Al día siguiente, Jonah llega arrastrándose a la cafetería.
—¡Dios mío, tienes un aspecto terrible! —le digo—. ¿Tienes resaca?
El gemido de Jonah contesta por él.
—Hoy solo quiero un café, Mags.
—Claro, hermanito —me compadezco de él y le pongo una taza en la barra—. ¿Tienes algo nuevo que contar?
—No, nada. Eh, Maggot… —Jonah mira a su alrededor.
La única que está cerca de nosotros es Judy, que finge estar leyendo mientras nos escucha mientras Rolly se sirve más café.
—Judy, ¿te apetece salir a fumar un cigarro? —le propongo.
Judy me mira con el ceño fruncido.
—Vale, vale. Siempre me echan cuando viene algo jugoso.
—Por lo menos así no tendrás que fingir que trabajas —la consuela Jonah.
—Yo no finjo nada, muchachito.
Le da un capón al pasar por delante de él. Jonah gime y esboza una mueca.
—Una resaca mala, ¿eh? Esas son las consecuencias del pecado, como dice la Biblia —le amonesto con burlona seriedad.
—Ahórratelo —murmura mi hermano—. Maggie, ¿estás saliendo con Malone?
—Eh, no, no —me sonrojo y agarro los botes de ketchup para rellenarlos—. ¿Por qué lo preguntas?
—No sé —Jonah suspira con cansancio—. Pensaba que estabais saliendo. De todas formas, el otro día oí algo sobre él —baja la voz hasta convertirla en un susurro.
—¿De verdad? ¿Qué es? —pregunto, pretendiendo, y fracasando estrepitosamente, utilizar un tono normal.
—Dicen que Chantal y Malone van a tener un hijo.
—¡No! Eso no es cierto… ¿Qué? ¿Dónde has oído eso?
—En el muelle —contesta Jonah.
Bebe un sorbo de café y se estremece.
—Bueno, en realidad no debería contártelo, Jonah, pero… —¡mierda! ¿Cómo se dan este tipo de noticias?—. Mira, en realidad, Chantal me dijo que el padre es alguien de fuera del pueblo. No es de aquí.
—¡Ah! —Jonah clava la mirada en el café.
—¿Quién te dijo que era Malone? —no puedo evitar preguntar—. Quiero decir… ¿es que todo el mundo sabe que Chantal está…? Bueno, ya sabes, embarazada.
—Sí. El otro día había un grupo de hombres hablando sobre eso en la cooperativa. Johnny French, papá, Billy Bottoms, Sam… No sé. Pero sí, se ha corrido la noticia de lo de Chantal.
—Cuando os ponéis a cotillear sois peores que una pandilla de chicas de instituto.
Jonah fuerza una sonrisa y se presiona el puente de la nariz.
—¿Quieres una aspirina, cariño? —le ofrezco.
—Sí —contesta.
Le tiendo el bote y se toma dos aspirinas.
—No te sientas mal por Chantal —consuelo a mi hermano, recordando que lleva mucho tiempo enamorado de ella—. A lo mejor puedes echarte una novia por correspondencia.
Mi hermano ríe sin muchas ganas.
—Gracias. Eh, ¿vas a ir a ver después a mamá? —pregunta mientras se levanta.
Suspiro.
—Sí, ¿y tú?
—Ayer fui a despedirme de ella. No me puedo creer que se vaya.
Resulta un poco difícil creer que nuestra madre, precisamente nuestra madre, va a abandonar la casa en la que ha vivido durante treinta años. Tanto ella como mi padre están dando un giro a su vida, un nuevo principio y todas esas cosas… Pero también es cierto que los dos están muy tristes últimamente.
Encuentro a mi padre en el búnker cuando llego a casa. Está llorando mientras atornilla en una percha una casa para pájaros.
—¡Hola, papá! —le saludo.
Se me hace un nudo en la garganta al ver llorar a mi padre.
—¡Ah, hola, Maggie! —contesta, secándose disimuladamente los ojos.
—¿Estás bien?
—Sí, supongo que sí. Es solo que… hoy es un día muy triste, ¿sabes?
—¿Estás seguro de que es esto lo que quieres, papá? ¿No te arrepentirás? —tomo un pedazo de madera y jugueteo con él.
Mi padre exhala un hondo suspiro.
—Creo que tenemos que intentar separarnos —contesta—. Estando juntos ninguno de nosotros ha sido verdaderamente feliz. Pero eso no quiere decir que no quiera a tu madre. Claro que la quiero.
—Lo sé —contesto mientras le veo colocar una placa no más grande que un sello de postal en la casita—. Qué bonita. Me gusta el columpio. ¿Crees que lo utilizarán?
Mi padre sonríe.
—Eso nunca se sabe.
En el piso de arriba, mi madre está metiendo ropa en la maleta.
—Hola, Maggie —me saluda sonriente.
—Hola, mamá, ¿cómo estás?
—Bien, muy bien —pero la sonrisa no alcanza sus ojos—. «Cada vez que se abre una puerta, se rompe una ventana», ya sabes.
—Exacto —voy a echar de menos esas frases hechas que jamás consigue recordar correctamente—. ¿Estás asustada?
—Sí.
Asiente enérgicamente y continúa haciendo las maletas.
—Háblame de tu trabajo —le pido, sentándome en la cama.
Me resulta difícil no llorar, pero trago saliva e intento alegrarme por ella.
—Bueno, en realidad no es nada especial. Lo único que voy a tener que hacer es contestar llamadas de teléfono.
—Pero por lo menos has conseguido trabajar en una revista. Eso es genial —la animo.
—Ya veremos.
Miro la caja con las cosas que se está llevando. Una cantidad sorprendentemente pequeña. Mi madre se lleva, de momento al menos, algo de ropa, unas cuantas fotografías de cuando éramos pequeños y de Violet y algunos libros. Deja todas las ollas y sartenes, las figuritas de porcelana y todos esos objetos acumulados durante treinta años de matrimonio, para comenzar una nueva vida.
—Creo que estás siendo muy valiente, mamá —la alabo.
Comienza a llorar y se sienta a mi lado en la cama, tapándose la cara con las manos.
—¡Oh, Maggie! —solloza—. No soy nada valiente. ¡Estoy aterrorizada! No tengo la menor idea de cómo lo voy a conseguir… Me imagino a mí misma volviendo a casa en medio de la noche porque no sé vivir sola.
—Mamá, no llores. Todo va a salir bien. Puedes llamarme siempre que quieras. Iré corriendo a verte. Al fin y al cabo tampoco te vas a ir a la luna —le doy una palmadita en la espalda—. Te ayudaré a buscar toallas nuevas, almohadas y todas esas cosas. Podemos salir juntas de compras y comer juntas. Todo saldrá bien.
Me mira esperanzada.
—¿Tú crees?
Asiento.
—Estoy convencida. Y si vuelves, no será en medio de la noche. Volverás porque querrás volver, no porque tengas que hacerlo.
Suspira y se suena la nariz.
—Espero que tengas razón —se interrumpe un momento—. Podrías venir conmigo, Maggie. El apartamento tiene dos dormitorios —detecto un deje de esperanza en su voz y sonrío.
—Gracias, mamá. Gracias por pedírmelo. Pero… soy feliz viviendo aquí.
—¿De verdad, cariño?
Lo pienso en silencio.
—Sí, mamá. Sé que querías algo más para mí, pero me encanta lo que hago. Aunque tenga un trabajo manual, y aunque nunca haya vivido en ninguna otra parte.
—¿Y qué me dices del… matrimonio? ¿De los hijos? —pregunta con tacto.
Es evidente que no quiere empezar una discusión.
—Sí, me gustaría disfrutar de las dos cosas, pero ya ocurrirán cuando tengan que ocurrir, supongo.
—No quiero que dentro de veinte años mires atrás y pienses en todas las cosas que podrías haber hecho —dice mi madre, sonándose otra vez la nariz.
—Creo que lo que haré será mirar atrás y pensar en todo lo que he hecho —digo con una ligera tensión en la voz—. Veré que he dado de comer a mucha gente, que he acogido a mis vecinos, les he ayudado y les he hecho compañía. Todo son cosas buenas, mamá.
—Sí, lo son, Maggie —responde. Se levanta y sigue haciendo las maletas—. Pero ¿y tú, cariño? Quiero que tengas a alguien que te cuide. Te lo mereces, ¿sabes? Y si no encuentras a alguien tan maravilloso como Will, entonces tendrás que cuidar de ti misma.
No contesto. Es difícil no darle la razón.
—Bueno —respondo por fin, forzando una sonrisa—, ahora tienes que pensar en tu vida.
—Tú eres mi vida, Maggie —contesta sin mirarme—. La hija que más me necesita.
—¿Qué os sirvo, chicas? —pregunta Paul Dewey unos días después—. ¿Qué va a beber la mamá esta noche?
Me quedo boquiabierta.
—¿Dewey también lo sabe? —le pregunto a Chantal.
—Las noticias viajan rápido —susurra—. ¿Qué tal un zumo de arándanos, Dewey, cariño?
—Yo tomaré una cerveza, Paul —le digo.
Dewey nos trae las bebidas, se sienta con nosotras y mira complacido los senos de Chantal, que han crecido de forma notable debido a su delicada condición.
—Entonces, Chantal, ¿quién es el afortunado?
—La mayor parte de los hombres de este pueblo han sido afortunados en uno u otro momento —bromeo.
Chantal se echa a reír y Dewey me mira con el ceño fruncido.
—Esa no es manera de hablar de una mujer en su estado, Maggie. Debería darte vergüenza.
—Lo siento, Chantal. Perdóname por decir la verdad.
Chantal ríe a carcajadas y yo siento hacia ella más cariño del que he sentido nunca. Chantal nunca ha fingido ser lo que no es, y por eso la admiro.
—Entonces, Chantal, ¿no se lo vas a contar al bueno de Dewey? ¿Quién te ha dejado embarazada, muchacha?
—No es asunto tuyo, Paul —responde Chantal evasiva.
—Bueno, pues he oído un rumor —dice Dewey.
—¿De verdad? ¿Sobre mí? —pregunta Chantal.
—Sí, sobre cierto hombre al que no se ha visto mucho últimamente. Por lo visto, tiene miedo de aparecer por aquí.
Chantal y yo intercambiamos una mirada. La sonrisa de Chantal desaparece.
—Dispara, Dewey.
Y Dewey obedece.
—Malone. ¿Es él el padre?
Me atraganto con la cerveza y me echo hacia delante mientras las lágrimas me empapan los ojos y la nariz.
—No —responde Chantal con firmeza—. No es Malone. Jamás me he acostado con él, Dewey, y te estoy diciendo la verdad.
—Bueno, pues no es eso lo que he oído —replica Dewey, arrastrando las palabras.
—¿Y no crees que yo estoy en mejores condiciones de saberlo? —sisea Chantal mientras yo continúo resoplando.
—En el pueblo se dice que Malone no quiere ser el padre, que no se hará la prueba de ADN para no tener que pasarte una pensión. Pero no te preocupes, Chantal, cariño. Nos aseguraremos de que…
—Dewey, esa es la estupidez más grande que he oído en mi vida —resollo, todavía tosiendo—. Si Chantal dice que no es Malone, es que no es Malone.
—Y no es Malone —confirma ella.
—Claro, claro, cariño. Si tú lo dices… —Dewey se levanta y se dirige a la barra.
—Mierda —musita Chantal, palmeándome la espalda.
Al responder de forma tan directa, lo único que ha conseguido ha sido consolidar la idea de que, efectivamente, Malone es el padre de su hijo.
—¿Dónde habrá oído eso? Maggie, no habrás…
—¡No! —protesto—. No se lo he dicho a nadie —lo pienso un momento—. Bueno, se lo dije a Christy, pero ella no se lo diría a nadie, estoy segura.
—Bueno, seguro que de aquí a poco saldrá el nombre de algún otro —bebe un poco de zumo y se acaricia el vientre de forma inconsciente.
—Chantal —le pregunto—, ¿estás segura de que no deberías decírselo al padre? ¿No crees que también él tiene derechos y todas esas cosas?
Le cambia el semblante.
—Maggie, no es tan fácil. Le destrozaría completamente la vida. Solo lo hicimos una vez. No voy a cargarle con un hijo.
—¿Está casado? —susurro.
—No —contesta—, pero es… Mira, simplemente, no quiero decírselo. ¡Mira! Malone acaba de entrar.
Mi reacción física es inmediata y espectacular. Me sonrojo como una langosta, se me aflojan las piernas y el corazón redobla su velocidad. Malone nos ve. Es difícil no ver a las dos únicas mujeres del bar, sobre todo cuando estás siendo acusado de haber dejado embarazada a una de ellas y te has acostado con la otra. Ofrece su característico asentimiento de cabeza en nuestra dirección. Después se sienta en la barra y espera a que Dewey se fije en él.
Dewey le ignora.
—¿Puedes ponerme una cerveza? —gruñe Malone cuando ya ha pasado un minuto largo.
—No, en mi bar no voy a servirte —contesta Dewey.
—¡Dewey! —grita Chantal—. ¿Cómo puedes ser tan desagradable?
Se levanta de la mesa y se acerca con paso seductor hasta la barra.
—Hola, Malone —le saluda.
—Hola —gruñe él en respuesta.
—Dewey, ¿hay algún problema? —pregunta Chantal.
Malone se levanta, me mira y agarra el abrigo.
—No, no, no —le pide Chantal—. Quédate, Malone. Dewey, ¿qué problema tienes?
—Si un hombre no es capaz de asumir sus responsabilidades, no puede esperar que a los demás no les importe —comienza a decir Dewey—. Y yo no soy el único que lo piensa. He oído decir que te han cortado algunas nasas, Malone.
¡Mierda! Se ha desatado una guerra contra Malone. Cuando a un pescador le cortan la línea de nasas, las trampas se hunden en el fondo del mar y se pudren. Por estas tierras es un delito juguetear con las trampas de los otros. Pero los hombres de Gideon’s Cove se sienten propietarios de Chantal, que les ha brindado a muchos de ellos alguna que otra noche de felicidad, y si creen que Malone está desatendiendo sus obligaciones, se pondrán en acción. Malone permanece en silencio.
—¡Ya te he dicho que Malone no es el padre! —grita Chantal—. ¡Jamás me he acostado con él, y no porque no lo haya intentado! Porque no lo haya intentado yo, ¿de acuerdo?
—No te preocupes por eso, Chantal —responde Malone—. Adiós.
Sin pensar en lo que estoy haciendo, me levanto y cruzo la distancia que me separa de la barra en medio segundo.
—Hola, Malone —le saludo.
—Maggie —me mira rápidamente y clava después la mirada por encima de mi hombro—, buenas noches.
—Malone, espera —pongo la mano en su brazo para detenerle y trago saliva. A lo mejor debería haber pensado antes de actuar, pero parece ser que esa no es mi forma de hacer las cosas—. La gente está diciendo que eres el padre del hijo de Chantal —anuncio inútilmente.
—Sí, ya lo he oído. Me pregunto de dónde habrán sacado la idea.
Me resulta difícil mirarle a la cara, pero lo hago. El ceño está en pleno esplendor.
—Yo no le conté a nadie lo que pensaba. Bueno, solo a Christy, pero ella no diría una sola palabra.
Se limita a mirarme fijamente.
—Seguramente por eso te han cortado las líneas de nasas —añado estúpidamente.
—¿Tú crees?
Me escuece el desprecio que refleja su mirada.
—¿Qué vas a hacer, Malone?
Se encoge de hombros.
—Nada. Si Chantal no quiere que la gente sepa quién es el padre, es asunto suyo.
—¿Tú lo sabes? —le pregunto.
Me mira y no contesta, se limita a ponerse el abrigo. Chantal continúa discutiendo acaloradamente con Dewey.
—Cuídate —me dice Malone mientras se dirige hacia la puerta.
—¿Malone? —le llamo.
Doy un paso en su dirección, pero él no se detiene. Ni siquiera vuelve la cabeza. Se limita a empujar la puerta y sale al exterior.
—¡Oh, genial! —exclama Chantal enfurruñada—. Ahora se va. Es, sencillamente genial, Dewey. Vamos, Maggie, salgamos de aquí. Estoy muy enfadada contigo, Paul.
—Chantal, cariño, yo solo… —intenta tranquilizarla Dewey.
Pero Chantal está indignada y salimos a la calle.
—Pobre Malone —musita mientras saca las llaves—. Bueno, de todas formas estoy muy cansada. Maggie, ¿nos vemos el jueves?
Es el día que almuerza en la cafetería.
—Claro.
Vuelvo a la soledad de mi apartamento vacío. Se me hace extraño desde que me deshice de mis colecciones. La única decoración que queda en la casa son las casas para pájaros de mi padre y las fotos de Violet. Colonel también ha dejado un gran vacío. Enciendo la televisión, demasiado distraída como para pensar en nada en particular.
A las dos de la madrugada me despierto sobresaltada. ¡Sí, claro se lo dije a alguien! Inconscientemente, por supuesto, pero se lo dije a Billy Botttoms el día que estuve en el muelle. Estaba hablando conmigo misma, pero me oyó.
¡Mierda!
Ya no puedo conciliar el sueño. Me aseguro a mí misma que Billy no pudo oírme. Y que en un pueblo tan pequeño han visto muchas veces a Chantal y a Malone hablando en el Dewey, así que la gente no tiene ningún motivo como para pensar que ese rumor es falso. Chantal es una mujer generosa en sus afectos, coquetea con Malone; si es que es posible coquetear con Malone, así que ya está. Billy no me oyó. Estoy segura.
Pero sigo sin poder dormir.