25

—El coche me está dando problemas —le miento a mi hermana unos días después—. ¿Podrías prestarme el tuyo?

Es lunes. La cafetería está cerrada y sopla el viento. Es un día ideal para quedarse en casa sin hacer nada, pero hay una idea que no para de rondarme y la paciencia se me está agotando. Además, no puedo pasarme el día en casa, pensando en Chantal y en Malone.

Oigo ruido de agua al fondo del teléfono.

—Claro, no pensaba ir a ninguna parte. Es increíble el frío que hace. Cualquiera diría que estamos en diciembre en vez de en abril.

Maine ha vuelto a engañarnos otra vez, fingiendo que abrazaba la primavera cuando durante todo ese tiempo estaba preparándose para volver a cubrirnos de veinte centímetros de nieve que se mezcla con el barro formando sucios bloques de hielo. Los cuatro miembros de la cuadrilla quitanieves del pueblo están fuera, echando arena en las principales carreteras y ensuciando las calles que limpiaron la semana pasada. Me bajo el gorro hasta las orejas y les saludo con la mano mientras subo hacia casa de Christy. Después, tal como tenía planeado, tomo un pedazo de nieve particularmente sucio, y me lo tiro encima.

—¡Maggie, mírate! —mi hermana me abre la puerta con Violet en brazos—. ¡Entra, estás hecha un desastre!

—Me he resbalado —miento avergonzada.

—Sube arriba a cambiarte de ropa, atontada —me regaña—. ¿Quieres quedarte a comer?

—Eh… no, tengo otros planes. Yo… —Dios mío, miento fatal—. Quiero ir al centro comercial. A hacer unos recados.

—¿Al centro comercial? —pregunta Christy—. Pero eso está a dos horas de distancia, cariño.

—Sí, a lo mejor no voy hasta allí. Necesito zapatos… Unos zapatos nuevos.

—¿Estás bien?

Christy me mira fijamente y vuelo escaleras arriba para buscar en su armario, tal como había previsto. Saco unos pantalones y un jersey y me guardo un pañuelo en el bolsillo. Miro hacia la cómoda.

—Christy, ¿me prestas algo de bisutería? Quiero arreglarme un poco. Es posible que quede… con una amiga a comer. Si tengo tiempo.

—Claro —responde—, ponte lo que quieras.

En «lo que quieras», no debe ir incluida la sortija de aniversario que le regaló Will el primer año que estuvieron juntos. Pero, razono, al fin y al cabo, me ha dicho que me ponga lo que quiera, así que me la guardo después de haberme puesto también crema de manos de la que tiene en la mesilla.

—¡Estás muy guapa! —comenta Christy.

Cuando dice «muy guapa», en realidad quiere decir «como yo», pero no me ofende. Mi hermana tiene ropa preciosa y, en este momento, es un hecho que estoy idéntica a ella. Violet, que está sentada en el suelo de la cocina, golpeándolo con un vaso de plástico, gatea hasta a mí y babea… la bota de Christy.

—Gracias, preciosa —le digo—. Volveré alrededor de las cuatro, ¿de acuerdo?

—Vuelve cuando quieras —responde mi hermana. Me sonríe desde el suelo—. Violet, ¿quieres probar con esto?

Le tiende una cuchara de madera y le muestra sus posibilidades.

—Eh, Maggie, no olvides agarrar un abrigo. El tuyo está hecho un desastre.

Señala un precioso abrigo de piel sintética que está colgado en un perchero al lado de la puerta.

—Eres la mejor hermana del mundo —le digo, sonrojada por la culpa—. Un millón de gracias.

—¡Que te diviertas! —me grita.

No es precisamente en divertirme en lo que estoy pensando. Agarro la bolsa de los pañales que mi hermana deja siempre en el garaje, me subo al coche, miro por el espejo retrovisor y me quito la coleta. Después, me cepillo el pelo hacia un lado y me lo coloco detrás de las orejas. Me pongo la sortija en el dedo, el pañuelo al cuello y, ¡voila!, me convierto en Christy.

Esta misma mañana he llamado a la rectoría.

—Señora Plutarski, soy Christy Jones, ¿qué tal está?

—Hola, cariño —me ha saludado la señora Plutarski—, ¿cómo está tu preciosa niña?

—Está maravillosa —he contestado con dulzura—. Escuche, me estaba preguntando si el padre Tim tendría unos minutos para hablar conmigo.

—Por supuesto, cariño —ha contestado con una amabilidad que me ha dejado boquiabierta.

Conmigo siempre es de lo más antipática. Cualquiera diría que tengo la costumbre de destrozarle cada día el altar. Cuando le pregunto por el padre Tim, siempre se encarga de recordarme lo ocupado que está. Pero para Christy, está completamente disponible.

—¿Te parece bien a la una en punto, Christy? Supongo que querrás hablar con él de la cuestión de tus padres —ha sugerido, siempre tan cotilla.

—Sí, me parece perfecto.

Violet suele dormir de dos a tres, de modo que la verdadera Christy estará a esa hora en casa.

El corazón me late violentamente mientras aparco el Volvo de Christy en el aparcamiento de la iglesia. Apago el motor y permanezco sentada en el coche. Después de estar allí solo Dios sabe cuánto tiempo, por fin aparece el sentido común.

Aquí estoy, vestida como mi hermana, a punto de engañar a un sacerdote. Muy bien, Maggie, muy noble. Por alguna razón, tengo la idea de que si el padre Tim cree que soy Christy, será capaz de contarme lo que ha estado preocupándole últimamente. Será capaz de decirme por qué ha insinuado que Maggie es tan especial. Elevo los ojos al cielo y me miro en el espejo retrovisor. Sea lo que sea lo que le esté pasando al padre Tim, no es asunto mío. A lo mejor tiene claustrofobia, o a lo mejor solo está intentando ayudarme a dejar de pensar en Malone. Pero, no, obviamente, esa es la idea más estúpida que he tenido jamás en mi vida.

Disgustada conmigo misma, vuelvo a poner el coche en marcha. Me iré a Machias a sacar una película, me compraré una bolsa enorme de palomitas y…

Grito al oír que alguien golpea la ventanilla del coche.

—¡Padre Tim! ¡Qué susto!

—Hola, Christy —sonríe de oreja a oreja—. Vamos a la rectoría, muchacha.

Se me encoge el corazón por miedo a ser descubierta.

—Hola, padre Tim —musito.

Bueno, parece que voy a tener que seguir adelante, puesto que no se me ocurre ninguna otra cosa. Tambaleándome ligeramente con las botas de Christy, que tienen un tacón más alto del que yo acostumbro a usar, agarro la bolsa de los pañales del asiento de atrás, como si quisiera demostrar que soy realmente mi hermana.

—Hola, cariño —me saluda la señora Plutarski desde su posición de poder en la rectoría—. ¡Qué guapa estás! ¡Qué elegante!

—Qué amable es usted —respondo—. Y le queda muy bien ese color, ¿cómo lo llamaría, es un pardo rojizo? ¡Es precioso!

«¡No lo estropees!», me digo. «Te has metido tú sola en este lío y ahora tendrás que salir tan rápido como puedas! Si se enteran de que eres Maggie, estás muerta!».

—Ponte cómoda, Christy —me dice el padre Tim mientras me sostiene la puerta para invitarme a pasar.

—Gracias por recibirme, padre —le digo, mirando a mi alrededor para evitar mirarle a los ojos.

—De nada, hija mía, de nada. ¿Cómo están Will y Violet?

—Muy bien, muy bien, la verdad. Están perfectamente —tengo que dejar de parlotear, me digo.

Me siento, cruzo las piernas a la altura de los tobillos e intento encontrar una buena postura. Recorro el despacho con la mirada. Veo una nota en su mesa y se disparan las alarmas. Aunque está del revés, consigo leer la letra del padre Tim:

Preguntar al obispo…

—¿Qué puedo hacer por ti, Christy? —me pregunta.

Desvío la mirada de la nota.

—Bueno, no sé si se ha enterado de… de lo de mis padres —balbuceo.

—Sí, me he enterado —sonríe para darme ánimos.

Preguntar al obispo T. por…

—Y, por supuesto, estamos todos muy tristes.

—Es una tragedia, después de treinta años de matrimonio… —musita.

Preguntar al obispo T. por la situación del padre Shea.

¡Dios mío! ¡Santo Dios! ¿Por la situación del padre Shea? ¿Por la situación del sacerdote que renunció al sacerdocio para irse con una mujer? ¡Oh, Dios mío! Tomo aire.

—Christy, querida, no sufras. Todavía quedan esperanzas, y si rezas, quizá puedas ayudar a tus padres a recordar que esos votos son sagrados y siguen vigentes.

«¿Y sus votos, padre Tim? ¿También siguen en pie?», debería preguntarle.

—Umn. Tiene razón. Pero está siendo muy difícil para todos. Para Maggie y para mí, quiero decir —tomo aire después de referirme a mí en tercera persona y trago saliva—. Y también para Jonah, la verdad.

—He hablado un poco con Maggie. Pero ¿de qué manera podría ayudarte a ti, Christy?

—Yo… supongo que… Me estaba preguntando.

«Sí, Maggie/Christy, ¿qué es lo que te estabas preguntando?». Parece haber desaparecido de mi mente todo pensamiento inteligente.

—¿Cómo… cómo podría ayudar a mis padres? De otra forma que no sea rezando.

Parezco completamente estúpida, pero es porque no soy capaz de pensar en otra cosa que no sea el padre Shea.

El padre Tim desvía la mirada hacia la ventana.

—Bueno, como hija, Christy, deberías recordarles todas las cosas buenas que les ha dado su matrimonio. Sus tres hijos, por supuesto, y una nieta preciosa. Una vida en común, llena de recuerdos familiares, decisiones y también problemas, por supuesto… —se le quiebra ligeramente la voz mientras continúa con la mirada clavada en la ventana.

Tengo la impresión de que está completamente ausente y bendigo mi suerte.

—Tiene razón, es un excelente consejo —trago saliva y decido arriesgarme—. ¿Y usted, padre Tim, cómo se encuentra? Quiero decir, ¿se siente bien en el pueblo? ¿Está a gusto con su parroquia? Ya lleva, ¿cuánto? ¿Un año aquí?

—Sí, sí, estoy muy a gusto —responde el padre Tim, volviendo a mirarme y forzando una sonrisa.

—Bueno, nosotros estamos encantados de tenerle, padre Tim. Es un gran párroco. Un sacerdote muy entregado —ya lo he dicho, aunque haya sonado ridículo—. A Will, a mi hija y a mí nos encanta su parroquia. Espero que no nos deje.

De pronto, pone en mí toda su atención.

—¿Por qué lo dices? ¿Has oído algo? —pregunta bruscamente, inclinándose hacia delante.

—Eh… no, la verdad es que no. No he oído nada.

El padre Tim me mira fijamente durante largos segundos, después, se reclina en su asiento, más relajado.

—Bueno, los cambios son inevitables y nadie puede controlar su futuro. El futuro, como todo lo demás, está en manos de Dios.

Volvemos con los clichés.

—Sí, es cierto.

Me coloco un mechón de pelo tras la oreja sintiéndome terriblemente culpable. Estoy mintiendo, estoy engañando a un sacerdote. Seguro que me condeno al infierno. El sudor gotea por mi cuello.

—Tienes una familia maravillosa, Christy —dice el padre Tim, sin que venga a cuento—. Espero que tú y Maggie… Bueno, no importa.

Desesperada por hacer que el padre Tim exprese lo que siente por mí sin descubrirme, trago saliva.

—Usted… eh… usted es un buen amigo de Maggie. Creo que para ella es una suerte tener un amigo sacerdote. Es un gran consuelo. Sé que para ella es reconfortante, y que valora mucho su amistad.

—Yo también cuento con ella —contesta, sonríe y se levanta—. Maggie es una persona muy especial.

¡Oh, Dios mío! Cuenta conmigo y me considera muy especial. ¡Mierda! El pulso se me acelera y mi corazón late a toda velocidad. ¿Qué significa eso? ¿Por qué cuenta con mi amistad? ¿Y por qué está tan interesado en saber si Christy ha oído algo sobre la posibilidad de que se vaya?

—Bueno, padre Tim, muchas gracias por todo. Ahora debo de volver con la niña. Gracias, me ha sido de mucha ayuda.

El padre Tim me mira intrigado.

—Me alegro de haberte sido útil —contesta.

Se coloca a un lado mientras yo prácticamente salgo volando de la habitación y estoy a punto de chocar con la señora Plutarski, que está suficientemente cerca de la puerta como para suponer que ha estado intentando escucharnos.

—Me alegro de haberte visto, Christy —dice, fingiendo recoger una hoja de papel que, en realidad, tiene ya en la mano.

—Lo mismo digo, cuídese —contesto con aire distante mientras agarro el abrigo.

Necesito marcharme de allí. Me da vueltas la cabeza y parezco tener dificultades para oír. Necesito salir cuanto antes y alejarme de la rectoría.

Salgo a la nieve, me resbalo y estoy a punto de resbalar en la acera. Voy a toda velocidad hasta el coche de Christy, intentando tomar aire. ¿Dónde he dejado las llaves? ¿Dónde he dejado las malditas llaves? Busco sin éxito en la bolsa de los pañales. ¡Padre Shea! ¿Cuántos compartimentos tiene esta cosa? Pañales aquí, toallitas allá, mordedores, chupetes… un perro de peluche, un biberón en una bolsa sellada, pero no están las malditas llaves.

Y justo en ese momento, veo a Malone doblando la esquina.

—¡Mierda! —siseo.

No puedo creer que tenga tan mala suerte. ¿Dónde están las malditas llaves? Unos metros más y tendré que hablar con él.

—¿Maggie? —pregunta con recelo.

Me vuelvo sin pensar y me alejo del Volvo y de Malone a toda la velocidad que me permite la nieve. Abro la puerta de la droguería buscando un sitio donde esconderme, me meto y me quedo delante de uno de los expositores de tabaco que me mantiene lejos de la puerta, y finjo estar mirando las pipas. Estoy sudando a chorros.

—Hola, señora Jones —me saluda una adolescente desde detrás del mostrador.

Es la hija de los Bate, ¿cómo se llama? ¿Susie? ¿Katie? ¿Bessie? Soy incapaz de recordarlo.

—¡Hola, cariño! —contesto, elevando excesivamente la voz.

Suena la campana de la puerta y entra Malone. Me alejo por el pasillo y giro a la izquierda. ¡Ja! Intento dejar de jadear y me paso la mano por el pelo. Estoy temblando, pero creo que aquí estoy a salvo. Malone no se atreverá a seguirme hasta aquí.

Se atreve.

—¿Maggie? —me pregunta con voz grave y vagamente amenazadora.

—¡Ah, hola, Malone! En realidad, soy Christy. Pero no te preocupes, nos pasa continuamente.

Siento el rostro ardiendo. Tomo una caja de tampones y la estudio con atención. Absorción extra. Para tus días más difíciles. Una frase como esa debería asustar a cualquier hombre.

Malone no se mueve. Dejo la caja de tampones en su lugar y agarro unas compresas suficientemente grandes como para servir de lecho para un perro.

—¿Por qué te haces pasar por Christy? —me pregunta.

Le miro. Está frunciendo el ceño, por supuesto, y el viento le ha revuelto el pelo. No se ha afeitado y está tan ridículamente viril que incluso estando allí, e incluso sabiendo todo lo que sé, se me aflojan las rodillas en una biológica oleada de atracción.

—¡Hola, Christy! —me saluda una mujer pelirroja a la que no he visto jamás en mi vida.

Lleva un bebé en brazos.

—¡Hola! —saludo en respuesta—. ¿Cómo está el bebé?

Malone se cruza de brazos y me mira con los ojos entrecerrados.

—Un poco nervioso. Creo que le están saliendo los dientes. Tu marido me dijo que podría probar con Motrin si la cosa empeora.

—Sí, Motrin. Seguro que funciona. Umm, Will sabe de esas cosas. Nosotros lo probamos y con Violet funciona —dejo las compresas en su lugar y pruebo con los tratamientos para los hongos. Sacudo la caja con énfasis para hacer sonar el aplicador.

—Maggie —insiste Malone—, ¿qué estás haciendo?

—Soy Christy, ¿de acuerdo? Te estás equivocando. Hasta nuestros padres nos confunden. Ahora tengo que concentrarme en esto porque tengo una infección. Así que adiós.

Malone se inclina lo suficiente hacia mí como para que pueda sentir el calor de su cuerpo y, de pronto, la caja me tiembla en las manos.

«No le mires», me advierto, «ni siquiera te atrevas a volver la cabeza».

—Sé perfectamente quién eres —susurra Malone.

Después, se vuelve y se aleja. Oigo la campanilla de la puerta. Malone se ha ido.

—No te enfades conmigo —le pido a mi hermana mientras cuelgo el abrigo.

—¿Me has rallado el coche? —me pregunta mientras bebe un sorbo de té.

El monitor para controlar a Violet está encendido, la casa está caldeada y silenciosa, es todo un oasis de calma.

—He fingido ser tú —admito, preparándome para lo peor.

—¿Qué? ¡Vamos, Maggie! —exclama.

—Eh, tranquila, vas a despertar a tu hija —digo, agradeciendo que una niña pueda protegerme de su furia.

—¿No crees que somos un poco mayorcitas para dedicarnos a esas cosas? —me regaña Christy—. ¿Y qué demonios has hecho, por cierto?

—¿Te queda agua caliente? Me vendría bien un té.

—Sírvete tú misma —contesta Christy, dejando a un lado el crucigrama que estaba haciendo—. Creo que tienes que darme una explicación.

—Sí, en primer lugar, lo siento. Pero había decidido ya que no iba a hacerlo cuando me he encontrado con el padre Tim. No ha sido una buena idea. Pero no te vas a creer lo que voy a decirte —pongo azúcar en el té y me siento enfrente de ella—. Creo que el padre Tim va a dejar el sacerdocio.

—¡Oh, no! —mi hermana casi se cae de la silla.

Le hablo de mi pueril plan y de las misteriosas palabras del padre Tim, por no mencionar la nota sobre la situación del padre Shea.

—¿Pero en realidad ha dicho algo concreto? —pregunta Christy, olvidándose de su irritación y en busca de nuevas noticias.

—Bueno, la verdad es que no. Pero me ha dicho en un par de ocasiones que se siente solo, y después cosas como que soy especial y que cuenta conmigo. Y lo del padre Shea… bueno, tengo que admitir que todo suena… ya sabes.

—¿Prometedor? —sugiere Christy.

—¡No! En realidad, iba a decir que «terrible».

—Sí —muestra su acuerdo mientras repasa con el dedo el dibujo de la madera—. Imagínate el escándalo si dejara el sacerdocio por ti.

—Lo sé.

—¿Tú le quieres, Maggie? —y esboza una mueca mientras lo pregunta.

—¡No! ¡No sé, Christy! Estoy segura de que le aprecio, por supuesto, y somos buenos amigos. Y siempre he sentido que hay algo especial entre nosotros…

—¿Pero?

—Pero no de esa forma. Encapricharse con alguien es una cosa, pero… ¡Dios mío, no! —mi hermana asiente—. Además —admito en voz más queda—, todavía siento algo por Malone.

—Um.

—Aunque no creo que eso importe mucho. Por lo de Chantal y todo eso. Sé que debería olvidarle. Para Malone solo fue una aventura. Una aventura agradable, pero nada más. Para él no hubo nada realmente importante.

Pero sí lo hubo, y el saberlo me llena los ojos de lágrimas. Me dio la mano, me llevó a esa competición de leñadores, me consoló, me alegró el día, me hizo sentirme como si fuera la mujer más atractiva sobre la faz de la tierra, y yo…

—Le echo de menos —reconozco en un susurro.

Christy asiente.

—Estaba en la droguería. Y ha adivinado que no era tú.

Christy arquea las cejas.

—¡Vaya!

—Lo sé.

Siempre hemos conseguido engañar a todo el mundo: a nuestros padres, a nuestro hermano, a nuestros profesores, a nuestras mejores amigas. Will es el único que nunca nos ha confundido.

Y ahora, Malone.