16

Por lo menos hoy no me he despertado sola, pienso al día siguiente mientras corto la cebolla para la sopa de patatas. Malone ya estaba vestido, por supuesto, y todavía era de noche, pero me ha besado con delicadeza y ha pronunciado estas tiernas palabras:

—Tengo que irme —y se ha ido.

Pero me ha besado. Me ha despertado. Supongo que eso ya es algo. La de anoche ha sido la tercera que pasamos juntos. Esto ya debe de ser una relación, ¿no? Pero la cuestión es que no sé lo que él piensa. Lo que realmente tenemos que hacer es empezar a salir y no limitarnos a acostarnos. Aparentemente, la idea es bastante atractiva, hasta que recuerdo la velada que pasamos mirándonos el uno al otro en el restaurante. A lo mejor debería preparar una lista y entregársela.

Por favor, conteste las siguientes preguntas: ¿Cuál es su nombre de pila? ¿Tiene alguna afición en particular? ¿Piensa presentarme a su hija? ¿Soy su novia?

El sol brilla en el cielo, el aire es frío y seco y no hay mucho trabajo. Entran pocos clientes hasta en la normalmente agitada hora del almuerzo. Hoy es el día libre de Octavio, así que me tomo las cosas con calma, y como Judy se ha pasado la mañana leyendo una novela, la mando a casa a las doce y atiendo a los pocos clientes que se acercan a comer.

Después de cenar, llevo a Colonel a casa y me acerco al comedor social con el tanque de sopa y varias docenas de biscotes. Después, paso una hora o dos escribiendo cartas a autores de guías de turismo y a críticos gastronómicos, con la esperanza de convencer a alguno para que venga por la cafetería. Pero probablemente mi madre tenga razón. Aunque el Joe’s sea elegido el mejor establecimiento del condado, o incluso del estado, nada cambiará. Gideon’s Cove está demasiado lejos de todas partes como para ser popular.

Doy un paseo hasta el puerto. El bote de mi hermano está amarrado, pero el de Malone, Anne la Fea, no. Me pregunto de dónde ha sacado ese nombre, y quién será Anne. Otra pregunta para la lista, supongo. Vuelvo a casa caminando y extrañamente desilusionada.

Después de haberme pasado todo el día cocinando, lo último que me apetece es hacerme la cena. En un impulso, me bajo al coche, que está cubierto de polvo, y conduzco durante veinte minutos hasta llegar al pueblo de al lado, en el que hay un lavacoches. Siempre me ha gustado lavar el coche, dejar que pase por la cinta transportadora y ver la facilidad con la que queda resplandeciente. Cuando estoy echando las monedas para la aspiradora, llega otro coche detrás del mío.

—Maggie, ¿cómo estás? —me saluda el padre Tim mientras sale del coche—. Las mentes privilegiadas suelen tener las mismas ideas, ¿eh?

—Hola, padre Tim, ¿cómo está?

Hace días que no hablo con él y el mero hecho de darme cuenta me hace pensar en ello. No ha vuelto a pasar por la cafetería desde… Desde hace varios días. Y yo ni me he dado cuenta.

—Ayer por la noche te echamos de menos en el grupo de estudios bíblicos —me regaña con cariño mientras busca monedas en los bolsillos.

—Sí, lo siento. Supongo que tenía otras cosas de las que ocuparme.

Mi rostro, y otras partes de mi cuerpo, comienzan a arder al pensar en las cosas de las que tenía que ocuparme, pero lo disimulo pasando la aspiradora por el asiento de atrás.

Cuando el padre Tim termina de limpiar, se endereza y mira hacia el final de la calle.

—¿Te apetece un café, Maggie? —pregunta—. Creo que he visto señales de vida en el Able’s.

—¡Claro! Me encantaría.

Able’s Tables es un café diminuto situado al final de la calle y siempre está abierto, a pesar de que no hace mucho negocio en esta época del año. Un cartel anuncia karaoke para las ocho de la noche, pero no espero que el padre Tim y yo estemos por aquí a esas horas. Pedimos los cafés, el padre Tim acompañado de una magdalena del tamaño de Rhode Island, y nos sentamos cerca de la ventana.

—Imagínate, qué casualidad —dice el padre Tim—. Ahí estaba yo, sintiendo el peso de la soledad, y quién me iba a decir que iba a encontrarte. Qué feliz coincidencia. Realmente, Dios atiende nuestros ruegos.

—¿Por qué se sentía solo, padre Tim? Yo creía que le gustaba la soledad, que le gustaba alejarse de vez en cuando de sus admiradores —sonrío y bebo un sorbo de capuchino.

Ríe sin mucha alegría.

—Sí, a veces sí. Al fin y al cabo, a Dios le gusta hablarnos en el silencio. Tienes razón. Pero hoy creo que necesitaba algo de compañía, Maggie —me dice—. A veces, podemos sentirnos un poco solos incluso estando rodeados de gente.

—Desde luego —contesto compasiva.

—Sí, tú sabes de lo que te hablo, ¿verdad, Maggie? —me mira pensativo, fijando sus bondadosos ojos en los míos—. Para ti tiene que ser duro que Christy se haya casado y tenga una hija…

Me enderezo en la silla.

—No, no es duro —contesto frunciendo el ceño—. Aprecio a Will. Y Violet… bueno, es mejor que no empiece a hablar de ella porque no paro. No es duro. Me alegro mucho por mi hermana.

—Bien por ti, Maggie. En ese caso, bien por ti —se interrumpe—. Siento mucho que no hayan servido de nada mis esfuerzos por encontrarte a un hombre decente.

Sacudo la cabeza.

—No, no. No tiene por qué preocuparse. Gracias por intentarlo.

—Una chica tan adorable como tú debería tener a alguien —continúa casi con tristeza.

No contesto inmediatamente. Paso varios segundos mirando hacia la calle.

—Bueno, la verdad es que estoy saliendo con alguien —confieso.

—¿De verdad? —exclama el padre Tim. Asiento—. ¿Y crees que es suficientemente bueno para ti?

Me sonrojo.

—Claro que sí.

—En ese caso, es maravilloso —dice—. Es curioso, el otro día estuve pensando en ti y en el hombre que me presentaste en el Dewey’s, el pescador de pelo negro.

—¿Malone? —pregunto, y mi rostro pasa directamente del sonrojo al fuego.

—Eso es, Malone. No querría que terminaras saliendo con alguien como él. Con un hombre tan maleducado. Apenas hablaba. Fue bastante grosero durante todo el tiempo que estuvo allí. Además, parecía incapaz de apartar la mirada de Chantal.

—En realidad… —intento decir.

—Así que me alegro de que hayas encontrado a un hombre con potencial, Maggie. Odiaría verte saliendo con alguien que no tenga un corazón tan grande como el tuyo.

Abro la boca un par de veces antes de que me salgan las palabras.

—En realidad, Malone es el hombre con el que estoy saliendo.

El padre Tim abre la boca con un cómico gesto de sorpresa.

—¿Es… es él? ¡Oh, Dios mío! Lo siento mucho, Maggie —desvía la mirada y esboza una mueca.

—En realidad no es tan maleducado —consigo decir. «Buen trabajo, Maggie. Para eso podría haberme ahorrado el halago»—. Cambiemos de tema.

Llega la camarera para servirle otro café al padre Tim.

—Aquí tiene, padre —ronronea.

E ignora por completo mi taza vacía.

—Ah, gracias, eres encantadora —le agradece el padre Tim, sonriéndole.

La camarera se sonroja.

¿Así soy yo? ¡Oh, Dios mío, soy así! ¡Qué horror! Me siento avergonzada. Pobre padre Tim, teniendo que soportar a las camareras adulándole constantemente. La camarera me llena por fin la taza y vuelve detrás del mostrador, con los ojos fijos en mi acompañante.

—¿Es difícil ser sacerdote, padre Tim? ¿Tener que comportarse siempre tan bien?

Se echa a reír con una larga y profunda carcajada.

—No, Maggie, no es difícil. En realidad, es una vocación maravillosa, un privilegio.

—Pero siempre está un poco… —me interrumpo, temiendo estar a punto de meter la pata.

—¿Un poco qué? —pregunta.

Realmente, es inútilmente atractivo, con esos ojos verdes y esas manos maravillosas.

—Un poco apartado de todo el mundo —termino.

La sonrisa desaparece.

—Sí, tienes parte de razón —deja la taza en la mesa—. Es el precio a pagar por servir a Nuestro Señor —fuerza una sonrisa y bebe otro sorbo de café. Continúa con voz más queda—. Maggie, ¿conociste al padre Shea cuando eras pequeña?

Doy un respingo. Desgraciadamente, en ese momento estoy bebiendo un sorbo de capuchino y la espuma ardiendo cae directamente en mis pulmones.

—Yo… sí —consigo contestar.

El padre Shea era el sacerdote de la parroquia cuando yo tenía unos diez u once años. Era un hombre atractivo, debía de tener entre cuarenta y cincuenta años, una niña de esa edad no aprecia la diferencia, era un hombre jovial y divertido que nos sobornaba descaradamente a los niños para que nos portáramos bien en la iglesia dándonos bombones después de misa.

Un buen día, el marido de Annette Fournier murió de un ataque al corazón cuando estaba corriendo. En medio de la tragedia, el padre Shea fue un gran consuelo para la viuda y sus tres hijos. Tal consuelo, de hecho, que terminó colgando los hábitos y casándose con ella un año después. Creo que tuvieron uno o dos hijos y el padre Shea pasó a ser simplemente un papá.

—Sí, claro que me acuerdo del padre Shea —digo, tosiendo un poco—. Era muy agradable. Pero, bueno, ya sabe, se fue. ¿Por qué lo pregunta?

El padre Tim sacude ligeramente la cabeza con expresión distante.

—Por nada en concreto. Bueno, por nada de lo que deba hablar, por lo menos. Siento haber sacado el tema. Es solo que… últimamente pienso mucho en él. Y creo que ya he dicho bastante.

Fijo la mirada en la ventana con el rostro rojo como la grana. Siento la culpa atravesándome como un rayo de fuego. ¿Cuántas veces habré deseado que el padre Tim no sea sacerdote? La verdad es que no es cierto. Es un buen sacerdote y no me gustaría que montara un escándalo como el del padre Shea. Dejar el sacerdocio… romper sus votos…

—Bueno, será mejor que vuelva —dice el padre Tim, y deja un dólar para la camarera—. Gracias, Maggie por esta conversación tan agradable —me aprieta cariñosamente el hombro—. Las puertas de la iglesia siempre estarán abiertas para ti. Dios te está esperando y a él nunca se le acaba la paciencia —sonríe y me guiña el ojo, siempre de campaña.

—De acuerdo. Me alegro de haberle visto, padre Tim.

Saco la cartera y dejo otro par de billetes encima de la mesa, alegrándome de que vuelva a ser el mismo sacerdote de siempre.

Me meto en el coche limpio y me dirijo hacia mi casa, pero continúo sintiéndome incómoda. ¿Por qué me habrá preguntado por el padre Shea? ¿Por qué a mí, especialmente? Seguro que la señora Plutarski le ofrecería información muy detallada en cuanto mostrara el menor interés.

Para cuando llego a Gideon’s Cove, el cielo está tachonado de estrellas que resplandecen sobre mi cabeza y el aire es tan limpio que puedo distinguir la Vía Láctea girando a mi alrededor. Me quedo un momento en el porche y respiro hondo. El olor a leña quemada de muchas de las chimeneas y cocinas se funde con la fragancia de los pinos y el mar. Para mí, este es el mejor aroma del mundo. Tomo aire y me sobresalto al oír que se abre una puerta detrás de mí.

—¡Maggie, cariño!

—Hola, señora Kandinsky. Me ha asustado —le digo riendo.

—Oh, querida, cuánto lo siento —me hace un gesto para que me acerque y yo obedezco—. Antes ha venido un hombre —me cuenta—. Ese hombre moreno que vino el otro día. El moreno.

Me siento al mismo tiempo emocionada y nerviosa, los dos sentimientos contradictorios que, al parecer, Malone evoca.

—¿Malone? ¿Ha estado aquí? ¿Cuándo ha venido?

—Hace una hora más o menos —camina arrastrando los pies hasta la silla y se sienta con cuidado—. Maggie, ¿te importaría buscar el mando a distancia? Esta noche no hay nada de nada. ¡Trescientos canales y nada que merezca la pena ver!

El mando a distancia está encima de la mesita del café, se lo tiendo.

—Eh… ¿Y ha hablado con Malone?

—Bueno, tengo que decir que lo he intentado, pero no me ha dicho gran cosa. Si quieres que te diga la verdad, parecía enfadado —la señora Kandinsky busca entre los diferentes canales.

—¿Enfadado? ¿Está segura? No sé por qué puede estar enfadado.

La señora Kandinsky se detiene en una cadena. La cabeza de Linda Blair gira ante la mirada horrorizada del padre Damian.

—¡Mira, Maggie! ¡Están poniendo El exorcista! ¡Qué rabia, me he perdido la primera parte!

—Señora Kandinsky —insisto, intentando retomar la conversación—, ¿Malone ha dicho algo?

—¿Eh? ¿Te refieres a ese hombre enfadado? Malone, dices que se llama. Sí, le he dicho que no sabía dónde estabas, y ha dicho que volvería pronto.

—Entonces no parece que estuviera enfadado.

—¡Oh, Dios mío! Esa chica es odiosa —exclama la señora Kandinsky con admiración.

—Sí, desde luego, esto a mí sí que me asusta —el sacerdote, sin embargo, es bastante guapo, pero ya tengo bastantes sacerdotes guapos en mi vida—. Tengo que irme, señora Kandinsky. Disfrute de la película.

No me saluda cuando le tiro un beso desde la puerta, está demasiado concentrada en la televisión. Subo a mi apartamento.

No tengo ningún mensaje telefónico de Malone. Busco en la guía su número de teléfono y le llamo. Está comunicando. Quince minutos después, vuelvo a intentarlo. Sigue ocupado. La posibilidad de que Malone pueda estar hablando por teléfono durante tanto tiempo me sorprende. Desde luego, conmigo no habla nunca tanto. Al parecer, tenemos mejores cosas que hacer que hablar.

En fin, ha dicho que me vería pronto. A lo mejor no estaba enfadado. Además, ¿qué motivos puede tener para estar enfadado? No he salido con un novio. El padre Tim es un amigo y no tengo por qué sentirme culpable por haber tomado un café con él. Además, me necesitaba. Se sentía solo. Hemos pasado una hora hablando. Hablando solamente. No tengo por qué sentirme culpable.

Por curiosidad, compruebo en Internet la página de citas que visité la última vez. Los mensajes no han cambiado. El dios continúa buscando a su diosa y el marido enfadado continúa enfadado.

—Vamos, Colonel —le digo a mi perro—. Vamos a la cama.

Me llevo el teléfono al dormitorio, pero Malone no llama.