Kieran estaba pensativo junto al fuego tras todo lo ocurrido. No encontraba sosiego. Necesitaba hablar con Angela, disculparse con ella una y mil veces y saber que entre ellos todo estaba bien. Por lo que, levantándose, caminó hacia su tienda y al entrar dijo:
—Angela, despierta.
No vio que se moviera y, acercándose un poco más, insistió:
—Angela… tengo que hablar contigo.
Nada. Ni un movimiento.
—Angela…
Esa quietud lo escamó y al agacharse y tocar lo que supuestamente era su cadera, blasfemó al descubrir que aquello era un fardo de ropa y que ella no estaba allí.
Salió como un loco de su tienda y corrió hacia la de los McRae.
Niall y Duncan, que estaban junto al fuego, al ver que se acercaba se levantaron. Kieran les preguntó:
—¿Dónde está?
Los dos hermanos se miraron y soltaron una carcajada.
—No me digas que has vuelto a perder a tu mujer —se mofó Duncan.
Y Niall, sonriendo, murmuró:
—Kieran… Kieran… creo que…
Sin ganas de reír, éste los empujó y exigió nervioso:
—Decidme. ¿Está aquí mi mujer?
Los McRae negaron con la cabeza y con desesperación Kieran siseó.
—Dios, ¡se ha marchado!
Duncan y Niall se miraron y Kieran, al entender que allí no estaba, fue corriendo hasta donde estaban los caballos. No podía haber ido muy lejos. Pero de pronto, el galope de un caballo llamó su atención y se quedó de piedra el ver a Aiden McAllister con su mujer maniatada.
Sin entender nada, Kieran clavó la vista en ellos hasta que Aiden detuvo su montura delante de él y habló:
—Creo que has perdido algo, ¿verdad, O’Hara?
—¿Tú qué crees? —preguntó él, mirando a Angela.
Ésta, enfadada por estar allí de nuevo, miró a Aiden y siseó:
—Idiota… ¿cómo se te ocurre traerme aquí?
Él, con una sonrisa guasona y sin hacerle caso, explicó:
—La encontré lejos de aquí e imaginé que no querrías perderla, ¿no es así?
Kieran asintió y el otro bajó con delicadeza a Angela del caballo.
Ella, al poner los pies en el suelo, lo miró y gritó enfadada:
—¡Aiden McAllister, juro que te buscaré y te mataré!
—Te esperaré ansioso, preciosa Angela —contestó, riendo divertido.
Luego desató la yegua de Angela de su montura, le entregó las riendas a Kieran y, cuando dio media vuelta para irse, éste lo llamó:
—Aiden.
Él se volvió y Kieran, mirándolo con aprecio, dijo:
—Gracias. Muchas gracias por devolvérmela sana y salva.
El joven sonrió y, tras asentir con la cabeza, se alejó al galope.
Una vez se quedaron solos, Kieran miró a Angela y le preguntó:
—¿Cuándo vas a dejar de huir de mí?
Ella no contestó y él insistió:
—¿Adónde ibas?
Sin ganas de responder a sus preguntas, le tendió las manos y pidió:
—Desátame, por favor.
Él lo hizo rápidamente. Cuando ella tuvo las manos libres, cogió las riendas de su yegua y Kieran, sujetándola, reconoció:
—Te quiero, no te vayas.
Oír eso la hizo dar un respingo, pero sin mirarlo, repuso:
—Lo nuestro nunca funcionará, Kieran. Somos demasiado diferentes. Tu lugar está junto a Susan Sinclair o cualquier mujer de la fiesta.
—Angela…
—No quiero hablar contigo.
—Angela —insistió—. Mírame.
De espaldas a él, ella cerró los ojos. Verlo de nuevo le había mermado las fuerzas de que había hecho acopio para partir. Marcharse ahora le era más difícil, más complicado. Kieran insistió con voz pausada:
—Por favor, mi cielo, mírame.
—No… no… no… no me digas eso —gimió.
—Sólo tú eres y serás siempre mi cielo, ¿ya lo has olvidado?
Ella se tocó la frente con mano temblorosa.
—Te lo suplico, Angela, mírame.
Incapaz de no hacerlo, finalmente se dio la vuelta y enfrentó su mirada. Kieran, sin perder un segundo, acercándose a ella con delicadeza, le enmarcó el rostro con las manos y murmuró:
—Te quiero, mi vida. Te necesito a mi lado, y el hecho de perderte hace que se me rompa el corazón. Te necesito. Mi ejército, mi fuerza, eres tú.
—Kieran, no… no me digas ahora esto. Ahora no.
—Eres la luz de mi vida, sé que no te lo he dicho todas las veces que lo has querido escuchar pero necesito que sepas que es así.
—No, Kieran… no sigas.
—Escucha, mi cielo, no me puedo permitir perderte. Yo soy tu cariño y tú eres mi cielo y allá donde tú vayas yo iré. Mi sitio está junto a ti, ¿aún no te has dado cuenta?
Perdiéndose en su mirada, Angela negó con la cabeza. Pero todavía furiosa por todo lo ocurrido, protestó:
—Eso lo dices ahora. Pero mañana, cuando Susan o…
—Ya sé que fueron ella y su madre quienes orquestaron lo que me ocurrió en el bosque. Te pido perdón por no haberte creído y por haberte obligado a disculparte. Y te juro por mi vida que las dos te pedirán ahora disculpas a ti y no volveré a desconfiar de tu palabra.
Sorprendida, abrió mucho los ojos, pero negando de nuevo con la cabeza, dijo:
—Eso ya da igual, Kieran. Tú me dijiste que eres un hombre que no quiere ataduras, que te gusta tu libertad y… y… mañana, cuando veas a otra bonita mujer, volverás a pensar en ella y a olvidarte de mí y yo no quiero sufrir más por amor.
—No, cariño, eso no ocurrirá nunca más —insistió dolido—. Porque ya me he dado cuenta de que sólo tú tienes la sonrisa más bonita que veré en mi vida, que sólo tú tienes los ojos más espectaculares que jamás me mirarán, que sólo tú sabes volverme loco de pasión y que sólo tú eres la mujer con la que quiero pasar el resto de mis noches y mis días.
Los ojos de Angela se llenaron de lágrimas, sin duda Kieran sabía convencerla, y cuando éstas comenzaron a rodar por sus mejillas, confesó:
—Odio llorar.
—Lo sé, mi vida. Lo sé.
—Odio sentirme fea ante las mujeres con las que has estado.
Al oír eso, Kieran se sintió un tonto y replicó:
—Tú eres mucho más bonita que todas ellas, tanto por dentro como por fuera.
—Mientes. Veo como miras a Susan y… y…
Agarrándola de la cintura para tenerla más cerca, él susurró aspirando el aroma de la única mujer que quería a su lado.
—Ninguna de ellas me importa, porque sólo tengo ojos para ti, mi amor, y si no hubiéramos seguido ese tonto juego en el baile de los clanes, te habrías dado cuenta. —Angela lo miró y él murmuró—: A ti te miro con más intensidad porque te quiero. A ti te miro con adoración, porque te adoro. A ti te miro con ternura, porque no puedo vivir sin ti, y te aseguro que a partir de este momento, mis ojos, mi vida y mi corazón son solamente tuyos y podrás hacer con ellos lo que quieras.
Boquiabierta, Angela sonrió y dijo:
—No me tientes, O’Hara… no me tientes.
Kieran, al ver su sonrisa, henchido de amor como nunca en su vida, afirmó:
—Soy tuyo. No me dejes nunca y haz conmigo lo que quieras.
Secándose las lágrimas, Angela sonrió y preguntó:
—¿Lo dices en serio?
—Totalmente en serio, tesoro mío.
Enamorada por aquellas palabras, acercándose a su marido, lo besó. Aquel tierno momento y aquella dulce declaración de amor eran lo que necesitaba escuchar. Kieran, a su manera, a su modo, le decía siempre impresionantes palabras para hacerla sentir especial y una vez más lo consiguió.
Encantado, él la besó una y mil veces y cuando se separó de ella, sin mirar atrás, dijo, al ver la cara divertida de su mujer:
—De acuerdo, Megan, Gillian, ya podéis hablar.
—Por el amor de Dios, Kieran —rió Megan—. Acabas de terminar con el azúcar de toda Escocia.
—Increíble, Kieran… ¡increíble! —aplaudía Gillian.
Edwina, que también lo había presenciado todo, dijo emocionada:
—Su padre era igualito. Por eso me enamoró. —Y, mirando a Angela, añadió—: Querida nuera, es un placer abrirte las puertas de mi casa y de mi corazón y, como dice mi hijo, no nos dejes nunca.
Duncan y Niall no paraban de reír ante todo lo que habían oído. Su buen amigo había caído en la marmita del amor como él siempre decía cuando se reía de ellos, y Iolanda y Louis, felices, aplaudían conscientes de que, por fin, aquello era el principio de una nueva vida para todos.
Kieran, tras guiñar un ojo a su más que feliz madre, enamorado, hechizado y loco por su mujer, la aupó entre sus brazos ante todo el que los miraba y se la llevó a su tienda en busca de intimidad. Sin soltarla de sus brazos, murmuró haciéndola reír:
—Soy tuyo. Haz conmigo lo que quieras.
Angela, dichosa y encantada, tras pasear su boca por los fabulosos labios del hombre al que amaba por encima de todo y que le había dicho las cosas más maravillosas del mundo, murmuró:
—Kieran O’Hara, bésame.