Kieran O’Hara había proseguido su camino hacia el castillo y, al llegar, dejó a sus hombres acampados fuera y él entró en el patio. Sonrió al ver a las gemelas jugando con Angela y los hijos de Shepard. Sin duda alguna, aquellos muchachos adoraban a la joven pelirroja, pues cada vez que la veía, casi siempre iba acompañada de ellos. Parecían sus guardas personales. Sin desmontar, observó al grupo unos instantes. Parecían pasarlo bien y las carcajadas de las pequeñas le llenaron el corazón. No había nada más bonito que el sonido de la risa de los niños.
Con curiosidad, miró a Angela, con su vestido color burdeos y el pelo recogido en la nuca. Llevaba los ojos tapados y se movía con soltura, buscando a las niñas mientras sonreía. Kieran se bajó del caballo y, acercándose, les hizo una seña a las gemelas y a los hijos de Shepard para que no dijeran nada. Después se arrodilló para estar a la altura de las pequeñas y se puso delante de Angela.
Ésta le tocó la cabeza y, abrazándolo con fuerza, exclamó:
—¡Te pillé!
Angela pensó que se trataba de Aston o de George, pero entonces oyó decir a Effie:
—Gallinita ciega, ahora tienes que adivinar quién es.
Divertida, ella sonrió, sin darse cuenta de que Kieran la miraba con deleite.
¡Qué bonita boca tenía… y sus dientes eran perfectos!
Angela le tocó los hombros y dijo:
—Sin duda es un hombre fuerte y valeroso, ¿verdad, niñas?
—Sí —gritaron al unísono las pequeñas, mientras Aston y George observaban con gesto incómodo.
—¿Y es guapo?
—Muy guapo —gritaron las crías, animadas por Kieran.
Angela continuó tocándole el pecho y la espalda, y entonces algo no le encajó. Ni Aston ni George llevaban carcaj, y cuando le tocó la cabeza y él se encogió dolorido, lo supo: era Kieran.
Rápidamente se quitó la venda de los ojos y, al verlo, murmuró avergonzada:
—Oh, Dios mío.
Divertido, él se levantó del suelo y, mirándola desde su imponente altura, dijo:
—Vale… sí, soy yo.
—Es guapo, ¿verdad, Angela? —comentó Effie.
Ella, tras mirar a Aston y George, que la contemplaban divertidos, arrugó la nariz y no respondió.
—¿Tan feo soy que ponéis esa cara de horror, milady? —se lamentó Kieran—. Cualquiera que os viera pensaría que os acabo de besar.
Las niñas soltaron una carcajada y Angela no se movió.
¡Si él supiera…!
Acto seguido, Aston soltó un gruñido para asustar a las pequeñas y ellas salieron corriendo, riéndose, mientras los dos hermanos las perseguían. Angela los miró, molesta por que no la hubieran avisado. Al quedarse a solas con Kieran, vio que éste se tocaba el chichón que tenía en la cabeza, y le preguntó curiosa:
—¿Os ocurre algo?
Él sonrió y, mirándola, respondió:
—No. Sólo me rascaba.
Angela asintió y evitó sonreír.
—¿Los hijos de William Shepard son vuestros cuidadores, milady? —añadió él.
Sorprendida por la pregunta, lo miró y preguntó:
—¿Por qué?
Mirando hacia donde estaban los dos jóvenes, Kieran vio que la observaban y explicó:
—Siempre están con vos, ¿os protegen de algo?
Angela sonrió y, mirando a sus amigos, contestó:
—Sin duda me cuidan de villanos, salvajes y maleantes. Nunca se sabe lo cerca que éstos pueden estar.
—¿Me consideráis un peligro, milady? —preguntó Kieran divertido.
Angela pensó que sin duda era el mayor peligro con el que se había encontrado en toda su vida, pero con voz angelical respondió:
—Teniendo a Aston y a George a mi lado, nadie es peligroso.
—¿Ni siquiera yo?
—Ni siquiera vos.
Él, molesto al ver la consideración que les tenía a aquellos jovenzuelos, le guiñó un ojo, se dio la vuelta y se encaminó hacia el salón.
Una vez desapareció, los dos hermanos Shepard se acercaron a ella, que dijo:
—Espero que ese O’Hara se vaya pronto.
—¿Por qué? —saltó George.
—Porque me incomoda que esté aquí. Es… es… prepotente y engreído.
—Según Viesla y alguna otra mujer, es muy guapo y viril —afirmó Aston.
—A ellas les parece guapo cualquier hombre que aparezca por aquí —replicó Angela.
—¿Te han dicho que tu padre ha organizado una fiesta para esta noche? —quiso saber Aston.
Ella lo miró sorprendida y él, divertido, asintió.
—Anímate, ¡esta noche podremos danzar!
Eso la hizo sonreír. Siempre le habían gustado los bailes, pero la sonrisa se le cortó de golpe cuando el joven añadió:
—¿Sabes?, el laird O’Hara sí me parece un buen pretendiente para ti y no los hombres que propone Cedric. Me he informado y no tiene mujer, ni prometida, y, por cómo lo miras, sin duda él no te desagrada.
—¡Aston! —exclamó la joven.
—Es valeroso, intrépido y fuerte como tú.
—¿Y? —gruñó Angela.
George, al ver su desconcierto, prosiguió:
—Pues que tú sólo te fijas en alguien a quien admiras. No como esos hombres desdentados y sucios que te busca tu cuñado Cedric.
Angela miró a sus amigos y, al ver sus tontas sonrisitas, masculló mientras se alejaba:
—Oh, Dios mío, sois unos alcahuetes.
—Angela… velamos por ti —se mofó Aston.
Ella se volvió y, levantando un dedo, siseó:
—Ni una palabra más.
Los dos hermanos se miraron y soltaron una carcajada. Por primera vez desde que conocían a Angela, un hombre la ponía nerviosa, aunque se negara a reconocerlo.
Cuando ella entró en el castillo, su hermana Davinia la informó de la cena con baile que su padre había organizado para la noche. Aquella repentina fiesta escamaba a Angela y fue en su busca.
Lo encontró enseguida, estaba en su habitación, como siempre. Cuando ella abrió la puerta, su padre le sonrió y, con un movimiento de la mano, la invitó a pasar. Angela se sentó en una silla delante de la de su padre y preguntó:
—¿Por qué has organizado una fiesta?
—Tenemos invitados y hay que tratarlos como se merecen —dijo él.
Su respuesta la sorprendió.
—Papá, yo creo que…
Pero sin dejarla terminar, su padre preguntó:
—¿Sabes lo que hacía tu madre cuando venía un grupo de valientes guerreros a Caerlaverock? —Ella, a pesar de que lo sabía, negó con la cabeza y él le explicó—: Preparaba una buena comida, seguida de una bonita fiesta, y todos se iban contentos. Según mi Julia, la hospitalidad era algo muy importante, y, además, en esos íntimos momentos, se podía llegar a acuerdos.
—¿Acuerdos? ¿Qué acuerdos quieres con ese O’Hara?
El hombre miró a su pequeña y, cogiéndole la mano, contestó:
—No busco ningún acuerdo, pero quizá puedas conocer a alguno de esos hombres y…
—Papáaaa… —protestó ella, cortándolo.
—Escucha, cariño —dijo él—, aunque nunca te voy a obligar a nada, Cedric tiene razón. No corren buenos tiempos y deberías desposarte y alejarte de este lugar.
—Pero ¿qué estás diciendo?
—Digo lo que creo que es lo mejor para ti, mi niña. Debes buscar tu propio clan y…
—Mi clan es éste, papá. Pero ¿por qué dices eso?
El hombre acarició el rostro de su hija con cariño y respondió:
—Sé que en tu corazón siempre serás una Ferguson, pero debes encontrar tu camino y ése no consiste en quedarte en este lugar lleno de viejos, de penurias y de peligro. Caerlaverock no es hogar para una jovencita llena de vida como tú.
—Papáaaa…
—Escúchame, hija. Sé que no he hecho las cosas bien desde que murió tu madre, y que por mi culpa lo hemos perdido todo…
—Papá, no…
—Angela, por favor, déjame hablar —dijo él y la joven se calló—. No queda nada. No tenemos riquezas, ni pueblo, ni ejército, y en varias épocas del año sabes que hasta escasea la comida. Todo eso no me ha preocupado hasta ahora, cuando sólo me quedas tú aquí.
Angela lo miró con tristeza. Ferguson sabía que sus palabras le hacían daño, pero continuó:
—Esos Steward no te han llamado la atención, ¿verdad?
—No, papá. Ni uno de ellos. Y menos los desdentados y sucios con los que Cedric se empeña en que me case. ¡Qué asco, por Dios!
Su padre soltó una carcajada.
—Me alegra saberlo, hija, todos son unos patanes, excepto Jesse. Aún no entiendo cómo tu hermana no se casó con él en vez de con Cedric. Ese hombre cada día me gusta menos.
—Yo tampoco lo entiendo, papá. Creo que con Jesse hubiera sido más feliz, pero, al fin y al cabo, fue Davinia quien eligió.
—Exacto, fue ella quien lo eligió. Y antes de que digas nada, déjame decirte que tú serías una excelente mujer para Kieran O’Hara.
—Papáaaa.
—Me encanta cómo me dices eso de «¡Papáaaa!».
Ambos rieron y él prosiguió:
—Es un hombre poderoso, como yo en mis tiempos, y, por lo que he observado, es gentil y bueno con la gente, y su madre también me lo pareció. He visto cómo se divierte con Effie y Leslie y bromea con ellas; señal de que le gustan los niños y que tiene buen corazón. Aún no he visto ni una sola vez a Cedric haciéndole una carantoña a su hijo, como se la hacen Jesse o Kieran. Ese hombre es…
—No, papá, no sigas.
—No te pido nada. Sólo que pienses lo que digo. O’Hara es un hombre que estoy seguro que te protegerá y cuidará bien, no como Cedric a tu hermana.
Angela cerró los ojos. Sin duda, su padre tenía la misma idea de Cedric que ella.
—Eres joven, bonita e intuyo que tienes más habilidades de las que te gusta mostrar —continuó el hombre—. Por favor, piensa por una vez en ti y deja de pensar en mí. Márchate de este inhóspito lugar y sonríe. Sé feliz por tu madre y por mí. Por favor, hazme caso.
—Nunca me marcharé de tu lado, papá, ¡nunca!
Sin darse por vencido, Ferguson insistió:
—Prométeme que pensarás en lo que te he dicho. Es importante para mí verte feliz.
Finalmente, ella asintió y su padre, sonriendo, añadió:
—Tu madre decía que hacer que un invitado se sintiera como en su propia casa propiciaba que siempre regresara de buen talante y con buenas nuevas. Tratemos a ese O’Hara como se merece.
Angela se rindió, el romántico de su padre no tenía remedio. Tras hablar con él un rato más y prometerle que intentaría pasarlo bien en la fiesta, se marchó. Debía ayudar en el campo.
Cuando llegó, se encontró con su hermana May, con Sandra y con algunos más del castillo. Davinia no podía ayudarlos, porque su marido no se lo permitía.
Durante horas, estuvieron recogiendo patatas que luego llevaron a la cocina para que Evangelina las cocinara junto al venado que habían cazado.
Por la tarde, Angela se fue con Sandra a bañarse. Querían estar guapas y oler bien para la fiesta. En los alrededores del castillo, oculto entre unos frondosos árboles, corría un pequeño riachuelo que utilizaban para ese menester.
—Tengo que contarte una cosa —anunció Sandra.
—¡Tú dirás!
La joven de ojos almendrados sonrió y, retirándose el pelo de los ojos, confesó canturreando:
—Hoy me han besado.
Angela la miró sorprendida y ella prosiguió:
—Mientras paseaba con Evangelina y las niñas por el campo en busca de algunas hierbas para cocinar, se nos han acercado Zac Phillips y el hombre de confianza de Kieran O’Hara…
Abriendo desmesuradamente los ojos, su amiga susurró:
—No me lo puedo creer.
—Créetelo, Angela —contestó ella, divertida—. Eso sí, después le he dado un buen bofetón por su tremenda osadía.
—¡Sandra!
—Ha sido un descarado, ¿qué querías que hiciera? Además, no quiero que piense que soy una mujerzuela de esas a las que debe de estar acostumbrado.
Se metieron las dos en el río y Sandra exclamó:
—¡Qué fresquita está el agua!
—Siempre está fría —dijo Angela sonriendo, mientras flotaba desnuda.
—¿Crees que sería muy escandaloso que esta noche sacara yo a bailar a ese guapo highlander?
—¡Sandra! Pero si me acabas de decir que le has dado un bofetón. Además, claro que sería escandaloso. Imagina la cara de Davinia o del idiota de su marido si ven tu atrevimiento.
Ambas se rieron y Angela continuó:
—Debes esperar a que él te invite y seguir el protocolo. ¿O acaso crees que no te sacará a bailar tras lo ocurrido?
Encogiéndose de hombros, Sandra la miró y afirmó, segura de sí misma:
—Lo hará.