—Ydime, Maggie, ¿cómo va la búsqueda? —me pregunta el padre Tim mientras le sirvo un café.
—¿La búsqueda del hombre de mi vida? —pregunto a mi vez.
—¿Es que estás buscando algo más? —bromea, arqueando las cejas con burlona sinceridad.
—¡Oh, qué cortante! Y eso que es sacerdote.
Chasqueo la lengua y recorro la cafetería con la mirada. Está bastante llena porque llueve con fuerza y a la gente le gusta salir a desayunar fuera de casa cuando está lloviendo.
—De momento he abandonado la búsqueda, padre Tim —contesto—. Cuando llegue el momento, ya le avisaré y todo eso. ¿Qué quiere tomar esta mañana?
—Creo que tomaré el especial del día, Maggie. Parece muy apetecible.
El plato especial del día es una torrija hecha con pan de almendra y empapada en almíbar de melocotón. Está deliciosa, además de ser una receta original, y si pudiera conseguir que un crítico gastronómico viniera hasta aquí, estoy segura de que le encantaría.
—Hecho —le digo—. ¿Y un poco de beicon también?
—Qué bien me conoces —sonríe.
—Mmm, sí. Y también sé que debería mirarse el colesterol.
—Eres una chica encantadora —me dice.
Y, de forma completamente inesperada, me toma la mano y me la palmea mirándome a los ojos. Aunque yo llevo una cafetera en la otra mano y él va vestido de sacerdote, hay algo que puede sonar a propuesta matrimonial en la imagen que formamos. Por un momento, la sensación de añoranza y de plenitud que experimento cada vez que estoy cerca del padre Tim vuelve a golpearme con fuerza y me sonrojo violentamente.
—Bueno —digo—, ahora mismo vuelvo.
Para disimular mi incomodidad, desvío la mirada hacia la ventana y me quedo completamente helada. Malone está delante de la cafetería con una mujer. Una mujer preciosa. Una joven maravillosa, ¡qué mujer! Ella se está riendo y él sonríe. ¡Sonríe! Malone lleva una gorra de béisbol para protegerse de la lluvia, de modo que no puedo ver bien su expresión, pero sí, ¡está sonriendo, damas y caballeros!
El padre Tim me suelta la mano y yo le sonrío de forma automática. Cuando alzo la mirada, veo que la sonrisa de Malone ha desaparecido. Me está mirando. Las luces de la cafetería marcan las líneas de su rostro. ¿Está enfadado? Le dice algo a miss Universo y, tras hacer un vago gesto de despedida con la mano, continúan su camino, alejándose de la cafetería.
—¿Qué demonios le pasa? —musito.
Me arde la cara. De pronto, me siento sucia con los vaqueros viejos y la sudadera con la mancha de café en el puño izquierdo. ¿Qué más me da?, me pregunto a mí misma. Pero siento una fuerte tensión en el corazón.
—¡Louise, cariño! —llama el padre Tim—. Ven a hacer compañía a un sacerdote solitario.
Louise, una viuda de mediana edad, está batallando con su paraguas en la puerta.
—Ahora mismo vuelvo, padre —digo, en el momento en el que suena la campana de la cocina.
Me pongo a trabajar. Le llevo el desayuno al padre Tim y después a Louise. Hablo con Georgie, intercambio unas frases con Stuart, sirvo y limpio mesas. Pero en todo momento estoy pensando en Malone. ¿Quién era esa mujer? No la había visto nunca por aquí. Y, francamente, tampoco quiero verla.
No puedo decir que haya visto nunca a Malone con una mujer, aunque, seguramente, no ha estado sin compañía femenina desde que le dejó su mujer años atrás. Pero aun así… Verle sonreír a esa joven y bella criatura… escuece. Han pasado tres días desde la última vez que nos vimos. Desde entonces, no me ha llamado ni ha venido a verme ni una sola vez. Ni una. Así que me veo obligada a admitir que sí, que nuestra relación es puramente física.
Lo admito, he tenido sentimientos encontrados. De alguna manera, no me parece correcto experimentar una reacción física tan intensa con Malone cuando ni siquiera sé cómo se llama. La voz de mi madre flota constantemente en mi cabeza: «¿Cuándo vas a encontrar un hombre decente con el que casarte?». «¿Por qué no puedes sentar cabeza con alguien como Will?».
Mis protestas, arguyendo que lo estoy intentando, caen en oídos sordos. No estoy teniendo éxito, y la cruel realidad es que los años pasan. Por supuesto, me encantaría casarme con alguien como Will. Con un hombre que me encontrara maravillosa y estuviera deseando volver a casa para estar conmigo, un hombre al que le encantaran los niños y quisiera una pareja estable.
Malone no es ese tipo. Al fin y al cabo, está ahora mismo en la calle con la versión de Maine de Catherine-Zeta-Jones. Si me encuentra deliciosa, es solo en la cama. La única vez que hemos estado juntos sin estar pegados como las mocas a los turistas, fue la noche que me rescató de los terribles Skip. Y, desde luego, no puedo decir que la velada fuera una fiesta. No hubo un feliz intercambio de información, ni risas, nada, salvo una intensa y primaria atracción. No es suficiente. Sobre todo si él se siente atraído por más de una mujer al mismo tiempo, maldita sea.
El padre Tim tiene razón, la gente no debería acostarse con personas a las que no conoce. Porque esto es lo que pasa cuando te acuestas con alguien sin conocerle. Te pones en evidencia delante de alguien a quien ni siquiera importas y después tienes que seguir viviendo en el mismo pueblo.
«¡No es suficiente!», me repito a mí misma mientras relleno tazas de café y sirvo desayunos. «Quiero mucho más».
Chantal me llama un día después. Las dos estamos sufriendo los efectos de la claustrofobia provocada por tres días seguidos de lluvia. Malone no me llama. El muy canalla. Me recuerdo a mí misma que no quiero que me llame.
—Claro que me apetece salir —le digo.
Quedamos en el Dewey’s para tomar unas copas. Conociendo mi grado de tolerancia al alcohol, decido ir andando a pesar de que llueve con fuerza.
He decidido que lo ocurrido con Malone es una indiscreción provocada por varios meses sin ninguna clase de contacto humano con miembros que no sean de mi familia. Dejando de lado a Georgie y a Colonel, Malone es el único hombre que me ha tocado, aparte de mi padre, de Jonah y de Will. Si la cosa se hubiera alargado un poco más, probablemente habría terminado acostándome con ese anciano de ochenta años con las dos piernas amputadas.
—¡Hola, Dewey! —saludo mientras cuelgo el chubasquero.
—Hola, Maggie —me saluda.
Sin preguntarme siquiera, me sirve una copa de vino y la lleva a la mesa que normalmente ocupamos Chantal y yo.
—¿Va a venir la encantadora Chantal?
—No es encantadora, Dewey —le digo mientras acepto la copa—. Es perversa, es una mujer perversa.
—Eso no es verdad —suspira.
En mi risa hay una mezcla de enfado y diversión. ¿Es que todos los hombres menores de cien años del pueblo tienen que estar enamorados de Chantal? ¿Y yo tengo que ser una especie de hija adoptada para todo el mundo?
Entra la tentación pelirroja meciendo las caderas y con una blusa suficientemente reveladora como para que nadie pueda olvidar lo bien dotada que está.
—¡Hola, Paul! —susurra.
Pasa por delante de Paul pegándose a él como si estuviera entrando en un vagón de metro a rebosar, y no en un bar prácticamente vacío.
—Paul, cariño, ¿puedes traerme un martini? Me lo preparas como un cosmo, ¿de acuerdo? Hace años que no veo a mi amiga.
—Desde luego, tienes un don especial para los hombres —observo secamente mientras Paul se dispone a preparar su copa a toda velocidad.
—¡Oh, no es para tanto! —contesta, batiendo las pestañas—. ¡Dios mío! ¡Estoy harta de tanta lluvia! ¡Estoy que me subo por las paredes! Cuéntame alguna novedad.
Me estrujo el cerebro intentando encontrar algo que contarle, pero no se me ocurre nada.
—No tengo gran cosa que contar, ¿y tú?
—Bueno, la otra noche disfruté de una sesión de sexo increíble.
«Yo también», estoy casi a punto de decir, pero me regaño inmediatamente. ¡Lo de Malone fue solo una aventura! Tengo que dejar de pensar en ello.
—Oh, vaya, me alegro por ti.
—¿Y sabes con quién? —se inclina hacia delante con una sonrisa traviesa en sus preciosos ojos oscuros.
Siento un extraño dolor en el pecho, como si acabara de tragarme una piedra.
—No, no lo sé, ¿con quién, Chantal?
—Adivina.
—¿Con Malone? —pregunto con la garganta tensa.
Chantal se reclina en la silla.
—¿Con Malone? No, con Malone no.
¡Oh, gracias a Dios! Suelto una bocanada de aire.
—Eh… ¿con Dewey?
Se echa a reír.
—No, con Dewey tampoco. Eso solo ocurrió una vez, hace un par de años. Antes de que engordara tanto.
Tamborilea con los dedos en la mesa.
—¿Otro intento?
—Espero que no te hayas acostado con Jonah —le advierto.
—No, no. No me he acostado con tu querido hermanito —contesta—. Eres malísima con las adivinanzas, así que tendré que decírtelo. Mickey Tatum.
—¿El jefe de bomberos? —pregunto estupefacta.
—Ajá. Ya sabes lo que se dice de los bomberos —sonríe—. Y resulta que es cierto.
Desvío la mirada.
—De verdad, Chantal, no sé qué dicen de los bomberos.
—Adivínalo.
—¿No podemos dejar ya el concurso de preguntas? No lo sé.
—¡Vamos! —me suplica—. Intenta adivinarlo…
Paul le trae a Chantal una copa, baja la mirada hacia la blusa de encaje, le aprieta el hombro con un gesto cariñoso y se va. Chantal me mira expectante, sonriente.
—¿Dicen que los bomberos son hombres muy calientes? —intento resignada.
—No, cariño.
—Eh… que tienen las mangueras más largas.
—No, aunque en este caso es cierto —da otro sorbo a su bebida—. Inténtalo otra vez.
—No lo sé, Chantal, de verdad. Por favor, no me hagas seguir imaginando.
—Se dice que saben cómo conectar la manguera con una boca de riego —se echa a reír a carcajadas.
—No sé, no sé lo que significa eso —río a pesar de mí misma—. Y, por favor, no me lo digas.
—Bueno, de acuerdo. Pero el caso es que me acerqué al departamento de incendios para poder saludar a los hombres que se han sumado al grupo de valientes de Gideon’s Cove.
Chantal comienza a ponerme al tanto de todos los detalles sobre Mickey Tatum, que debe de rondar ya los sesenta años. Como fue mi catequista antes de que hiciera la confirmación, no me siento muy cómoda. Pero Chantal se está divirtiendo, de eso no hay ninguna duda. El bar está cada vez más lleno. Jonah entra y me saluda con un gesto, pero está con una joven muy atractiva y no quiere que su hermana le moleste esta noche. Están también algunos de sus amigos, como Stevie o Ray, que comparte el barco con Jonah.
Chantal y yo estamos hablando de una película que las dos tenemos ganas de ver cuando entra Malone. Solo. Sin Zeta-Jones. Estupendo. Cuelga el abrigo, mira a su alrededor, me ve y me hace un gesto con la barbilla. La sonrisa se me hiela en los labios. ¿Eso qué es? ¿Acaso tiene un tic?
—¡Oh, acaba de entrar Malone! —anuncia Chantal. Está documentando la llegada de cada hombre que entra en el local—. Vamos a decirle que se siente con nosotras —se corre en el asiento.
—¡No, no! No le digas nada. ¿Por qué no disfrutamos de una noche de chicas? Nada de hombres, ¿eh, Chantal?
Pero Chantal ya está en la barra. Le pasa el brazo por los hombros a Malone y le dice algo. Finjo buscar algo en el bolso, esperando que Malone no piense que he sido yo la que le ha pedido que vaya a buscarle. Maldita sea. Malone le sonríe ligeramente, y yo me descubro deseando que esa sonrisa fuera dirigida a mí. Inmediatamente me regaño por albergar esos sentimientos.
«Maggie, ese es el tipo que se ha acostado contigo y después te ha ignorado. El mismo que ha estado acostándose con una chica más joven y más guapa que tú. Lo que tienes que hacer es ignorarle. No decirle nada. En serio».
—¿Te parece bien que Malone se siente con nosotras? —pregunta Chantal mientras se desliza en su asiento con la elegancia y la flexibilidad de una serpiente.
Malone se sienta a su lado, con el rostro sombrío y tenso. Normal, en otras palabras.
—Claro que no me importa —contesto—. Puedes sentarte donde quieras. Puedes sentarte en cualquier parte. Al fin y al cabo, estamos en un país libre, ¿verdad?
—Malone —dice Chantal con su voz más seductora, utilizando un tono grave y sensual que reserva para los portadores del cromosoma XY—. El otro día Maggie y yo estuvimos hablando de ti.
Maldita sea. Se vuelve hacia él para mostrarle una vista plena de sus senos, pero Malone tiene la mirada clavada en mí. Aprieto la mandíbula y bebo un sorbo de vino. Malone inclina ligeramente la cabeza y creo percibir un movimiento en la comisura de sus labios. Me roza la rodilla con la suya por debajo de la mesa y noto un cosquilleo subiendo por mi muslo.
Chantal posa la mano en el bíceps de Malone y casi puedo sentir la dureza de ese sólido músculo.
—Maggie se preguntaba si eras gay —ronronea.
—¡Chantal, eso no es cierto! —miro a Malone. Lo que podía haber sido una incipiente sonrisa ha desaparecido por completo—. ¡No es verdad!
—¿Y eres gay, Malone? Porque no parecen gustarte las chicas. Si eres capaz de pasar de Maggie o de mí…
Intento adoptar una expresión que esconda mi vergüenza y muestre mi indignación. Fracaso de forma miserable.
—Dime Malone, ¿lo eres o no? —insiste Chantal.
Malone por fin se decide a hablar. Una decisión que nunca se toma a la ligera.
—No.
—¿Pero no te gustan las mujeres? —insiste Chantal.
Le pido, sin ninguna eficacia, que cierre la boca.
—¿Eres un hombre asexual, Malone?
Mi mente conjura la imagen de Malone sobre mí. Creo que el moratón que tengo justo debajo de la clavícula demuestra que no es precisamente asexual. Al pensar en ello, comienzo a notar en las rodillas esa sensación temblequeante y acuosa. Bebo un sorbo de vino.
—Me gustan las mujeres —dice, y sigue mirándome.
Creo que acababa de tachar mi nombre de la lista, a juzgar por la frialdad de su mirada. Para mi enorme disgusto, tengo las mejillas ardiendo. Afortunadamente, Chantal está demasiado ocupada acercando su provocativo busto al brazo de Malone como para notar mi incomodidad.
—Bueno, pues es una pena que Maggie y yo no seamos tu tipo —se lamenta con un puchero.
—Sí, es una pena —se muestra de acuerdo.
Se vuelve hacia ella y baja la mirada hacia sus inconfundibles encantos.
Siento una especie de odio hacia él en ese momento. Hacia los dos. Bueno, en realidad, no es «una especie». Vacío la copa y desvío la mirada. Si pretende que me sienta mal, está haciendo un gran trabajo.
En ese momento, se levanta un grito en la barra y una más que calurosa bienvenida.
—¡Padre Tim!
El caballero andante ha llegado. Estrecha manos, palmea espaldas, después me mira y, Dios bendiga su maravilloso corazón irlandés, su rostro se ilumina. Mientras viene hacia mí, abriéndose paso por el abarrotado bar, no puedo evitar sentir una oleada de orgullo. Me ha elegido como compañera de mesa por delante de todos los clientes del bar.
—¡Hola, Maggie! ¿Cómo estás? —pregunta contento—. ¿Y tú, Chantal? Qué maravilla.
Va vestido como un hombre normal. Lleva un jersey de lana, sin duda alguna tejido por su santa madre, y unos vaqueros. Sí, vaqueros. La imagen es la de un católico un tanto agreste, y le queda muy bien. Sonrío de oreja a oreja y me corro en mi asiento para dejarle sitio. Espero que Malone se dé cuenta. Le dirijo una mirada fugaz. Sí, se ha dado cuenta. Acaba de dar a las palabras «expresión peligrosa» un nuevo significado. Ensancho la sonrisa.
—Hola —saluda el padre Tim a Malone—. Creo que no tengo el placer de conocerte. Soy Tim O’Halloran. El padre Tim, por si no lo sabes —me guiña el ojo y le tiende la mano.
—Malone —el hombre alto, silencioso y sombrío estrecha la mano al luminoso padre Tim.
—¡Ah, un nombre irlandés! ¿Ese es tu nombre o tu apellido? —pregunta el padre Tim.
«¿Lo ves, Malone?», pienso. «Así es como habla la gente».
—El apellido —gruñe en respuesta.
—¿Y cuál es tu nombre? Lo siento, no lo he oído.
Interviene Chantal.
—No lo usa nunca, padre Tim. Ya es una leyenda local. Hasta en los impresos de los impuestos aparece como M. Malone.
—Bueno, no está mal. ¿Eres irlandés, Malone?
—No.
¡Por el amor de Dios! Intentando acabar con un tenso silencio, decido participar.
—¿Cómo está, padre Tim? —le pregunto—. ¿Le apetece una cerveza?
Paul Dewey aparece en ese momento a nuestro lado.
—Creo que con este tiempo necesito algo más fuerte —responde el padre Tim.
Chantal me mira arqueando las cejas. Mueve los labios para repetir «algo más fuerte». Aprieto la mandíbula. Afortunadamente, el padre Tim no la ha visto.
—¿Qué tal un whisky irlandés, Dewey, amigo mío?
Malone tiene la mirada fija en la mesa, pero de pronto me mira y yo me vuelvo inmediatamente hacia el padre Tim.
—¿Qué tal ha ido el funeral en Milbridge?
—Ha sido algo muy triste, Maggie, mucho. Gracias por preguntar, eres muy amable.
Asiento mostrando mi compasión y le dirijo a Malone una mirada de satisfacción.
—La otra noche fue un gran consuelo para mí, padre Tim —dice Chantal con una mirada de cordero—. Estuve en el grupo de duelo —me explica. Malone desvía la mirada hacia ella—. Perdí a mi marido hace tiempo —le recuerda Chantal—, y el bueno del padre Tim está siendo de gran ayuda.
—Me alegro de oírlo, Chantal —murmura el padre Tim.
Me muerdo el labio. ¡Esto es increíble! Sé, y Chantal sabe que lo sé, que está en el grupo de duelo para poder ver al padre Tim. Me mira y hace una mueca. Mientras tanto, Dewey le lleva el whisky al padre Tim y este da un largo sorbo a su bebida.
—Esto es lo mejor para una noche como esta —dice, apreciando el licor. Bebe otro sorbo—. Así que Malone, ¿eh? ¿Y a qué te dedicas, Malone?
El padre Tim esboza su preciosa sonrisa y me descubro a mí misma sonriéndole.
—A la pesca de la langosta —contesta Malone lacónico.
—Ah, una gran profesión. ¿Tienes esposa e hijos?
—Una hija.
—Entonces, ¿estás casado? —el padre Tim mira alrededor del bar.
—Divorciado.
—Es una pena —el padre Tim se reclina contra el respaldo, estrechándose al hacerlo contra mí—. Es una pena para los hijos. Les destroza la vida, ¿verdad?
La boca de Malone desaparece convertida en una dura línea y la mandíbula parece a punto de estallarle. No contesta.
—Maggie, ¿qué tal salió la lasaña de marisco que estuviste haciendo ayer? —pregunta el padre Tim.
Una vez más, miro a Malone, esperando que le impresione saber que hay personas en el pueblo a las que les interesa algo más que mi anatomía femenina.
—Salió riquísima, padre Tim, gracias por preguntar. Sobró algo, pero se lo llevé a la señora Kandinsky. La próxima vez me aseguraré de reservarle un pedazo.
—Siempre tan generosa —me sonríe, con ese rizo rebelde cayendo por su frente. Tengo que hacer un gran esfuerzo para no apartárselo con la mano—. ¿Y cómo has conocido a Malone, Maggie? —me pregunta.
Miro a Malone durante largo rato. «Le conozco en el sentido bíblico, padre», respondo en silencio.
—Amarra su bote al lado del de mi hermano —contesto en voz alta.
Malone vuelve a mirarme fijamente.
—¿Y él está al tanto de tu situación? —pregunta el sacerdote en un susurro.
—¿De qué situación?
—¿Sabe que estás buscando un buen marido?
¡Mierda! Espero que Malone no le haya oído. Pero su ceño fruncido me dice todo lo contrario. Ese hombre tiene el oído de un murciélago. Chantal decide intervenir.
—Padre Tim, me estaba preguntando cómo podría llegar a conocer gente nueva una pobre viuda como yo, o una chica tan encantadora como Maggie. Porque, y que quede entre nosotros dos, bueno, entre nosotros cuatro —se corrige. Se inclina hacia delante. Su escote parece a punto de reventar—, las mujeres tenemos ciertas necesidades. Deseos. Y es difícil conocer a hombres decentes. A lo que me refiero es a que darse un revolcón en el heno es una cosa, pero encontrar un buen marido otra muy diferente, ¿verdad Maggie?
—Creo que voy a ir a saludar a mi hermano —respondo, ignorando el terror que reflejan los ojos del padre Tim—. Hoy no le he visto. Voy a ver cómo está, o si necesita algo.
Prácticamente salgo volando hacia mi hermano, pero no me sirve de nada. Malone está justo detrás de mí.
—Maggie —me dice—, escucha.
Habla con voz queda. Sus palabras son como un trueno lejano, apenas alcanzo a oírlas.
—Mi hija ha estado unos días de visita —me dice por fin.
—Eh, no tienes por qué dar explicaciones —contesto—. Puedes hacer lo que quieres, puedes salir con quien quieras… ¿Qué has dicho?
Frunce el ceño.
—Que mi hija, Emory, ha estado unos días conmigo.
—¿Esa… era tu hija?
Pero la mujer que estaba con él debía de tener veintitrés o veinticuatro años por lo menos, ¿no?
—Sí.
—¿Cuántos años tiene?
—Diecisiete —contesta Malone, arqueando una ceja.
—¿Diecisiete años? ¿Tienes una hija de diecisiete años?
Malone profundiza el ceño.
—¿Por qué lo preguntas, Maggie?
—¿Cuántos años tienes, Malone? —el rostro me arde de forma casi dolorosa.
—Treinta y seis.
Hago una resta mentalmente. Así que tenía diecinueve años cuando nació su hija. Vaya. Sí, supongo que encaja, teniendo en cuenta lo poco que sé de Malone.
—¿Quién pensabas que era?
Tardo un segundo en darme cuenta de que me ha pillado. Me arriesgo a mirarle a la cara e inmediatamente desearía no haberlo hacho.
—¿Sabes? ¡Jonah está ahí! Creo que voy a saludarle.
Saludo con un gesto a mi hermano, que está a punto de salir del bar con la mujer con la que ha entrado.
—En realidad, creo que iré al baño.
Refugiada en la seguridad del cuarto de baño, me apoyo contra el lavabo y respiro varias veces. ¡Dios mío, qué torbellino de sentimientos! No me extraña que me tiemblen las manos. Me siento furiosa, frustrada, excitada. Seamos sinceras, irritada y culpable. Miro mi reflejo en el espejo. Tengo el rostro sonrojado y el pelo lacio por culpa de la humedad. ¿Por qué Chantal parece un melocotón acariciado por el rocío y yo parezco una rata mojada? Humedezco una toalla de papel y me froto las mejillas.
Malone podría haberme ahorrado muchos problemas con una llamada de teléfono, me digo a mí misma. «Eh, mi hija va a pasar unos días en el pueblo y voy a estar ocupado». Pero no, no tenemos esa clase de relación. No tenemos ninguna relación. Ni siquiera es capaz de descolgar el teléfono para decirme que Chaterine Zeta-Jones es su hija. ¡Por el amor de Dios!
Una vocecilla en mi cerebro se pregunta si me habrá dicho la verdad. Durante el tiempo que estuve en su casa, no vi ninguna fotografía de una joven. No, solo había fotografías de una niña. No de una adolescente de diecisiete años. Y, francamente, la mujer con la que estaba el otro día parecía mayor.
Bueno, si dice que es su hija, probablemente lo será. Al fin y al cabo, en un pueblo tan pequeño como Gideon’s Cove, una mentira de ese tipo no tiene mucho recorrido. Pero el caso es que no tiene ninguna importancia. Emory, bonito nombre, si me tomo la molestia de pensar en ello, no tiene nada que ver con la falta de comunicación entre su querido padre y yo. En lo que a Malone concierne, yo no soy más que un revolcón en el heno.
Me gustaría poder fundir al padre Tim y a Malone en un solo hombre. El atractivo y la condición de soltero de Malone, y del padre Tim, todo lo demás. Bueno, a lo mejor también alguna que otra cosa de Malone. Es un gran trabajador, aunque no puedo decir que el padre Tim no lo sea, pero Malone es la clase de tipo capaz de hacer cualquier cosa. Cosas como arreglarte el coche, por ejemplo. El padre Tim es completamente inútil en ese aspecto. Y Malone es… bueno, en realidad no sé cómo es. Lo único que sé es que tiene un fuerte efecto en mí.
Cuando salgo, la reunión parece haber terminado. Chantal se levanta del asiento retorciéndose y asegurándose de que todo el mundo vea lo espectacular que es su trasero mientras se alisa los vaqueros. Malone tiene en las manos el abrigo de Chantal.
—Gracias, Malone, cariño. Maggie, el padre Tim me va a llevar a casa —dice Chantal—. Creo que he bebido demasiado —finge confesarme.
—Ya entiendo —suspiro.
Chantal sería capaz de ganar bebiendo a toda una habitación llena de bomberos.
—¿Quieres que te lleve a ti también, Maggie? Está lloviendo mucho. Estaría encantado de llevarte a casa —me ofrece el padre Tim.
Me lo está suplicando con la mirada. Estoy segura de que hay alguna norma que prohíbe que un sacerdote lleve a mujeres solteras a su casa, y hasta un castrati necesitaría una carabina con una mujer como Chantal.
Miro por la ventana. En realidad, está tan empañada que es imposible ver nada. ¿Me ofrecerá Malone la pipa de la paz ofreciéndose a llevarme a casa? ¿Lo utilizará para disculparse por no haber llamado y por no haberme dicho que iba a estar ocupado con su hija durante esa semana?
No lo hace, permanece mirándome fijamente y solo el cielo sabe lo que puede estar pensando.
—Me encantaría, padre. Es usted muy amable. Es muy considerado por su parte —y por si Malone todavía no lo ha entendido, me vuelvo hacia él—. Siempre es un placer volver a verte.
—Maggie —responde, y asiente con la cabeza antes de dirigirse de nuevo hacia la barra.
Cuatro minutos después, estoy en mi casa, viendo cómo se aleja el padre Tim en el coche hacia la casa de Chantal. Chantal es una mujer con suerte. Vive a veinte minutos en coche del pueblo. Veinte minutos más con el padre Tim, charlando, riendo y viajando en coche bajo la lluvia. Pobre padre Tim… Aunque estoy segura de que en el seminario les preparan para situaciones de este tipo.
La soledad comienza a tañer su nota discordante. Aunque es una hora razonable para irse a la cama, comienzo a tener la sensación de que la noche se alarga interminable ante mí. Lo siento con tanta crudeza que, por un instante, incluso deseo que Malone me llame.
—Bueno —digo mientras le lleno a Colonel el cuenco de agua—. No se puede ganar siempre, ¿verdad?
Pero mi perro no contesta.