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Cuando Kieran y sus highlanders entraron en el burdel, las personas que estaban allí los miraron recelosas, pues su aspecto era siniestro.

—¿Qué os ha ocurrido? —les preguntó el dueño, acercándose.

Kieran lo agarró del cuello y, empujándolo, bramó furioso:

—¡Eso mismo he venido a averiguar!

Asustado y arrinconado contra la pared, el posadero intentó zafarse, hasta que se oyó un grito de mujer.

—Hijo, ¡que lo matas! —dijo Edwina.

—Madre, sal de aquí.

—No hasta que sueltes a ese hombre.

Kieran aflojó la presión de su mano en su cuello y el otro, asustado, murmuró:

—Señor… yo… yo no sé nada. Se lo juro por la vida de mis hijos. Si he preguntado es porque sé que ayer no teníais ese feo golpe en la frente.

—¿Y por qué te tengo que creer?

—Por el amor de Dios —gritó de pronto la rechoncha esposa del posadero, saliendo en su ayuda—. Soltad a mi marido. Os está diciendo la verdad, señor.

Al ver el miedo en los ojos de ella, Kieran lo soltó. «Con seguridad le había dicho la verdad», pensó, mirándolo mientras abrazaba a su mujer.

—Ayer, mientras estábamos aquí, alguien… —empezó Kieran.

—¡¿Aquí?! —gritó Edwina horrorizada—. ¿Estuviste en este burdel?

—Louis —llamó él, airado—, saca de aquí a mi madre.

Al oír la orden, sin importar las quejas de la mujer, el guerrero la sacó con premura del lugar. Una vez se marcharon, Kieran miró al hombre y prosiguió:

—Alguien nos echó ayer una pócima en las bebidas con la intención de robarnos después. Exijo saber quién fue.

El posadero, asustado, tras mirar a su mujer murmuró:

—Le aseguro, señor, que no lo sé. No vi que nadie os echara nada y…

—Unos villanos nos atacaron en el bosque —lo cortó Kieran—, aunque gracias a que alguien acudió en nuestra ayuda, esos maleantes no consiguieron su propósito.

Al decirlo, se dio cuenta de que los hombres y mujeres presentes se miraban entre sí y preguntó:

—¿Alguien sabe de quiénes hablo?

Nadie contestó. Todos parecían aterrorizados y, sin darles un respiro, el highlander preguntó de nuevo:

—¿A qué te referías ayer con eso de que el bosque está encantado?

Con mejor color de cara, el tembloroso hombre explicó:

—Señor, desde hace años se dice que el bosque está encantado. La gente huye de sus inmediaciones y no se aventura a entrar en él por miedo a no salir vivo. Como está cercano a la frontera con Inglaterra, muchos ladrones y bandidos sin patria se esconden en él y matan a todos los incautos que encuentran, se habla incluso de fantasmas. Sólo se sale vivo de allí si el grupo de los encapuchados llega a tiempo.

—¿El grupo de los encapuchados? —repitió Zac, dando un paso al frente.

—Sí —asintió la mujer—. Desde hace unos años, un grupo de gente encapuchada, liderados por una valerosa mujer, guardan el bosque intentando proteger a los despistados.

—¿Una mujer? —preguntó Kieran, atraído por aquella noticia.

—Sí.

—¿Qué mujer? —intervino Louis, que entraba en ese momento.

—Nadie sabe quién es. Se la bautizó con el nombre de Hada por la magia que ha traído al bosque. Incluso hay nanas y trovas con su nombre.

La mente de Kieran comenzó a funcionar con más rapidez y entonces recordó.

Del bosque encantado

un hada te ha salvado

y en un momento inesperado

un beso te ha robado.

¡¿Hada?! Aquella mujer se había referido a sí misma al cantar aquella canción.

—Alguien tiene que saber quiénes son ella y su gente. Alguien debe de conocerlos.

Los aldeanos negaron con la cabeza con gesto asustado.

—Créame, señor —dijo la mujer del dueño—. Nadie los conoce. Sólo se sabe que actúan y que, la mayoría de las veces, consiguen que no ocurra un infortunio. Aunque las habladurías apuntan a que viven en algunas de las cuevas del bosque y que son fantasmas.

—¡¿Fantasmas?! —se mofó Zac, tocando la flor que llevaba en el bolsillo del pantalón.

Al oír eso, Kieran esbozó una sonrisa. Él no temía a bosques encantados ni fantasmas y estaba dispuesto a encontrar a aquella mujer. Louis, al ver que se quedaba pensativo, se acercó y le preguntó:

—¿Qué quieres que hagamos?

—Sin duda, buscar a quienes nos atacaron, y también a esa mujer —respondió él—. No lo tenía previsto, pero pasaremos a visitar al laird Kubrat Ferguson, que vive en el castillo de Caerlaverock. Quizá él nos pueda decir algo más que esta gente.

Después miró a quienes los rodeaban, seguro de que las palabras que iba a decir llegarían a su destino, y añadió:

—Estaremos por aquí unos días y pernoctaremos de nuevo en el bosque. Encontraré a los que osaron atacarnos y los mataré. Y, por supuesto, daré con esos encapuchados para agradecerles lo que hicieron por nosotros.

Y dicho esto, abandonaron todos el burdel, mientras los presentes cuchicheaban sobre lo ocurrido y uno de ellos se terminaba su cerveza y reprimía una sonrisa.