A la hora de comer, Angela, invitada por Duncan y Niall, se marchó con ellos y sus esposas, aunque le extrañó que Kieran no apareciera. Eso la hizo suponer que continuaba con Susan.
Durante la comida, rió y se relajó con aquellos nuevos amigos. Sólo le bastó aquel rato con ellos para ver lo especiales que eran todos y cuánto querían a Kieran.
Al terminar de comer, se sentó junto a ellos alrededor del fuego a charlar. De pronto, Susan Sinclair se acercó a ellos y dijo:
—Sé por Edwina que ha venido a saludarte.
—Así es.
Con una mirada guasona, la joven la miró y la interrogó:
—¿Y qué tal? ¿Todo bien?
Megan y Gillian, que estaban al lado de Angela, fueron a contestar, pero ésta les pidió silencio con la mirada y respondió:
—Lo que yo haya o no hablado con la madre de mi esposo no te incumbe.
Susan soltó una carcajada y miró a Duncan y Niall, que no se reían.
—¿Dónde está Kieran? —preguntó entonces, poniéndose seria.
—No lo sé —respondió Duncan.
—Necesito hablar con él.
—Pues entonces, búscalo —le soltó Niall.
Al ver que ninguno de ellos pensaba ayudarla, Susan exigió:
—Que alguien me diga dónde está, ¡inmediatamente!
Todos se miraron y Gillian le cuchicheó a Angela:
—Mi paciencia tiene un límite.
—La mía también.
—¡Angela! —gritó la joven Sinclair—. Eres su mujer, ¡búscalo!
Ella, que jugueteaba con su daga, replicó:
—No me des órdenes, Susan. —Y al ver su cara al fijarse en la daga, preguntó—: ¿Se puede saber para qué lo necesitas?
—No es asunto tuyo. Pero yo si fuera tú, ¡lo buscaría!
Angela cerró los ojos e, intentando calmarse, insistió, guardándose la daga en la bota:
—¿Quiere verlo su madre?
—Eso no te incumbe.
—Por el amor de Dios, Susan —gruñó Duncan—. Me estás enfadando. ¿Es realmente urgente lo que pides?
—Mi padre quiere hablar con él —respondió la joven finalmente.
Angela sonrió al oírla y se mofó:
—Los modales de la Sinclair son increíbles.
—¿Hablas de modales? —replicó ella—. Porque si de ellos hablas, ya me ha contado Kieran que en tu hogar eso no primaba.
—¿De qué hablas? —siseó Angela, levantándose.
Todos lo hicieron. Las cosas se ponían feas y la odiosa de Susan repuso:
—Kieran me ha contado la penosa situación en la que te encontró. Al parecer, tu padre de modales no sabía mucho y…
Angela se le acercó muy enfadada y, con actitud intimidante, masculló:
—Vuelve a mencionar a mi padre en esos términos mentirosos y te corto la lengua. Y en cuanto a Kieran, tú eres la última que lo ha visto esta mañana. Si tanto te interesa, búscalo tú.
Encantada por el alboroto que estaba organizando, la joven dio un paso atrás y dijo:
—Lo he dejado cerca del río, algo dubitativo tras nuestra interesante conversación. Quizá aún está pensando cómo pudo casarse contigo y rechazarme a mí o, tal vez, al darse cuenta de su error, ha huido lejos de ti.
Megan blasfemó. Si a ella le decía eso, le arrancaba la cabeza, pero consciente de que Angela debía tratar el tema con delicadeza, murmuró acercándose a ésta:
—No le des el gusto de conseguir lo que quiere. Tranquilízate.
Angela tomó aire. Megan tenía razón. Deseó tirar a Susan al suelo por sus palabras envenenadas, pero en vez de eso respondió convencida:
—Mi marido no huye de mí, y métete en tu creída cabeza que si se casó conmigo fue precisamente para huir de mujeres como tú.
Susan sonrió y Duncan, cansado de escucharla, la cogió del brazo con fuerza y, alejándola del grupo, dijo enfadado:
—Regresa con tu clan si no quieres tener problemas, no sólo con Angela.
Una vez se marchó, Gillian murmuró:
—¡Insoportable es poco!
—Si se muerde la lengua, se envenena —comentó Niall.
Angela, alterada por aquel ataque tan inesperado delante de todos, suspiró y anunció:
—Me iré a mi tienda a descansar.
—¿Estás bien? —le preguntó Megan preocupada.
Angela asintió y, con una cariñosa mirada a todos ellos, se alejó. Pero al llegar a su tienda, se desvió y fue hasta su yegua.
Cuando salió del campamento, hincó los talones y emprendió el galope. Necesitaba desahogarse y lo hizo de esa manera. Corrió por los campos, saltó arroyos e hizo las mayores locuras que nunca había hecho a lomos de su yegua, hasta que el agotamiento le hizo saber que tenía que regresar.