—Maggot, ¿podrías llevarnos el almuerzo a papá y a mí al muelle? Estamos revisando el motor de la embarcación y tenemos un buen lío.
—Claro, hermanito —contesto—. Llevo en la cafetería desde las seis y ahora que son casi las dos, está prácticamente vacía. No me vendrá mal un poco de aire fresco.
El plato especial del día era sopa de langosta, y ha quedado suficiente de las dos cazuelas gigantes que he preparado esta mañana. Preparo dos sándwiches de jamón y queso con pan de centeno y dos cafés al gusto de los hombres de la familia. Unas cuantas pastas de coco, más una para mí, y lo empaqueto todo para dirigirme al muelle.
El sol brilla con fuerza y todavía hace suficiente frío como para que quede nieve en los campos. Cruzo con cuidado la pasarela que separa la embarcación del muelle con el almuerzo pegado al pecho y con la mirada fija en mis pies para no tropezar, ya que no sería la primera vez. Me sorprende ver a mi padre con un grupo de cuatro o cinco hombres que, aparentemente, están supervisando el trabajo de Jonah, es decir, están cotilleando a los pies de la pasarela mientras en la embarcación de mi hermano alguien parece estar golpeando un objeto metálico.
—¡Hola, papá! ¡Hola a todo el mundo!
—Hola, cariño —me saluda mi padre, dándome un abrazo. ¿Cómo está mi chica? ¿Necesitas que te ayude? ¿No está preciosa, chicos? Mi niña convertida en toda una mujer.
Parpadeo mientras oigo asentir a sus amigos.
—Bueno, gracias, papá. Te veo muy… animado —le sonrió a mi padre—. ¿Dónde quieres comer?
—Oh, supongo que deberías llevarle la comida al capitán, cariño. Gracias.
—Tu padre ha estado a punto de quedarse sin un dedo —comenta Sam. Los hombres sueltan una risotada mientras mi padre levanta la mano y mueve el dedo—. ¡Esa es una de las primeras cosas que tienes que aprender, Mitch! Esos animales aprietan con fuerza.
Al parecer es muy gracioso, porque todos los hombres estallan en carcajadas. Y mi padre entre ellos.
Desconcertada, bajo hasta la embarcación. Cuando mi padre está con sus amigos está… diferente.
—¡Jonah, ya está aquí la comida! —grito mientras subo con cuidado al bote.
La puerta de la cabina se abre y sale Malone. El corazón me da un vuelco. Después se me cae a los pies.
Lleva su marinera negra y el ceño fruncido y se está limpiando las manos en un trapo.
—Maggie —gruñe.
—Malone —gruño en respuesta, inmediatamente irritada—. Perdona, tengo que pasar.
No se aparta, se limita a quedarse mirándome fijamente. Parece enfadado y no enfadado a la vez.
—¿Qué pasa? ¿Qué quieres, Malone? —le espeto.
—Eh, Mags, ¿hay comida suficiente para Malone también? —Jonah asoma la cabeza—. Me está echando una mano —desaparece y vuelven a sonar los golpes.
—No, no tengo nada para ti —musito con la mirada fija en Malone.
—¿Estás segura? —me pregunta con los ojos entrecerrados.
—Yo… Tú —mi boca trabaja un minuto antes de que la obligue a cerrarse—. Qué día tan bonito.
—Maggie… —responde Malone.
—¿Qué, Malone? —pregunto.
Y me descubro repentinamente desesperada por oírle decir algo que nos permita volver al pasado, que borre lo que quiera que Chantal y él hayan hecho juntos. Es tal la intensidad de ese anhelo que me duele el pecho.
—Olvídalo —responde Malone y me da la espalda.
—Maggie, de verdad, tengo que verte.
La voz de Chantal es apagada y deseo no haber contestado el teléfono. Pero estoy en la cafetería y aquí no puedo seleccionar las llamadas.
—Sé que has estado ocupada —continúa diciendo Chantal, pero tengo que hablar contigo.
Exhalo un suspiro que habría sido capaz de propulsar un velero hasta Deer Isle.
—Sí, de acuerdo.
Miro alrededor de la cafetería, que en este momento está resplandeciente de limpia. Tengo seis pasteles en el horno para mañana, la hora del almuerzo ha terminado y, a pesar de todos mis esfuerzos, me he quedado sin excusas.
—Bueno, esta noche estoy libre.
Y todas las noches, ahora que lo menciono. No he sabido nada del padre Tim, ni siquiera ha vuelto a llamarme, como hace habitualmente, para alguna de las reuniones del comité. Todo esto tiene que significar algo. He dejado el grupo de estudios bíblicos y, aparte de en el funeral del señor Barkham la semana pasada, no he vuelto a ver al padre Tim desde que hace quince días me hice pasar por mi hermana.
—¿Quieres venir a mi casa? —pregunta Chantal—. Aunque, en realidad, esta casa está hecha un vertedero. ¿Podemos quedar en la tuya?
—Claro, pásate alrededor de las ocho.
Por supuesto, no pienso cocinar para ella. Ha estado dos veces en la cafetería, pero en las dos ocasiones, he corrido a la parrilla y le he pedido a Judy que la atendiera. La he saludado con un gesto y he fingido estar ocupada con miles de cosas. Cuando me ha pedido que nos viéramos, le he dado largas en tres ocasiones. No puedo estar evitándola eternamente.
Por lo menos no sabe nada de mi relación con Malone, así que no tengo que sufrir esa humillación en particular. Aunque es posible que se lo haya dicho él. En cualquier caso, ellos no saben que yo lo sé. Me dará la noticia y yo fingiré sorprenderme. Ensayo varios gestos de sorpresa ante el espejo, pero tengo la cara demasiado triste.
Cuando Chantal llama a la puerta, se enciende en mi corazón de piedra una inesperada llama de compasión. Está demacrada y con ojeras. Ha adelgazado. Me pregunto si continuará embarazada. Pero las dudas no duran mucho tiempo.
—Hola, ¿cómo estás? —me pregunta mientras se sienta en el sofá.
Agarra un cojín y se lo coloca sobre el vientre, como si quisiera protegérselo.
—Estoy bien, ¿quieres tomar algo? ¿Una copa de vino? —pregunto sin pensar.
—No, siéntate, Maggie, tenemos que hablar.
Me siento en la butaca, muy tensa, y comienzo a acariciarme una quemadura que tengo en el índice. Chantal, como tantas veces he advertido, tiene unas manos preciosas, bonitas y carnosas, de uñas redondeadas que siempre lleva pintadas con esmalte transparente. Malone puede haber dicho que no tengo unas manos feas, pero comparadas con las de Chantal…
—Maggie, tengo algo que decirte y te vas a quedar de piedra —dice Chantal.
Yo siempre he admirado su franqueza.
—Adelante —la animo, obligándome a mirarla.
—Estoy embarazada —me informa en voz baja.
No abro la boca, pero incluso esperando lo que iba a decirme, siento que se me encoje el estómago.
—De verdad —digo.
Me mira con una expresión atormentada.
—Sí.
—Vaya. ¿Y quién es el padre? —pregunto sin piedad—. ¿Lo sabes?
Chantal me mira boquiabierta.
—Eh… sí, lo sé.
—¿Y qué dice él? —mi voz es dura, mi postura erguida.
—Bueno, en realidad él no pinta nada en todo esto. Voy a tener sola el bebé.
Ahora sí que me quedo boquiabierta.
—¿De verdad?
Esta sí que es una sorpresa. Chantal no ha ocultado nunca que le gusta Malone. Las imágenes de la hija de Malone en las fotografías que tiene en su casa fluyen por mi cerebro. La última vez que vi a Malone con ella, en el caso de que realmente fuera su hija, parecía contento. Incluso estaba sonriendo. No puedo creer que no le importe.
Chantal juega con el borde del cojín sin atreverse a mirarme a los ojos.
—Sí, voy a tenerlo yo sola.
—Pero no puedo creer que él no… Que no quiera —trago saliva—. ¿Qué te ha dicho?
A Chantal se le llenan los ojos de lágrimas.
—Maggie, la verdad es que no voy a decírselo. Fue una aventura de una noche y no quiero arruinarle la vida cargándole con esto.
—¡Espera un momento! ¡Espera un momento! ¿No se lo has dicho? ¿Pero entonces…? —¿y cómo confesar ahora que estaba espiando?—. Yo pensaba…
—Mira, fue una estupidez. Cometí un error y ahora estoy pagando por ello.
Continúo boquiabierta.
—¿Por qué crees entonces que no quiere tener un bebé? —consigo preguntar.
—Porque lo sé.
Las lágrimas comienzan a correr por sus mejillas y se recuesta en el sofá.
Suspiro y me paso nerviosa la mano por el pelo.
—Chantal… —me siento a su lado y le acaricio la pierna—. Escucha, yo sé quién es el padre.
—¡Dios mío! ¿Lo sabes? —se yergue en el asiento y me mira horrorizada, tapándose la boca.
—Sí, lo oí en casa de Malone —siento un nudo en la garganta—. Y, si quieres que te diga la verdad, yo creo que sería un buen padre.
—¡Oh, Maggie! ¡Lo siento mucho! —rompe a llorar—. No se lo dirás, ¿verdad? —me suplica—. No se lo digas, Maggie, por favor…
—Pero, cariño, si él ya lo sabe —respondo confundida—. Tú misma se lo dijiste.
—No. Acabo de decírtelo, él no lo sabe y no pienso decírselo —parece hundirse ante mis ojos—. Ya la he fastidiado bastante. No quiero destrozarle la vida, y esto sería…
—Espera un segundo —la interrumpo—. ¿De quién estamos hablando exactamente?
Chantal se queda helada.
—Eh… —se muerde el labio—. ¿De quién estás hablando tú?
La miro en silencio durante varios segundos. Siento latirme el pulso en la sien.
—De Malone.
Chantal suelta una bocanada de aire.
—¿De Malone? ¡No, no! No es Malone. Nunca me he acostado con Malone.
La miro boquiabierta y me echo ligeramente hacia atrás para poder verla mejor.
—Pero fuiste a su casa y le dijiste que estabas embarazada.
—Sí, eso es cierto.
—¿Pero él no es el padre? —pregunto elevando la voz.
Chantal ya no me mira a los ojos.
—Él, ya sabes… Bueno, ¿te acuerdas de que te conté que le ayudé cuando estábamos en el instituto? Ya ves, supongo que pensé que me debía un hombro sobre el que llorar. Y es la clase de tipo capaz de mantener la boca cerrada, ¿no te parece? No sabía a quién contárselo.
—¿Por qué no a mí?
Aunque, en realidad, no puedo decir que tengamos esa clase de amistad. Nunca hemos sido amigas íntimas. Ni siquiera la he considerado una amiga, para ser sincera.
Chantal tarda en contestar.
—Te lo estoy contando ahora —dice por fin.
Me dejo caer contra el respaldo.
—Entonces, Malone no… Vosotros no… Vale, vale.
Comienza a crecer en mí una lenta oleada de pánico por haber acusado mentalmente a Malone de algo que no ha hecho. Por haber roto con él por algo que jamás ha pasado. Durante semanas le he odiado, le he condenado y le he dicho cosas odiosas para salvar mi propio orgullo.
—¿Quién es el padre, Chantal? —le pregunto sin mover apenas los labios.
—Escucha, Maggie, eso ahora no importa, ¿de acuerdo? La cuestión es que estoy embarazada, tengo treinta y nueve años y medio y quiero tener este hijo.
—¿Es el jefe Tatum?
—No, no, no es él —desvía la mirada—. Él… no puede tener hijos, ¿no lo sabías?
Esbozo una mueca. No, no lo sabía. Entonces, se me ocurre una idea.
—¡Dios mío, Chantal! —suspiro. La sangre abandona mi rostro—. Chantal, dime que no es el padre Tim…
Chantal alza la cabeza sorprendida.
—¿El padre Tim? ¡Jesús, no! Como si él pudiera, ¡vamos Maggie! Puedo ser un poco… ligona, pero, vamos, ¡nunca lo haría con un sacerdote!
Debilitada por una oleada de alivio, y sí, también por la vergüenza, me levanto y trago saliva varias veces.
—Necesito beber agua. ¿Quieres agua? ¿No te apetece un poco de agua?
Consigo el agua. Muy bien. Así que Malone no es el padre. Y tampoco el padre Tim. Gracias a Dios. Bebo un vaso de agua y le llevo otro a Chantal.
—Lo siento, Chantal. Durante todo este… bueno… Durante todo este tiempo he estado pensando que Malone era el padre.
Bebe el agua agradecida.
—No te preocupes —contesta—. Pero me parece increíble que hayas podido pensar una cosa así. Ya sabes que nunca ha tenido ningún interés en mí. En realidad, yo pensaba que eras tú la que le gustabas. ¿Te acuerdas de ese día en el Dewey’s?
Río con amargura.
—Sí, me acuerdo. Nosotros… no importa. Escucha, si quieres decirme quién es el padre, puedes hacerlo. Sabes que no se lo diré a nadie. Soy tu amiga, Chantal —o podría serlo si pudiera dejar de lado los celos que siempre he sentido hacia ella.
Me mira con tristeza.
—No, es alguien… de fuera del pueblo. No es nadie de aquí —fuerza una sonrisa—. Ya me conoces. Me gusta hacer las cosas a mi manera.
—Supongo que será diferente cuando tengas el bebé. Y una nunca sabe, cariño. Es posible que el padre quiera involucrarse…
—Quizá, en cualquier caso, me alegro de que lo sepas —me estrecha la mano y yo respondo de la misma manera, atrapada entre la compasión y la vergüenza.
—Te ayudaré —le prometo—. Me encantan los niños. Cocinaré para ti y te cuidaré al bebé.
—¡Oh, Maggie! —suspira—. No me merezco una amiga como tú.
—¡Claro que sí! No digas tonterías —me sonrojo.
—A lo mejor podrías venir al parto. Podrías pasarme analgésicos.
—Me encantaría —la abrazo—. Será un auténtico honor.
Comienza a llorar otra vez y le acaricio el pelo. He sido una amiga terrible, una amiga indigna de confianza. Pero intentaré enmendar los errores que he cometido con Chantal.
Corregir los que he cometido con Malone será algo más difícil.