Sin darse apenas cuenta de que Mogan ya no estaba con él, Jared acogió con nerviosa alegría la íntima seguridad que le ofrecían las paredes del túnel, al surgir de nuevo a su alrededor. El zip-hiss que había acompañado la desaparición del jefe zivver no era más que un recuerdo insignificante comparado con su enorme consternación.
Tropezando, continuó su avance en dirección a la primera curva. Sus ojos ardientes, de los que brotaban lágrimas de protesta, aún sentían la terrible presión del monstruoso fluido que llenaba todo el espacio en aquel horrible infinito de la Radiación.
Chocó con una roca, cayó, se levantó y traspuso corriendo la curva, percibiendo confusamente que avanzaba entre peligros, sin contar con la ayuda de impulsos audibles.
Por último se detuvo y se asió tembloroso a una esbelta estalactita, esperando que su respiración se apaciguase.
Todo estaba claro ahora, irónicamente claro. El fluido que llenaba el infinito era…
Luz. La misma Luz que él había buscado durante toda su vida. Pero resultó que su presencia era maléfica, pues formaba parte de la mismísima Radiación.
Entonces notó de súbito el impacto de otra idea increíble:
«¡Sabía también lo que eran las Tinieblas!».
Estaban allí —en aquel mismo corredor—, en todas las galerías que él había recorrido, en todos los mundos que había visitado. Había pasado toda su vida sumido en las Tinieblas, que únicamente fueron rasgadas las breves ocasiones en que encontró los monstruos. No había podido reconocerlas hasta que supo lo que era la Luz. ¡Qué sencillo era todo ahora!
El infinito que dejaba detrás suyo estaba lleno de Luz. En el corredor que se extendía frente a él había una clara disminución de ella. Y una vez hubiese traspuesto el siguiente recodo, habría una ausencia absoluta de Luz, unas Tinieblas totales… tan completas, tan universales que él podría haber vívido en ellas durante diez mil gestaciones sin saber siquiera que existían.
Tambaleándose bajo el peso abrumador de aquellos nuevos y extraños conceptos, prosiguió túnel abajo, extendiendo las manos con incertidumbre. Y merced únicamente a sus ojos, pudo percibir plenamente la ausencia de Luz que se extendía ante él, total como el más profundo silencio que jamás había conocido… una gruesa e impenetrable cortina de Tinieblas.
Con pasos vacilantes, dobló la curva y se metió en aquella barrera inmaterial, encogiéndose involuntariamente cuando las Tinieblas se cerraron inexorablemente a su alrededor. A la sazón, al tantear su camino, adelantaba las manos con incertidumbre y temor. Y humillado, tuvo que recordar como su hermano Romel, mucho menos sensible que él, tenía que avanzar a tientas en medio de un denso silencio.
Dio otro paso y su pie cayó en el vacío de una pequeña depresión. Torpemente, cayó hacia adelante. Antes de levantarse recogió un par de guijarros y los hizo repiquetear en su mano.
Pero los ecos le parecieron entonces remotos y extraños. Sólo mediante un gran esfuerzo de concentración pudo entresacar de ellos las impresiones de lo que tenía enfrente. Y se preguntó si la sordera incipiente sería uno de los efectos inmediatos de la enfermedad causada por la Radiación. Y experimentó un temor tan intenso como el que le provocaban las Tinieblas que le recordaban otra leyenda según la cual, todos los que eran sometidos a la Radiación se hallaban expuestos a toda clase de graves enfermedades… fiebre, sordera, vómitos fatales, caída del pelo y ceguera, fuera lo que fuese esta última dolencia.
Pero la preocupación por su integridad física se hallaba dominada por una amargura que lo rodeaba como el sofocante vapor de un pozo hirviente. Frente a él sólo se extendía un futuro tan vacío de cosas materiales como del vasto infinito del que acababa de escapar.
Todas sus finalidades se habían convertido en un sueño hecho añicos… sus mundos habían sido diezmados Della estaba perdida; su búsqueda de la Luz terminó en la desesperante agonía llena de remordimientos. Durante toda su vida había perseguido una tintineante esperanza por un misterioso corredor, sólo para descubrir, cuando finalmente lo alcanzó, que no era más que un poco de aire.
Sumiéndose en las Tinieblas, golpeó sus guijarros desesperadamente, teniendo que prestar la mayor atención a los ecos que producía, que ya habían dejado de serle familiares. Presa de un verdadero frenesí, trató de exprimir el contenido perceptivo que contenía cada eco reflejado. Pero incluso así tuvo que detenerse de vez en cuando y avanzar una mano temblorosa para palpar un confuso obstáculo.
Así llegó a la intersección por la que él y Mogan habían desembocado en aquella amplia galería y, pocos pasos después, los ecos de sus guijarros empezaron a darle impresiones del Mundo Original y sus enormes espacios huecos a su izquierda.
Pero entonces apretó fuertemente las piedras con el puño, ahogando sus ruidos.
Con gran tensión, retrocedió ante los sonidos que le llegaban de delante… unos sonidos directos que debiera haber oído muchos latidos antes.
Eran voces… muchas voces. ¡En el corredor bullían los monstruos! Incluso notaba su olor. Y mezclado con él le llegaba el olor característico de los zivvers… sin duda sus cautivos inconscientes, que los demonios se llevaban.
Retirándose del centro de la galería, se acurrucó entre dos salientes, cerciorándose de que se hallaba en un lugar donde no le alcanzarían los ecos. Pero entonces pensó que si quería ocultarse de aquellos seres, tenía que asegurarse también de que asimismo se hallaba en un lugar adonde no podía llegar la Luz. Así es que penetró más profundamente en su escondrijo.
Empezó a notar la Luz que se filtraba en la hendidura. Pero decidido a evitar todo nuevo contacto con el monstruoso fluido que ya había empezado a privarle de su finísimo oído, cerró los ojos fuertemente.
Con la imagen auditiva de los monstruos y los zivvers grabada claramente en su cerebro, volvió su atención a la conversación que sostenían un par de demonios que pasaban frente a la hendidura:
—… me alegro de que decidiésemos acabar con los zivvers.
—Yo también. No son tan difíciles de rehabilitar, pues ya saben emplear los ojos.
—Aprenden fácilmente. En cambio, ese último tipo del Nivel Super…
Esta conversación fue seguida por las de otros monstruos que pasaron a continuación: …enormemente intrigante, este fenómeno de los zivvers. Thorndyke dice que quiere estudiarlo detalladamente.
—Pues yo no lo encuentro tan peculiar. Con los cambios genéticos estimulados por la Radiación, son de esperar toda clase de mutaciones, incluyendo la visión de las radiaciones infrarrojas.
Muchas de aquellas palabras le resultaban incomprensibles. Jared tampoco pudo recordar que el nombre de «Thorndyke» figurase entre las potestades infernales o los demonios nucleares.
El último monstruo de la procesión se alejó y él permaneció allí agazapado, presa del mayor abatimiento. Había escuchado intensamente, olfateando con la misma avidez. Pero no notó el menor rastro de Della entre los cautivos.
Casi había resuelto continuar su marcha hacia el Nivel Inferior cuando oyó que se aproximaba otro demonio procedente de la Barrera. Y casi pegó un brinco fuera de su escondrijo al notar esta vez el olor de Della.
Cerrando fuertemente los ojos para que la Luz no confundiera sus impresiones, esperó con todos los músculos en tensión. Finalmente el monstruo cruzó ante la hendidura y Jared se arrojó sobre él, clavándole un hombro en las costillas.
El cuerpo inerte de Della cayó sobre él, pero se lo quitó de encima y se abalanzó sobre su captor, consiguiendo aferrar la garganta del monstruo. Cuando iba a estrangularlo, pensó que más valía no perder el tiempo y asestó un puñetazo a la mandíbula de su víctima, derribándola inerte.
Echándose la muchacha al hombro, hizo chasquear los dedos para situarse y luego huyó hacia la momentánea seguridad que le ofrecía el Mundo Original. De la mejor manera que supo, interpretó los ecos que producían sus dedos y avanzó hacia la zona central despejada. Escogió al azar una de las chozas y depositó en su interior a Della, sentándose en el umbral, oído avizor ante cualquier son sospechoso.
* * *
Transcurrieron cientos de respiraciones antes de que sintiese que la joven recuperaba el conocimiento y la oyese suspirar profundamente. Corriendo junto a ella, le tapó la boca con la mano a tiempo de ahogar un grito.
Notando que se debatía desesperadamente, susurró a su oído:
—Soy Jared. Estamos en el Mundo Original.
Cuando el temor la hubo abandonado, la soltó y le refirió lo que habla ocurrido.
—¡Oh, Jared! —exclamó ella, cuando hubo terminado—. ¡Vamos en busca de nuestro mundo oculto mientras aún podamos hacerlo!
—Tan pronto como podamos estar seguros de que ya no quedan más demonios en las galerías.
Cansada, ella apoyó la cabeza en su brazo.
—Encontraremos un mundo agradable, ¿verdad?
—El mejor. Si no es como lo queremos, lo haremos a nuestro gusto.
—Primero excavaremos una gruta y después… —Se interrumpió—. ¡Escucha! ¿Qué es esto?
De momento él no oyó nada. Después, a medida que su atento silencio se hacía mayor, percibió un débil tump-tump, tum-tump. Era como si golpeasen rocas, o algo aún más duro. Pero de momento le preocupó más el hecho de que Della lo hubiese oído primero. ¿Era posible que su encuentro con la Radiación ya le hubiese producido aquel grado de sordera? ¿O era simplemente que él se hallaba confuso al recordar las impresiones luminosas y olvidaba ya el uso de sus oídos?
—¿Qué es eso? —preguntó ella, levantándose.
—No lo sé. —Salió a tientas de la vivienda—. Parece venir de la choza contigua.
Guiado por el sonido, penetró por la entrada de la otra vivienda y se detuvo para escuchar cómo surgía por una abertura cuadrada del suelo. Della le apretó fuertemente la mano y notó su sobresalto al zivvar la presencia del pozo artificial.
Se acercó más y prestó oído al orificio, que descendía en ángulo agudo en lugar de caer a plomo. Oyó entonces claramente el tump-tump, que rebotaba en una serie regular de elevaciones.
—Hay unos peldaños que descienden hasta allí donde alcanzo a oír —dijo.
—¿Adónde van?
Se encogió de hombros sin saber qué replicar.
—Jared, tengo miedo.
Pero él estaba sumido en profundas cavilaciones, con un pie ya en el primer peldaño.
—Las leyendas dicen que el Paraíso no está lejos del Mundo Original.
—¡Ahí, abajo no está el Paraíso! Lo mejor que podemos hacer es buscar nuestro propio mundo.
Él descendió el primer peldaño y se dispuso a bajar al siguiente. Había encontrado, para su desgracia, que la Radiación estaba muy cerca del Mundo Original. Pero aquello no significaba que el Paraíso no se hallaba lejos de allí.
Además, su atención se hallaba tan fascinada por aquel tump-tump, tump-tump, que no quería pensar en nada más. Aquel profundo y grave latido lo atraía irresistiblemente hacia abajo… hacia abajo…
Aquel ruido era tosco, pero delicado a la vez. Eran sones agudos y precisos, profundamente claros. Dijérase que un superdifusor de ecos resonaba a gran distancia… un difusor cuyos ecos eran tan perfectos, que no se perdía ni un detalle del medio ambiente.
A pesar de que tenía su oído embotado por su contacto con el infinito de los diablos nucleares, distinguió detalles en las piedras que le rodeaban que de otro modo no hubiera podido percibir. Cada fisura y grieta de los peldaños, cada oquedad de las paredes, las más diminutas elevaciones o depresiones de las superficies… todo le era claramente audible. A decir verdad, los conjuntos sonoros que entonces recibía eran casi tan perfectos como las sobrenaturales impresiones que sus ojos captaron cuando toda la Luz de la Radiación cayó sobre él.
Incapaz de resistir la atracción que sobre él ejercía aquel difusor maravilloso, apresuró su descenso. Le parecía que se aproximaba al más perfecto productor de ecos artificiales que jamás había existido. Semejante difusor sólo podía existir en el Paraíso, por supuesto…
Tump-zrob, clank-chunk…
Tump-zrob, clank-chunk… pat…
Sus oídos captaron con fascinación los sutiles contrapuntos que ascendían casi a la superficie del sonido dominante a medida que se aproximaban a su origen. El volumen del conjunto sonoro aumentaba a su alrededor, prendiéndolo en su suave abrazo. La perfección y precisión de aquellos tonos era increíble.
Tump-zrob, ping-pat, ssss…
Los atrevidos tonos graves le revelaban la forma exacta de todos los accidentes importantes que lo rodeaban. No le era necesario escuchar muy atentamente para seguir hasta los más insignificantes movimientos de los brazos y las piernas de Della, mientras ésta descendía por la escalera. Y las notas más finas y más agudas completaban el cuadro con una perfección verdaderamente exquisita. Por ejemplo, aquel delicado pinketuang… no hacia falta ninguna concentración para escuchar los cabellos que formaban las trenzas de la joven, que ahora le pendían al desgaire sobre el hombro.
Tump-zrob, ping-pat, chunk.
Adaptó su oído a aquella leve y tartamudeante vibración. Escuchando sus tonos increíblemente claros, oyó incluso las imperceptibles arrugas que formaban el ceño fruncido de la joven. Las impresiones procedentes de sus largas pestañas también eran tan claras como si él tuviese docenas de diminutos dedos que las palpaban una por una.
Empezó a bajar los peldaños de dos en dos, temiendo por un momento que, al correr hacia la infinita belleza sonora del Paraíso, también descendiese un tramo de escaleras infinito. Pero entonces la escalera torció hacia la derecha y finalmente pudo oír la abertura del fundo del pozo, que no estaba lejos.
—¡Regresemos! —suplicó Della, enojada—. ¡Nunca podremos subir de nuevo todas esas escaleras!
Pero él aumentó su velocidad.
—¿No comprendes que esto puede ser lo que yo he buscado siempre? En realidad, yo no quería encontrar la Luz, sino el Paraíso, pero no lo he comprendido hasta ahora.
Llegó al final de la escalera y obligó a la joven a detenerse a su lado. Ambos estaban bajo un amplio arco de piedra que daba a un vasto recinto, muchísimo más extenso que el espacioso dominio zivver. Arrobado, él se balanceó ante aquel opulento sonido tembloroso y dejó que el alud avasallador de tonos ideales le Sumergiese. Era lo más maravilloso que le había sucedido en esta vida. Habla hallado una belleza auditiva que sobrepasaba todo lo imaginable. Y aquella ilimitada magnificencia de armonía y ritmo lo llenó de deleite y de intensas emociones en las que se mezclaba el agradecimiento con la certidumbre Tratando de dominar su indescriptible júbilo, escuchó el mundo que se extendía ante él. ¿Un Paraíso que era prácticamente agua y sólo agua? ¡Imposible! Sin embargo, allí estaba… una amplia extensión plana que modificaba los ecos con líquida fluidez.
Se dio cuenta entonces de que se encontraba sobre una cornisa algo más elevada que la superficie del agua. Y en parte alguna se percibía tierra firme. Desde el extremo más lejano de aquel mundo le llegaba el profundo rugido de una inmensa catarata que caía de lo alto.
El reborde donde se hallaban se extendía sólo unos cuantos pasos a su derecha.
Por la izquierda seguía la curvatura natural de la pared y él captó sus detalles audibles hasta el mismo origen de aquellos perfectos sonidos.
El difusor de ecos del Paraíso era un conjunto de tremendas estructuras cúbicas, cada una de las cuales era varías veces mayor que las más grandes chozas del Mundo Original. Y se hallaban casi totalmente ocultas por una complicada maraña de enormes tuberías que se alzaban del agua, entremezclándose y enredándose, para hundirse en los costados de las estructuras.
De lo alto de aquellas superchozas surgían centenares de tubos que ascendían verticalmente para penetrar en el techo por muchos lugares.
Pasmado, trató de analizar el tump-zrob, tuttut-tut-tut que llevaba todos estos detalles a sus oídos.
—¿Qué es este lugar? —susurró Della con aprensión—. ¿Por qué hace tanto calor?
Cuando ella lo mencionó, él se dio cuenta de que, efectivamente, reinaba allí un calor espantoso. Y éste parecía provenir de las enormes construcciones que producían aquellos ecos ideales. Empezaba ya a dudar de que se hallasen de verdad en el Paraíso.
—¿Qué zivvas, Della?
Pero incluso mientras hacía la pregunta, se percató de que su compañera tenía los ojos cerrados.
—No puedo zivver… con este calor. Es excesivo.
Della parecía asustada y confusa.
—Inténtalo.
Ella vaciló un buen rato antes de abrir los ojos.
Pero se limitó a dar ansiosas boqueadas y a cubrirse el rostro con las manos.
—¡No puedo! ¡Me hace demasiado daño!
Entonces él comprendió que había tenido constantemente los ojos cerrados.
Levantó los párpados y no vio (recordó que ésta era la palabra adecuada), absolutamente anda.
—¿No zivvas nada? —preguntó.
Ella continuó tapándose el rostro con terquedad.
—Unas chozas… enormes. Y muchos troncos que surgen del agua. Todo lo que está detrás de eso está demasiado caliente. No puedo mirarlo.
Impulsivamente, él volvió la cabeza hacia las estructuras. ¡En ellas había Luz! No como la que había encontrado en el infinito, sino la que transportaban los monstruos… dos conos que se movían entre las ruidosas estructuras.
Inquieta por su silencio, Della preguntó:
—¿Qué hay?
—¡Monstruos!
Entonces oyó como uno de ellos gritaba a otro, dominando el ruido del difusor de ecos múltiples:
—¿Ya has apagado el cuarto reactor?
—Lo he parado por completo Esto liquidará las últimas fuentes termales que quedaban en el Nivel Superior, Según el diagrama.
—¿Y esas fuentes dispersas… las que alimentaba el segundo reactor?
—Thorndyke dice que no las cerremos. Si se nos extraviase alguno, podría quedarse junto a ellas hasta que consiguiésemos encontrarlos.
Muy decaído, Jared volvió hacia las escaleras. Había estado en lo cierto. Cabría achacar a los monstruos la responsabilidad por las fuentes desecadas. Y entonces comprendió lo precaria que había sido la situación de los supervivientes durante las generaciones. En el momento que lo hubiesen deseado, los demonios podían haberlos privado de sus principales medios de existencia.
Bruscamente el cono de luz se volvió en su dirección. Él dio media vuelta y corrió hacia las escaleras, empujando a Della frente a él.
—¡Vienen! —gritó.
Ascendieron las escaleras a todo correr. Hubo un momento, después de haber subido varios cientos de peldaños, en que pensó en aminorar la marcha para que pudiesen tomar aliento. Pero entonces se dio cuenta también de que recibía débiles imágenes luminosas de lo que los rodeaba. ¡Aquello significaba que los monstruos ascendían ya en su seguimiento!
Con los pulmones a punto de estallar, siguió corriendo, arrastrando consigo a la muchacha. Desesperado, se preguntó cuánto les faltaría para llegar a la salida.
—¡No puedo… no puedo más! —gimió Della.
Cuando tropezó y cayó, el súbito peso de su cuerpo en sus brazos casi le hizo perder el equilibrio. La ayudó a incorporarse y, rodeándole la cintura con un brazo, continuó su loca huida escaleras arriba. A pesar de que él la sostenía, Della cayó de nuevo, y cuando Jared trató de levantarla, cayó también junto a la joven. De buena gana se hubiera quedado tendido junto a ella para siempre. Pero si no huían estaban perdidos; nunca tendrían un mundo seguro y apartado para ellos dos solos.
Se levantó con un esfuerzo sobrehumano, tomó a la joven en sus brazos y obligó de nuevo a moverse a sus agarrotadas piernas. Cada paso le producía una punzada de dolor en el costado. Cada una de sus ansiosas boqueadas parecía que iba a ser la última.
Finalmente oyó la abertura sobre su cabeza y su proximidad le hizo sacar fuerzas de flaqueza. Sólo de una manera muy vaga se preguntó cómo conseguiría esconderse cuando llegase con Della al Mundo Original.
Una eternidad después traspuso con la joven el último peldaño y se arrastró por el suelo de la cabaña. Empujó a Della, diciéndole con voz ronca:
—¡Escóndete en otra de las chozas… pronto!
La joven se alejó penosamente y salió tambaleando por la entrada. Una vez afuera, cayó de bruces y Jared oyó únicamente su violento jadeo, mientras permanecía tendida e inmóvil en el suelo.
Con un esfuerzo, consiguió erguirse. Pero el agotamiento que lo paralizaba le hizo alejarse dando traspiés hacia la pared interior. Chocó con un objeto voluminoso y sus impresiones auditivas de la choza empezaron a girar confusamente. Luego dio de bruces contra otra cosa y cayó, conservando el conocimiento el tiempo preciso de sentir el impacto del ajuar que le caía encima.