Varias veces, durante su primer período de confinamiento, Jared acarició la idea de la fuga. Escapar de la choza de maná, según olía, sería tarea relativamente sencillas… si conseguía desatarse las manos. Sus muñecas, empero, estaban sólidamente aseguradas.
Pero escapar a… ¿dónde? Con la entrada principal ya obstruida por los trabajadores y la barrera que éstos levantaban, y con la perspectiva de enfrentarse de nuevo con las remolineantes aguas del río subterráneo si quería huir en la otra dirección, escapar de la choza no tendría sentido.
En otras circunstancias, hubiera tratado de huir por todos los medios. Pero fuera del dominio zivver solamente se encontraban las galerías y pasadizos en los que pululaban los monstruos. Además los restantes mundos debían de haber sido arrasados por los espantosos seres. Y el único incentivo que podía haberle impulsado —la esperanza de encontrar un pequeño mundo oculto en el que pudiese vivir con Della—, le había sido arrebatada cuando la joven se quitó la careta.
Durante el segundo período se colocó frente a la abertura cerrada por barrotes de un lado de la choza y escuchó como los trabajadores terminaban de tapiar la entrada principal. Entonces, perdida toda esperanza, se apoyó en la pared y dejó que el rugido de la próxima catarata apartase su atención de los demás sonidos.
Se reprochó la descabellada idea que le había impulsado a buscar la luz en aquel mundo miserable. Había supuesto que, puesto que los zivvers podían saber lo que les rodeaba sin apelar al oído, ejercían la misma facultad que todos los hombres debieron d ejercer en presencia de la Luz Todopoderosa. Y en su estupidez creyó que el efecto de tal actividad seria una disminución de las tinieblas. Pero no había tenido en cuenta una posibilidad, a saber: que la disminución de las Tinieblas solamente podía ser reconocida por los propios zivvers… que era algo que él no podría percibir jamas, como resultado se sus propias limitaciones sensoriales.
Al verse así burlado en sus cábalas acerca de las posibles relaciones entre la Luz, las Tinieblas y los zivvers, se acercó al lecho para tenderse en él. Trató de apartar a Della de sus pensamientos, sin conseguirlo. Luego, objetivamente, tuvo que reconocer que su acción, al engañarle para que la condujese hasta allí, únicamente reflejaba la naturaleza fundamentalmente solapada y traicionera de todos los zivvers. Leah en cambio nunca hubiera hecho…
Al pensar en la Buena Superviviente, se preguntó que habría sido de ella. Quizá todavía se esforzaba en establecer contacto con él desde las profundidades de la Radiación. Sin embargo, a menos que estuviese dormido no podría percibirlo.
Durante el resto de aquel periodo, excepto cuando le trajeron la comida, durmió todo cuanto le fue posible, confiado en reanudar su contacto con ella. Pero no pudo conseguirlo.
Hacia el fin de su tercer periodo de confinamiento percibió un débil ruido en el exterior de la choza… un rumor de pasos furtivos que, al provenir de tan cerca podía oírse por encima del fragor de la catarata. Entonces capto el olor de Della, cuando la joven salto hacia adelante para pegarse a la pared exterior.
—¡Jared! —susurró ansiosamente.
—Vete.
—¡Pero yo quiero ayudarte!
—Ya me has ayudado bastante.
—¡Pero reflexiona, hombre! ¿Tú crees que estaría ahora en libertad de venir a ayudarte, si me hubiera portado de otro modo en presencia de Mogan?
Él escuchó como ella manoseaba en el cierre de la sólida verja.
—Supongo que esperaste a que se presentara la primera oportunidad para venir a soltarme —dijo sin el menor interés en su voz.
—Naturalmente. No pude venir hasta ahora… aprovechando que los zivvers empezaron a oír ruidos en el corredor.
La última cuerda se separó y Della entró, apartando la rígida reja de barrotes de maná.
—Vuélvete con tus amigos zivvers —gruñó Jared.
—¡Por la luz, que duro de mollera eres! —Empezó a cortar sus ataduras con un cuchillo de hueso—. ¿Te crees capaz de regresar nadando por el río?
—¿Crees que ahora eso importa algo?
—Tienes que regresar a los niveles.
Sus muñecas quedaron libres.
—Dudo que quede gran cosa de los niveles. Eso suponiendo que no me tomen por un zivver.
—Pues entonces podemos ir a uno de los pequeños mundos. —Y repitió con obstinación—. ¿Te crees capaz de remontar el río?
—Creo que si.
—Muy bien, pues… vámonos.
Y se dirigió a la salida de la choza.
Pero él no se movió.
—¿Quieres decir que tú también te vas?
—No irás a creer que me quedaré aquí, sin ti.
—¡Pero éste es tu mundo! ¡Perteneces a él! Además, yo ni siquiera soy zivver.
Ella dejó escapar un suspiro de exasperación.
—Escucha… al principio me entusiasmó la idea de haber encontrado a alguien semejante a mi. Nunca me detuve a pensar que daría lo mismo que tú no fueses un zivver. Luego te vi tendido en el suelo, mientras Mogan te pisoteaba. Y entonces comprendí que no me importaría en absoluto que no pudieses oír, oler o ni siquiera gustar. ¿Nos vamos ahora de una vez y empezamos a buscar nuestro pequeño mundo?
Antes de que él pudiese replicar, ella lo hizo salir a empellones en dirección a la pendiente que los llevaría a la parte superior de la catarata. Y Jared notó el manto de temor que cubría el Mundo Zivver. En la distancia, la zona de las viviendas estaba envuelta en un pesado y agorero silencio. Gracias a los ecos indistintos del agua que caía, captó la imagen de varios zivvers, que regresaban temerosamente de la entrada obstruida.
A la mitad de la cuesta se detuvo bruscamente y a su olfato llegó un inquietante olor procedente de arriba. Desesperadamente, recogió unos guijarros y los hizo repiquetear en su mano. Con toda claridad distinguió a Mogan esperándole en lo alto de la cresta.
—¿Creías poder escapar y comunicar a los monstruos por donde podían entrar, eh? —dijo con voz amenazadora.
Jared golpeó las piedras con rapidez y precisión, y capto la imagen del zivver lanzándose furtivamente cuesta abajo para atacarlo.
Pero precisamente entonces el fragor de mil cataratas conmovió el mundo hasta sus cimientos. Al mismo tiempo un tremendo estallido del rugiente silencio de los monstruos penetró en el Mundo Zivver desde un lugar próximo a la entrada obstruida. Y al siguiente latido todos chillaban y corrían frenéticamente de un lado a otro, mientras la boca del túnel nuevamente abierta, vomitaba un impecable cono de sonido inaudible.
Jared corrió hacia lo alto de la cuesta, arrastrando a Della. Mogan estupefacto, huyó con ellos.
—¡Por la Luz Todopoderosa! —juró el jefe zivver—. ¿Qué pasa, en nombre de la Radiación?
—¡Nunca he zivvado nada como esto! —exclamó Della, aterrorizada.
Unas intensas y penosas sensaciones asaltaron los ojos de Jared, confundiendo, pero a veces complementando sus percepciones auditivas de todo el mundo. Los ecos sonoros le daban una imagen más o menos completa de la lejana pared, hendida por una grieta. Pero en aquella pared habían también zonas de silencio concentrado que destacaban los más mínimos detalles de su superficie tan claramente, como si pasasen la mano sobre ella.
De pronto la pared se sumió en un silencio relativo y él consiguió relacionar aquel hecho con la desviación experimentada por el espantoso cono, que en aquellos momentos rasgaba otra sección del mundo real. Entonces percibió claramente el tamaño y la forma de todas las chozas que se alzaban en el centro del mundo. Del ardiente silencio aullador toco todos los objetos a su alcance y pareció quemar su cerebro, sumiéndole en una implacable agonía.
Se tapó la cara con las manos, hallando un alivio inmediato, mientras escuchaba a los monstruos que entraban a docenas por la boca del túnel, acompañados del familiar zip-hiss.
—¡No tengáis miedo! —gritó uno de aquellos seres.
—¡Haced un poco de luz por aquí! —grito otro.
Las palabras resonaron en la mente de Jared. «¿Qué significaban? ¿Estaba relacionada la Luz con aquellos seres malignos? ¿Cómo era posible hacer Luz? Una vez él ya había supuesto temerariamente que lo que aquellos seres arrojaban frente a ellos en las galerías podía ser Luz. Pero rechazó inmediatamente tal posibilidad, del mismo modo como estaba obligado a descartarla de nuevo en aquel momento».
Sus ojos se abrieron involuntariamente pero permaneció inmóvil, pasmado por un nuevo hecho. Por un momento casi pudo sentir la disminución de algo… como se haba imaginado antes, cuando creyó que estaba a punto de descubrir la disminución que buscaba. Entonces aún se hallaba más convencido de que había menos de algo en el Mundo Zivver, algo que existía en mayor cantidad allí antes de que aparecieran los diabólicos seres.
—¡Los monstruos! —gritó Mogan—. ¡Suben hacia aquí!
Della lanzo un grito y su eco permitió distinguir a tres de aquellos seres que corrían cuesta arriba.
—¡Jared! —dijo ella tirándole del brazo—. Vamos… zip-hiss.
Della cayo en redondo y antes de que él pudiera levantarla, rodó cuesta abajo. Frenéticamente, Jared trató de seguirla, pero Mogan lo retuvo, diciendo.
—Ahora no podemos hacer nada por ella.
—Si la alcanzamos antes de que…
Pero el jefe zivver le obligó a dar la vuelta, lo tiró al río, y se lanzó de cabeza a las aguas tras él.
Antes de que Jared pudiese protestar, Mogan lo arrastró bajo la superficie y empezó a nadar desesperadamente contra la corriente. Jared trató de desasirse, pero la combinación de la fuerza hercúlea del gigante con la amenaza de ahogarse, anuló sus esfuerzos y no pudo hacer nada más que dejarse arrastrar como un peso inerte bajo el agua.
Al llegar a un punto que le pareció que se encontraba a la mitad del recorrido subacuático, la corriente lo tiró contra una roca y el aire que aún conservaban sus pulmones se le escapó al lanzar un involuntario gemido. Mogan se sumergió hasta el fondo y Jared luchó frenéticamente contra el deseo de abrir la boca. Por último su resistencia cesó y trago una gran bocanada de agua por la tráquea.
Revivió gracias a los rítmicos movimientos que hacían las anchas manos del zivver. Al oprimirle la parte inferior de la espalda y aflojar de nuevo su presión, oprimir y aflojar… Vomitó agua caliente, tosiendo y carraspeando.
Mogan dejó de hacerle respiración artificial y lo ayudó a sentarse.
—Creo que me equivoqué al suponer que tú estabas de acuerdo con los monstruos —dijo, como si quisiera disculparse.
—¡Della! —exclamó Jared, tosiendo—. ¡Tengo que volver allá!
—Ya es demasiado tarde. El lugar esta lleno de monstruos.
Jared escuchó ansiosamente el río. Pero no oyó rumor de agua.
—¿Dónde estamos? —preguntó.
—En una galería secundaria. Cuando te saqué del agua tuve que traerte aquí para que los soubats no nos atacasen.
Escuchando los ecos de aquellas palabras, Jared distinguió los detalles de un túnel que se ensanchaba, saliendo de entre unas estrechas paredes. Por allí le llegaban los furiosos chillidos de los soubats, que no podían pasar.
—No estamos en la dirección de la galería principal ¿verdad? —preguntó con desaliento.
—No, estamos en dirección opuesta. No podemos luchar contra los soubats con las manos desnudas.
Jared se levantó, apoyándose en la pared. Tal vez hubiese existido la posibilidad de alcanzar a los monstruos en la galería principal, pero los soubats lo habían impedido, tuvo que reconocerlo tristemente.
—¿Adónde conduce este túnel?
—No lo sé. Nunca había estado por aquí.
Comprendiendo que no tenía otra elección, Jared siguió túnel adelante, guiándose por el eco de sus propias voces.
Más tarde, cuando tropezó por segunda vez, se preguntó por qué avanzaba a tientas por un túnel silencioso sin utilizar piedras. Palpó por el suelo hasta encontrar un par de guijarros casi idénticos y entonces llenó el aire con sus repiqueteos antes de continuar.
Al poco tiempo, Mogan observó:
—Oyes muy bien con esas piedras, ¿verdad?
—Si, bastante. —Entonces Jared se dio cuenta de que no tenía razón para mostrarse grosero, a no ser porque resentía que el zivver le hubiera impedido seguir a Della… un intento que por otra parte estaba condenado de antemano al fracaso.
—Tengo mucha práctica con las piedras —añadió con más afabilidad.
—Comprendo que sean útiles para quien no pueda zivvar —dijo Mogan—, pero yo me volvería loco con ese ruido.
Anduvieron en silencio por un tiempo. Y a medida que sus pasos los alejaban cada vez más del Mundo Zivver, la posibilidad de no volver a ver nunca más a Della llenó a Jared de desesperación. Por último comprendió que de buena gana hubiera vivido con ella en un mundo apartado, sin importarle que ella fuese superior o no… con tal de que pudiesen estar juntos.
Pero había perdido a Della y otra parte de su universo, lo más vital, se había hundido. Se reprendió por no haber sabido reconocer lo que aquella joven significaba para él, por su falsa escala de valores que le hizo dar más importancia a una loca búsqueda de la Luz y las Tinieblas, Y prometió que desde ese momento la búsqueda de Della sería su única finalidad, aunque para encontrarla tuviera que descender a las Profundidades Termonucleares de la Radiación. Y si no podía arrebatarla de las garras de los monstruos, entonces la Radiación sería el castigo más merecido para él.
Franquearon una pequeña grieta y el jefe zivver se colocó a su lado.
—Della dijo que tú buscabas la Luz y las Tinieblas.
—Prefiero no pensar en ello —recordó Jared, resuelto a olvidarlo de verdad.
—Pero me interesa. Si hubieras sido un zivver, yo hubiera hablado contigo de ello.
Curioso a pesar suyo, Jared preguntó.
—¿Hablar de qué?
—Yo tampoco concedo mucho crédito a las leyendas. Siempre he pensado que la Gran Luz Todopoderosa era una innecesaria glorificación de algo muy vulgar.
—¿De veras?
—Incluso he llegado a decidir lo que puede ser la Luz.
Jared se detuvo.
—¿Qué puede ser?
—Calor.
»El calor nos rodea por todas partes, ¿no es cierto? Llamamos «calor» a un aumento de la temperatura; «frío» a una disminución. Cuanto más cálida es una cosa, más impresionan los ojos de un zivver.
Jared asintió, pensativo.
—Y os permite conocer las cosas sin necesidad de tocarlas, oírlas ni olerlas.
Mogan se encogió de hombros.
—Así dicen las leyendas que ocurría con la luz.
Allí había algo que no concordaba, pero Jared no podía saber exactamente que era. Quizá fuese únicamente el disgusto que le producía tener que admitir que la Luz era algo tan prosaico como el calor. Reanudó la marcha y avivó el paso al oír que se avecinaban a una gran galería.
Al propio tiempo, Mogan dijo:
—Zivvo otra galería frente a nosotros. Muy grande.
Jared echó a correr, repiqueteando las piedras con mayor rapidez para no tropezar. Pero se detuvo bruscamente al penetrar en el túnel mayor.
—¿Qué ocurre? —preguntó Mogan deteniéndose a su lado.
—¡Este sitio apesta a monstruos! —dijo Jared, olfateando el aire—. Y eso no es todo. También percibo el olor de las gentes del nivel superior e inferior… casi tan fuerte como el olor de los monstruos.
Gracias a los ecos de las piedras captó la imagen del jefe zivver pasándose la mano por la frente.
—¡Este corredor es Radiación para mis ojos! —exclamó Mogan—. Hace demasiado calor. Apenas puedo distinguir una cosa de otra.
Jared también notaba el calor. Pero le preocupaba algo distinto. Aquella galería le resultaba familiar… creía reconocer sus formaciones de rocas amontonadas. Entonces lo recordó. ¡Naturalmente… estaban frente a la entrada del Mundo Original! Hizo repiquetear de nuevo sus piedras y señaló la presencia de la roca tras la cual él y Owen se habían ocultado durante su primer encuentro con un monstruo. Siguiendo la curva a su derecha estaba la entrada al Mundo Original y, traspuesta ésta, la Barrera y los Niveles.
—¿Por donde vamos? —preguntó Mogan.
—Hacia la izquierda —dijo impulsivamente Jared, uniendo la acción a la palabra.
Después de dar unos pasos, dijo:
—De modo que tú crees que la Luz es calor.
—Si.
—¿Y las Tinieblas?
—Es muy sencillo. Las Tinieblas son frío.
Jared acababa de descubrir la contradicción.
—Te equivocas. Solamente los zivvers pueden percibir el calor y el frío a distancia. Dime una sola leyenda que sostenga que la Luz será propiedad exclusiva de los zivvers. Todas las creencias afirman que todos nos reuniremos en el seno de la Luz.
—También he pensado en eso. Los zivvers representamos el primer paso hacia esta reunión de todos.
Jared también se disponía a protestar ante esta osada afirmación. Pero acababa de doblar un recodo de la galería y se calló, prestando atención. Los ecos de sus piedras le daban los detalles de otro recodo. Y percibía con gran intensidad un tremendo alarido de sonido silencioso que surgía al otro lado del recodo. Era como si un millar de aquellos seres humanos e inhumanos avanzaran en su dirección, arrojando todos a la vez aquel silencio aullador frente a ellos.
—¡No puedo zivvar nada! —dijo Mogan desesperado.
Jared escucho. Pero no oyó sonidos audibles de monstruos al otro lado del recodo. Cautelosamente, siguió avanzando determinado esta vez a mantener los ojos abiertos. Su rostro se contrajo en una mueca de protesta y los músculos le dolieron, al no poder cerrar los parpados que gobernaban. Bizqueando los ojos y temblando, prosiguió su avance, olvidándose de utilizar las piedras.
Mogan le seguía desde una prudente distancia, lanzando alguno que otro consternado juramento.
Jared llegó al recodo y lo dobló rápidamente, temiendo que si vacilaba daría media vuelta y emprendería la huida. La espantosa materia le dio en los ojos con la fuerza de cien fuentes vivientes y le fue imposible mantenerlos abiertos. Mientras las lágrimas corrían a raudales por sus mejillas, avanzó con paso incierto, fiándose de nuevo en sus guijarros.
Pero sus pasos parecieron hundirse en un cenagal de terror. No le llegaban ecos de ninguna clase… ¡absolutamente ningún eco! ¡Pero esto era imposible! Todos los ruidos producían ecos en todas direcciones. Sin embargo, ante él se abría un enorme e increíble vació en las vibraciones sonoras…
Por último su temor se convirtió en una barrera absoluta, que le impidió dar un paso más. Tan inmóvil como si hubiese echado raíces allí, lanzo un grito.
¡No le llegaron ecos de su voz por delante, por encima y por ambos lados! A sus espaldas, los ecos revelaron la presencia de una gran pared de roca que se alzaba a una altura varias veces superior a la que alcanzaba la cúpula del mundo zivver. Y en esta pared percibió el hueco producido por la boca del corredor del que acababa de salir.
La comprensión lo aplastó como un peñasco que hubiese caído sobre él ¡Estaba en el infinito! No era una interminable extensión de roca que le rodeaba, sino una ilimitada cantidad de… aire.
Aterrorizado retrocedió hacia la galería. Pues todas las creencias sostenían que solo existían dos infinitos… el Paraíso y la Radiación.
Dio otro paso y chocó con Mogan.
El jefe zivver exclamó:
—¡Ni siquiera puedo mantener los ojos abiertos! ¿Dónde estamos?
—Yo… —dijo Jared con voz ahogada—. Yo creo que estamos en la Radiación.
—¡Por la Luz! ¡Ya percibo su olor!
—Es el olor de los monstruos. Aunque en realidad, no lo es… sino el olor de este sitio.
Aterrorizado Jared emprendió la retirada hacia la galería. Entonces se fijo en aquel intenso calor y comprendió al punto porque su compañero no podía utilizar sus facultades de zivver. Mogan estaba acostumbrado a la temperatura normal que reinaba en los mundos y en los corredores. Pero en aquel lugar dantesco parecía caer sobre él, desde lo alto, todo el calor de las fuentes hirientes del universo.
Y de pronto, Jared comprendió que no podía dejar aquel infinito sin tratar de identificarlo. Ya sospechaba que podía ser. El calor era un dato más que revelador. Pero tenía que asegurarse. Preparándose a resistir el dolor, abrió los ojos y dejo que las lágrimas manasen abundantemente.
Las espantosas impresiones que esta vez lo asaltaron eran borrosas y él se paso el dorso de la mano por las mejillas.
Entones llegaron las imágenes… unas sensaciones que sospechó debían ser muy parecidas a las que captaban los zivvers. Pudo darse cuenta, intimidado. —Gracias a sus propios ojos— que el terreno descendía delante de él hacia un grupo de minúsculas y esbeltas cosas que se balanceaban a lo lejos. Vagamente le recordaron arboles de maná, pero sus copas eran finas y delicadas, como de encaje. Y se acordó de la leyenda que hablaba de las plantas del Paraíso.
Pero aquello era un infinito de calor que para nada parecía indicar la presencia de cosas celestiales.
Entre los árboles distinguió los detalles de pequeñas formas geométricas, dispuestas en hileras como las chozas del Mundo Zivver o del Mundo Original. Otra supuesta característica del Paraíso.
Pero allí vivián monstruos. De pronto su atención fue atraída por un hecho capital.
¡Recibía detalladas impresiones de un número infinito de cosas a la vez, sin tener que oírlas ni olerlas!
Lo cual solo era posible si ocurriese en presencia de la Gran Luz Todopoderosa.
Era esto, pues.
Esto era el fin de su búsqueda.
Había encontrado la Luz. Y ésta era en definitiva lo que los monstruos arrojaban frente a ellos en las galerías.
Pero la Luz no estaba en el Paraíso.
Estaba en el infinito de la Radiación con los monstruos nucleares.
Todas las leyendas, todos los dogmas eran falsos.
Para el hombre no había Paraíso.
Y con los Demonios Atómicos sueltos por las galerías y recorriéndolas a su antojo, la humanidad había alcanzado el fin de su existencia material.
Echó la cabeza hacia atrás con desesperación y recibió de pleno contra su cara el más espantoso sonido silencioso imaginable.
Fue una impresión tan horrenda que pareció quemar sus ojos de raíz.
Gritándole con toda su furia estaba algo enorme, redondo y maligno que dominaba la Radiación con fuerza increíble, un calor espantoso y una maligna majestad.
¡Era el mismísimo Hidrógeno!
Jared dio media vuelta y se precipitó hacia la galería, sin darse cuenta apenas que había oído al propio tiempo un ruido en la pendiente que conducía a la cueva.
Mogan gritó. Pero su grito de angustia fue interrumpido por un zip-hiss.
Jared consiguió regresar a la galería y echó a correr desesperadamente, guiado por los ecos de sus guijarros.