—¡No te quedes ahí tendido, Jared! ¡Levántate y huye!
Deformados por la ansiedad, los pensamientos de Leah salvaron la distancia que los separaba de la Radiación. Y Jared se sintió vagamente inquieto por el hecho de que ni siquiera recordaba que hubiese empezado a soñar.
—¡Los demonios… suben por la escalera!
Trató de apartar de sí la presión de todas las cosas que, según entonces pudo recordar, habían caído sobre él en la cabaña. Pero le era imposible recuperar el conocimiento.
—¡No puedo hablar y vigilar a los monstruos al mismo tiempo! —prosiguió Leah con frenesí—. No saben que tú estás ahí, pero han oído el ruido que has hecho. ¡Te encontrarán y se te llevarán a la Radiación!
Él estaba perplejo ante la reacción pasiva que le producían aquellas palabras. Su estado de estupor físico, arguyó, debía de ser el resultado de algo más que simple agotamiento.
Por medio de la mente de Leah, se esforzó por percibir las realidades físicas que la rodeaban. E intuyó, merced a las impresiones audibles almacenadas en su mente, que ella yacía sobre una superficie plana que había aprendido a llamar «cama». Estaba en una especie de choza cerrada por una cortina rígida (le fue sugerida la palabra «puerta», que él desconocía). Tenía los brazos atados a los lados de la cama. Y mantenía los ojos cerrados con terquedad, porque sabía que si los abría serian asaltados por el extraño fluido que, según le habían dicho, se llamaba «luz». Pero ésta se filtraba por los bordes de una cortina flexible que pendía frente a la luz… «ventana».
Entonces percibió una oleada de terror puro cuando oyó abrirse la puerta de su gruta —en realidad se llamaba «habitación»—. Y escuchó la impresión auditiva de dos de aquellos seres humanos e inhumanos a la vez, que entraban.
—¿Cómo está hoy nuestra telépata? —oyó que uno de ellos preguntaba.
—Hoy pasaremos un rato con los ojos abiertos, ¿eh? —añadió el otro.
Jared percibió el pánico cerval que se apoderaba de Leah en presencia de aquellos dos seres.
Como si él fuese la propia víctima, notó que le sujetaban fuertemente el brazo. Luego experimentó un agudo dolor en su carne, encima del codo derecho. Al propio tiempo, interceptó la versión psíquica de su grito de dolor.
—Ya está —dijo una de los monstruos—. Esto te calmará.
Del ambiente real que rodeaba a Jared llegó un distante zip-hiss. Pero se hallaba demasiado absorto en lo que le ocurría a la Buena Superviviente para concederle más que una atención superficial.
Hacía muchos períodos que los monstruos habían apresado a Leah. Y él se preguntaba a qué inconcebibles tormentos la habrían sometido.
—¿Cómo está? —preguntó el monstruo más próximo, tomándole delicadamente la muñeca entre el pulgar y el índice.
—Nos resulta muy difícil hacerla entrar en razón. Parece ser inmune a los hechos comprobados y a la lógica.
—Hay que tener paciencia. Thorndyke dice que hubo otra telépata en nuestro sector hace dos o tres generaciones. Era también una mujer, y muy sensitiva, pero no tuvo que pasar por lo que ha pasado ésta.
Jared notó que una mano se posaba sobre la frente de Leah y oyó que uno de los seres decía:
—Muy bien. Ahora… vamos a abrir los ojos.
En aquel instante la comunicación entre ambos se cortó, cuando un temor indescriptible hizo presa de la pobre mujer.
Jared apartó un banco de piedra que le oprimía el pecho y se sentó, palpándose la cabeza. Tenía un coágulo de sangre entre el cabello y, junto a él, un enorme chichón.
Se desembarazó del mobiliario que le había caído encima y se levantó. Aunque hizo chasquear los dedos desesperadamente, sólo recibió confusas impresiones de los objetos que le habían caído encima y del pozo cuadrado, que se interponía entre él y la entrada.
Luego, recordando el zip-hiss que había oído mientras estaba en contacto mental con Leah, saltó al exterior.
No oyó por parte alguna la respiración o los latidos de Della. Golpeó con el puño la pared de la choza y analizó los ecos subsiguientes. El terreno que se extendía frente a él estaba vacío.
Percibió el olor, que ya tenía una antigüedad de varios centenares de latidos, de los monstruos que habían pasado. Arrodillándose, barrió el suelo con sus manos, explorando el lugar donde había caído la joven. El polvo guardaba allí la huella de su cuerpo. Pero hacía tanto tiempo que ella había estado allí tendida, que la tierra ya había perdido el calor que ella le comunicaba.
Anonadado, avanzó pesadamente hacia la entrada del Mundo Original. Della había desaparecido… sin duda la habían vuelto a capturar los monstruos, los cuales debieron de suponer que era ella la causante de todo aquel estrépito en la choza. Y se la habían llevado hacía tanto tiempo, que ya no había la menor esperanza de alcanzarlos antes de que llegasen a la Radiación. ¡Qué estúpido y chapucero había sido! Como si sobre él velase un poder aún más alto que la Luz, le fue concedida una segunda oportunidad después de haber perdido a Della la primera vez. Luchando contra fuerzas inconcebiblemente superiores, consiguió arrancarla de sus aprehensores. Pero entonces, en lugar de huir a un lugar seguro y remoto, se introdujo en las peligrosas profundidades de aquel mundo… dando así a los demonios una nueva oportunidad para llevársela.
Reprochándose amargamente su temeridad irreflexiva y oprimido por una angustiosa sensación de inutilidad, se detuvo en la galería, frente al Mundo Original.
El silencio que se extendía hacia la Radiación era tan espeso como el más denso que oyera jamás. Trató de no pensar en las torturas a que estaba siendo sometida Leah, ni en la posibilidad de que la propia Della fuese sometida a las mismas brutalidades y afrentas.
Dio un paso inseguro en aquella dirección, luego se contuvo y escuchó con aire desvalido sus manos vacías. Desarmado no podía hacer nada contra las perversas fuerzas del infinito. ¡Pero podía armarse! Si el Nivel Inferior estaba tan desolado como él imaginaba, entonces hallaría probablemente muy poca oposición si regresaba allí.
Probablemente ni siquiera uno solo de los que allí quedasen se acordaría que a él lo consideraban un zivver.
Recogió un par de piedras y las golpeó enérgicamente mientras se encaminaba a la Barrera y a los mundos que había más allá. Al hallarse decidido finalmente a invadir la Radiación, le sorprendía comprobar que la empresa no le parecía de momento tan horrible.
Clic-clic-clic-cli…
Los ecos que rebotaban de las paredes y los obstáculos de la galería eran desnudos e inexpresivos y una creciente incertidumbre le obligó a aflojar el paso.
Apenas podía oír los detalles de lo que le rodeaba…
Lleno de ansiedad, hizo bocina con una mano, colocándola detrás de la otra.
Cuando esto no sirvió, extendió la mano para avanzar a tientas y suplir de este modo sus deficiencias acústicas. ¡Había perdido prácticamente todas las facultades auditivas! El recuerdo de las excitaciones actuales que había recibido en la Radiación era tan fuerte y vívido, que borraba las actuales impresiones auditivas.
Al dar el paso siguiente su espinilla chocó contra una roca de pequeñas dimensiones y él avanzó cojeando y maldiciendo su torpeza y su sordera. Entonces chocó con una estalactita, perdió el equilibrio y cayó en el borde de un pozo.
Escarmentado, se levantó y siguió avanzando con mayores precauciones, tanteando con el pie antes de dar un paso.
Trató de acallar el creciente temor que le despertaban los peligros inaudibles que lo rodeaban, y se mantuvo cerca de la pared de la derecha, para avanzar tocándola con la mano. Y escuchó con suspicacia al aproximarse a la Barrera. Sentía más que oía que allí había algo anormal. Comprendió lo que era al llegar al lugar donde debiera haber estado la obstrucción formada por piedras amontonadas. Había desaparecido. Los demonios nucleares habían destruido la barrera que protegía a los mundos de los azotes y males procedentes del infinito. La derribaron para llevarse a los supervivientes y sus animales. Débilmente aún percibía el olor de éstos en el corredor.
Tirando sus guijarros, encontró dos grandes piedras y las golpeó con fuerza una contra otra. Pero los ecos de aquellos enérgicos clacs volvían prácticamente iguales, dándole tan sólo debilísimas impresiones.
Al seguir golpeándolas frenéticamente, las rocas se desmenuzaron en sus manos, dejándole Únicamente unos puñados de tierra. Desalentado, abrió los dedos y dejó que las partículas se escurriesen entre ellos. ¡Por la Luz! ¡Ni siquiera pudo oír el impacto de la tierra en el suelo, y mucho menos el rumor de su caída!
Asustado por su creciente incapacidad, continuó avanzando con paso torpe.
Unos pasos después chocó bruscamente contra la pared derecha del corredor y rebotó contra una piedra dentada, que le despellejó el codo.
Entonces se percató de que estaba de nuevo en presencia de la Luz.
La mancha de sonido silencioso estaba posada sobre una roca, del mismo modo como aquella otra mancha de Luz había recubierto la pared a la salida del Nivel Superior. De un volumen casi silencioso, llenaba la galería con un suave calor.
Jared se adelantó con más decisión, dejando que sus ojos captasen las fantásticas impresiones producidas por las formaciones pétreas y los accidentes del terreno, alcanzados por la Luz.
La prudencia le aconsejaba no emplear aquellas inauditas imágenes para guiarse y franquear el obstáculo. Pero su oído ya estaba tan embotado por la exposición a la Radiación que a buen seguro aquella débil Luz aumentaría muy poco su sordera.
Recorrió la extensión de galería sin incidentes, a pesar de que no utilizó el oído en absoluto. Pero cuando dobló el próximo recodo, retrocedió con súbita aprensión.
La Luz había dejado de tocarle. Tuvo la sensación de que sobre él caían los grandes pliegues silenciosos de aquella omnímoda cortina de Tinieblas. Notaba que lo oprimía con una fuerza extraña, siniestra, asfixiante.
Sintió deseos de gritar y de echar a correr hacía adelante, en la esperanza de que cuando llegase a los familiares parajes del Nivel Inferior dejaría de estar atormentado por aquel temor indescriptible. Entonces se acordó del Hombre Eterno y de cómo aquel infeliz había manifestado un terror inaudito de algo que entonces resultaba incomprensible para Jared.
Pero a la sazón era distinto. Ahora ya sabía lo que eran las Tinieblas. Y comprendía plenamente el pánico irracional del Hombre Eterno. Dominado por la angustia, escuchó intensamente a su alrededor. Desprovisto casi totalmente de oído y de olfato, sólo la Luz sabía lo que podía esperarle agazapado en los pliegues de aquella impenetrable cortina… qué monstruos al acecho le aguardaban, dispuestos a saltar sobre él.
Sus oídos finalmente consiguieron interceptar un sonido distante y se detuvo.
Pero antes de que pudiera dar media vuelta y emprender la huida, las impresiones auditivas directas se resolvieron:
—Gracias sean dadas a la Luz… el Periodo de Reunión ha llegado.
Reconoció la voz de Philar, el Guardián del Camino.
Y varias voces respondieron a coro:
—Así sea.
Philar continuó:
—Las Tinieblas serán barridas ante el Superviviente.
—Y la Luz reinará contestó el coro.
Hubiérase dicho que era un cántico religioso. Pero las voces estaban faltas de la sinceridad hija de la convicción.
Jared se adelantó al encuentro del grupo.
Philar seguía diciendo:
—Abriremos nuestros ojos y sentiremos la gran Luz Todopoderosa.
—Y no habrá más Tinieblas —dijo el coro.
—¡Volveos!, —gritó Jared—. ¡No sigáis por aquí!
El grupo se detuvo cuando él los alcanzó en las Tinieblas.
—¿Quién eres? —le preguntó el Guardián.
—Soy Jared. No podéis…
—Apártate. Nos han dicho que la Reunión está próxima.
—¿Quién os ha dicho eso?
—Unos emisarios de la Luz. Dijeron que debemos salir de nuestros escondrijos y franquear la Barrera.
—¡Es una trampa! —le advirtió Jared—. Yo he franqueado la Barrera. Al otro lado, sólo encontraréis Radiación.
—Cuando cometimos la locura de ocultarnos para que los emisarios no nos hallasen, eso creíamos también nosotros.
—¡Esos emisarios os engañan! ¡Son ellos quienes han cortado las fuentes termales!
—Solo para hacernos reflexionar y obligarnos a abandonar nuestros mundos. Por eso pusieron manchas de Luz en las paredes. Por eso dejaron en ocasiones algunos Santos Recipientes Tubulares del Todopoderoso… para que poco a poco nos fuésemos acostumbrando a la Luz.
Philar continuó su marcha, apartándolo a un lado, y el resto del grupo lo siguió.
—¡Deteneos! —les gritó Jared con desesperación—. ¡Vais a meteros en una trampa!
Pero ellos continuaron sin hacerle caso.
Lanzando un juramento, prosiguió su camino hacia el Nivel Inferior, más decidido que nunca a armarse para llevar su venganza a la Radiación.
Poco tiempo después llegó al Nivel Inferior con algunos rasguños y contusiones a pesar de su conocimiento de los vericuetos que llevaban a su mundo.
Deteniéndose a la entrada, dejó que la tensión lo abandonase como una fiebre que disminuyese. Aquel lugar le era tan familiar que podía recorrerlo confiado sin emplear siquiera guijarros.
Pero no experimentó ningún alivio, ninguna sensación de júbilo por regresar al hogar, nada. La sofocante y opresora cortina de Tinieblas estaba bañada en un absoluto silencio que daba a aquel lugar un aire extraño, incluso hostil.
Sin el difusor central distribuyendo sus familiares clacs, todo aquel mundo era un enorme y amedrentador vacío. Dio unas palmadas y escuchó el terrible silencio.
Ya no se oía el sereno gorgoteo de las fuentes termales, que daban calor a su mundo, de una manera literal y audible. Y allá a su izquierda, las plantas de maná que se secaban imponían una brusca disonancia en los reflejos de su palmada.
Agazapado entre aquellas Tinieblas estaba el pánico cerval que había provocado gritos irracionales de terror al Hombre Eterno. Como la ausencia de Luz, Jared notaba que aquel terror lo estrechaba en su abrazo. Pero, esforzándose por concentrar su mente en la tarea que lo había llevado allí, se dirigió con paso vivo a la armería.
Dando nuevas palmadas, obtuvo una grosera imagen de los puntos principales de referencia. Su memoria suplió lo que no había podido captar.
Lanzó un grito de dolor cuando, al dar otro paso, su rodilla tropezó con una piedra que no cedió. Arrastrado por su impulso, saltó sobre el obstáculo.
Se levantó dificultosamente, dándose masaje en su pierna herida. Y maldijo al irreflexivo superviviente, que había violado la Ley sobre la Mala Colocación de Objetos Voluminosos. Pero su ira se calmó al pensar que si él hubiese estado allí cuando los monstruos asolaron el Nivel Inferior, probablemente también hubiera colocado rocas aquí y allá, con la esperanza de que sirviesen de obstáculo Oyó un ruido a su derecha y se volvió rápidamente en aquella dirección. Alguien estaba oculto en una grieta de la pared, sollozando desesperadamente… era una mujer. Pero se tapaba la boca con las manos para ocultar sus sollozos.
Cuando Jared avanzó hacia ella, la mujer gritó:
—¡No! ¡No! ¡No me toques!
—Soy yo… Jared.
—¡Vete! —gritó ella—. ¡Tú eres uno de ellos!
Él se detuvo al reconocer a la superviviente Glenn, una anciana viuda. Impotente, escuchó al suelo. No podía hacer nada por aplacar sus temores… Le seria imposible tranquilizarla.
Escrutando con sus oídos aquel mundo fantasmal que había sido arrasado por los monstruos, no tardó en comprender que el Nivel Inferior estaba perdido sin remedio y no sería habitable jamás. Los demonios que habían irrumpido allí el período del Juicio Final habían despojado a su mundo de todo lo que antaño significó para él. ¡Pero ahora sería él quien subiría a su mundo infinito como vengador! Lo juró así, en nombre del verdadero Dios que los supervivientes habían menospreciado con su devoción a la falsa divinidad representada por la Luz Todopoderosa.
Dando medía vuelta, se dirigió ceñudo hacia el armero.
—¡No! ¡No te vayas! —suplicó la vieja—. ¡No me dejes aquí para que me lleven los monstruos!
Jared metió la mano en el primer compartimento, temiendo por un instante que no encontraría nada en su interior. Pero sus ávidos dedos se cerraron sobre un arco y se lo echó al hombro. ¡Él vengaría al Nivel Inferior! Dos aljabas de saetas ocuparon su lugar junto al arco. Una por Della y otra por el Primer Superviviente. Se colgó en el otro hombro una tercera aljaba. ¡Por Owen!
Buscando en el compartimento contiguo encontró un haz de lanzas y lo tomó para ponérselo bajo el brazo izquierdo. «¡Por Ciro, el Pensador!». —Tomó otro brazado de lanzas con el brazo derecho—. «¡Por Leah, Ethan y el Hombre Eterno!».
—¡Vuelve! —le suplicaba la anciana—. ¡No me dejes aquí sola! ¡No dejes que los monstruos me lleven!
Había salido de la grieta donde se ocultaba y él notó sus ecos mientras se arrastraba hacia el Centro del mundo con la intención de llegar a la entrada y cortarle el paso.
Sin hacer caso de la vieja, Jared se detuvo para palmotear con fuerza y llevarse una última impresión de aquellos parajes, como última concesión a la nostalgia.
Luego se encaminó a la entrada.
No oyó el aleteo hasta que el espantoso sonido estuvo casi sobre él. Percibió el olor del soubat al mismo tiempo y empezó a actuar frenéticamente, tratando de desembarazarse de su excesivo armamento para hacer frente a su furioso ataque.
Quitándose rápidamente las aljabas, descolgó el arco y dejó caer simultáneamente uno de los brazados de lanzas. Antes de que pudiera empezar a deshacer la cuerda que ataba el otro brazado, el soubat surgió de la entrada y se lanzó sobre él como una furia.
Jared se dejó caer a un lado consiguiendo rehuir la primera pasada del animal, que sólo le produjo un rasguño con sus garras en el antebrazo. Tendido en el suelo, intentó de nuevo desatar el nudo de las lanzas.
Los agudos chillidos del soubat se mezclaban con los gritos de terror de la anciana subrayando tan claramente los detalles del Nivel Inferior, como si el difusor central de ecos todavía llenase aquel mundo de sonido.
Alzándose hasta la cúpula para girar el gigantesco quiróptero se lanzó en su segundo ataque. Y Jared oyó que no podría desatar las lanzas antes de que la bestia cayese sobre él, para desgarrar su carne con sus colmillos.
Al instante siguiente, mientras se disponía a recibir la carga del animal, se dio cuenta de pronto del cono de Luz que surgía de la galería y penetraba en el Nivel Inferior.
Al propio tiempo que su resplandor lo bañaba, también proporcionó a sus ojos la impresión de una gran forma ululante que se abatía furiosamente sobre él.
Un estremecimiento de horror recorrió su cuerpo al identificar aquella impresión con la del soubat. Si aquel ser le había parecido horrendo en su forma audible, la perversa fealdad que exhibía gracias a la Luz estaba más allá de toda imaginación.
La bestia estaba prácticamente al alcance de su mano cuando un tremendo estampido resonó en la entrada. Al propio tiempo una diminuta lengua de extraña Luz, de un tono similar a la del propio Hidrógeno, penetró como una lanza en el mundo.
Y Jared comprendió que aquellos dos hechos simultáneos tenían algo que ver con la súbita caída del soubat en pleno vuelo. La bestia, en efecto, cayó pesadamente a su lado para no moverse más.
Antes de que pudiera seguir pensando en la posible coincidencia, el cono de Luz avanzó cautelosamente y él notó el olor del monstruo que se hallaba oculto tras él.
Guiándose por las impresiones luminosas, dio un tremendo puntapié al manojo de lanzas, que se resistía a desatarse, y las lanzas se desprendieron, esparciéndose por el suelo.
Empuñó una y volviéndose hacia la entrada, la blandió sobre su cabeza.
Zip-hiss.
Un agudo dolor se clavó en su pecho y la lanza cayó resonante al suelo, mientras él daba un traspié y caía cuan largo era.