Cuando me despierto a la mañana siguiente, sola otra vez, comprendo que la única culpable soy yo. Sigo estando tan despistada como ayer. A lo mejor debería hacer una lista y enviársela, porque ese hombre parece estar teniendo un efecto extraño en mi cerebro.
Cosas que preguntar a Malone:
1. ¿Estamos saliendo o solo nos estamos acostando?
2. ¿Te gusto o es simple atracción física? Desgraciadamente, sospecho que es lo último, por lo menos por mi parte.
3. ¿Puedes hablarme de ti para que no tenga la sensación de estar con un completo desconocido?
4. ¿Por qué ni siquiera vienes a la cafetería?
Curiosamente, lo último es lo que más me molesta. Mi cafetería es un sorprendente y pequeño tesoro en Gideon’s Cove. Durante los primeros años que estuve a su cargo, tuve que trabajar al mismo tiempo en el hospital. Rellenaba informes médicos desde las cuatro hasta las diez de la noche para poder invertir dinero en la cafetería. Tardé casi cuatro años en restaurarla del todo. Levanté el linóleo que mi abuelo había puesto sobre el suelo de baldosas y repuse laboriosamente todas las baldosas que lo necesitaban. Limpié las baldosas con lejía hasta dejarme las manos en carne viva. Volver a tapizar los asientos con vinilo rojo me costó un dineral y tuve que comprar un horno más grande para poder hornear los dulces que ahora dan fama a la cafetería. Me gustaría que Malone lo viera, que disfrutara de la tarta que le prometí.
Chantal llega a la hora del almuerzo, como todos los jueves. Como Judy está de un humor extraño y realmente está trabajando, me siento y almuerzo con la experta en hombres de Gideon’s Cove.
—Estas patatas fritas son las mejores del pueblo —dice, mientras se mete una patata frita en la boca.
—Son las únicas patatas fritas del pueblo —la corrijo con una sonrisa.
Cuando Chantal no está ocupada seduciendo a algún hombre, a cualquier hombre, puede ser encantadora.
—¿Quieres ir al Dewey’s esta noche? —pregunta—. Creo que me apetecería tomar una copa.
—Eh, no, mejor no. Tengo cosas que hacer.
Es cierto, tengo que poner la lavadora. Y hacer las cuentas. Y posiblemente ver a Malone. Y, hablando de ese hombre siniestro y no exactamente atractivo, me arriesgo a preguntar:
—Chantal, ¿te acuerdas que me decías que debía probar con Malone?
Me sonrojo. Para disimular, le doy un mordisco a mi hamburguesa de queso.
—¡Oh, Dios! No lo decía en serio. No creo que sea un hombre para ti. No le veo como posible marido, supongo que me entiendes.
—¡No, no! Eso ya lo sé —sí, es cierto que lo sé, pero, por alguna razón, no quiero admitirlo, con independencia de lo que Malone y yo podamos estar haciendo juntos—. No, es solo que me preguntaba si alguna vez… ya sabes. Si alguna vez te has acostado con él —pregunto, temiendo la respuesta.
Chantal sorbe un poco de batido con la pajita, consiguiendo mostrar una imagen bastante pornográfica, algo que, seguro, ensaya.
—No, no me he acostado con él, todavía, y no porque no lo haya intentado —dice con ligereza.
Dejo caer los hombros aliviada y, tengo que admitirlo, complacida.
—¿Te ha rechazado? —pregunto sorprendida.
Chantal podría llenar las gradas de un estadio de béisbol con los hombres con los que se ha acostado.
—Bueno, más o menos. Quiero decir, he coqueteado con él, porque a pesar de ser un tipo feo, tiene su atractivo. Pero él se limita a sonreír y a beber cerveza. Creo que es gay.
Lo dudo.
—¿Sonríe? —le pregunto.
—Bueno, a lo mejor no. Pero hubo una vez, hace mucho tiempo, cuando todavía estábamos en el instituto… —se interrumpe y baja los párpados.
Las pestañas, cubiertas de mascarilla negra, ocultan su expresión.
—¿Qué pasó? —me inclino hacia delante.
—Bueno, le llevé en coche. Alguien le había dado una paliza. Debió de ser cuando yo estaba en el último año de instituto, porque conducía el Camaro de mi padre. Él iba caminando por la carretera, le monté en el coche y le llevé a casa.
—¿De verdad? —esa pequeña historia me fascina. Me encanta imaginarme a Malone de adolescente—. ¿Te contó lo que le había pasado? ¿Hablasteis?
—No, que yo recuerde —contesta Chantal, mientras mastica una patata frita con aire pensativo—. Le di unos pañuelos de papel para que se secara el labio, porque le estaba sangrando. Durante una temporada, pensé que podía estar enamorado de mí… Y sabes, teníamos un secreto y él era un año más pequeño que yo, pero nunca ocurrió nada —se terminó el batido—. Aun así, esa forma de ser tan melancólica, tiene su atractivo, ¿no te parece? ¡Ah, no! Lo olvidaba. Para ti todo tiene que ser luminoso y alegre. Y hablando de eso, aquí viene el padre Qué Desperdicio.
Chantal baja la voz hasta convertirla en un ronroneo cuando el padre Tim pasa por nuestro lado dirigiéndonos un saludo y una sonrisa.
—¡Dios mío, está buenísimo!
—Vaya, vaya. Ya sabes que no le gusta que hablemos de esa forma —le advierto con falso remilgo.
—Mmm. Pero lo está, ¿verdad? —ronronea, y sonríe de oreja a oreja. Suelto una carcajada, incapaz de resistirme—. Sí, claro que sí.
—Me he acostado con Malone —le cuento a mi hermana al día siguiente.
—¿Qué? —grita y deja caer el biberón—. ¡Dios mío, Maggie! ¡Podías haber avisado!
Cuando es una la que tiene que dar una noticia, tiene también la capacidad de dar buenos sustos. Hasta ahora ha sido la vida de Christy la que nos ha proporcionado los titulares más importantes, si dejamos de lado mis embarazosas incursiones en la iglesia católica. Y dejar caer esta pequeña bomba me produce, lo admito, una satisfacción increíble.
Afuera está lloviendo, es una lluvia delicada, productiva, que tamborilea en los canalones del tejado y repiquetea contra las ventanas de la casa de Christy, haciendo crecer los diez centímetros de barro que ya cubren los alrededores. Violet está durmiendo, Christy ordenando, y yo descansando.
Christy se sienta frente a mí y toma un sorbo de té, ya frío.
—Voy a calentar esto —dice.
Mete la taza en el microondas y pulsa un botón.
—Quiero oír cada detalle. Y será mejor que Violet no se despierte, porque va a tener que esperar.
Le cuento todo, empezando por el beso que me llevó a su casa y terminando por mi solitario despertar de esta mañana.
—Vaya —suspira—. Esto es… Vaya. Y no puedo evitar recordarte que te lo dije, ¿te acuerdas?
—Sí, me acuerdo. Bien hecho —alzo mi taza.
—Entonces, Malone. En realidad es… Bueno, ¿cómo es? ¿De qué habláis cuando estáis juntos?
Me sonrojo.
—Esa es una buena pregunta. Por supuesto, solo han sido un par de días. No hemos hablado mucho.
—¿Ah, no? —ronronea Christy—. Así que, bueno, es sexy, eso ya lo sabía. Me encantan los hombres desaliñados.
—¿De verdad? —pregunto extrañada.
Will es un hombre muy ordenado y siempre va perfectamente afeitado.
—Una siempre quiere lo que no tiene —contesta, y me guiña el ojo—. Cuéntame más cosas de Malone, por favor.
—De acuerdo, bueno. En la cama todo ha ido muy bien. Besa increíblemente bien. Y no habla mucho. Eso es lo único que sé —suspiro—. Es muy difícil hablar con él, Christy —frunzo el ceño y acaricio el borde de la taza—. Si quieres saber la verdad, me estoy acostando con un hombre al que apenas conozco. Me siento un poco… promiscua.
—¿Es así como te hace sentirte? —pregunta Christy, y veo mi ceño reflejado en el suyo.
Pienso en ello.
—No, me hace sentirme… guapísima.
El ceño de Christy se transforma en una sonrisa.
—Vaya, eso es muy bonito —suspira.
Yo también sonrío.
—Sí, es muy bonito. Pero me gustaría…
—¿Qué?
—Bueno, me gustaría que fuera más hablador. Más como… —esbozo una mueca, pero le confieso a mi hermana la verdad—, más como el padre Tim.
—Bueno, pues yo me alegro de que no lo sea —me regaña Christy—. El padre Tim es un…
—Sí, lo sé, lo sé. Ahórratelo. Lo que quiero decir es que me gustaría que Malone… se abriera un poco.
—Y lo hará, Mags, lo hará —me asegura Christy. Aunque no sé desde cuándo se ha convertido en una experta en Malone—. Ya sabes cómo crecieron los niños de esa familia —añade.
—Pues la verdad es que no lo sé —contesto.
Primero, Chantal tiene una información relevante sobre él y ahora mi hermana. ¿Es que todo el mundo sabe más cosas de Malone que yo?
—¿Ah, no? Bueno, digamos que… —se interrumpe para buscar la palabra adecuada—, no tuvo una infancia feliz.
—¿Cómo lo sabes?
—Su hermana estaba en nuestra clase, tonta —me informa Christy—. Allie Malone. ¿No te acuerdas de ella? Era una chica tímida, con el pelo negro como el de Malone. Era bastante callada.
Me devano los sesos intentando recodar.
—¡Ah! Vale, vale. Dios mío, casi no me acuerdo de ella.
—Vivías demasiado pendiente de Skip.
—Sí, en eso te doy la razón. Pero tú cuéntame lo que sabes —la urjo.
Christy bebe otro sorbo de té.
—Bueno, yo nunca fui por su casa ni nada parecido —me cuenta—. Y no puedo recordar exactamente qué información me daba ella y qué sabía a través de las otras niñas. Pero en el primer año de instituto fuimos pareja en el laboratorio y llegamos a hacernos muy amigas.
Se tensa cuando oye moverse a Violet a través del monitor, pero al ver que no llora ni parlotea, continúa.
—Creo que su padre era un maltratador. No abusaba sexualmente de ellos, gracias a Dios, pero era una mala persona. La policía fue una vez a su casa, recuerdo que Allie me lo contó. La encontré llorando en el cuarto de baño y me explicó que era porque su hermano y su padre habían pasado la noche en la cárcel.
—¡Uf! —exclamo.
—En realidad, no sé nada más que eso. Después, Allie se fue a vivir a Boston y no volvimos a estar en contacto.
—¿Has oído decir alguna vez que Malone pegaba a su esposa?
Christy frunce el ceño.
—No, jamás. No es… bueno, ya sabes, no es brusco contigo ni nada parecido, ¿verdad, Maggie?
—No, claro que no —siento un fuerte calor en las mejillas—. No es brusco en absoluto… Solo… intenso.
—Me gustaría que pudieras verte la cara en este momento —dice mi hermana riéndose.
—Escucha, no le cuentes a nadie nada de lo que te he dicho, ¿de acuerdo? No quiero que sepan lo de Malone. En realidad, no estamos saliendo. Solo… no sé.
—¿Amigos con derecho a roce?
—¡Christy! ¡No! Oh, bueno, a lo mejor —no puedo evitar echarme a reír.
—¿Te imaginas lo que diría mamá?
—En realidad, no quiero ni pensar en ello —contesto con sinceridad.
Mi madre no es nada comprensiva con las urgencias hormonales. «La gente joven es tan frívola», le gusta decir. «¿Es que no se tienen ningún respeto?». Incluso en el caso de que Malone y yo tuviéramos una verdadera relación, él no es lo que mi madre tiene en mente para mí. «¿Por qué no conoces a algún médico, Maggie? ¿O un abogado? ¿O quizá ese ejecutivo de Microsoft de Douglas Point? Si te arreglaras un poco, si te pusieras presentable, sería más fácil. Deberías sacarte más partido».
En ese momento, mi sobrina comienza a balbucear a través del monitor, anunciando el final de la siesta. Christy se levanta y sube las escaleras y yo me siento a la mesa, pensando en lo que me ha contado.
Me quedo un rato jugando con Violet, rodando con ella en el suelo y animándole a agarrar el alce que Jonah le regaló al nacer. Al final lo consigue y Christy y yo aplaudimos mientras la pequeña genio se mete la cornamenta en su babeante boca y comienza a masticar. Christy me convence de que me quede a cenar y lo hago, dejándome empapar por aquella felicidad doméstica.
De camino a casa intento imaginarme a Malone comportándose como Will, riéndose y sentándome en su regazo, como hace Will con Christy, besando a su hijo y prácticamente saltando de la silla cada vez que tiene oportunidad de cambiarle el pañal. No puedo. No consigo imaginarme a Malone como marido o padre.
«Entonces, ¿por qué estás con él, Maggie?», oigo la voz de mi madre en mi cabeza. «¿Para matar el tiempo hasta que aparezca el hombre de tu vida, para calmar tu comezón?».
Lo único de lo que estoy segura es de que no quiero contestar esas preguntas, pero tengo mucho tiempo para pensar en ellas. Malone no aparece esta noche. No llama tampoco. Y yo no le llamo a él.