El traqueteo de la carreta la despertó y, sorprendida, vio que habían reanudado la marcha sin despertarla. Cuando William vio que se movía, se acercó montado en su caballo y comentó:
—Parece que O’Hara tiene prisa.
Angela asintió, pero no dijo nada. Tras lo ocurrido, Kieran seguramente querría finalizar cuando antes aquel viaje. Se alegró. Eso aceleraría la vuelta al castillo.
Durante todo el día no se acercaron el uno al otro. Se miraban, se deseaban, pero ambos sabían que no debían proseguir con ese peligroso juego. Esa noche, Angela no se movió del lado de los Shepard. Cenó junto a ellos y su hermana y cuando ésta se marchó a dormir, decidió quedarse ante el fuego con ellos tres. Procuró no mirar hacia donde sabía que estaba Kieran, observándola, y cuando no pudo más y el calor inundó de nuevo su cuerpo, se marchó al carro a dormir junto a May. Era lo mejor.
Al tercer día, llegaron a la abadía Sweetheart a la hora de la comida. Allí, William, sus hijos y Angela, acompañaron a May, tras despedirse ésta con cordialidad de Kieran O’Hara y sus hombres.
Pero nadie podía entrar en la abadía, por lo que, después de besar y abrazar a su hermana, May se encaminó sola hacia la enorme puerta de madera maciza, se volvió y, a modo de despedida, tiró un beso que Angela cogió. Después, ella repitió el acto y su hermana, tras atraparlo, sonrió.
Cuando desapareció dentro de la abadía, al ver el rostro de Angela, William dijo:
—Sabes que estará bien. May aquí ha encontrado su felicidad.
El hombre tenía razón e, intentando sonreír, ella asintió hasta que se encontró con la mirada de Kieran y dijo:
—Debemos regresar a Caerlaverock.
William, que como el resto había sido testigo del extraño comportamiento de la muchacha y el jefe de los O’Hara, preguntó:
—¿Qué te ocurre?
Encogiéndose de hombros al ver que los Shepard la miraban esperando una contestación, respondió:
—Nada. Sólo que quiero regresar al castillo y perder de vista a estos bárbaros.
Sus tres amigos sonrieron y Aston cuchicheó divertido:
—Padre, George y yo creemos que Kieran O’Hara sería un buen marido para Angela, aunque ella lo considere un bárbaro. ¿Tú qué opinas?
—¡Aston! —protestó ella, dándole un puñetazo.
William sonrió y, desesperándola, afirmó:
—Eso mismo pensamos Kubrat y yo. —Y antes de que ella pudiera decir nada, añadió—: Sí, muchacha, tu padre y yo lo hemos hablado. Ese O’Hara y tú haríais muy buena pareja. Él es un hombre fuerte y valeroso y tú lo eres también, ¡no lo olvides!
Angela fue a contestar, pero al ver la cara de guasa de los tres, dio una patada al suelo y, sin decir nada, se encaminó a la carreta.
A partir de ese momento, sólo se bajó del carro para comer y estirar las piernas. Kieran se lo agradeció. Cuanto menos la viera, mejor. Aún no entendía por qué aquella descarada pelirroja se había convertido para él en una tentación tan grande.
Pero esa noche, tras horas sin verla aun teniéndola cerca, su humor cambió. Deseaba contemplar su cara, sus gestos, escuchar su voz, disfrutar su sonrisa, y pasó mil veces cerca del carro, pero Angela no salió.
Entrada la noche, y sin poder conciliar el sueño, O’Hara se levantó inquieto y pasó de nuevo junto al carro donde ella dormía. Le pareció oír un gemido. Reduciendo el paso, miró alrededor, pero no vio a nadie. Todo estaba en calma. Continuó lentamente su camino hasta que otra vez se volvió a oír el gemido y esta vez supo de dónde venía. Saltó por encima de los Shepard, que dormían a los pies del carro, abrió la tela y vio a Angela moverse angustiada y sudando; supo que estaba teniendo una pesadilla.
—No la toquéis —dijo de pronto la voz de Aston.
Pero Kieran ya le había puesto una mano en el hombro y la zarandeaba para despertarla. La joven dio un salto y se encogió asustada como un animal herido, mientras temblaba.
Aston, apartando a Kieran de un manotazo, subió al carro y, acercándose a su amiga, la abrazó con cariño y le susurró al oído hasta que la volvió a tumbar de espaldas y ella se relajó.
Kieran, sin entender nada, miró a George en busca de una explicación, pero éste se limitó a decir:
—Señor, es mejor que se vaya a descansar.
Sin contestar, se alejó totalmente desconcertado. Recordar sus ojos asustados lo martirizaba. ¿Qué le ocurría a aquella joven?
Poco después, estaba sentado junto al fuego sumido en sus pensamientos, cuando William, el padre de Aston y George, se le acercó y, agachándose, le contó:
—Angela tiene pesadillas a veces.
Era la segunda vez que oía aquello e, interesado, preguntó:
—¿Por qué? ¿Qué le ocurre?
Sirviéndose una taza del caldo que había al fuego, el hombre contestó:
—Esa pobre muchacha de niña vio a sus seres queridos destrozados, ensangrentados, despedazados, y desde entonces apenas puede dormir.
Kieran asintió horrorizado. En combate, él había visto cosas como ésa y, a pesar de ser un hombre curtido por las batallas, nunca las olvidaba. Pensar que Angela había visto algo parecido en su niñez y con sus seres queridos le destrozó el corazón. Cuando iba a decir algo, William prosiguió:
—Hay noches en que las pesadillas no la abandonan. Otras no duerme por miedo a soñar y otras está agotada y se duerme tan profundamente que nos angustiamos hasta que se despierta. Sin duda, lo que vio en su momento le creó tal confusión y miedo que es incapaz de descansar.
En ese momento, Kieran vio que ella salía del carro, abanicándose con la mano. Tenía el pelo revuelto y se la veía cansada. Inmediatamente, Aston y George le pasaron un brazo por los hombros con actitud protectora y se alejaron con ella.
William, al verlos, se levantó también y, antes de ir tras ellos, dijo:
—Mis hijos y yo hemos protegido siempre a esa joven mientras ella siempre ha protegido a su familia. Se puede decir que Angela es la debilidad de su padre y la nuestra. Y, aunque no la conoce, sólo le diré, laird O’Hara, que es increíble como mujer y como persona y que se merece ser feliz. Espero que algún día alguien sepa valorar la valentía y el corazón de mi preciosa Angela.
A la mañana siguiente, cuando Angela se despertó tras la accidentada noche, nadie se había movido del campamento. Al bajar del carro y mirar el día nublado, le preguntó a George:
—¿Por qué no nos hemos puesto en camino?
El joven, que estaba sentado en el suelo, le entregó una taza con agua fresca y dijo:
—Porque O’Hara no ha dejado que nadie se moviera ni hiciera ruido hasta que tú te despertaras.
Al oírlo, ella se sorprendió. ¿Por qué habría hecho eso?
Tras ir acompañada por sus dos amigos a un lago cercano para asearse, Kieran se acercó a ella a su regreso y, con una amabilidad que la dejó sin habla, preguntó:
—¿Cómo os encontráis hoy?
Sin entender a qué se debía su actitud y, en especial aquel acercamiento, parpadeó y respondió prosiguiendo su camino con Aston y George:
—Bien.
Cuando se alejaron lo suficiente, miró a sus dos amigos y vio que sonreían y, antes de que pudiera preguntar, Aston dijo:
—Anoche te vio durante una de tus pesadillas.
Horrorizada y avergonzada por que la hubiera visto en un momento tan íntimo y espantoso, miró hacia atrás y se encontró con la mirada de Kieran, que la seguía. Eso la inquietó.
Pocos minutos después, reanudaron el camino y comenzó a llover con fuerza. En el interior del carro, Angela estaba resguardada, pero se aburría. ¡No sabía qué hacer! No podía montar su yegua o los demás la verían y, agotada, se tumbó, se hizo un ovillo sobre el tartán y, antes de lo que imaginaba, el traqueteo del carro la durmió.
Esa noche, cuando acamparon, a causa de la lluvia decidieron montar varias tiendas para protegerse. En el carro se colocó una lona que se ató a un árbol. Cuando Angela salió y vio lo embarrado que estaba el suelo, maldijo en voz baja. Eso los retrasaría, especialmente por el carro.
Con gesto aburrido, se sentó junto a George, mientras Aston ayudaba a su padre a tensar la lona. Miró a su alrededor con curiosidad y encontró lo que buscaba: a Kieran, que, bajo otra lona, hablaba con Zac y con Louis.
—¿Ya has dejado de esconderte de O’Hara? —preguntó George, provocándola.
—No me escondo —replicó ella molesta.
—No parecías muy asustada de él la otra noche —continuó el chico.
Angela lo miró horrorizada y exclamó:
—Maldita sea, George Shepard, ¿a qué te refieres?
Soltando una carcajada, él susurró:
—Lo vi caminar en tu dirección, lo seguí y vi cómo te sentaba en sus piernas y hablabais.
—¿Sólo viste eso?
Poniéndose serio, George preguntó:
—¿Qué se supone que no vi, Angela?
Acalorada pero más tranquila al saber que no la había visto en su momento lujurioso, contestó:
—Nada… nada.
George levantó las cejas sorprendido, justo cuando su hermano se sentaba al otro lado de Angela y ésta se sacaba una pequeña daga de la bota.
Su respuesta y desconcierto le hizo saber que había ocurrido algo entre su amiga y el highlander, pero su prudencia lo hizo callar, aunque al mirar a O’Hara lo vio con la vista fija en ellos.
Kieran, que estaba hablando con Louis y Zac, al ver que Angela salía del carro ya no se concentró en otra cosa. La joven se había tomado muy a pecho lo de no cruzarse en su camino, algo que le agradecía, pero al mismo tiempo le molestaba. Observó cómo se reía con familiaridad con uno de los muchachos y cuando el otro se sentó junto a ellos, pudo comprobar la buena camaradería que había entre los tres.
—Sigues mirando a esa damita con demasiado interés —comentó Louis.
Apartando la vista, él tosió y respondió:
—Es la hija de Ferguson y la dejó a mi cargo. Habrá que cuidarla, ¿no crees?
Louis y Zac soltaron una risotada y este último cuchicheó:
—Pues la miras con ojos de…
—¡Zac! ¿Qué se supone que estás insinuando? —Y al ver el gesto divertido de éste, añadió, suavizando la voz—: No veo el momento de retozar con una mujer de grandes pechos y desfogarme con ella; esta joven no es lo que yo deseo.
Los tres highlanders estaban riendo, cuando Kieran vio algo que le llamó la atención: con gesto distraído, Angela se sacó de la bota una pequeña daga y, tras coger un trozo de madera, lo comenzó a tallar sin miedo a cortarse.
—Hay un pueblo no muy lejos de aquí —informó Louis—. Seguro que hay un burdel lleno de lindas mujeres de pechos grandes y muslos carnosos.
Zac, encantado de oír eso, dijo:
—Los hombres se pueden quedar aquí con ella para protegerla y nosotros podríamos visitar a esas mujeres, ¿qué dices, Kieran?
Pero él seguía mirando a la joven y se volvió a sorprender cuando vio que clavaba la daga con fuerza cerca del pie de Aston y los tres reían sin miedo.
—Kieran, ¿nos estás escuchando? —preguntó Louis.
Él asintió y, mirándolos por fin, respondió:
—Está lloviendo y el camino está muy embarrado. Pronto llegaremos a Caerlaverock. Hasta entonces, prefiero no perderla de vista.