Angela galopaba sin descanso.
Durante un buen rato no paró, hasta que la yegua, cansada, aminoró la marcha.
En la oscuridad del valle donde estaba, se sentó en el suelo y, mientras pensaba en Kieran, miraba las estrellas.
Una lágrima escapó de sus ojos al pensar en él. Y mirando el anillo que le había regalado y que llevaba puesto, lo besó y murmuró:
—Papá, lo he intentado, pero no ha sido posible. Yo no soy su amor.
Mientras pensaba hacia adónde dirigirse, descartó la idea de volver a Caerlaverock o ir a Glasgow. Serían los primeros sitios donde Kieran, en caso de que la buscase, iría. Y dispuesta a alejarse lo máximo que pudiera de él, pensó en Newcastle, allí nadie la buscaría.
Cuando se levantó para proseguir su marcha, una voz preguntó:
—¿Paseando por el bosque otra vez?
Al volverse, Angela se encontró con Aiden McAllister y sonrió. Éste, bajándose del caballo, se acercó a ella y dijo:
—Creo que Ramsey Maitland aún sigue tirado en el camino.
—Se lo merece sin duda —afirmó Angela.
Eso los hizo reír a los dos y Aiden añadió:
—Además de bonita y tentadora, eres peligrosa.
De nuevo Angela sonrió y Aiden, acercándose a ella, inquirió:
—¿Qué vuelve a hacer una mujer tan bonita como tú sola de noche?
—Dando un paseo.
Convencido de que mentía, contestó:
—Angela, no deberías alejarte tanto del campamento. —Y al ver que no respondía, susurró—: No me digas que estás huyendo de Kieran O’Hara.
Pensó en mentirle, pero ya daba igual, por lo que asintió. Aiden, tras soltar una risotada excesivamente escandalosa, exclamó:
—¿Te has vuelto loca?
Molesta respondió:
—Vamos a ver, Aiden. ¿Desde cuándo yo te cuento a ti mis planes?
—Kieran te buscará.
—Lo dudo, lo he dejado muy feliz escuchando cantar a Sinclair.
Él volvió a sonreír y auguró:
—Kieran te encontrará.
—Sus últimas palabras fueron que me alejara de él.
Durante un rato hablaron sobre lo ocurrido en la fiesta y Aiden le dio su opinión. Lo que le decía era lo mismo que Megan le había dicho, y cuando Angela se cansó de escuchar, lo cortó:
—Basta, Aiden. No quiero oír nada más. Lo mío con Kieran se acabó.
Él, acercándose un poco más a ella, susurró:
—¿Sabes?, a mí me encantan las mujeres.
—Lo sé. Kieran me lo dijo.
—¿Te lo dijo?
—Sí, e incluso me dijo que te habías fijado en mí.
—Muy observador tu marido.
—Para lo que quiere —se mofó molesta.
Sin apartar la mirada de ella, Aiden asintió y cuando vio que Angela miraba las estrellas, dijo:
—Ahora que estamos aquí tú y yo, y que me juras y perjuras que lo tuyo con Kieran se ha acabado, quiero que sepas que me pareces una mujer preciosa, una mujer tentadora y…
—Aiden McAllister —lo interrumpió ella—, si no quieres tener problemas conmigo como los ha tenido Ramsey Maitland, contén tu lengua.
Él soltó una carcajada y, con comicidad, cuchicheó:
—Angela… ¡me asustas!
Aquel tono de voz tan bajo a Angela no le gustó y cuando fue a desenvainar la espada, él la agarró y, atándole las manos con una rapidez que a ella la dejó sin habla, dijo:
—No, preciosa, no. No me vas a atacar.
—Maldita sea, Aiden, ¡suéltame!
—No.
Enfadada, siseó:
—¡Cuando se entere Kieran te matará!
—¿Y cómo se va a enterar si acabas de decir que no te va a buscar? —preguntó divertido.
Enfadada por haber sido sincera con él, masculló:
—Debí dejarte morir aquel día ante los lobos.
—Cierto. Debiste.
Tras atar su yegua a su caballo, Aiden subió a Angela y, cuando él se montó también y ella intentó golpearlo, sujetándola de nuevo, le expuso:
—Tienes dos alternativas, preciosa Angela: ir con dignidad sobre el caballo o ir sin dignidad boca abajo. ¡Tú decides!
—No te atreverás.
Aiden asintió con gesto malicioso y Angela bisbiseó:
—Cuando me sueltes, ¡juro que te mataré!
—Vuelves a asustarme, preciosa Angela.
Divertido y sin preocuparle los improperios que salían de la boca de ella, se lanzó al galope. Aquella mujer le gustaba y debía emprender la marcha cuanto antes.