Avanzaron con cuidado por el bosque hasta llegar donde estaban los O’Hara. Iolanda, que miraba el fuego, acostada sobre una manta, fue la primera en verla. Se levantó de un salto y, corriendo hacia ella, la abrazó y preguntó:
—¿Cómo estás, Angela?
—Bien… bien… —Y, al verle la mano vendada, se interesó—: ¿Qué te ha pasado?
—Nada, un golpecito sin importancia —contestó la chica.
Algo más tranquila, Angela miró a su nueva amiga y la presentó:
—Iolanda, ellas son mis hermanas Davinia y May. Hermanas, ella es Iolanda.
Tras saludarse, Angela vio que Aston y George se acercaban corriendo. La abrazaron también y se preocuparon por cómo estaba.
—Padre ha dicho que si al alba no salías, entraríamos nosotros a buscarte por el túnel.
Angela los abrazó con cariño y también a William Shepard y, cuando se separó de él, dijo, al ver lo tenso que estaba:
—Estoy bien. Te lo aseguro, William, tranquilízate.
—Por san Drustan, muchacha, ¿qué te ha ocurrido en el cuello? —inquirió el hombre al ver los oscuros moratones.
—Nada, tranquilo…
—Ha sido Cedric, William —intervino May.
—Ese malnacido —masculló, pero al ver a Davinia, le pidió disculpas—: Lo siento.
Ella, a cada instante más consciente de lo que su marido estaba haciendo, asintió y murmuró:
—Tranquilo, William. Pienso como tú y espero que pague por lo que creo que ha hecho.
Preocupado por ellas, el hombre preguntó:
—¿Dónde has dejado al pequeño John?
—En nuestra casa de Merrick…
—A estas horas ya estará con mi madre en Glasgow —dijo Jesse, acercándose a ellos—. Ordené que fueran a buscarlo cuando llegué aquí y vi lo que ocurría. Sabes que mamá lo cuidará mejor que nadie.
Davinia lo miró aliviada y, con una grata sonrisa, murmuró:
—Gracias.
Jesse asintió con la cabeza y no dijo nada más. Seguía enfadado con ella, a pesar de lo mucho que la quería.
Instantes después apareció Kieran, acompañado por Louis, Zac y algunos de sus hombres y, mirándola, dijo:
—No voy a preguntar por dónde habéis salido, pero…
No le dio tiempo a decir nada más. Angela se abalanzó sobre él y, besándolo en la boca delante de todos, exclamó sorprendiéndolo:
—Yo también te he echado de menos, cariño.
El gesto de asombro fue colectivo. Kieran estaba tan sorprendido por aquel beso, que cuando ella lo soltó estuvo a punto de pedir una explicación, pero entonces, Davinia expuso:
—Laird O’Hara, tengo que hablar con vos.
Kieran, todavía con el sabor del beso en los labios, miró a la joven, pero Angela, cogiéndole el mentón para que la mirara a ella, comentó con gracia:
—A ver cómo te digo esto, cariño.
—¡¿Cariño?! —repitió él, boquiabierto.
Sin mirarlo para no perder toda su seguridad, Angela continuó:
—Vale, cariño… vale… No hace falta que disimules, mis hermanas ya lo saben todo.
—Angela, por el amor de Dios, ten decoro y respeta las formas.
—¡Davinia, cállate y déjales hablar a ellos! —intervino May.
Kieran parpadeó sin entender nada. Todos los observaban y Angela habló:
—Sé que lo que te voy a pedir es una locura y si te soy sincera, no sé ni cómo decírtelo sin que pienses que he perdido la razón. Me has dicho que soy la luz de tu vida y las cosas más bonitas y románticas que ningún hombre me ha dicho en toooooooda mi vida y…
—Pero ¿qué estás diciendo? —susurró él ofuscado.
Al ver que todo su plan se comenzaba a desmoronar, Angela le cogió una mano y, mirándolo directamente a los ojos, prosiguió con convicción:
—Cariño, no te molestes, ¡hasta les he contado que me llamas «mi cielo»!
—Que les has dicho ¿qué? —preguntó Kieran, a cada instante más desconcertado.
—Yo he visto cómo os mirabais, laird O’Hara —afirmó May.
Por primera vez sin palabras, Kieran miró a Angela mientras todos murmuraban a su alrededor y, sin entender realmente a qué jugaba aquella lianta, sonrió y preguntó con tranquilidad:
—¿Qué es lo que me quieres preguntar… mi cielo?
Ella, al ver que le daba una oportunidad y no la delataba ante sus hermanas, murmuró, mirando a la gente que se arremolinaba a su alrededor:
—Estoy tan nerviosa que no sé ni cómo decírtelo.
Intrigado por lo que estaba tramando, Kieran la animó:
—Sin rodeos, Angela. Entre tú y yo no hay secretos.
—¿Sin rodeos? —repitió ella y, al ver que él asentía, dijo, tragando el nudo de emociones que tenía en la garganta—: Muy bien, allá va, cariño. ¿Te casarías conmigo ahora mismo?
El semblante de Kieran se descompuso y todos los presentes abrieron la boca sorprendidos.
—¿Cómo ha dicho? —preguntó Zac.
—Le ha pedido que se case con ella —aclaró Iolanda, tan atónita como todos.
—¿Qué? —farfulló Louis, boquiabierto.
William Shepard, con una sonrisa que sorprendió a Angela, comentó divertido:
—Siempre he sabido que eras diferente, muchacha, pero nunca imaginé que te vería pedirle matrimonio a un hombre, y menos a uno como el laird O’Hara.
Aston y George, al oír a su padre, se echaron a reír y Angela puso los ojos en blanco con gesto cómico. Aquello que estaba haciendo era una locura. Todos hablaban, todos daban su punto de vista, menos Kieran, que, todavía estupefacto, la miraba sin decir nada.
—¿Me acabas de pedir matrimonio? —pudo articular por fin.
Angela asintió con una sonrisa.
—Ajá… y te lo he dicho sin rodeos, cariño, como tú me has pedido.
—¡Oh, Dios mío! —exclamó él, en cierto modo divertido.
Esas palabras la hicieron sonreír, aunque no era momento para hacerlo. Pero todo su mundo estaba patas arriba y, o sonreía, como su padre siempre le pedía, o se desmoronaba.
—¿Te has vuelto loca? —susurró Kieran.
Ella asintió de nuevo. Sin duda se había vuelto loca de remate, pero insistió:
—He pensado que…
—¡¿Qué has pensado?! —gritó él, al ver a todo el mundo opinando a su alrededor.
—Laird O’Hara —intervino Davinia—, si llamáis «mi cielo» a mi hermana, sin duda alguna es porque existe algo entre vosotros y…
—Sólo intentamos acelerar el proceso —concluyó May.
—El proceso ¿de qué? —preguntó él, sorprendido, al ver a Jesse sonreír, junto con Louis y Zac. Sin duda, Angela era una buena lianta y sus hermanas no se quedaban atrás.
Todos comenzaron a hablar a la vez y, al final, Kieran la cogió del brazo, la apartó de todos los demás y, cuando la tuvo lo suficientemente lejos, preguntó:
—¿A qué viene lo del beso delante de todos, llamarme «cariño» y esa absurda propuesta?
—Necesito tu ayuda —contestó ella, más tranquila.
—¿La luz de mi vida? —siseó—. ¿Yo he dicho esa cursilada?
—Vale, cariño, he exagerado un poco, pero…
—¡No vuelvas a llamarme «cariño»! —replicó él irritado.
—De acuerdo. No lo haré.
Incrédulo, Kieran la miró. Aún no podía creer lo que estaba pasando y se alejó unos pasos de ella. Se detuvo, la volvió a mirar y se le acercó de nuevo. Clavó en ella su mirada más fiera y Angela, al verlo, susurró:
—Por el amor de Dios, no me mires así.
Kieran resopló, pero ella, consciente de lo que debía hacer, continuó:
—Sé que lo que te estoy pidiendo es una locura, y más cuando tú me dijiste que había alguien especial esperándote a tu regreso. Pero necesito tu ayuda y eres el único que me la puede prestar. Si estoy casada contigo, alguien poderoso y con ejército no podrá…
Kieran, levantando una mano, le ordenó callar. Durante varios segundos, Angela lo miró pensar, mientras las venas del cuello parecía que le iban a estallar, y cuando no pudo más, añadió con timidez:
—Te lo suplico por lo que más quieras, Kieran. Sería sólo una boda de un año y un día.
—¿Un handsfasting?
Ella asintió y prosiguió esperanzada:
—Prometo no ser un problema para ti.
—¿Que no vas a ser un problema?
—Te lo prometo.
A cada segundo más atónito, él la miró y dijo:
—Creo que el mero hecho de casarme contigo ya sería un problema. Pero ¿realmente has pensado lo que dices? Pero ¿cómo puedes mentir diciendo que te he cortejado y… y…? ¡Dios mío, estás loca! ¡Eso es!
Mordiéndose el labio con desesperación al ver que su plan fallaba, Angela suplicó desesperada:
—Cásate conmigo, por favor. He de proteger a mis hermanas y si tú no nos ayudas, estamos perdidas. Cedric obligará a May a desaparecer de nuestras vidas, le ha dicho que si regresa a Caerlaverock a visitarnos, matará a Davinia o al pequeño John. Mi hermana, como esposa suya, está sometida a sus caprichos y sufre continuas palizas y abusos de ese infame y yo… yo… No te lo voy a negar, estamos totalmente solas y por eso te necesito, Kieran.
—Angela…
—No te pido que mates a Cedric, ni que te enfrentes con su clan —insistió—, sólo necesito que me ayudes a alejar a mi hermana Davinia de su lado y eso únicamente lo puedo conseguir si te casas conmigo. Kieran, si yo tuviera un ejército que me respaldara, no te lo pediría, pero no lo tengo y por eso te necesito.
Oír que lo necesitaba le gustó, pero casarse con ella era un precio muy alto. Pensó en su madre y en Susan y, aunque lo que pensaran ellas no era lo más importante, negó con la cabeza. No. No podía hacerlo.
Apenas conocía a la pelirroja que le pedía ser su mujer y, aunque había cosas de ella que lo atraían, y su aparición tras la angustiosa espera lo había tranquilizado, había otras muchas que desconocía y estaba seguro de que no le gustarían.
Imaginando las dudas de él, sin saber por qué, Angela dijo:
—Además de una llorona, torpe y descarada, ahora has visto que también soy mentirosa, pero quiero que sepas que si lo he hecho ha sido porque era la única manera de que mis hermanas no me prohibieran pedirte que te casaras conmigo y en especial por no disgustarlas. Si ellas creen que existe algo especial entre tú y yo, no sufrirán tanto como si saben que entre nosotros sólo existe indiferencia.
La mente de Kieran trabajaba a toda velocidad y finalmente sonrió. No. ¡Definitivamente, no se casaría con aquella lianta ni loco!
Angela debió de intuir lo que pensaba, porque, mirándolo a los ojos, insistió:
—Sé que es egoísta por mi parte pedirte esto. Y más cuando tienes a alguien esperándote en Kildrummy, pero…
—Lo siento, pero es imposible. No puedo hacer lo que me pides, Angela. —Y al ver cómo lo miraba, concluyó—: No puedo casarme contigo.
El corazón de ella se rompió. Se llevó la mano a la cara con desesperación y suspiró. No podía obligarlo y, consciente de que de nada le serviría insistir, dio un paso atrás y dijo:
—De acuerdo. Lo entiendo, no te preocupes. Pero eso sólo me deja tres opciones: aguantarme con lo que hay, que va a ser que no; huir con mis hermanas, que es complicado, o buscar entre los hombres que hay aquí un marido para intentar burlar a Cedric.
—Que vas a hacer ¿qué? —preguntó Kieran incrédulo.
—Lo que has oído.
—¿Te has vuelto loca?
Con una risa extraña, ella lo miró y confesó:
—Sinceramente, mi locura es lo que menos me importa en este instante.
Pero no pudo continuar, porque sus hermanas y el resto de los presentes se acercaron a ellos, hablando del enlace. Confuso, Kieran la miró mientras ella, rascándose con un dedo la ceja, pensaba en silencio. Ese gesto le hizo suponer que no tramaba nada bueno e, inexplicablemente, sonrió. De pronto, imaginarla besando o entregándose a otro no le gustó.
¿Qué le ocurría?
Angela, ajena a sus elucubraciones, se acercó a su hermana May y le cuchicheó algo al oído. La religiosa miró a Kieran y él supo que le había comentado su rechazo.
Sin poder dejar de mirarla, le recorrió el cuerpo de arriba abajo. Vestida con aquellos pantalones, aquellas botas, la espada a la cintura y aquella camisa blanca era una auténtica tentación. Era Hada. La mujer que lo había engatusado y por la que él había permanecido en aquellas tierras ansioso por encontrarla.
Agarrándose la melena roja, Angela se la retiró del cuello para recogérsela con una cinta de cuero. Kieran observó su fino cuello, pero al ver en él unas oscuras huellas, cambió su gesto y, caminando hacia ella, preguntó, señalándole las marcas:
—¿Qué te ha ocurrido?
—No te importa —respondió Angela, alejándose rápidamente.
Ofuscado por su contestación, se la quedó mirando y May le dijo:
—Ha sido Cedric. Ha intentado estrangularla.
Kieran, sorprendido, sintió cómo una extraña furia crecía en él. Si tuviera a Cedric delante, lo mataría por haberle hecho aquello a Angela.
May, al ver cómo miraba a su hermana, se acercó a él y murmuró lo más dramática que pudo:
—Angela se ha encarado con Cedric para defendernos y ese villano la ha cogido del cuello para estrangularla, tras abofetearla y tirarla al suelo. Ese animal la quiere casar con Otto Steward mañana y el mismo Otto ha dicho que, una vez que la haga suya, se la entregará a Rory y a Harper para que la disfruten también.
—Dios santo —murmuró Kieran horrorizado, al entender la urgencia de la joven.
Y, sin más, May se marchó tras su hermana, dejándolo pensativo. Angustiado por lo que le había revelado, sin saber qué hacer, cerró un momento los ojos antes de volver a mirar a Angela. Su vista fue hasta su delicado cuello y al ver las marcas amoratadas se quiso morir.
¿Cómo podía haberle hecho eso el animal de Cedric?
Otra, en su lugar, se estaría lamentando del daño sufrido, pero ella no. Aquélla era la Hada que lo había enloquecido y allí estaba, con el mentón levantado, buscando una solución a su problema sin importarle nada más. Sin duda alguna, Angela era de las que ocasionaban problemas y eso, sin saber por qué, lo hizo sonreír.
La vio caminar hacia Zac, alejarlo del grupo y hablar con él. Instantes después, el joven abrió desmesuradamente los ojos y Kieran sonrió al imaginar lo que ella le acababa de proponer.
Sin duda, había comenzado a hacer lo que había dicho y eso le revolvió las tripas. Se le acercó de nuevo, la agarró del brazo para atraer su atención y dijo:
—Ven, tenemos que hablar.
Soltándose de él con gesto ceñudo, repuso:
—Lo siento, pero ahora no tengo tiempo, estoy ocupada.
Y, sin más, se alejó en dirección a Louis, que estaba hablando con William. Zac miró a Kieran y murmuró:
—Creo que se ha vuelto loca.
—Creo que ya lo estaba —contestó él divertido.
A grandes zancadas, la atrapó antes de que llegara a Louis. La cogió en brazos y, cuando fue a protestar, insistió:
—He dicho que tengo que hablar contigo.
Angela resopló y May al ver aquello sonrió. Sin duda, aquel hombre sentía algo por su hermana.
Una vez Kieran la apartó del bullicioso grupo, la dejó en el suelo y preguntó:
—¿Qué se supone que estás haciendo?
Retirándose el pelo de los ojos, ella respondió:
—Ya lo sabes, busco un marido para casarme urgentemente. Tengo que…
—Me casaré contigo —la cortó.
Boquiabierta y sorprendida por el cambio, Angela susurró:
—¿En serio?
Kieran asintió y ella rápidamente lo abrazó y dijo, tremendamente agradecida:
—Gracias… gracias… gracias…
Él, todavía sin saber por qué había accedido a ello, la apartó para mirarla e, intentando no fijar la vista en los moratones que tenía en el cuello y que lo enervaban, puntualizó con voz ronca, mientras caminaba a su alrededor:
—Pero sólo lo haré si aceptas una condición.
—Tú dirás —asintió interesada.
—No quiero exigencias ni reproches. Te comportarás como la señora O’Hara ante la gente y no me dejarás en ridículo o, si no, tendré que repudiarte.
Angela miró a su hermana May y luego a Davinia, pensó en la seguridad de éstas, en lo que le había prometido a su madre, y asintió:
—De acuerdo, lo haré.
—Por supuesto, no quiero palabras edulcoradas o…
—Ante mis hermanas te ruego que te muestres cariñoso para que no sepan que las he engañado y que en realidad no sientes nada por mí. Les he dicho que me llamas «mi cielo» y…
—Has mentido.
—Lo sé… lo sé… pero una vez se marchen no tendrás que volverme a decir algo así. Por favor… te lo ruego… te lo suplico.
Al mirar sus ojos, supo lo importante que era aquello para ella y accedió:
—De acuerdo. Pero sólo hasta que se vayan. —Aliviada, Angela sonrió y él dijo—: Ni que decir tiene que deseo que evites esas palabras conmigo.
—¿Y si se me escapan?
—No se te pueden escapar —gruñó.
—Pero ¿y si se me escapan?
—Te he dicho que no se te pueden escapar —insistió.
—¿Y si te enamoras de mí durante este tiempo?
Kieran, a cada instante más sorprendido por su insolencia, replicó:
—¿Pretendes sacarme de mis casillas y que no me case contigo?
Ella negó rápidamente con la cabeza y él añadió:
—No me enamoraré de ti porque me gustan las mujeres más femeninas.
Esa matización la molestó. ¿Tan bruta era? Pero con una fingida sonrisa, preguntó:
—¿La Sinclair es femenina?
—Tremendamente femenina y delicada —afirmó Kieran—. Es el capricho de cualquier highlander.
Por un instante, Angela estuvo a punto de darle un puntapié, pero consciente de lo que lo necesitaba, afirmó:
—Acepto tus condiciones.
Kieran asintió. Sin duda estaba muy desesperada por cuidar de sus hermanas y se lo confirmó cuando, lanzándose de nuevo a sus brazos, dijo:
—Muchas gracias, Kieran… gracias por ayudarme a cuidar de mi familia.
Sus palabras lo cautivaron. Aquella menuda joven de pelo rojo era capaz de hacer cualquier cosa por el bienestar de sus hermanas sin pensar en ella. Eso le demostraba que no era egoísta y le gustó. La abrazó con actitud protectora y, con cariño y delicadeza, la besó en la cabeza. Al ver que William Shepard se acercaba a ellos, le preguntó:
—¿Vas a oficiar tú el enlace?
El hombre asintió. Sin duda, aquella unión era lo mejor para Angela. Kieran, tras deshacerse de los brazos de la joven e ir ésta con sus hermanas, miró a sus sorprendidos guerreros. Zac le soltó:
—¿Te has vuelto loco?
Kieran pensó un momento y luego afirmó sonriendo:
—Creo que sí, Zac, ¡completamente loco!
Louis, agarrándolo del brazo, le espetó:
—Kieran, ¿estás seguro? ¿Y Susan Sinclair?
Al pensar en ella, se encogió de hombros y respondió:
—Si me ama, esperará.
Incrédulo por su respuesta, Louis preguntó:
—¿Amas a Angela Ferguson?
Él miró a la joven pelirroja, que hablaba con sus hermanas vestida con aquellos pantalones y la espada al cinto y, con un gesto que hizo sonreír a su buen amigo, contestó:
—No, pero necesita mi ayuda.
Zac soltó una carcajada.
—Ya verás cuando unas que yo sé la conozcan.
El comentario hizo sonreír a Kieran. No le cabía la menor duda de que Angela se llevaría muy bien con Megan y Gillian. Ahora sólo faltaba ver cómo se llevaría con él durante el tiempo que durase la unión.
De pronto, se dio cuenta de que estaba contento y que, sin saber por qué, sonreía sin parar.
Louis, al ver su determinación, le dio una palmada en el hombro y dijo:
—Muy bien. Vayamos a celebrar ese enlace.
Sin tiempo que perder, los presentes hicieron un círculo con piedras en el suelo a la luz de la luna. No había flores, el fuego había acabado con casi todas, pero tras rebuscar, Angela sonrió al encontrar unos ramilletes de brezo escocés: la flor preferida de su madre.
Tras enlazarlas, pensó en utilizarlas como ramo de novia. Al menos un símbolo de feminidad. Minutos después, les preguntó a sus hermanas:
—¿Creéis que hago bien?
May asintió. Hubiera preferido una boda por la Iglesia, pero aquel enlace para salvarla de Otto Steward valía la pena. Davinia, emocionada, comentó:
—Tu atuendo es lo único que no veo bien. No es el más adecuado para una boda, pero…
—¡Davinia! —protestó May al escucharla.
Angela esbozó una sonrisa. Iolanda se acercó entonces a ella y, sacando un peine de su pequeña bolsa, le pidió:
—Déjame soltarte el pelo. Sin duda estarás más bonita.
—¿Cómo me vas a peinar teniendo la mano así?
—Es la izquierda y soy diestra —aclaró la chica, con voz cortante.
Al ver el gesto de su amiga y en especial su tono de voz, Angela preguntó:
—¿Qué te ocurre?
Necesitando hablar con alguien de lo que le ocurría, se acercó a ella y murmuró:
—Ese idiota de Louis cree que soy una mujerzuela.
Sorprendida, Angela fue a decir algo, cuando Iolanda se lo contó todo. Ella la miró. Apenas conocía a la muchacha y ésta, al entender su mirada, aclaró:
—Me encontraste en el bosque y pudiste ver que apenas tenía dónde dormir o qué comer, pero te aseguro que no soy nada de lo que ese tonto ha dado a entender.
Angela asintió. No tenía por qué dudar de ella y afirmó:
—Pues se lo vas a demostrar con hechos. Ese grandullón se va a tragar sus palabras una a una.
Encantada, Iolanda sonrió y, con mejor cara, la peinó. Cuando terminó, Angela se levantó y, clavando sus ojos en Kieran que se acercaba, dijo con determinación:
—Muy bien. Ya estoy preparada.
Kieran la miró y, con una sonrisa cómplice, contestó, observando sus pantalones, sus botas y su capa.
—No eres la delicada novia con la que imaginé casarme algún día —y al notar la mirada de Davinia, añadió—: pero estás preciosa… mi cielo.
Angela, complacida, se acercó a él y murmuró ante la mirada de May:
—Yo tampoco imaginé mi boda así… cariño.
Esos comentarios los hicieron sonreír a ambos, hasta que Jesse, que los había estado observando, se acercó a ellos y, tras mirar a Davinia, preguntó, tendiéndole el brazo a Angela:
—¿Me permites entregarte a O’Hara como hubiera hecho tu padre?
Angela asintió con una sonrisa, mientras Kieran, al mirarla, sentía una extraña inquietud. Contempló a la joven con la que se iba a desposar y sintió que su corazón se aceleraba. Sorprendido, sonrió, ella lo imitó y, sin decir nada, todos se metieron dentro del círculo de piedras.
William, emocionado, miró a Angela y, tras sonreírle con cariño, cogió su mano y la de Kieran O’Hara y las ató con una cinta que Davinia le entregó. Con decisión y sin tiempo que perder, les explicó los términos de aquel matrimonio, y cuando los novios aceptaron, les retiró la cinta y preguntó:
—¿Hay anillos para intercambiar?
Tras mirarse, Kieran y Angela negaron con la cabeza. Todo había sido tan precipitado que no tenían nada para entregarse, y William, asintiendo, dijo:
—Kieran O’Hara y Angela Ferguson, os declaro marido y mujer por un año y un día.
Después de esas palabras, los novios se miraron a los ojos sin saber realmente qué hacer, mientras los que los rodeaban aplaudían. Angela, al ver a Davinia mirarla con extrañeza, hizo lo que su hermana esperaba y, acercándose a él, le dio un beso. Davinia aplaudió y cuando ella fue a salir del círculo, Kieran la agarró por la cintura y, dándole la vuelta, la acercó y le dijo en un tono íntimo:
—Señora O’Hara, esta vez soy yo quien te exige un beso posesivo.
Y, sin más, la besó apasionado. Sin importarles quién los observara, ambos disfrutaron aquel dulce y tierno beso de una manera especial y cuando Angela sintió que no podía respirar y que un calor irrefrenable le subía por las entrañas, lo interrumpió.
Kieran quiso protestar y exigir más. Deseó cogerla entre sus brazos y llevarla lejos de todos para hacerla suya, pero supo que en ese instante no debía hacerlo. Finalizado el beso todos aplaudieron y Davinia y May, emocionadas, se acercaron a su ruborizada hermana y la abrazaron.
William, Aston y George la felicitaron con cariño cuando sus hermanas la soltaron. Con una extraña sonrisa, Angela los abrazó. Estaba contenta porque había eludido la boda con Otto Steward, pero no podía obviar que ahora estaba casada con Kieran O’Hara sin amor. Justo lo que sus padres nunca habían querido para ella.
Louis y Zac felicitaron al novio y todos los guerreros O’Hara lanzaron vivas por su laird y su reciente boda y también lo hicieron los guerreros de Jesse Steward por los novios.
Durante el tumulto, Jesse al verse cerca de la mujer que amaba, le agarró la mano sin dudarlo, dispuesto a pedirle las explicaciones que ella nunca le había dado. Davinia al notar su mano, lo agarró con fuerza, dispuesta a contarle toda la verdad. May los miró y, animados por ella, se alejaron para hablar.
Tras las felicitaciones, Kieran asió de nuevo y con decisión la mano de Angela, la acercó hasta el fuego y, mirando a sus hombres, habló:
—Os presento a vuestra señora, lady Angela O’Hara. A partir de este instante la debéis proteger, cuidar y respetar tanto como a mí o a mi madre, ¿entendido?
Todos asintieron con decisión levantando sus copas. Angela sonrió agradecida por el detalle y, sin dudarlo, cogió una copa, la llenó de bebida y la levantó a modo de brindis con todos ellos. Una vez bebió un trago, miró al hombre que estaba a su lado y que ahora era su marido y musitó:
—Gracias, Kieran.
Él, mirándola desde su altura, sin soltarle la cintura, suspiró y dijo:
—Espero no arrepentirme.
—No te arrepentirás. Apenas te darás cuenta de que existo.
Y dicho esto, se separó de él y regresó junto a Iolanda y May.
Era lo mejor.