22

Al día siguiente, tras una noche en la que apenas nadie pudo descansar, Angela, acompañada de Iolanda, bajó al salón ojerosa y se sorprendió al ver que lo habían recolocado todo, y lo agradeció.

—Louis y el laird O’Hara me ayudaron a ordenar un poco el desastre —le explicó Iolanda—. Más o menos se acordaban de cómo estaba todo antes, aunque poco pudimos hacer con los muebles que habían roto.

—Gracias, Iolanda —respondió ella sonriendo con gratitud.

Si Caerlaverock antes de aquello era penoso, ahora no tenía nombre, pero sin duda era mejor verlo así que como se lo encontraron.

—Agradéceselo a ellos dos también —le dijo Iolanda, guiñando un ojo—. Eran quienes querían que vieras esto en mejores condiciones.

Angela asintió. Debería hacerlo.

Kieran la seguía con la mirada y vio que se dirigía hacia donde estaban los cuerpos de los fallecidos, de modo que fue tras ella a grandes zancadas, le cogió la mano y le impidió continuar.

—No lo hagas, Angela. No vayas.

—¿Por qué?

Kieran, que había visto muchos cadáveres en su vida, sin soltarla, respondió:

—Es mejor recordarlos como eran que como están ahora.

Sin duda él tenía razón. Era lo mejor. Y, sin soltarse de su mano, caminó hacia la larga mesa y se sentó. Tras un tenso silencio, miró al hombre que tenía delante y dijo:

—Gracias por adecentar este lugar.

Conmovido por sus palabras, Kieran sonrió.

—No tienes nada que agradecer.

—¿Dónde están William, Aston y George?

—Fuera, con mis hombres.

Angela asintió y Iolanda, al ver que estaban tranquilos sentados a la mesa, bajó a las cocinas. Miró a su alrededor. Todo era un caos, pero buscó hasta encontrar algo para desayunar y, cuando iba a prepararlo, oyó:

—¿Tú no descansas nunca?

Al reconocer la voz sonrió. Era Louis. Se dio la vuelta y lo vio apoyado en el quicio de la puerta.

—Quería preparar algo de desayuno para Angela —se justificó.

Cuando vio que él se acercaba con cuidado de no pisar nada de lo que había en el suelo, Iolanda retrocedió. Ese gesto, a pesar de la sonrisa que la joven tenía en los labios, llamó la atención de Louis, que se paró. Se sentó en una de las sillas que quedaban junto a una destrozada mesa y preguntó:

—¿Qué hacías en el bosque sola?

Iolanda se mordió el labio inferior un momento y luego respondió:

—Si no te importa, prefiero no hablar de ello.

Louis, que era bastante comprensivo y paciente, asintió e, intentando no volver a tocar ese tema, esbozó una sonrisa y, señalando la silla de enfrente de él, le propuso:

—¿Por qué no te sientas y descansas un poco? Me consta que no has parado y tienes que estar agotada.

Con una grata sonrisa, la joven hizo lo que le pedía y poco después se los oyó reír divertidos.

En el salón principal, Kieran, que hablaba con Angela, se fijó en las ojeras de ésta y eso lo apenó.

—Creo que deberías dormir un poco más, no tienes buen aspecto —dijo.

—¿Me estás llamando fea? —se mofó Angela, con una bonita sonrisa.

Kieran sonrió al recordar un momento parecido a ése, con ellos dos, Sandra y Zac, pero antes de que él contestara, Angela añadió:

—No me mires así, O’Hara, sé que no querías decir eso.

—Me alegra saberlo —contestó Kieran, sonriendo.

Angela se retiró el pelo de la cara y se lo recogió con una cinta de cuero, mientras él miraba su fino cuello con veneración.

Tosió para recuperar la compostura y anunció:

—Tus hermanas seguramente llegarán pronto.

Más calmada que el día anterior, Angela se tocó la frente. No se encontraba bien. Cerró los ojos unos instantes y, cuando los abrió, con gesto cansado murmuró:

—Laird O’Hara, siento que lo acontecido os esté retrasando. Sin duda, vuestra madre y vuestra prometida os añorarán y…

—Angela —la cortó él—. Soy Kieran. Olvídate de las normas, por favor.

—Disculpa —respondió ella—. Estoy tan cansada y confusa por todo lo que ha pasado que ya no sé ni lo que digo…

Kieran asintió y, cogiéndole la mano por encima de la mesa, se la besó.

—No te preocupes. Me hago cargo.

Con su mano entrelazada con la de él, Angela lo miró. El calor que aquel hombre irradiaba era lo que necesitaba y su corazón se desbocó. Sentir su aliento sobre su mano era un bálsamo para sus heridas y, hechizada, murmuró:

—Gracias, Kieran.

Oír su voz derrotada no le gustó y, deseoso de hacerle olvidar la agonía que estaba sufriendo, confesó:

—Las cosas que estoy descubriendo de ti me sorprenden.

Angela sonrió, pero se mantuvo en silencio.

—Nunca imaginé que una torpe y llorona mujercita como tú pudiera ser tan hábil con la espada y el engaño —dijo él, soltándole la mano.

Ella arrugó la nariz con gesto divertido y respondió:

—Y yo nunca imaginé que un hombre curtido en guerras, en mujeres y en armas como tú fuera tan fácil de engañar.

—Si mis amigos los McRae o sus mujeres se enteran de cómo me has engañado, no dejarán de reírse de mí en años —reconoció él, sonriendo.

—¿Tú crees?

—Lo creo sin ninguna duda.

En ese instante, entraron dos de los guerreros de Kieran. Hablaron con él sobre algo y cuando se marcharon dejándolos de nuevo solos, Angela dijo:

—Tus hombres deben de estar deseando regresar a sus hogares. Tu madre os espera en Edimburgo y…

—Mi madre esperará mi llegada y mis hombres harán lo que yo les diga.

—Lo sé, pero sería comprensible que quisieran partir.

Kieran fue a responder, pero en ese instante aparecieron en el salón Iolanda y Louis muy sonrientes, llevando unos vasos, algo de leche y una especie de galletas. La conversación se interrumpió.

Angela cogió una de aquellas galletas y, al mirarla, se le llenaron los ojos de lágrimas.

—Pobre Evangelina, con lo maravillosa y buena que era, cuánto miedo tuvo que pasar. Y las niñas… mis bonitas y queridas Effie y Leslie. —Sollozó—. ¿Cómo alguien pudo asesinarlas?

Con gesto compungido, Iolanda miró a Kieran. El highlander tenía la mirada clavada en Angela, pero no se movía. Así que, levantando los brazos, la joven le hizo una seña para que fuera a consolarla. Al verla gesticular, Kieran se levantó, se sentó junto a Angela y la abrazó.

Angela, sin importarle quién le abrazaba, se cobijó en aquellos fuertes brazos mientras lloraba aquellas terribles muertes y Kieran, inconscientemente, le besó la cabeza mientras le murmuraba palabras de consuelo. Se acomodó en el banco de madera y, sentándola sobre sus piernas, comenzó a acariciarle el cuero cabelludo con mimo para relajarla, hasta que, de pronto, ella se quedó totalmente dormida. Estaba rendida.

William, que en ese momento entraba con su hijo Aston en el salón, al ver aquella imagen comentó con una triste sonrisa:

—Deberías llevarla a su habitación.

—No sé cuál es —dijo Kieran.

—Arriba, segunda puerta a la derecha. Debe de estar agotada. Además, cuanto más duerma, menos pensará en lo ocurrido.

Totalmente de acuerdo, Kieran se levantó con cuidado y, con ella en brazos, subió hasta la estancia de la joven. Al entrar en ella, pudo ver lo desnudo que estaba todo. La cama era un simple camastro de madera con un colchón de lana. Además de eso, sólo había el hogar.

Miró a su alrededor sorprendido, intentando entender cómo Kubrat Ferguson había perdido tanto la cabeza para llegar a vivir así y cómo, con su dejadez, había arrastrado a sus hijas a vivir con aquella precariedad.

Con cuidado, dejó a Angela sobre el colchón y la miró. Todavía no podía creer que aquella delicada joven de cabellos rojo fuego fuera Hada. Ahora entendía que las marcas que había en sus manos y en sus brazos no sólo eran de trabajar en el campo y estuvo seguro de que en el cuerpo tendría muchas más. Le cogió una mano y la observó. El profundo corte que tenía en la palma tuvo que dolerle. Lo miró y, bajando su boca hasta la herida, se la besó con cuidado.

Una vez le dejó la mano sobre la cama, miró sus labios. Eran carnosos y deseables. Deseó tumbarse a su lado para mirarla y consolarla si se despertaba, pero tras pensarlo con frialdad, supo que no era buena idea.

¿Qué hacía él preocupándose tanto por aquella joven?

¿Acaso era cierto que podía enamorarse de ella?

Al final, la tapó con un viejo tartán que encontró y se encaminó hacia la puerta para salir de la habitación. Era lo más prudente para los dos.

Cuando lo hizo y cerró detrás de él, la sensación de soledad que lo embargó lo dejó sin habla. Su instinto protector le gritaba que no la dejara, que regresara con ella, pero se resistió y recordó algo que le había dicho Duncan de cuando conoció a Megan. Las palabras exactas fueron «Megan me desconcertó, me desesperó y me cautivó de tal forma que ya no podía vivir sin ella».

Agobiado, abrió de nuevo la puerta, la miró dormir sobre el camastro y murmuró:

—¿Qué me estás haciendo, Angela Ferguson?

Después de cerrar de nuevo, bajó al salón y, al entrar en el mismo, vio allí a William. Caminó hasta él, se sentó a la mesa y, cogiendo una jarra de cerveza, se la bebió de un trago. Al dejarla, preguntó al hombre que lo observaba:

—¿Por qué sonríes?

William lo miró y dijo:

—Kubrat estará feliz al ver cómo te preocupas por su niña.

—Me preocupo como te preocupas tú y…

—Le diste tu palabra de que la cuidarías, no lo olvides.

—Tú también —siseó Kieran.

—Lo sé —contestó William—. Pero no olvides que tú fuiste el último que le prometió cuidar a su hija y traerla de regreso sana y salva. Creo que no he de recordarte que la palabra de un highlander es sagrada. Yo, por mi parte, cumpliré la mía, ahora sólo espero que tú cumplas la tuya.

Ofuscado por lo que el hombre le estaba dando a entender, Kieran se levantó y salió del salón. Necesitaba pensar qué hacer para solucionar rápidamente aquello.

En el patio de armas vio a Louis charlando con Iolanda. Los miró desde lejos. Sin lugar a dudas, aquella joven, tan distinta a las mujeres a las que su amigo estaba acostumbrado, había llamado la atención de éste. Sólo había que ver cómo le sonreía y se pavoneaba ante ella.

Cuando Louis lo vio, se despidió de Iolanda con una encantadora sonrisa, que ella le devolvió a su vez.

—¿Angela está durmiendo? —le preguntó Louis a Kieran.

—Sí.

—¿Crees que está mejor?

Preocupado sin saber realmente por qué, él respondió:

—No lo sé.

Durante unos instantes, se quedó mirando al suelo: no podía dejar de pensar en Angela. Louis le preguntó:

—¿Qué te ocurre?

Al ver que no había nadie alrededor que lo pudiera oír, Kieran respondió:

—Esa mujer me desconcierta. Deseo estar cerca de ella en todo momento, pero al mismo tiempo pienso que no he de hacerlo.

—¿Angela Ferguson te gusta más que Susan Sinclair?

Él lo pensó un momento y finalmente dijo:

—No lo sé. Es diferente y…

—¡Eh… eh… Liam! —gritó Louis de repente, cortando a su amigo—. Deja a la señorita tranquila y continúa con lo que estabas haciendo.

Kieran, al mirar y ver al joven que estaba junto a Iolanda, cuchicheó:

—¿Por qué alejas a Liam de la muchacha?

—Porque es un pesado —respondió Louis tosiendo—. Seguro que la molestaría.

—Lo dudo. Liam es un muchacho sensato y, ahora que lo pienso, seguramente son de la misma edad.

Louis miró a su amigo y, finalmente, ambos soltaron una carcajada.

Su visita a Caerlaverock les estaba empezando a ocasionar más de un quebradero de cabeza.