Jared era juguete de espantosos remolinos, que lo zarandeaban a derecha e izquierda y por último los arrastraron hacia las profundidades. Chocó contra el rugoso fondo del arroyo y luego ascendió dando vueltas. Cuando su cabeza golpeó el techo sumergido, Jared no encontró aire para sus pulmones, que amenazaban estallar. Sin embargo, siguió aferrando desesperadamente los cabellos de Della.
Una y otra vez la joven chocaba contra él mientras Jared pensaba, aterrorizado, que el curso de agua subterráneo podía continuar eternamente a través de un infinito de roca, sin resurgir de nuevo a un mundo con aire.
Cuando ya no pudo contener por más tiempo la respiración, su cabeza rozó una última extensión de techo, se deslizó bajo una bóveda y asomó a la superficie.
Levantó a la joven y aspiró ansiosas bocanadas de aire. Intuyendo la proximidad de la orilla, se aferró a una roca que asomaba en parte y se sujetó firmemente a ella, mientras empujaba a su compañera hacia la tierra firme. Cuando oyó que aún respiraba, se arrastró fuera del agua y se dejó caer a su lado.
Mucho tiempo después, cuando sus tumultuosos latidos readquirieron un ritmo casi normal, oyó el rugido de una catarata próxima. Aquel ruido y sus ecos distantes le permitieron distinguir los anchurosos ámbitos de un mundo cubierto por una elevada bóveda. Pero se sorprendió al percibir una variedad de otros sonidos que apenas conseguían atravesar la cortina audible de la catarata… El lejano repiqueteo de las cáscaras de maná, el golpe de roca contra roca, el balido de las ovejas, voces, muchas voces, lejanas e indistintas.
Confundido, arrojó más agua por la nariz. Luego se levantó, arrancando una piedra del suelo y escuchando cómo caía por una pendiente que descendía junto a la cascada. Luego notó un olor fuerte e inconfundible y se incorporó, alerta y excitado.
—¡Jared! —exclamó Della, levantándose también—. ¡Estamos en el Mundo Zivver! ¡Zívvalo! ¡Es exactamente como lo imaginaba!
Él escuchó con suma atención, pero la imagen, formada únicamente por el monótono rumor del agua que caía, era borrosa y confusa. Sin embargo, oía los tonos suaves y fibrosos de una plantación de mana a su izquierda y una abierta boca que daba a la galería por la derecha. Y también captó las impresiones de muchas formas extrañas, situadas a intervalos regulares en el centro del mundo.
Dispuestas en hileras, cada una tenía la forma de un cubo con aberturas rectangulares a los lados. Y comprendió lo que eran… viviendas hechas como las que existieron en el Mundo Original. Posiblemente estaban formadas por tallos de maná entrelazados.
Della se dirigió hacia allí, mientras la excitación aceleraba su pulso.
—¿No te parece un mundo maravilloso? ¡Y zivva a los zivvers… cuántos son!
Sin compartir en absoluto el entusiasmo de la joven, él la siguió pendiente abajo, familiarizándose con el terreno gracias a los ecos de la catarata. ¡Qué mundo tan extraño! A la sazón ya había podido captar las imágenes de muchos zivvers entregados al trabajo o al juego, transportando piedras y rocas para apilarías en la entrada principal. Pero toda aquella actividad, sin el ruido tranquilizador de un difusor de ecos central, infundía un aspecto amedrentador y tétrico al mundo que le rodeaba.
Además, sentía una amarga decepción, pues había confiado en que bastaría penetrar en el mundo zivver para que la diferencia que había estado buscando toda su vida se le presentase de improviso. ¡Oh, su empresa no seria tan fácil! Los zivvers tenían ojos y, al utilizarlos, afectaban materialmente a las Tinieblas universales, abriendo agujeros en ellas, por así decir… del mismo modo como el sonido que captan los oídos abre orificios en el silencio. Y por el simple hecho de reconocer la disminución de algo, él identificaría a las Tinieblas.
Pero él no podía oír nada insólito. Allí había muchas personas entregadas a la acción de zivver. Sin embargo, todo era exactamente igual que en otro mundo cualquiera, a excepción de un difusor de ecos y la presencia del acre olor a zivver.
Della avivó el paso pero él refrenó su impaciencia.
—Será mejor que no les demos una sorpresa.
—No tenemos por qué preocuparnos. Ambos somos zivvers.
Cuando ya estaban lo bastante cerca de la zona habitada para formarse impresiones merced a los ecos que producían las actividades comunales, él siguió a la joven contorneando el huerto junto a una hilera de establos. Finalmente fueron descubiertos al aproximarse a un grupo que trabajaba en la vivienda geométrica más próxima. Un aprensivo silencio cayó sobre el grupo y Jared escuchó varias cabezas que se volvían con suspicacia en su dirección.
—Somos zivvers —dijo Della, confiada—. Hemos venido porque éste es nuestro mundo.
Los hombres avanzaron en silencio hacia ellos, desplegándose en abanico, en un movimiento envolvente.
—¡Mogan! —gritó uno de ellos—. ¡Ven aquí… pronto!
Varios zivvers se abalanzaron sobre Jared y le sujetaron los brazos a los lados.
Según pudo oír, Della recibía el mismo trato.
—No estamos armados —protestó.
Otras personas se reunieron en torno a ellos, y aquel fondo de voces le resultó muy conveniente a Jared para captar los detalles más prominentes de lo que le rodeaba, en ausencia de un difusor de ecos.
Dos caras se acercaron a la suya y Jared escuchó unos ojos muy abiertos y severos en su fijeza. Se aseguró de que él tenía los párpados bien abiertos y que no pestañeaba.
—La chica es zívver —declaró alguien a su izquierda.
Una mano abierta se agitó bruscamente ante su cara y él no pudo evitar un parpadeo.
—Parece que éste también lo es —dijo el que había movido la mano—. Al menos, tiene los ojos abiertos.
Jared y Della fueron conducidos entre las hileras de viviendas, mientras decenas de zivvers acudían de todas partes. Concentrando su atención en los ecos de las voces, captó la imagen de una figura inmensa que se abría paso entre la multitud.
Instantáneamente reconoció a Mogan, el jefe zivver.
—¿Quién los dejó entrar? —preguntó Mogan.
—No llegaron por la entrada —le aseguró uno.
—Dicen que son zivvers —explicó otro.
—¿Y lo son? —preguntó el corpulento individuo.
—Ambos tienen los ojos abiertos.
La voz del jefe atronó el aire junto al oído de Jared:
—¿Qué hacéis aquí? ¿Cómo penetrasteis en nuestro mundo?
Fue Della quien contestó.
—Es que este mundo es el nuestro.
—Fuimos atacados por soubats al lado opuesto de aquella pared —explicó Jared—. Saltamos al río y las aguas nos arrastraron hasta aquí.
La voz de Mogan perdió parte de su serenidad.
—¡Por la Radiación! ¡Vaya momentos que debéis de haber pasado! Yo soy el único que ha penetrado por allí. —Y luego añadió, jactancioso—: Pero después franqueé el paso nadando contra la corriente. Lo hice una, sino dos veces. ¿Y qué hacíais allí?
—Buscábamos este mundo —replicó Della—. Ambos somos zivvers.
—¡Qué vais a serlo! —borbotó Mogan—. Sólo hubo un zivver al principio. Y de él descendemos todos. Vosotros, no. Vosotros venís de uno de los Niveles.
—Es cierto —admitió Della—. Pero mi padre era un zivver… se llamaba Nathan Bradley.
Un superviviente que se encontraba en segunda fila lanzó un suspiro de ansiedad y se adelantó. Su respiración pesada y sibilante denotaba a un anciano.
—¡Nathan! —exclamó—. ¡Mi hijo!
Pero alguien lo retuvo.
—¿Nathan Bradley? —repitió con tono indeciso el hombre que estaba a la izquierda de Jared.
—¿No oíste hablar de él? —respondió otro—. Se pasaba la vida en las galerías… hasta que desapareció.
Entonces Jared notó el vozarrón de Mogan dirigido nuevamente hacia él.
—¿Y tú, qué?
—Él también es de origen zivver —dijo Della.
—¡Y yo soy el tío de un soubat! —estalló el jefe.
Jared experimentó nuevamente serias dudas acerca de su capacidad para representar la comedía de que era un zivver. Tratando de hallar una explicación convincente, dijo:
—Es posible que yo también sea de origen zivver. A veces, algunas personas abandonan vuestro mundo y estas personas pueden engendrar hijos naturales. Ahí tenéis a Nathan y ahí tenéis también a Estel…
—¡Estel! —exclamó una mujer, abriéndose paso entre los reunidos—. ¿Qué sabes tú de mi hija?, que la zivve cerca de la Galería Principal.
—Yo fui quien la hizo volver aquí la primera vez.
La mujer le agarró los brazos y él casi notó físicamente la presión de sus ojos.
—¿Dónde está? ¿Qué ha sido de ella?
—Descendió al Nivel Inferior para buscarme… quería oírme… zivvarme. Así fue cómo todos se enteraron de que yo era un zivver. Después de esto yo ya no podía quedarme allí.
—¿Dónde está mi hija? —preguntó angustiada la mujer.
Muy a pesar suyo, él tuvo que relatar lo que había sido de Estel. Un penoso silencio cayó sobre todo el mundo, mientras se llevaban a la superviviente, que lanzaba desgarradores sollozos.
—De modo que penetrasteis nadando por debajo de las rocas —musitó Mogan—. Tuvisteis suerte de no caer por la catarata de este lado.
—¿Entonces, podemos quedarnos? —preguntó Jared, esperanzado, tratando de mantener sus ojos fijos, como hacía Mogan.
—Por el momento, sí.
En el momento que siguió, Jared notó un cambio sutil en la actitud del jefe zivver.
Por la razón que fuese, Mogan contenía inconscientemente la respiración y los latidos de su corazón se habían hecho algo más presurosos. Jared concentró su atención en los efectos y observó, de manera aún más débil, aquella particular tensión fija que domina a las personas concentradas en la ejecución de alguna treta.
Entonces percibió la impresión casi inaudible de la mano de Mogan, que se alzaba lentamente. Tosió de manera casual y, gracias a los ecos de la tos, se dio cuenta de que Mogan esperaba astutamente que le estrechase la mano.
Sin vacilar, tendió su diestra y apretó la del zivver.
—¿Creías que no zivvaria esto? —preguntó, riendo.
—Debemos tener cuidado —dijo Mogan—. Yo he zivvado a tipos de los Niveles de un oído tan fino, que casi se podían hacer pasar por uno de nosotros.
—¿Qué motivos nos podría haber impulsado a venir aquí, si no fuésemos zivvers?
—No lo sé. Pero no queremos arriesgarnos… con todos esos monstruos merodeando por las galerías. Como podéis zivvar, estamos cerrando la entrada antes de que puedan descubrirnos. ¿Pero de qué serviría eso si supiesen que este mundo tiene otra entrada… una entrada que no puede cerrarse?
Colocándose entre Jared y la muchacha, Mogan se los llevó consigo.
—Os vigilaremos hasta estar seguros de que podemos confiar en vosotros. Entre tanto, como supongo que debéis estar molidos después de nadar bajo esas rocas, os permitiré descansar.
Los condujeron a las viviendas contiguas. —Jared oyó que uno de los zivvers las llamaba «chozas»— y los hicieron entrar en ellas por unas aberturas rectangulares.
Frente a cada construcción fueron apostados guardias.
Cuando quedó solo dentro de la choza, Jared carraspeó cuidadosamente para obtener ecos. Éstos le facilitaron detalles de una morada extraordinariamente distinta de las grutas en las que él habla vivido hasta entonces. Aquí todo eran adaptaciones del rectángulo. Percibió una losa para comer cuya superficie notablemente lisa estaba compuesta de cáscaras apretadamente entretejidas y tendidas sobre un armazón de cañas de maná. Poniendo la mano sobre ella con gesto casual, distinguió su trama. Según oyó, otros cuatro palos servían de patas, para sustentar la porción horizontal a cierta distancia del suelo.
Bostezó, como si el bostezo fuese una manifestación espontánea del cansancio —por si alguien escuchaba y zivvaba—, y examinó los ecos obtenidos. Dispuestos en torno a la losa de comer había bancos de construcción similar. La repisa para dormir era también una endeble armazón que se sostenía sobre cuatro patas, rasgo al parecer tradicional.
Entonces levantó de pronto la cabeza, esforzándose por no demostrar que se había dado cuenta de que lo escuchaban… o zivvaban, mejor dicho, según se recordó. En la pared derecha, encima de la repisa de dormir, había una abertura bastante elevada. Y por ella captó el sonido de una respiración deliberadamente contenida, para no revelar la presencia del que allí estaba escondido. Alguien lo espiaba desde allí, zivvando todo cuanto hacia.
Muy bien, pues; lo más seguro sería moverse lo menos posible, reduciendo así las posibilidades de traicionarse.
Volvió a bostezar ruidosamente, fijando en su mente la posición del lecho. Luego se dirigió a él y se tendió. Suponían que debía estar exhausto, ¿no? Entonces, ¿por qué no estarlo?
Cómodamente tendido sobre el mullido jergón de fibras comprendió que la prueba que había sufrido al nadar por el río subterráneo había sido en verdad agotadora. Y no tardó mucho tiempo en quedarse dormido.
Chillido tras chillido rasgaron su sueño y nuevamente reconoció las impresiones como puramente mentales. ¡Leah!
Esforzándose por continuar soñando, trató de penetrar más profundamente en el vínculo misterioso que lo unía a la Buena Superviviente. Pero el fugitivo contacto sólo expresaba horror y desesperación. Intentó abrirse camino psíquicamente hacia la mujer y consiguió hacer algo más fuerte el lazo que los unía.
—¡Monstruos! ¡Monstruos! ¡Monstruos! —No hacía más que sollozar.
Y a través de su tormento él tuvo la sensación que los párpados de la mujer estaban apretados tan fuertemente, que la parte inferior de su oído rugía bajo aquella presión, le pareció que unos brazos fuertes y desnudos le sujetaban los brazos y la arrastraban primero en un sentido y luego en otro, una aguda punta se clavaba brutalmente en su hombro, y percibió olores tan espontáneamente ofensivos en su extraña calidad, que parecían causarle náuseas.
Luego interceptó la impresión de unos dedos que se introducían en la carne por encima y por debajo de sus ojos, obligándole a abrirlos.
E instantáneamente toda la Radiación aulló en la mente de la mujer. Aquel estentóreo alarido de sonido silencioso era idéntico a la materia que los monstruos arrojaban contra las paredes de la galería. Más a la sazón caía con fuerza incontenible sobre los ojos de Leah.
Con aquella convulsiva sensación, se arrancó a la pesadilla que él sabía muy bien que no lo era.
Lo que había oído a través de los ojos de la Buena Superviviente no podía haber sido otra cosa más que el propio Fuego Nuclear de la Radiación. Era como si hubiese cruzado los límites de la existencia material para compartir la tortura que los Demonios Atómicos infligían a Leah más allá del infinito.
Tembloroso, permaneció tendido e inmóvil en el jergón, mientras el horrendo sabor de la pesadilla persistía como una fiebre. Se habían llevado a Leah… Su mundo había quedado vacío…
Las galerías estaban pobladas de monstruosos seres humanos que arrojaban irrisorios y vociferantes ecos que no producían sonido alguno. Criaturas diabólicas que paralizaban a sus víctimas antes de llevárselas quién sabía dónde.
Entró un zivver, depositó un cuenco de comida en la superficie plana y salió sin pronunciar palabra. Jared se levantó para comer. Pero su apetito pasó a segundo término al pensar, lleno de remordimiento, que durante su descabellada búsqueda de la Luz y las Tinieblas, sus mundos familiares se habían desmoronado a su alrededor.
La rapidez con que tenían lugar aquellos cambios irremediables era espantosa e implacable. Y abrigó la terrible sospecha de que las cosas nunca volverían ni podrían ser iguales. Desde luego, los maléficos seres cubiertos de extrañas vestiduras colgantes habían reivindicado la propiedad de todos los mundos y galerías y se dedicaban a ocuparlos con implacable determinación. Él también estaba seguro de que las fuentes que se secaban y las aguas que disminuían de nivel formaban parte de sus planes de conquista.
Y mientras todas estas cosas sucedían, él había perdido lastimosamente el tiempo en una búsqueda trivial, alimentando la creencia de que la Luz era algo deseable. Dejó que se le escapasen los valores sólidos y materiales para perseguir una caprichosa vida por una galería sin fin.
Todo hubiera podido ser distinto si él, en lugar de su vana búsqueda, hubiese organizado los Niveles y hubiese dirigido la lucha por la Supervivencia. Incluso hubiera existido la esperanza de volver a la forma de vida normal, con Della a su lado como compañera dada por la Unificación. Quizá ni siquiera hubiera descubierto que ella era… Diferente.
Pero ya era demasiado tarde. Estaba virtualmente prisionero en el mismo mundo en el que había esperado encontrar la clave de su fútil búsqueda de la Luz. Y tanto él como los zivvers eran unos desvalidos prisioneros de los monstruos que señoreaban las galerías.
Apartó la comida a un lado y se mesó los cabellos. Afuera, el mundo estaba animado por los ruidos de un período de plena actividad… rumor de conversaciones, juegos infantiles y, más lejos, el ruido de las rocas que los trabajadores amontonaban para taponar la entrada. De manera distraída, observó que estos últimos ruidos le proporcionaban una excelente fuente de ecos.
Pero de manera más directa, le dominó la desesperación causada por el convencimiento de que allí no encontraría nada diferente… nada que justificase haber llevado su búsqueda de la Luz y las Tinieblas a aquel mundo.
Entre los rumores más próximos reconoció la voz de Della, procedente de la choza contigua. Su voz era alegre y excitada y saltaba de un tema a otro con una burbujeante rapidez, quedando a veces oscurecida por las palabras efusivas de otras mujeres. Por algunos fragmentos de la conversación pudo colegir que no había tardado en encontrar a todos sus parientes zivvers.
Las cortinas se separaron y Mogan apareció en el umbral. Su corpulenta humanidad, cuyo perfil trazaba únicamente el sonido que llegaba de fuera, rasgó pesadamente el silencio de la choza.
El jefe zivver le hizo una seña con la cabeza.
—Ha llegado el momento de comprobar si eres uno de los nuestros.
Jared fingió encogerse de hombros con indiferencia y lo siguió al exterior.
Mogan lo condujo junto a una hilera de viviendas y pronto empezaron a seguirles muchos otros zivvers.
Cuando llegaron a un espacio despejado, el jefe le ordenó que se detuviese.
—Vamos a hacer unas cuantas pruebas… no son muy delicadas, pero ya te harás cargo.
Frunciendo el ceño con incomprensión, Jared escuchó al hombre.
—Será el medio más seguro de averiguar si de verdad eres un zivver, ¿no te parece? —dijo Mogan, extendiendo las manos.
Y Jared oyó que eran unas manazas de gigante, proporcionadas a la talla colosal del hombre.
—Supongo que sí —dijo, procurando hablar con la mayor indiferencia.
Una figura salió de la muchedumbre y él reconoció a Della, que mostraba una gran preocupación en su respiración agitada. Pero la tomaron por el brazo y la obligaron a retroceder.
—¿Estás a punto? —preguntó Mogan.
—Si —respondió Jared, disponiéndose a aguantar lo que viniese.
Pero al parecer el jefe zivver aún no estaba dispuesto…
—Escucha, Owlson —gritó, volviéndose hacia el grupo que trabajaba en la entrada—. Quiero un silencio completo ahí.
Luego se volvió hacia los que le rodeaban.
—Que nadie haga el menor ruido… ¿entendido?
Jared trató de dominar su pánico diciendo con tono sarcástico:
—Olvidas que todavía puedo oler.
Con una íntima satisfacción, se dio cuenta de que Mogan también había olvidado el ruido de la catarata que, gracias a la Luz, no podía ser silenciado.
—Oh, los preparativos aún no han terminado dijo Mogan, con una risotada.
Varios zivvers inmovilizaron los brazos de Jared mientras otro le agarraba el cabello y le echaba la cabeza hacia atrás. Entonces introdujeron bolas de una sustancia basta y húmeda en sus oídos y taponaron también con ellas sus fosas nasales… ¡Era fango!
Hundido en un mundo inodoro y silencioso, se llevó las manos a la cara. Pero antes de que pudiese arrancarse el fango que le tapaba los oídos, Mogan se acercó y le sujetó el cuello con una férrea llave. Sus pies se levantaron del suelo y cayó pesadamente a tierra.
Desorientado al no tener sonidos ni olores que le guiasen, se levantó de un salto y asestó un golpe que se perdió en el vacío y que sólo consiguió hacerle perder el equilibrio de nuevo.
Como viniendo de muy lejos, oyó las risotadas que consiguieron atravesar el fango que le taponaba los oídos. Pero aquel sonido era demasiado vago para permitirle localizar a Mogan. Braceando como un poseído, Jared avanzó con paso incierto, dando vueltas… hasta que el jefe zivver le asestó un golpe a la nuca y lo derribó de nuevo.
Cuando esta vez trató de levantarse, un puño le golpeó el rostro con tal fuerza, que pareció que iba a arrancarle la cabeza. Y estaba convencido de que el siguiente golpe se la hubiera arrancado, si la piadosa pérdida del conocimiento no lo hubiese sumido en el olvido.
Se despabiló cuando le arrojaron agua a la cara y se incorporó sobre un codo. El fango que tapaba uno de sus oídos se había desprendido y pudo oír el círculo amenazador de zivvers inclinados sobre él.
De entre la multitud surgieron las voces de Mogan y Della:
—Desde luego, yo ya sabía que no era un zivver —aseguraba la muchacha.
Sin poder contener su ira, Mogan observó:
—Y sin embargo, lo trajiste aquí.
—Me trajo él —dijo Della, con una risa desdeñosa—. Yo no hubiera podido venir sola. Mi única posibilidad consistía en hacerle creer que yo lo consideraba un zivver.
—¿Por qué no nos decías la verdad en seguida?
—¿Dándole ocasión para que me atacase antes de que vosotros pudieseis impedirlo? De todos modos, ya sabía que terminarías por descubrirlo tarde o temprano.
Jared meneó su embotada cabeza, recordando la advertencia de Leah, quien le había prevenido contra la joven. También se acordó de las dudas que había alimentado de vez en cuando. Si hubiese sido capaz de escuchar más allá del lóbulo de su oreja, hubiera podido oír que ella sólo lo utilizaba como un instrumento que le permitiese alcanzar el Mundo Zivver.
Trató de alzarse pero alguien le puso un pie en el hombro y lo apretó contra el suelo.
—¿Qué ha venido a hacer aquí? —preguntó Mogan a la joven.
—No lo sé exactamente. Busca algo y cree que quizá lo podrá encontrar aquí.
—¿Qué busca?
—Las Tinieblas.
Mogan se acercó a Jared y lo levantó.
—¿Qué viniste a hacer aquí?
Jared guardó silencio.
—¿Querías descubrir este mundo para organizar una incursión de rapiña?
Al no obtener respuesta, el jefe añadió:
—¿O quizá ayudas a los monstruos a localizarnos?
Jared continuó callado.
Dejaremos que lo piense un rato. Tal vez comprenderás que una lengua suelta puede facilitarte muchas cosas.
Pero Jared comprendió que no habría clemencia. Pues mientras él viviese, siempre temerían que se escapase y consiguiese llevar a cabo sus ocultos propósitos.
Bien atado con cuerdas de fibra, fue llevado al centro del mundo y metido en una choza no muy distante de la rugiente catarata. Era una choza muy reducida, cuyas aberturas estaban obturadas con fuertes barrotes de maná.