Yresultó que Christy tenía parte de razón.
Esa noche, estaba en casa, como normalmente, me había puesto ya el pijama y tenía un cesto enorme de ropa limpia en la mesita del café. Desde la época en la que fui novia de Skip, he sido aficionada al béisbol y, como lo manda la ley, si una es de Maine, soy una fanática de los Boston Red Sox. Observo con orgullosa satisfacción como el bateador consigue hacer dos lanzamientos y decido que me merezco el helado prometido. Cuando estoy buscando en el refrigerador, llaman a la puerta.
—Hermanita, soy yo, tu hermano favorito —dice Jonah.
—¿Dmitri? —pregunto.
—Muy graciosa.
—Vamos, pasa —le digo.
—La televisión del parque de bomberos está estropeada. ¿Podemos ver el partido contigo?
—Claro, ya tengo la televisión encendida —el congelador está repleto de sobras envueltas en papel de plástico y no consigo encontrar el maldito helado—. Eh, ¿cuántos sois?
Jonah asoma la cabeza por la puerta de la cocina.
—Solo yo y Stevie. Y Malone también.
Saco la cabeza del congelador.
—¿Malone?
—Sí —contesta Jonah, volviéndose hacia la televisión—. Le he visto en el muelle y le he preguntado que si quería venir.
No parece consciente de la importancia de sus actos, pero en realidad, apenas es consciente de nada en su vida. Parpadea y me mira expectante.
—Malone —repito—. De acuerdo, vale, está bien.
La repentina imagen de la cesta de la ropa me impulsa a correr al salón. Ya es demasiado tarde. Tengo la mesa cubierta de lencería de diferentes épocas de mi vida.
—Necesitas renovarte —me recomienda Stevie mientras levanta un par de lo que en otro tiempo fueron unas bragas.
Alargo la mano hacia ellas, sintiendo que mi rostro libera el calor de una central nuclear.
—Veo que te han dejado en libertad condicional, Steve.
—Deberías comprarte tangas. Me gustan las mujeres que usan tanga.
—No creo que hayas visto nunca una —replico mientras dejo las bragas en lo más hondo de la cesta, con los sujetadores desteñidos y las camisetas—. Hola, Malone —saludo, esperando que mi voz suene natural.
—Maggie —contesta Malone.
A su lado, los chicos parecen exactamente lo que son: chicos. No está sonriendo, pero ni me fulmina con la mirada ni la desvía. Mi apartamento parece de pronto muy pequeño. Por supuesto, es un apartamento diminuto y con tres hombres hechos y derechos se convierte en microscópico.
—¿Tienes cerveza, Maggie? —pregunta Jonah—. ¿Y algo de picar?
Estiro la sudadera que llevo encima de la camiseta.
—Claro, espera un momento. No le hagas moverse, Steve, está muy mayor —le advierto al amigo de mi hermano, que debe pesar cerca de cien kilos y está intentando sentarse al lado de Colonel—. Siéntate en el suelo.
—¿Me lo dices a mí o a él? —pregunta Steve.
—A ti, tonto. ¿Quieres una cerveza?
—Sí, señora.
Me mira batiendo las pestañas y se tumba en el suelo, ocupando prácticamente la mitad del cuarto de estar.
Corro a la cocina y abro la nevera, dejando que el aire frío me refresque la cara.
«Maggie, tranquilízate», me digo a mí misma. «No tienes nada de lo que preocuparte. Malone está aquí, pero no pasa nada. Lo único que tienes que hacer es pensar en él como si fuera otro de los estúpidos amigos de Jonah».
—¿Necesitas ayuda?
Malone se inclina contra el marco de la puerta que separa la cocina del cuarto de estar. Se ha quitado el abrigo y lleva una camisa azul clara. El color combina con el de sus ojos y está tan atractivo, tan alto y tan condenadamente viril que me siento ligeramente aturdida.
—Lo siento, ¿qué has dicho? —pregunto, fingiendo estar buscando algo en el refrigerador.
—¿Necesitas ayuda? —repite.
En el cuarto de estar, Stevie y Jonah sueltan un grito y chocan las manos.
—No, gracias —le contesto a mi primer invitado—. Qué sorpresa, Malone. ¿También eres un admirador de los Sox? Supongo que sí, como todo el mundo que vive aquí, en la Red Sox Nation y…
—En realidad no —contesta Malone. Se acerca a la nevera y continúa mirándome fijamente—. Tu hermano me ha preguntado que si quería venir a ver el partido a tu casa y le he dicho que sí.
—Vaya… Eh… Umm, ¿qué es esto? —pregunto, y hundo la cabeza en la nevera.
—Quería verte.
—¡Ah!
Me arriesgo a mirarle y la casi imperceptible sonrisa de su boca provoca una oleada de deseo en mis entrañas.
—Tengo teléfono, ¿sabes? —susurro.
Sin pensar en lo que hago, saco un cubito de hielo de la hielera y me lo llevo a la frente.
—No me gusta hablar por teléfono —contesta Malone suavemente.
Y su voz parece llegar muy dentro de mí.
—¿De verdad? Qué sorpresa —consigo decir.
Malone alarga la mano, me acaricia el pelo y siento que las rodillas están a punto de doblárseme.
—¡Maggie! ¿Qué pasa con esa cerveza? —grita Steve desde el salón.
—Entonces, ¿te parece bien? —pregunta Malone.
—¿Me parece bien qué? —pregunto mientras tiro el cubo de hielo al fregadero.
—¿Te parece bien que me quede?
Fijo la mirada en su rostro. Un rostro que comienza a gustarme, comprendo.
—Claro —contesto sonriendo.
Me devuelve la sonrisa y el corazón se me encoge, porque tiene una pala ligerísimamente astillada y esa sonrisa imperfecta le convierte de pronto en el hombre más atractivo y delicioso que he visto jamás. Y sin ser completamente consciente de lo que estoy haciendo, le rodeo el cuello con los brazos y le beso ansiosa, deleitándome en el roce de su barba, aferrándome a su pelo y, prácticamente, rodeándole con las piernas.
Malone desliza las manos bajo la camiseta y las siento maravillosamente calientes frente al aire frío del refrigerador. Su boca es dura y suave al mismo tiempo y…
—¡Maggot, la cerveza! —grita mi hermano—. ¡Vamos, os estáis perdiendo el partido!
Me separo de Malone con una risa nerviosa. Veo sus ojos empañados por el deseo.
—Escucha —le digo. Trago saliva y miro hacia el salón—. Preferiría que Jonah no… No, bueno, que no supiera… nada de esto, ¿de acuerdo?
Malone abre la nevera y saca dos cervezas. Su rostro ha vuelto a recuperar su expresión habitual.
—Claro.
Durante la hora siguiente, Steve y Jonah me ignoran por completo, excepto para pedir aperitivos, que yo les llevo obedientemente, alegrándome de tener una excusa para distraerme del deseo que se arremolina en la boca de mi estómago. Malone acepta una cerveza, pero no come nada. Steve ocupa la mayor parte del suelo del cuarto de estar y Jonah está sentado en el sillón de cuero que me compré hace dos años en una tienda de Bangor que estaba de liquidación. Malone y Colonel están sentados en el sofá, Colonel apoyando la cabeza en el regazo de Malone y este con la mano apoyada en el lomo del perro. De vez en cuando, Colonel suspira satisfecho.
Doblo la ropa limpia discretamente, colocando las camisas y los pantalones encima de lo que no quiero que vean ninguno de estos tipos. De vez en cuando, le dirijo a Malone una mirada fugaz, y él siempre parece notarlo. El sonrojo termina convirtiéndose en el estado permanente de mi rostro. Finjo estar pendiente del partido, aunque por la atención que presto, los Sox podrían haber sido asesinados y mutilados en el campo sin que me diera cuenta.
Es Stevie, el bueno de Stevie, al que conozco desde que estaba en la guardería, el que anima de pronto la conversación.
—Eh, Maggie —dice con los ojos fijos en la pantalla—. La otra noche me dijeron que el día que hicisteis la cena benéfica le dijiste al padre Tim que estabas enamorada de él.
Me atraganto con la cerveza. La espuma me sube a la nariz. Stevie y Jonah ríen a carcajadas. Malone, advierto a través de los ojos llenos de lágrimas, no.
—¿Y qué pasó después, Mags? ¿Has estado saliendo con el padre Tim? —continúa diciendo Stevie.
—¡No! —replico enfadada—. ¡Por supuesto que no! ¡Claro que no!
Malone no se mueve, se limita a mirarme con los ojos convertidos en dos bloques de hielo.
—¡Pues no es eso lo que yo he oído! —canturrea Stevie—. ¿Has besado ya al padre Tim, Mags? El padre Tim y Maggie se han besado…
—Dios mío, Stevie, no sé cómo puedes ser tan estúpido —le digo, intentando controlar la voz—. Yo no le he… ¡Pero si es un sacerdote! ¡Vamos, hombre! Besar al padre Tim…
—Porque si estás tan desesperada, Maggie, yo puedo echarte una mano. Puedo ayudarte a pasar un buen rato, no sé si sabes lo que quiero decir…
—¡Jonah! ¿No puedes pegarle o algo así? ¡Está hablando de tu hermana! —le recuerdo a Jonah, y miro nerviosa hacia Malone.
—Cállate, Stevie —dice Jonah de forma automática, mientras se mete un puñado de palomitas en la boca.
—No estoy saliendo con el padre Tim —protesto furiosa. Clavo alternativamente la mirada en Malone y en Stevie—. ¡Es un sacerdote! Por supuesto que no… ya sabes. ¡Eh, otro homerun!
«Gracias a Dios», pienso mientras los Red Sox vuelven a captar la atención de Stevie.
Pero no consigo distraer a Malone. Continúa mirándome. Su ceño y las líneas que flanquean su boca parecen haberse endurecido. Me encojo de hombros, como si estuviera diciendo que Stevie es un estúpido, pero estoy segura de que mi cara me está traicionando. Me maldigo por tener la piel tan clara.
Durante el siguiente anuncio, Malone se levanta.
—Gracias, Maggie. Chicos, tengo que irme.
—¡Pero si el partido todavía no ha terminado! —protesta Stevie.
—Mañana tengo que levantarme pronto —contesta Malone—. Adiós.
Agarra el abrigo y abre la puerta. Comienzo a acercarme a él, pero me detengo.
—Vale. Adiós, Malone. Me alegro de haberte visto —le digo como una estúpida.
Me hace un gesto con la cabeza y se va. Sus pasos resuenan en las escaleras.
—Qué tipo tan raro —dice Stevie, mirando hacia la puerta.
—No es mala gente —responde Jonah—. Eh, Maggot, ¿tienes otra cerveza?
Como tengo tan mala suerte últimamente, los Devil Rays consiguen alcanzar a los Red Sox y el partido se alarga. Los chicos no se van de casa hasta después de las once, bien surtidos de palomitas, cerveza y aflicción. En cuanto se van, me lanzo a por mi abrigo, me pongo los zapatos y llamo a Colonel. Apenas tardo unos minutos en llegar a casa de Malone.
No hay luz en las ventanas y la casa está en silencio. Llamo a la puerta y espero. Nadie responde. Vuelvo a llamar, esta vez con más fuerza. Al cabo de un minuto, oigo los pasos de Malone. Colonel mueve la cola cuando abre la puerta.
—¡Hola! —saludo.
—Es tarde, Maggie —contesta, mirando por encima de mi cabeza.
—Lo sé. Solo será un momento. ¿Puedo pasar? Es importante. Además, hace frío. Hace un frío horrible, ¿verdad?
Me llevo la mano a la boca para detener el parloteo que me desborda cuando me pongo nerviosa y paso por delante de Malone, que está terriblemente sexy, aunque no parezca estar muy contento de recibirme. Lleva unos vaqueros y una camiseta blanca, está descalzo. E incluso así, me saca sus buenos veinte centímetros.
Colonel está jadeando después del paseo. Sin decir una sola palabra, Malone va a la cocina, saca un cuenco de un armario y lo llena de agua. Lo deja en el suelo y se agacha para acariciar la cabeza a mi perro mientras bebe.
—Eres un buen bicho —dice Malone.
Así es como designamos en Maine a cualquier ser vivo de cuatro patas. Colonel sacude la cola feliz y se mete debajo de la mesa. Malone se levanta y se apoya en el mostrador con los brazos cruzados.
—¿Qué quieres, Maggie?
Tomo aire, intentando no distraerme al ver su musculoso pecho. Cómo es posible que no me diera cuenta antes de su atractivo sigue siendo un misterio para mí. Me recuerdo que tengo que concentrarme, pero antes de ser capaz de hacerlo, comienzo a hablar.
—Bueno, yo, solo, supongo… —supongo que debería haber pensado antes lo que quería decir—. Solo quería decirte que… Bueno, sobre lo que ha dicho Stevie del padre Tim, eh… ya sabes… Pues, el caso es que no estoy saliendo con el padre Tim. Por supuesto que no. Es un sacerdote, ¿sabes? Así que, no, no estoy saliendo con él.
Malone aprieta los labios como si estuviera intentando decidir si debe creerme o no, y las palabras continúan saliendo de mi boca.
—El padre Tim y yo somos amigos. En realidad, es mi mejor amigo. A veces quedamos. Él viene a desayunar a la cafetería todos los días. A veces, muy de vez en cuando, vemos una película juntos. En realidad, solo lo hemos hecho dos veces. Pero lo hemos hecho en grupo, no estábamos solos. Y hago muchos trabajos para la parroquia, ¿sabes? Estoy en varios comités y cosas de ese tipo. Pero no salimos juntos. Evidentemente. Además, es sacerdote.
Malone tiene la mirada clavada en el suelo y me obligó a cerrar la boca y esperar a que hable. Malone suspira y se pasa la mano por el pelo.
—Mira, Maggie —dice con voz queda—, yo también vivo en el pueblo. Y oigo cosas —vuelve a mirarme.
Comienzo a quedarme sin energía.
—Muy bien.
Oigo el tic-tac del reloj que está encima de la nevera recordándome que es casi media noche y tanto Malone como yo tenemos que madrugar.
—Bueno, la cuestión es que sentí algo por el padre Tim. Sí, eso es verdad —trago saliva—, y también que le dije que le quería. Pero fue porque estaba bajo la influencia del alcohol.
Malone no dice nada.
—Así que ya lo sabes.
Me subo la cremallera del abrigo, preguntándome si no habré forzado las cosas con Malone. Se alarga el silencio y comienzo a enfadarme.
—¿Sabes, Malone? Yo también he oído cosas sobre ti —digo un poco a la defensiva—. Pero el que oiga cosas sobre ti no quiere decir que me las crea.
Se le oscurece el semblante, pero continúo hablando.
—Está todo ese asunto de tu primo que ocurrió el año pasado. La gente habla mucho sobre ello, pero yo no me he precipitado a sacar conclusiones ni nada por el estilo.
Continúo sin conseguir que Malone reaccione, lo que no presagia nada bueno. Pero fiel a mi carácter, continúo.
—Y no hablemos de lo que se cuenta de tu esposa.
Ahora he ido demasiado lejos, y hasta yo me doy cuenta. El corazón comienza a latirme con fuerza contra las costillas. Pero Malone no cambia de expresión. De pronto, comienzo a tener miedo.
—¿Y que se dice de mi esposa? —pregunta con voz muy queda.
—Bueno, ya sabes… No sé, la gente habla de toda clase de cosas…
—¿Qué cosas, Maggie?
Trago saliva.
—Dicen que la pegaste, que se asustó y por eso se fue al otro extremo del país.
Su rostro adquiere una expresión tan dura que parece esculpido en granito.
—¿Y tú lo crees? —me pregunta con esa voz tan queda y ronca.
—No estaría aquí si lo creyera.
Me mira fijamente y me obligo a no desviar la mirada.
Al final, desvía la mirada y pregunta con un gruñido:
—¿Cuándo?
—¿Cuándo qué?
—Cuando hiciste tu declaración.
—¡Ah! Eso fue hace tiempo. Hace unas dos o tres semanas. Un mes, a lo mejor. Pero, siempre antes de que tú y yo… nos enrolláramos.
Colonel comienza a mover la cola dormido. Malone no parece tan contento. Continúa mirándome con el ceño fruncido.
—En cualquier caso, solo quería que lo supieras —añado, fastidiada por el hecho de que no reaccione ni ante mi confesión ni ante mis muestras de confianza—. Y siento haberte despertado, si es que te he despertado. Solo he pensado que deberías… No sé, no quería que pensaras nada raro y…
—¿Todavía sigues sintiendo algo por él? —me interrumpe Malone.
Hay un deje en su voz que antes no estaba y eso me hace detenerme.
Por primera vez, no contesto inmediatamente. En cambio, le miro en silencio y decido arriesgarme.
—No —contesto suavemente—. Creo que ahora siento algo por ti.
Malone me devuelve la mirada sin sonreír, acorta el espacio que nos separa, me agarra de la mano y me lleva a la cama.