Capítulo XI

Durante casi todo el periodo de viaje Della caminó silenciosamente a su lado. No había duda de que la dominaban temores y vacilaciones, a juzgar por la expresión preocupada que Jared pudo oír en su cara. ¿Estaría preocupada por algo que él hubiese dicho o hubiese hecho? La Luz sabía muy bien que él ya le había dado motivos más que fundados de sospecha.

Pero desde que había visitado el mundo de Leah había imaginado un hábil sistema para producir ecos, que estaba seguro que no había despertado las sospechas de Della. Consistía en llenar las galerías de una melodía silbada tras otra.

La galería se fue estrechando y llegaron a un punto en que tuvieron que arrastrarse por una gatera. Después de trasponerla, él se levantó y golpeó el suelo con la lanza.

—Ahora podemos respirar más tranquilos.

—¿Por qué? —dijo ella, acercándose.

—Los soubats no podrán seguirnos hasta aquí, a través de un túnel tan pequeño.

Ella guardó un momentáneo silencio.

—Jared…

Iba a hacerle una pregunta que él sabía había aplazado. Pero decidió adelantársele.

—Hay una gran galería frente a nosotros.

—Sí, Jared, ya la zivveo. Yo…

—Y en el aire flota el olor de los zivvers.

Rodeó una estrecha grieta cuya forma le llegó con el eco de sus palabras.

—¿De veras? —dijo Della, avanzando animadamente—. ¡Quizá estamos cerca de su mundo!

Llegaron a la intersección y él se detuvo, tratando de decidir si debían ir a la derecha o a la izquierda. Luego se tensó, empuñando instintivamente sus lanzas con más fuerza. Mezclado con el olor de los zivver había un mefítico hedor insidioso que emponzoñaba el aire… una peste inconfundible.

—Della —susurró— por aquí han pasado monstruos.

Pero ella no le oyó. Entusiasmada, ya habla empezado a caminar por el ramal de la derecha. Él la oyó doblar el recodo a cierta distancia.

De pronto resonó el fragor de un corrimiento de rocas, dominado por un agudo chillido.

Con la imagen del corredor grababa en su memoria por los agudos gritos se precipitó hacia el gran orificio por el que había desaparecido la joven.

Al llegar a la zona de rocas sueltas, hizo chasquear los dedos para obtener una impresión de la boca del pozo. Junto al borde, surgía de la tierra y de las piedras que habían caído una sólida roca. Dejó sus lanzas en el suelo y una se escurrió, cayendo en el abismo y golpeando repetidamente sus paredes mientras se hundía hacia las profundidades. El ruido de la caída persistió hasta que se fue perdiendo en un remoto silencio.

Tirando la otra lanza a un terreno más sólido, gritó frenéticamente:

—¡Della!

La joven respondió en un susurro de terror:

—Estoy aquí abajo… sobre una cornisa.

Jared dio gracias a la Luz de que su voz viniera de tan cerca y de que aún hubiese posibilidad de salvarla.

Sujetándose firmemente a la roca se asomó al abismo e hizo chasquear de nuevo los dedos. Los ecos reflejados le dijeron que ella estaba acurrucada en una cornisa, cerca de la superficie.

Extendiendo la mano, consiguió tocar la suya y la asió por la muñeca, levantándola de la cornisa y haciéndole trasponer la zona de rocas deleznables, hasta pisar terreno sólido.

Cuando se alejaban del pozo, la roca sobre la que se había apoyado se desprendió y cayó con gran fragor en el abismo. Sus tremendos ecos le permitieron captar la imagen de la joven.

Dejó que diese rienda suelta a su llanto, luego la sujetó por los brazos y la obligó a incorporarse. El rumor de su respiración se reflejaba en la cara de Della y se fijó en la forma cómo sus ojos abiertos dominaban sus restantes facciones. Casi sentía su expresión aguda e intensa y, momentáneamente, creyó que estaba a punto de descubrir la verdadera naturaleza de su extraña facultad.

—¡Fue lo mismo que les ocurrió a mis padres! —dijo, indicando con un gesto de cabeza el abismo—. ¡Es como un presagio… como si algo nos dijese que podemos continuar desde el punto donde ellos abandonaron!

Della puso ambas manos en sus hombres y acordándose de la firme suavidad de su cuerpo contra el suyo en aquella otra galería, la atrajo hacia sí y la besó. La reacción de la joven fue ávida al principio, pero rápidamente se convirtió en una perceptible frialdad.

Él recuperó su lanza.

—Muy bien, Della. ¿Qué ocurre?

Ella no perdió el tiempo en formular la pregunta que ansiaba hacerle:

—¿En qué consiste esta búsqueda de la Luz? Te oí gritar hablando con el Hombre Eterno, preguntándole también acerca de las Tinieblas. Y él se asustó enormemente al oírlas mencionar.

—Es muy sencillo —dijo él, encogiéndose de hombros—. Como me has oído decir, busco las Tinieblas y la Luz.

Él captó su expresión perpleja cuando iniciaron el descenso de la galería. Una cáscara de maná golpeaba el lado de su zurrón a cada paso que daba y aquel leve sonido era suficiente para que él se formase una idea del pasadizo.

—No es una cuestión teológica —le aseguró—. Es que tengo la impresión de que las Tinieblas y la Luz son algo distinto de lo que creemos.

Él comprendió que su perplejidad se había cambiado en una ligera duda… una negativa a creer que la explicación pudiese ser tan sencilla.

—Pero esto no tiene ni pies ni cabeza —protestó ella—. Todo el mundo sabe qué es la Luz y qué son las Tinieblas.

—Entonces dejémoslo así y digamos únicamente que yo tengo una idea distinta.

Ella guardó un momentáneo silencio.

—No lo entiendo.

—Más vale que no te preocupes.

—Pero las Tinieblas significaban algo distinto para el Hombre Eterno. No le asustaba el hecho de que el «mal» lo rodease completamente. Lo que le asustaba era otra cosa, al parecer.

—Es posible.

—¿Qué era?

—No lo sé.

Ella volvió a permanecer callada largo rato, hasta que hubieron pasado frente a varios corredores.

—Jared, ¿qué tiene esto que ver con nuestro viaje al Mundo Zivver?

Él comprendió que hasta cierto punto podía ser explícito sin comprometerse demasiado.

—Del mismo modo, a como la acción de zivver concierne a los ojos, creo que las Tinieblas y la Luz se hallan también relacionadas en cierto modo con los ojos. Y… —¿Y tú crees que podrás averiguar más cosas en el Mundo Zivver?

—Efectivamente —dijo, mientras la conducía por una amplia curva.

—¿Es ésta la única razón por la que vas allí?

—No. Como tú, yo también soy un zivver; aquél es mi mundo.

Oyó el súbito alivio de la joven… notó cómo su tensión se relajaba y sus latidos se calmaban. Su sinceridad aplacó sin duda sus sospechas y a la sazón ella se hallaba dispuesta a considerar su búsqueda como un simple capricho, que no constituía ninguna amenaza para sus intereses.

Ella tomó su mano y así terminaron de recorrer la curva. Pero de pronto él se detuvo al percibir el olor de monstruos delante. Al propio tiempo se apartó de la pared de la izquierda, pues, al escuchar su lisa superficie, una indiscernible mancha de ecos silenciosos empezó a bailar sobre la piedra húmeda.

Esta vez casi se hallaba preparado para la extraña sensación. Hizo el experimente consistente en cerrar los ojos, e instantáneamente dejó de percibir el sonido bailoteante. Las abrió de nuevo y los silenciosos ecos reaparecieron al instante… como el suave contacto de un susurro que se extendiese recubriendo la lisa superficie de la roca.

—¡Los monstruos se acercan! —advirtió Della—. ¡Yo zivveo sus impresiones… sobre la pared!

Él se volvió a medias hacia ella.

—¿Tú los zivves?

—Casi es como zivver. ¡Jared, huyamos!

Él permaneció inmóvil, concentrando su atención en el espeluznante sonido silencioso que danzaba sobre la pared, sin alcanzar sus oídos pero produciendo en sus ojos el mismo efecto que si alguien hubiese arrojado agua hirviente en ellos.

Della decía que ella zivvaba las impresiones. ¿Significaba aquello que zivver era algo parecido a le que a él le estaba ocurriendo entonces?

A continuación escuchó en las impresiones puramente audibles que procedían del otro lado de la curva. Sólo se aproximaba un monstruo.

—Tú vuélvete y espera en la primera galería lateral.

—No, Jared. Tú no puedes…

Pero él la empujó hacia atrás y se puso al acecho en un hueco de la pared.

Cuando oyó que no había sitio para colocar su lanza, la dejó en el suelo. Luego cerró los ojos, para eliminar las turbadoras impresiones o aullidos del monstruo.

El desconocido ser había alcanzado la curva y Jared oyó que rozaba la pared contigua. Se ocultó más profundamente en su escondrijo.

El extraño y espantoso hedor de aquel ser era casi insoportable, lo cual demostraba que estaba muy cerca. Y también eran claramente audibles los numerosos pliegues de su carne —si era carne— que pendían en torno a su cuerpo.

Si su respiración y sus latidos eran de la misma intensidad y frecuencia que los de una persona normal, entonces debía de tenerlo enfrente de su escondrijo… en aquel mismo instante.

Saltando al corredor, disparó su puño contra lo que consideraba el centro del cuerpo del monstruo.

El aire brotó como una explosión de los pulmones del monstruo cuando cayó sobre él. Preparándose a un contacto que suponía viscoso, lanzó otro puñetazo a la cara del monstruo.

Abrió ansiosamente los ojos cuando oyó que su víctima caía al suelo. Casi no esperaba que surgiesen más extraños y silenciosos ruidos de aquel ser, una vez estuviese inconsciente. Y, efectivamente, no surgieron.

Arrodillándose, palpó con repugnancia el cuerpo de aquel ser. Y descubrió con asombro que no eran pliegues de carne lo que cubría su cuerpo, sino que sus brazos, piernas y torso estaban recubiertos de un tejido holgado, de una textura aún más fina que el pedazo que encontró a la entrada del Nivel Inferior. ¡No era extraño que él hubiese recibido la impresión de una piel colgante! ¿Quién había oído hablar de que existiesen justillos y taparrabos que no ajustasen perfectamente?

Palpó con sus manos hacia arriba y descubrió un duplicado de la tela más basta que él enterró en el corredor, frente a su mundo. Cubría la cara del monstruo y se mantenía muy apretada por medio de cuatro cintas atadas detrás de la cabeza.

Arrancó la tela y pasó los dedos por encima de… ¡una cara humana normal! Era una cara lampiña, como la de una mujer o un niño; pero la forma de las facciones era masculina. ¡El monstruo era un ser humano!

Al levantarse, el pie de Jared chocó con un objeto duro. Antes de tocarlo, se inclinó e hizo chasquear los dedos varías veces. No tuvo la menor dificultad en reconocerlo. Era idéntico a los artefactos tubulares que los monstruos abandonaron a su paso por los Niveles Inferior y Superior.

El desconocido se agitó y Jared tiró el objeto, saltando en busca de su lanza.

Precisamente entonces Della vino corriendo por la galería.

—¡Vienen más monstruos… por el otro lado!

Aguzando el oído, Jared los oyó aproximarse. Y percibió también sus misteriosos ruidos silenciosos, que bailoteaban por la pared derecha del corredor.

Tomando la mano de la joven, echó a correr adelante, golpeando el suelo con la contera de la lanza, para producir ecos de guía.

Descubrió frente a ellos una pequeña galería lateral. Aminorando el paso, se introdujo cautelosamente por ella.

—Vamos a seguir por aquí un rato —dijo—. Creo que será más seguro.

—¿También se percibe el olor de los zivvers en esta galería?

—No, pero lo encontraremos de nuevo, estos pequeños túneles suelen volver a la galería principal.

—Bien —dijo ella, tratando de consolarse—, al menos, así no nos molestarán los monstruos por un tiempo.

—No son monstruos. —Jared suponía que, como las impresiones auditivas, las que captaban los zivvers no eran lo bastante finas para distinguir entre una tela holgada y la carne—. Son seres humanos.

Oyó su expresión sorprendida.

—¿Cómo es posible?

—Supongo que son Diferentes… más diferentes que todos los demás juntos. Superiores incluso a los zivvers.

Permitió que la joven tomase la delantera y se consagró con ansiedad a estudiar al enigma de los monstruos. ¿Y si fuesen diablos? En su mitología ocupaban un lugar muy destacado los Diablos Gemelos. Pero algunas de las leyendas menos importantes se referían no a dos sino a muchos demonios que moraban en la Radiación. Él recordaba los nombres de varios de ellos, todos los cuales se personificaban bajo una forma u otra. Entre estos espíritus malignos había el Carbono Catorce; los dos Uranios… el Doscientos Treinta y Cinco y el Doscientos Treinta y Ocho; el Plutonio del Nivel Doscientos Treinta y Nueve, y el enorme y nefasto diablo que habitaba en las Profundidades Termonucleares y que se llamaba Hidrógeno.

Los Demonios de la Radiación eran abundantísimos, según recordó entonces. Y todos ellos estaban dotados de la facultad de insidiosa infiltración, eran capaces de disfrazarse ingeniosamente y de producir una completa y prolongada contaminación. ¿No pedía ser posible que los diablos, surgiendo de la mitología, hubiesen decidido finalmente ejercer sus malignos poderes?

La joven aminoró el paso para avanzar con precaución por un terreno suelto y desigual. Y el ruido de las piedras que sus pies hacían rodar permitía que Jared oyese perfectamente el camino.

Recordó su reciente encuentro con el extraño ser en la galería. El sonido silencioso que arrojó sobre la pared fue algo extraordinario, considerándolo fríamente y vencido el horror inicial que le produjo. Al evocar aquellas sensaciones, recordó de qué manera tan clara le había parecido oír —¿o tal vez fue palpar o incluso zivvar?— los detalles de la pared. Había percibido perfectamente las menores hendiduras y salientes, hasta la más leve protuberancia.

Entonces se enderezó, al recordar algo que el Guardián del Camino había dicho no hacia mucho tiempo… algo concerniente a la Luz en el Paraíso, que lo bañaba todo y que aportaba al hombre el conocimiento total de todo cuanto le rodeaba. ¡Pero ciertamente, el material que los monstruos producían y arrojaban contra las paredes no podía ser el Fulgor Todopoderoso! ¡Ni aquel corredor podía haber sido el Paraíso!

No. Era imposible. Aquel mísero material arrojado casualmente en la galería por aquel ser de apariencia humana no podía ser la Luz Divina. De esto él se hallaba firmemente convencido.

Mientras continuaban su marcha por el fragoso túnel, sus reflexiones se volvieron hacia otro motivo de preocupación. Por un momento pensó que casi podía señalar una escasez de algo en aquella rarísima galería. Pero era un concepto demasiado vago para que mereciese la pena elaborar teorías sobre él. Fue su propio deseo quien se lo hizo imaginar, decidió, su deseo que le hacía creer que podía descubrir casualmente el contrario de la Luz, o sea las Tinieblas, en aquel remoto corredor desierto.

Della se detuvo ante una abertura de la pared y atrajo a Jared a su lado.

—¡Zivva este mundo! —exclamó jubilosa.

El viento que se precipitaba al interior del agujero besaba con su fría corriente su espalda, mientras él escuchaba la deleitosa música de un cristalino arroyo, y empleaba los ecos del mismo para estudiar otras características de aquel mundo, de tamaño mediano.

—¡Qué lugar tan maravilloso! —prosiguió ella con excitación—. Puedo zivver cinco o seis manantiales calientes y al menos doscientas plantas de maná. ¡Y las orillas del río… rebosan de salamandras!

Mientras hablaba, el eco de sus palabras proporcionó a Jared una imagen audible del lugar donde se hallaban. Así pudo distinguir varias hendiduras naturales en la pared izquierda, una alta bóveda que aseguraba una buena ventilación y un terreno suave y liso a su alrededor.

Della lo tomó por el brazo y ambos penetraron en aquel mundo. El viento que venía del corredor hacía que la atmósfera fuese más fresca y vivificante que la del Nivel Inferior.

—¿Seria éste el mundo que mi madre quería alcanzar? —dijo la joven con expresión ausente.

—No hubiera podido hallar un Sitio mejor. Este mundo puede mantener a una familia numerosa y a todos sus descendientes durante varias generaciones.

Se sentaron en una empinada orilla que dominaba el río y Jared escuchó los susurros que producían las aletas de grandes peces, mientras Della preparaba el refrigerio.

Al poco tiempo sondeó su silencio, y pareció notar cierta incertidumbre en la joven.

—¿Aún hay algo que te preocupa, verdad? —le preguntó.

Ella hizo un gesto de asentimiento.

—Sigo sin entender tus relaciones con Leah. Ahora oigo que ella te visitó, efectivamente, en tus sueños. Sin embargo, tú mismo dijiste que ella no podía alcanzar la mente de un zivver.

Entonces él tuvo la certidumbre de que ella ya sabía que no podía zivver. Pues si sus intenciones eran traicioneras, lo último que hubiera hecho hubiera sido decirle que sospechaba de él.

—Como ya te dije, yo soy un poco diferente de los otros zivvers —repuso—. Ahora mismo zivvo media docena de peces en el río. ¿A que tú no puedes zivver ni uno?

Ella se tendió en el suelo y apoyó la cabeza en sus brazos cruzados.

Ojalá no seas demasiado diferente. Yo no querría sentirme… inferior a ti.

Sus palabras dieron en el blanco, sin proponérselo. Y él comprendió que lo que a él mismo le había causado mayor resentimiento, había sido la idea de sentirse inferior a ella.

—Si no buscásemos el Mundo Zivver —comentó ella, bostezando—, éste sería un sitio muy bueno para establecerse, ¿no crees?

—Tal vez lo mejor que podríamos hacer sería quedarnos aquí.

Jared se extendió junto a ella y, gracias a los débiles ecos de su respiración, pudo oír el atractivo conjunto que formaba la cara de la joven, el firme y suave contorno de sus hombros, caderas y cintura… todo ello velado en la susurrante suavidad de un sonido casi inaudible.

—Podría ser… una buena idea —dijo ella, somnolienta— si decidiésemos…

Jared esperó a que continuase. Pero sólo le llegaron los suaves murmullos del sueño.

Volviéndose, apoyó la cabeza en un banco y desechó el estúpido y melancólico pensamiento que habla empezado a debilitar su firme propósito. Tuvo que conceder, sin embargo, que hubiera resultado muy agradable quedarse allí, en aquel mundo remoto, en compañía de Della, apartando para siempre de su pensamiento a zivvers, monstruos humanos, soubats, niveles Superior e Inferior, supervivientes y todas las cadenas impuestas por las ceremonias y las restricciones de la ley comunal. E incluso su desesperanzada búsqueda de la Luz y las Tinieblas.

Pero semejante vida no se había hecho para él. Della era zivver… una Diferente, superior a él. Y Jared se vería obligado a escucharla siempre y a oír sus facultades superiores. Aquello no era posible. Una vez, durante una incursión, Oyó que un zivver decía a otro: «En el país de los sordos, un hombre con un oído es el rey. Lo mismo nos ocurre a nosotros aquí».

Efectivamente, él seria siempre como un inválido, al que Della conduciría de la mano. Y en su mundo incomprensible de corrientes de aire que murmuraban y de conocimiento psíquico de cosas que él nunca podría oír, se sentía perdido y fracasado.

Incluso desde las profundidades del sueño se dio cuenta de que había estado mucho tiempo tendido junto a la joven, tal vez el equivalente a un período de descanso; quizás más. Y, desde luego, debía de estar a punto de despertarse cuando oyó los gritos.

Si hubiesen sido de Della, le hubieran arrancado de su sueño. El hecho de que continuase oyéndolos sin despertarse, era buena prueba de su carácter psíquico.

Parecían proceder de las profundidades de su espíritu y brotaban en vértice de terror que se proyectaba al exterior.

Entonces reconoció a Leah en la persona que lanzaba aquellos gritos desesperados y silenciosos. Trató de destilar un significado concreto de aquel fárrago de enloquecidas impresiones. Pero la mujer se hallaba dominada hasta tal punto por el pánico, que no atinaba a expresar en palabras su terror.

Hurgando en las emociones de espanto y asombro infinitos, interceptó fugitivas impresiones… gritos y alaridos, rumor de pies que corrían y bramidos repentinos de sonidos silenciosos que danzaban de manera irrisoria sobre las paredes que habían formado una parte tan real y acogedora de sus fantasías infantiles… y de vez en cuando, un zip-hiss La imagen era inconfundible: ¡Los monstruos humanos habían acabado por encontrar el mundo de Leah!

—Despierta —gritó Della, zarandeándolo para despertarlo.

Agarró su lanza y se puso en pie de un salto. La primera de las tres o cuatro bestias que penetraron volando en aquel mundo ya casi estaba sobre ellos. Apenas tuvo tiempo de arrojar a Della al suelo y de plantar la lanza sólidamente, disponiéndose a repeler el primer ataque.

El soubat que iba en cabeza se abalanzó contra él lanzando un alarido y la punta de la lanza se clavó de pleno en su pecho. El arma se partió en dos y la bestia cayó al suelo con tremendo impacto.

La segunda y la tercera de aquellas furias iniciaron su ataque, hacia la pared opuesta por donde entraba el curso del agua.

Jared tiró a la joven al río y saltó tras ella en menos de un latido la corriente, mucho más rápida de lo que él había calculado, la arrastró velozmente… hacia la pared opuesta, por donde el curso del agua se precipitaba en un túnel subterráneo.

Comprendió que no podía alcanzarla a tiempo, pero de todos modos nadó hacia ella. La punta del ala de un soubat hendió las aguas frente a él y sus garras le rozaron la cabeza.

Al iniciar la siguiente brazada su mano tocó el cabello de Della, que flotaba en la superficie del agua, y lo asió firmemente. Pero era demasiado tarde, la corriente ya los había absorbido hacia su curso subterráneo, sepultándolos bajo montañas de agua.