23

Cuando por fin llego a mi casa la tarde siguiente, encuentro un mensaje en el contestador. He estado escondida en casa de Christy y, sí, le he contado todo. Will y ella me han dado de cenar, me han dejado acostar a Violet y han abierto una botella de vino bueno. He dormido en la habitación de invitados y esta mañana he ido directamente a la cafetería.

La luz del contestador está parpadeando, esperando a darme la gran noticia. Tardo más de un minuto en presionar el botón.

—¡Eh, Maggi! Soy Malone. Pensaba… pensaba que habíamos quedado en salir juntos esta noche. Llámame cuando llegues.

Es increíble. Pensaba que íbamos a salir juntos. Pues no pienso salir con él cuando hay otra mujer esperando un hijo suyo.

Me dejo caer en una silla, me abrazo a un cojín y cierro los ojos con fuerza. Chantal nunca ha ocultado que Malone le parece un hombre atractivo. Comentó incluso que le había tirado los tejos. Y que mucho tiempo atrás, a Malone le gustaba. Y a lo mejor, más recientemente también, como todo parece indicar. Sí, ¡Dios no quiera que a Chantal se le escape un hombre! Todos los malditos hombres del pueblo la adoran, ¿no? Aprieto los dientes con fuerza, intentando deshacer el nudo que tengo en la garganta.

Los bordes del cojín están gastados por los años de uso. Debería cambiar la funda, ¿pero por qué molestarse? De hecho, miro alrededor de mi abarrotado apartamento y la impaciencia me devora. ¿Por qué tengo toda esta porquería en casa? ¿De verdad puede necesitar alguien ocho moldes para tartas? ¿Qué más da que sean coleccionables? De pronto, odio las colecciones. «Colecciones». ¿Por qué no llamarlas como lo que realmente son? Un montón de basura. ¿Para qué las quiero? ¿Para qué se me llenen de telarañas? Desde luego, si esa es la intención, están haciendo una excelente labor.

Me levanto de un salto, agarro unas cuantas bolsas de basura y unos periódicos viejos y empiezo a envolver objetos con expresión vengativa. Debería montar un mercadillo en el jardín. O llevar toda esta basura a un anticuario. De pronto, quiero tener una vivienda espartana. Solo el suelo y un futón, al estilo japonés. O mobiliario suizo, a lo mejor, con un armario de líneas austeras para guardar la ropa.

¡Y la ropa! Me abalanzo prácticamente hacia el dormitorio y comienzo a abrir los cajones de la cómoda. ¿Cuántos jerseys necesito en realidad? Alrededor de una tercera parte son chaquetas de mi padre que le he ido robando durante años. A lo mejor quiere que se las devuelva. ¡Y mira cuántas camisetas con manchas tengo! Lo de trabajar en una cafetería no es una excusa. Puedo permitirme el lujo de comprarme camisetas nuevas. Cuando las mancho de salsa o de café y no puedo quitar las manchas, debería retirarlas. O a lo mejor debería hacer camisetas expresamente para la cafetería. Sí, es lo que haré. Así ya no tendré que pensar qué me pongo cada día. Unas camisetas negras en las que ponga Cafetería Joe, fundada en Gideon’s Cove en 1933. Perfecto, a los turistas les encantará. Sin hacer ningún tipo de concesión, meto media docena de camisetas en una bolsa de basura, fijándome vagamente en los logos de los lugares en los que he estado o en las frases que en su momento me parecieron ingeniosas. Basura acumulada. Apenas me detengo en la rata azul, de hecho, la guardo con más fuerza de la que habría sido necesaria en una bolsa de basura negra. Ahí está bien. Enterrada. Es una estupidez guardar tantas porquerías.

Después de que Skip me cambiara por un modelo más clásico, me vine a vivir aquí, alquilé la casa a unos turistas que solían venir a pasar el verano en la costa y la habían comprado a modo de inversión. Cuando Gideon’s Cove fracasó en el intento de convertirse en un nuevo Bar Harbor, me la vendieron por un precio asequible y mi padre y yo arreglamos la casa y encontramos una inquilina para el piso de abajo, la señora Kandinsky. Me sentía tan segura en esta casa, me parecía tan acogedora, tan pequeña. Pero ahora me parece agobiante y tan abarrotada de cosas como lo está mi mente de mis fracasos amorosos.

Skip, por supuesto, es el que ocupa el primer puesto de la lista. Pero hubo otros antes de Malone y del padre Tim. Un par de años después de haber roto con Skip, apareció Pete, un tipo muy agradable de uno de los pueblos de la zona. Estuvimos saliendo durante un año. Al final, prácticamente vivíamos juntos. Cuando una noche me invitó a salir, imaginé que iba a proponerme que me casara con él. Y me imaginé respondiendo que sí. Teníamos una relación sólida y satisfactoria para ambos, o al menos, eso pensaba yo. No era un amor terriblemente romántico, pero yo pensaba que duraría.

Sin embargo, Pete me informó de que cambiaba de residencia. Se iba a California. Y me echaría mucho de menos. Si me hubiera preguntado que si quería irme con él, le habría contestado: «No, no, no puedo irme contigo. Adoro Maine. No quiero moverme de aquí. Mi vida y mi familia están aquí». Habría sido una ruptura triste, lamentable, pero necesaria, porque, sinceramente, yo nunca habría dejado mi casa por ese tipo. No me dejó el corazón roto, pero aun así, habría sido agradable ser yo la que le dejara.

Saco un jersey verde que todavía conserva algunos pelos dorados. Son pelos de Colonel. Seguramente restregó su cabeza contra él cuando lo llevaba puesto. Se me llenan los ojos de lágrimas. Fluye en mi interior como un río caudaloso una añoranza desesperada por mi perro. El jersey puede quedarse, decido, y lo coloco sobre el montón de ropa que pretendo conservar. Me sueno la nariz y continúo sacando cosas.

Después de Pete llegó Dewitt. Fui mi novio durante cuatro meses. Después, me pidió que intentara poner alguna distancia entre mi hermana y yo y consiguió poner fin a nuestra relación con una sola frase. Desgraciadamente, cuando cortamos le contó a todo el mundo que yo tenía una relación con Christy que no era normal e insinuó que nunca iba a encontrar a nadie porque estaba obsesionada con mi hermana. El muy estúpido.

—¿Maggie?

—¡Dios mío! No deberías darle estos sustos a la gente —grito.

Malone se inclina contra el marco de la puerta y sonríe. Tengo que desviar la mirada.

—Lo siento —me dice—. He llamado a la puerta. Supongo que no me has oído.

—No. Bueno, estás aquí. Eso es… —el magnetismo animal que exuda este hombre me hace olvidar los motivos de mi enfado. ¡Ah, sí! Chantal. Ya lo tengo—. Muy bien, Malone, ¿qué ocurre? ¿Alguna novedad?

La sonrisa de Malone desaparece.

—En realidad no. Ayer por la noche te eché de menos.

—Me echaste de menos… Bueno, ocurrió algo inesperado.

Así que no pensaba admitir nada. Yo pensaba que Malone era un hombre capaz de reconocer sus errores. «Eh, por cierto, Chantal y yo vamos a tener un bebé. ¿Te apetece que vayamos a cenar algo. Genial». Si no piensa decir nada, lo último que pienso hacer yo es admitir que estaba escondida debajo de la ventana de su casa en el momento en el que le anunciaron su inesperada paternidad.

Trago bilis mientras pienso en lo cansada que estoy de que todas mis relaciones me hagan quedar como a una estúpida. Skip, los otros dos estúpidos, el padre Tim y ahora Malone. No lo soporto. Y no pienso hacer el tonto una vez más. Sencillamente, no puedo. Termino de meter todo lo que me sobra en una bolsa de basura deseando no sentir nada más que rabia. Sin embargo, la imagen de Malone tumbado en mi cama el día que murió Colonel intenta abrirse camino en mi cabeza. ¿Cómo es posible que fuera tan…?

—¿Va todo bien, Maggie? —me pregunta, frunciendo ligeramente el ceño.

—¿Pues sabes una cosa? No. No va todo bien, Malone. ¿Puedes pasar al cuarto de estar? —paso por delante de él y me meto en el desastre que he organizado en la habitación de al lado—. Siéntate.

Tomo aire y me siento al otro lado de la mesita del café. No quiero estar demasiado cerca de él. Lleva la barba sin afeitar y el recuerdo de lo que siento cuando me besa Malone, de esa áspera dulzura, hace que se me aflojen las rodillas. Disgustada conmigo misma, me obligo a imaginármelo con Chantal. En la cama con Chantal. Besándola con la misma intensidad con la que me besaba a mí. ¡Ya está! Se acabó la flojera en las rodillas.

—¿Qué te pasa? —pregunta Malone con voz queda.

—¿Sabes? Me alegro de que hayas venido, Malone. Es… Mira, ya que estás aquí, te lo diré. La cuestión es que… —se me tensa la garganta de forma inexplicable—. Malone, esto no está funcionando. Me refiero a lo que hay entre tú y yo, sea lo que sea.

Aunque no cambia de expresión, mueve ligeramente la cabeza y, durante unas décimas de segundo, me siento mal por él. Para Malone ha sido una sorpresa. No lo veía venir. ¿Y qué? Yo conozco mejor que nadie ese sentimiento.

Dejo de hablar, encontrando un triste placer en el hecho de no ser yo la que termina siendo abandonada esta vez.

—¿Sabes? Eres muy atractivo, supongo. Quiero decir, por lo menos a mí me lo parece. Pero… aparte de la cuestión física… Bueno, si quieres que te diga la verdad, Malone, estoy buscando algo más.

Me mira fijamente, no frunciendo el ceño exactamente, pero casi preocupado.

—¿Ha ocurrido algo, Maggie? —pregunta.

La amabilidad que emana de su áspera voz hace que la furia golpee mi corazón como una ola gigante.

—No lo sé, Malone —le espeto—. ¿Ha pasado algo?

Frunce el ceño.

—¿Qué está pasando aquí? —pregunta, y hay una nota de irritación en su voz.

—Eso dímelo tú.

Me planto frente a él con los brazos en jarras, desafiándole a admitir lo que ha hecho.

—¿Estamos peleándonos? —pregunta frunciendo el ceño—. Porque no recuerdo tener nada por lo que pelearme contigo.

Genial. Se está comportando como un cobarde. Sencillamente, estupendo.

—Te pondré las cosas fáciles, Malone. En realidad, no eres mi tipo.

El golpe tiene un impacto directo. Cierra la boca bruscamente y me mira con expresión fiera y sombría.

—¿Y quién es tu tipo, Maggie? ¿El padre Tim, quizá? —gruñe.

Inclino la cabeza.

—Bueno, es curioso que lo sugieras. Porque dejando de lado el hecho de que sea sacerdote, la verdad es que sí. El padre Tim es un verdadero amigo para mí. Hablamos, nos divertimos y nos reímos juntos. Nos contamos cosas el uno al otro. Eso se parece más a lo que busco. Un amigo y un amante. Supongo que no es nada raro, ¿verdad?

—¿Un amigo? ¿A qué te refieres exactamente? ¿A alguien a quien darle todo hecho? ¿Alguien a quien puedas darle de comer y limpiarle la casa?

—Se dice «alguien a quien cuidar». Cuando alguien te importa, haces cosas por él. Por ejemplo, llevarle una sopa y un pedazo de tarta, como hice la noche que te caíste al mar. Pero tú no quieres eso, ¿verdad? —alzo la voz—. De modo que sí, quiero alguien que no esté tan cerrado a cualquier sentimiento humano, Malone. ¡Eso es! Alguien con quien pueda hablar con frases enteras, alguien capaz de contestar a preguntas personales, alguien que…

—Entendido —me interrumpe Malone—. Muy bien. Cuídate, Maggie.

Cierra la puerta de un portazo y yo rompo a llorar una vez más.