St. Mary bajo una lluvia firme, delicada y reconfortante. Echo mucho de menos a Colonel… Estos últimos días han sido tan tranquilos, tanto en mi vida personal como en la cafetería, que estoy empezando a ponerme nerviosa. La cafetería está cerrada, ya he terminado de hornear. Esta noche no tengo que repartir comida y últimamente he pasado tanto tiempo en casa de Christy que mi hermana me ha pedido directamente un respiro. Evidentemente ha llegado el momento de encontrar otro perro.

Así que… El instituto celebró un baile en los sótanos de la iglesia y decido pasarme por allí para limpiar la cocina, que siempre sufre durante este tipo de acontecimientos.

Al cruzar la calle veo al obispo Tranturo saliendo de la rectoría. El padre Tim está en el marco de la puerta, con los brazos cruzados. Me mira, alza la mano a modo de saludo, retrocede y cierra la puerta tras él.

El obispo Tranturo lleva toda la vida en el cargo. No se le ve muy a menudo por aquí, puesto que somos pocos parroquianos, pero recuerdo su rostro redondo y jovial de todos estos años. Cuando hace la visita anual a Gideon’s Cove para confirmar a los adolescentes, normalmente desayuna en la cafetería. De hecho, fue él el que ofició mi propia confirmación.

Me pregunto qué estará haciendo por aquí.

—¡Hola, obispo! —le saludo, cruzando la calle mojada cuando está a punto de meterse en el coche.

—Hola, hija mía. Lo siento, no recuerdo tu nombre, ¿tú eres…?

—Maggie, Maggie Beaumont.

—¡Ah, sí! —el reconocimiento ilumina su rostro angelical—. Eres Maggie, la chica de la cafetería, por supuesto. Encantado de verte —sonríe y espera en silencio.

—¿Cómo va todo? —pregunto—. ¿Qué tal está?

—Bien, hija mía, ¿y tú?

—Yo, bien… Estoy muy… Aquí todos queremos al padre Tim. Es genial, un gran sacerdote —siento retortijones de ansiedad en el estómago.

El obispo Tranturo asiente y mira por encima de mi hombro.

—¿Se irá de aquí? ¿Por eso ha venido usted? —pregunto abiertamente, mirando hacia la rectoría—. ¿El padre Tim…?

El obispo suspira. Su aliento se transforma en vapor en el aire frío.

—Creo que él mismo os lo dirá —contesta—. Cuídate. Y que Dios te bendiga, hija mía.

—Sí, claro. Gracias. Y a usted también —contesto automáticamente—. Cuidado con el coche. Adiós.

Retrocedo y le observo mientras se mete en el coche. La lluvia arrecia con fuerza, pero apenas lo noto.

El padre Tim deja la parroquia.

El corazón me late violentamente en el pecho y me tiemblan las piernas. Perdida en mis pensamientos, entro en la iglesia y me siento en el último banco.

La iglesia está vacía. El olor a aceite de limón de las velas me resulta relajante y acogedor. Las puertas de la iglesia se cierran tras de mí y me quedo sola en este remanso de tranquilidad. La lluvia golpea los pequeños vitrales. Las corrientes de aire hacen titilar las velas. Solo hay una luz encendida, una luz tenue sobre la cruz del altar.

Hacía tiempo que no pasaba por la iglesia. Me ponía demasiado nerviosa la posibilidad de encontrarme con el padre Tim. Y la verdad es que es una pena, porque es un lugar ideal para pensar, para abrirme a mí misma y esperar la llegada de algún consejo sabio. Hace mucho tiempo que no lo hago. La vergüenza que he pasado con el padre Tim me ha apartado de la verdadera espiritualidad que podría haber cultivado durante este último año.

El padre Tim. Siento la mente extrañamente en blanco mientras continúo aquí sentada. Se deslizan fragmentos de conversaciones por mi cerebro, pero soy incapaz de retener ninguno. El padre Tim ha estado muy solo. Y me aprecia. Soy especial para él. Cuenta con mi amistad. Me pregunto por el padre Shea.

La pregunta es, ¿y si es verdad? ¿Y si al final deja la parroquia porque quiere encontrar a una persona con la que compartir su vida? ¿Y si lo que quiere es estar conmigo? ¿Qué haré en ese caso? La verdad es que no tengo otros pretendientes… El tipo que lee el pensamiento de las mascotas, el que se hirió los genitales, el anciano y el insondable y eternamente enfadado Malone.

Salgo precipitadamente de la iglesia, voy a la rectoría y entro de sopetón. Allí me encuentro con la señora Plutarski.

—¿Dónde está? —le pregunto—. Sé que está aquí.

—Está muy ocupado —contesta la señora Plutarski—. ¿Qué quieres?

—¿Padre Tim? —grito, estirando la cabeza hacia su despacho. No está allí—. ¿Padre Tim? —me aparto el pelo mojado de la cara.

Entra en ese momento en la sala con una taza de té en la mano.

—¡Ah, Maggie! —me saluda con cariño—. Justo la persona a la que quería ver.

—Padre Tim —le digo, agarrándole del brazo—, necesito hablar con usted. Es una emergencia.

La señora Plutarski suspira dramáticamente.

—¿Otra muerte en la familia, Maggie? ¿Y esta vez quién ha sido? ¿Tu pececito de colores?

—¡Que le den! —le digo.

El padre Tim abre los ojos como platos, yo cruzo la sala y me meto en la cocina. No quiero que la señora Plutarski nos oiga, y sé que lo va a intentar.

—Bueno, Maggie, creo que deberías tranquilizarte. De hecho, esperaba poder verte…

—Siéntese —le ordeno. El padre Tim obedece, se sienta enfrente de mí en la mesa de la cocina—. Acabo de hablar con el obispo Tranturo. Sobre… usted —me tiemblan las manos y me sudan las palmas.

El rostro del padre Tim se ensombrece.

—¿Ah, sí? ¿Ahora? Esperaba darte yo mismo la noticia.

—¡Espere! —le interrumpo—. Por favor, espere. No diga nada —respiro hondo. Vuelvo a respirar hondo. El padre Tim me mira preocupado y expectante—. Muy bien… padre Tim —digo con más delicadeza—. Escuche, usted es un sacerdote maravilloso, y la cuestión es que… entiendo que no siempre ha sido fácil para usted, pero… —trago saliva. Él espera pacientemente—. Escuche, usted es un hombre muy bueno, muy amable. Y, por supuesto, sabe que le aprecio. Pero creo que está cometiendo un error. Que comete un error al dejarnos. ¡No puede renunciar a todo!

El padre Tim suspira y se reclina en la silla.

—Lo sé, Maggie. Ha sido maravilloso. Como muy bien sabes, he adorado ser el párroco de esta parroquia. Pero, nos guste o no, las cosas cambian.

Vuelvo a tomar aire. Se me aflojan las piernas y estoy ligeramente mareada.

—¿Alguien más está enterado de su… decisión?

—No, Maggie. Pensaba decirlo en misa.

¡En misa! Le miro boquiabierta, pero él continúa hablando.

—Por supuesto, el obispo está al corriente, pero eso no hace falta decirlo.

—De acuerdo, de acuerdo. Un momento, tengo algo que decir —cierro los puños con fuerza—. Usted y yo somos amigos, ¿verdad?

—Por supuesto, Maggie.

—Y yo creo que usted tiene muchas cualidades —el padre Tim, siempre paciente, parpadea—. Exacto. Así que… También sabe que estuve loca por usted —sonríe. ¿Es una sonrisa de felicidad? ¿De perdón? ¿Expectante? Me obligo a continuar—. Pero padre Tim, ya no siento lo mismo. Pensaba que debería saberlo. Por si acaso yo tengo algo que ver con la decisión. De cualquier manera.

La sonrisa del padre languidece para terminar desapareciendo completamente.

—No tengo claro lo que quieres decir, Maggie —dice lentamente—. ¿Por qué podrías tener algo que ver en mi decisión?

—Porque al igual que el padre Shea… Eh, ¿cómo decirlo?

El padre Tim frunce el ceño, evidentemente confundido.

—Eh… ¿por qué no dices lo que estás pensando, Maggie?

Me muerdo el labio y decido ir al grano.

—No quiero que deje el sacerdocio por mí.

En otras circunstancias, la reacción del padre Tim habría sido divertida. Se echa hacia atrás y se levanta tambaleante. Se agarra a la silla, interponiéndola entre nosotros.

—¡Dios mío, Maggie! ¡No voy a dejar el sacerdocio!

—¡Oh, gracias a Dios! —se me escapa una risa histérica—. ¡Gracias a Dios! ¡Genial! Esa sí que es una buena noticia.

—¿Pero cómo? ¿De dónde has sacado una idea como esa?

—Yo… eh…

«Respira, Maggie, respira. No va a dejar el sacerdocio».

—Bueno, el obispo Tranturo ha dicho que iba a marcharse.

—Me han destinado a otra parroquia.

—Bien. Esa es una noticia fantástica —suspiro aliviada. Me da vueltas la cabeza—. Sí, eso tiene más sentido —me interrumpo—. Supongo que pensaba que… bueno, ha dicho algunas cosas que me han hecho pensar… Tenía miedo de que sintiera algo por mí, padre Tim.

Me mira con los ojos entrecerrados, continúa aferrándose a la silla.

—Maggie —me dice con mucho, mucho cuidado—, creo que eres una persona encantadora, pero no. No siento hacia ti nada que pueda considerarse romántico. En absoluto. Jamás. Espero que podamos seguir siendo amigos cuando me vaya, pero, por supuesto, solo amigos.

—Bueno, eso es genial. Claro que sí. Es solo que… habría jurado —el corazón comienza a recuperar su ritmo normal. Tomo aire—. Bueno, siento que la parroquia vaya a perderle, pero, padre Tim, ¿qué pasa con el padre Shea? Quiero decir que… parecía interesado en él, y después están esas cosas que dijo sobre la amistad y… —se me quiebra la voz.

El padre Tim cierra los ojos, como si de pronto lo comprendiera todo.

—¡Ah, querida! Siento mucho haberte hecho creer que… No, Maggie. Michael Shea, el que era el padre Shea, está en una residencia para enfermos terminales y tenía que preguntarle al obispo si había que preparar algún funeral especial, puesto que en otro tiempo fue sacerdote. Nada más, Maggie —se interrumpe vacilante—. Siento terriblemente haber podido darte otra impresión… Bueno, la verdad es que no sé qué decir.

En este momento podría decirme que está embarazado y no me importaría. No va a dejar el sacerdocio y no está enamorado de mí, y yo, simplemente, estoy desbordante de alivio. Soy consciente de que no tardarán en hacer su aparición otros sentimientos, pero ahora mismo, lo único que siento es un placentero respiro.

—No digamos nada a nadie, ¿de acuerdo? —le pido—. De hecho, incluso podemos fingir que esta conversación nunca ha tenido lugar.

Me sonríe con cierta inquietud.

—Sí, quizá sea lo mejor —se muestra de acuerdo—. Aunque me alegro de oír que lo que sentías por mí se ha terminado.

Se produce un silencio.

—Esta parroquia le va a echar mucho de menos.

—Y yo voy a echaros de menos a vosotros. Ahora, Maggie, tengo asuntos de los que preocuparme.

Cruzo la rectoría con piernas temblorosas. Ahí está la señora Plutarski apretando los labios con un gesto de desaprobación. La conozco demasiado bien como para no dar por supuesto que nos ha estado escuchando. Se lo contará a todo el mundo. Una vez más me convertiré en el hazmerreír de Gideon’s Cove, pero ahora mismo, sencillamente, no me importa.

Un poco entumecida, camino bajo la lluvia y me descubro al final en el puerto. Todas las embarcaciones han salido, puesto que la demanda de langostas ha aumentado, y eso que todavía estamos en mayo. Imagino a Malone navegando en soledad. Malone el Solitario.

Le echo de menos de una forma irracional.