Jared trató de rehuir aquellas absurdas impresiones, las imágenes contradictorias de orientación física. Estaba seguro de que seguía tumbado en el Corredor, cerca de la goteante estalactita. Pero también estaba seguro de que se encontraba en otro lugar.
El drip-drip del agua se convirtió en un cansado tap-tap-tap y de nuevo en un drip… drip. La roca dura y rugosa sobre la que descansaba su cuerpo febril se convertía entonces en las suaves fibras de maná, amontonadas sobre una repisa.
En la fase siguiente de aquel cambio alternativo de lugares, el distante tap… tap… tap captó toda su atención. Y sus ecos bien definidos daban la impresión de alguien sentado en un reborde, tamborileando la piedra con los dedos, con expresión ausente. ¡Por la Luz, qué viejo era aquel hombre! De no haber sido por el movimiento de su mano, se lo hubiera podido tomar fácilmente por un esqueleto. La cabeza que temblaba de una manera senil, parecía una calavera. Y la barba, rala y descuidada, se arras traba por el suelo, hasta hacerse delgada e inaudible.
Tap tap… tap… drip drip…
Jared estaba de nuevo en el corredor. Y del mismo modo como los sones se confundían, la luenga barba se metamorfoseó en la húmeda estalactita.
Tranquilízate, Jared. Ahora todo va bien.
Él casi se arrancó a su sueño.
—¡La Buena Superviviente!
—Será mejor que me llames Leah; es más sencillo.
Él trató de recordar aquel nombre y luego pensó:
—Otra vez estoy soñando.
—Por el momento…, sí.
Intervino otra voz ansiosa y silenciosa:
—¿Cómo está, Leah?
—Está despertando —dijo ella.
—Ya lo oigo. ¿Jared?
Jared, empero, había vuelto al corredor…, pero sólo por un momento. No tardó en hallarse de nuevo tendido sobre el jergón de fibras de maná, en un reducido mundo, con la vaga silueta de una mujer inclinada sobre él y un hombre viejísimo sentado junto a la pared del fondo golpeando la roca con sus dedos.
—Jared —dijo la mujer—, la otra voz que has oído es de Ethan.
—¿Ethan?
—Tú le conocías como el Pequeño Oyente antes de que le cambiásemos el nombre, Ha salido de caza, pero ya vuelve.
Jared se hallaba sumido en un mar de confusiones.
Más para calmarlo que por cualquier otra razón —estaba seguro de ello—, la mujer le dijo:
—Me parece imposible que hayas encontrado el camino hasta aquí, después de tantas gestaciones.
Empezó a decir algo, pero ella le interrumpió:
—No me expliques nada. La he oído todo en tu mente… qué estabas haciendo en las galerías, cómo os picaron las arañas…
—¡Della! —gritó él, recordándolo todo.
—No le ocurrirá nada. Os encontré a tiempo.
De pronto se dio cuenta de que estaba despierto y que las últimas palabras de la Buena Superviviente habían sido habladas.
—No la Buena Superviviente, Jared… Leah.
Y se quedó pasmado por su audible impresión de la mujer. Con las manos le palpó la cara, los hombros, los brazos… ¡Aquella mujer no era vieja!
«¿Qué esperaba encontrar?… ¿Alguien como el Hombre Eterno?». —Leah envió sus pensamientos hacía él—. «Después de todo, yo era en realidad una niña cuando me comunicaba contigo».
Él la escuchó con más atención. ¿No le había dicho una vez que sólo podía alcanzar su mente mientras dormía?
—Sólo mientras duermes, en el caso de que estés muy lejos —le aclaró ella—. Cuando estás tan cerca, no hace falta que estés dormido.
Jared estudió sus impresiones auditivas. Quizás era un poco más alta que Della.
Pero sus proporciones, a pesar de que llevaba nueve o diez gestaciones a la joven, salían muy airosas de la comparación. Tenía los ojos cerrados y llevaba el cabello peinado hacia atrás por ambos lados.
Fijando su oído en lo que le rodeaba, escuchó un mundo pequeño y tétrico con algunas fuentes termales esparcidas, cada una de ellas rodeada por su grupo acostumbrado de plantas de maná; un curso de agua salía de una pared para desaparecer por la opuesta; cerca de él se encontraba otro lecho, en el que yacía Della, dormida. Obtuvo todas estas impresiones merced a los ecos que le proporcionaban los dedos del… ¿sería el Hombre Eterno?
—Sí, lo es —confirmó Leah.
Se levantó, sintiéndose menos débil de lo que esperaba, y empezó a cruzar aquel mundo.
Leah le advirtió:
—Mientras golpea con el dedo no le molestamos.
Jared regresó junto a la mujer, sin querer admitir aún que estuviese allí de verdad, en aquel absurdo mundo de sus sueños.
—¿Cómo supiste que yo estaba en el corredor?
—Te oí venir.
Y él comprendió que oír, en este caso, no significaba oír sonido.
Puso una mano con solicitud en su hombro.
—Y por tus pensamientos, he oído que Della es zivver.
—Sí, ya lo sé.
—Y esto me asusta.
—No comprendo. Ella cree que yo también lo soy.
—Qué te propones hacer.
—Yo…
—Oh, ya sé lo que piensas. Pero sigo sin entenderlo. Al parecer, quieres llegar al Mundo Zivver para proseguir allí tu búsqueda de las Tinieblas.
—Y también de la Luz. Y sólo puedo hacerlo por medio de Della.
—Ya lo oigo. ¿Pero, ya sabes cuáles son tus planes? Esta joven no me inspira confianza, Jared.
—Esto sucede porque no puedes escuchar lo que piensa.
—Quizá tengas razón. Quizá estoy tan acostumbrada a escuchar sentimientos e intenciones, que me siento perdida cuando tengo que depender únicamente de las impresiones exteriores.
—No dirás a Della que yo no soy como ella, ¿eh?
—No se lo diré, si tú lo quieres así. Dejaremos que siga creyendo que tú eres el único zivver cuya mente yo puedo leer. Pero confío en que ya sabrás bien lo que te haces.
El Pequeño Oyente penetró en el mundo armando un gran estrépito y fue curioso observar que sus jubilosos gritos no consiguieron despertar a Della ni llamaron la atención del Hombre Eterno, que siguió tamborileando tranquilamente con los dedos.
—¡Jared! ¿Dónde estás?
—¡Aquí!
Jared fue dominado súbitamente por la excitación que le producía reanudar una amistad que ni siquiera sabía que fuese real.
—No puede oírte…, ¿no te acuerdas? —le recordó Leah.
—¡Pero si corre en derechura hacia nosotros!
«¿Serían grillos?, lo que emanaba del Pequeño Oyente». —Entonces frunció el ceño al notar el olor de…
—De Ethan —le corrigió Leah—. Y efectivamente, son grillos. Siempre lleva una bolsa llena de estos insectos. Los ruidos que emiten, inaudibles para nosotros, le dan unos ecos tan buenos como los que a ti te dan los guijarros.
Llegando junto a él, Ethan lo abrazó tan fuertemente que parecía que quisiera romperle todos los huesos. Luego bailó con él, levantándolo con tanta facilidad como si fuese un haz de cañas de maná.
La alegría que el encuentro produjo a Jared se atenuó algo, al darse cuenta de las tremendas proporciones de Ethan. Casi fue conveniente que expulsasen al Pequeño Oyente del Nivel Superior a causa de sus fantásticas dotes auditivas, pues de lo contrario, sin duda hubieran terminado por expulsarlo más tarde, a causa de sus proporciones sobrehumanas.
—¡Viejo hijo de un soubat! —dijo Ethan con un tremendo vozarrón—. ¡Ya sabía que vendrías!
—Por la Luz, no sabes cuánto me alegro de…
Jared se interrumpió a mitad de la frase al notar unos dedos toscos y temblorosos que se posaban suavemente en sus labios.
Déjale —le susurró Leah—. Es su única manera de saber lo que dices.
Pasaron casi todo un período evocando sus visitas de la infancia. Y Jared tuvo que hablarle de los mundos del hombre, de lo que era vivir con tantas otras personas, en qué consistían las últimas artimañas de los zivvers, y si habían surgido otros Diferentes últimamente.
Interrumpieron su reunión una vez para sacar comida de una fuente termal y llevar una porción al Hombre Eterno. Pero éste, que aún no se sentía dispuesto a hablar, hizo caso omiso de su presencia.
Más tarde, Jared dijo respondiendo a una pregunta de Leah:
—¿Por qué quiero ir al Mundo Zivver? Porque tengo el presentimiento de que es el lugar adecuado para descubrir las Tinieblas y la Luz.
Ethan movió negativamente la cabeza.
—Deja de pensar en eso. Ya que estás aquí, aquí debes quedarte.
—No. Tengo que hacerlo.
—¡Por los grandes soubats voladores! —exclamó Ethan—. ¡Antes nunca habías pensado en estas cosa!
En este momento Jared, con el rabillo del oído, captó la impresión de Della agitándose en su lecho.
Corrió hacia ella y se arrodilló a su lado. Le acarició la cara y la notó fría y seca, lo cual significaba que ya no tenía fiebre.
—¿Dónde estamos? —preguntó la joven con voz débil.
Él se dispuso a decírselo, pero antes de poder hacerlo oyó que se había sumido en un sueño normal y profundo.
Durante el período siguiente, Della compensó Sobradamente la inactividad en que había permanecido durante el anterior. El hecho de que permaneciese silenciosa y pensativa mientras Jared le explicaba dónde se hallaban y mientras le presentaba a Leah y a Ethan, parecía preludiar algo.
Cuando más tarde se encontraron los dos solos, de rodillas junto a un manantial cálido y aplicándose nuevos emplastos a las picaduras de las arañas, él supo el motivo de su reticencia.
—¿Cuándo fue la última vez que estuviste aquí? —le preguntó ella.
—Oh, hace tantas gestaciones que yo…
—¡Salsa de maná! —exclamó ella, volviéndose; el ruido de los dedos del Hombre Eterno rebotó en su espalda, fría y envarada—. Debo reconocer que tu Buena Superviviente me ha resultado una verdadera sorpresa.
—En efecto, ella…
Y entonces comprendió lo que quería dar a entender.
—¡La Buena Superviviente… claro que debió de ser buena… sobre todo contigo!
—No irás a creer que…
—¿Por qué me trajiste contigo? ¿Porque tal vez te imaginabas que ese gigantón amigo tuyo necesitaba una compañera para la Unificación?
Más al poco tiempo depuso su enojo.
—Pero, dime, Jared… ¿te has olvidado ya del Mundo Zivver?
—Claro que no.
—Entonces, ¿por qué no continuamos?
—¿Pero no comprendes que no puedo irme ahora? Leah nos salvó la vida. ¡Son amigos nuestros!
—¡Amigos! —Della carraspeó, y el sonido pareció un latigazo—. ¡Valientes amigos!
Irguiendo la cabeza con insolencia, se alejó de su vera.
Jared la siguió, pero se detuvo de pronto, al notar que un repentino silencio caía sobre el pequeño mundo. ¡El Hombre Eterno había dejado de golpear con el dedo! Esto significaba que se hallaba dispuesto a recibir visitas.
Con una extraña vacilación, Jared cruzó cautelosamente el reducido espacio.
Leah y Ethan eran admisibles, hasta cierto punto. Pero el Hombre Eterno se alzaba ante él como un fantasma surgido de un pasado fabuloso… como un ser que nunca podría comprender plenamente.
Orientándose por el jadeo asmático procedente del viejo, se aproximó a su repisa.
—Es Jared. —La informulada presentación de Leah rizó el silencio psíquico.
—Finalmente ha venido a nosotros.
¿Jared?
La respuesta del anciano, transportada precariamente en la cresta de los pensamientos de Leah, estaba cargada con toda la perplejidad del olvido.
—Tienes que recordarlo.
El Hombre Eterno golpeó inquisitivamente con el dedo. Y Jared interceptó la impresión de un dedo huesudo que se introducía casi enteramente en una depresión de la roca, antes de producir cada golpe. ¡Durante incontables generaciones aquel ser había golpeado la roca con el dedo, hasta erosionarla en grado tan extraordinario!
—No te conozco.
La voz, que no pasaba de ser un penoso susurro era áspera como una lasca de roca.
—Leah solía… traerme aquí hace tiempo.
—¡Ah, eres el amiguito de Ethan!
Una mano que era todo huesos avanzó temblando audiblemente para apoderarse de la muñeca de Jared en una presa tan tenue como el aire. El Hombre Eterno trató de sonreír, pero la sonrisa se perdió entre una enmarañada barba, varias protuberancias esqueléticas y una boca deforme y desdentada.
—¿Eres muy viejo? —le preguntó Jared.
Incluso mientras hacía la pregunta, comprendió que no tenía respuesta. Viviendo solo, antes de la llegada de Leah y Ethan, aquel hombre no pudo medir el paso del tiempo por medio de la duración de otras vidas humanas o de las gestaciones.
—Demasiado, hijo mío. Y he estado tan solo…
Aquella voz ahogada surgía como un murmullo de desesperación sobre el tétrico silencio del mundo.
—¿Incluso con la compañía de Leah y Ethan?
—Ellos no saben lo que es haber oído desaparecer a los seres queridos hace incontables generaciones, haber sido desterrado de las bellezas del Mundo Original, haber… —Jared dio un respingo.
—¿Tú viviste en el Mundo Original?
—… haber sido expulsado después de oír a nuestros nietos y a los nietos de nuestros nietos convertidos en Supervivientes.
—¿Tú viviste en el Mundo Original? —le preguntó Jared.
—Pero no puedo censurarles por haberse querido librar de un Diferente que no quería envejecer. ¿Cómo? ¿Qué si viví en el Mundo Original? Sí. Hasta unas cuantas generaciones después que perdimos la Luz.
—¿Quieres decir que estuviste allí cuando la Luz aún estaba con el hombre?
Como si exhumase recuerdos enterrados hacía un tiempo inmemorial, el Hombre Eterno replicó finalmente:
—Sí. Yo… ¿cómo solíamos decir? Yo vi la Luz.
—¿Tú vi la Luz?
El anciano rió… fue una risa cascada y ronca, pronto interrumpida por un jadeo y una tos.
—Debes decir viste —balbuceó—. Pretérito perfecto del verbo ver. Yo vi, tú viste, él vio. Vi, vio. En el Mundo Original veíamos…, primera persona del plural. Nosotros veíamos.
¡Ver! Allí estaba de nuevo aquel verbo… misterioso enigmático, y tan oscuro como las leyendas de las que había brotado.
—¿Oías la Luz? —preguntó Jared muy lentamente.
—¡No la oía, La veía! Pretérito imperfecto. ¡Oh, qué dichosos éramos! Las niños correteaban alegremente con caras risueñas y con los ojos brillantes y…
—¿La tocabas? —dijo Jared, casi gritando—. ¿La tocabas? ¿La oías?
—¿A quién?
—¡A la Luz!
—No, no, hijo mío. La veía. —¡El anciano había utilizado el pronombre neutro para referirse a la Luz! Así, no la consideraba como una persona.
—¿Cómo era? ¡Háblame de ella!
El anciano guardó silencio, cabizbajo. Por último dejó escapar un largo y tembloroso suspiro.
—¡Dios mío! ¡No lo sé! ¡Hace tanto tiempo, que ni siquiera puedo acordarme de cómo era la Luz!
Jared zarandeó sus endebles hombros.
—¡Inténtalo! ¡Inténtalo!
—¡No puedo! —sollozó el anciano.
Tap tap… tap…
—¿Tenía algo que ver con… los ojos?
Había vuelto a golpear con el dedo, enterrando sus amargos recuerdos y los pensamientos que le obsesionaban bajo una pétrea montaña formada por la costumbre y la indiferencia.
No se podía ni pensar en partir entonces del mundo de la Buena Superviviente… la senil memoria del Hombre Eterno ofrecía ricos veneros de recuerdos, que podrían abrir nuevas rutas en la búsqueda de la Luz que había emprendido Jared. Sin embargo, no podía decir a Della por qué tenía que prolongar su estancia allí. Por lo tanto, se limitó a decir que aún no estaba suficientemente repuesto.
Aparentemente satisfecha con esta explicación de su aplazamiento de la búsqueda del Mundo Zivver, Della se dispuso a esperar su completa curación, aunque algo a regañadientes.
La inmediata antipatía que experimentó por Leah fue sin duda un sentimiento impulsivo y pasajero, pues las relaciones entre ambas mujeres no tardaron en mejorar. En un momento determinado, Della llegó incluso a decir a Jared que tal vez se había equivocado en su primera impresión de Leah y Ethan. Terminó confesando que no eran lo que al principio se había figurado. Y Ethan, a pesar de su defecto, no era el individuo tosco y zafio que ella se había imaginado… en absoluto.
Con el mayor tacto, Leah evitaba los contactos mentales con Jared y Ethan mientras éstos se hallaban en presencia de la joven. Lo hacía para que Della se olvidase de las facultades que poseía o les concediese poca importancia.
Leah también tuvo que hacer algunas concesiones. Aunque trataba a Della amablemente, Jared se dio cuenta del recelo que le producía no poder escuchar la mente de la muchacha zivver.
Jared observaba con interés todas estas cosas, en espera de que el Hombre Eterno abandonase su soledad y buscase de nuevo compañía. ¡Por la Luz! ¡Qué cosa podría aprender de labios de aquel viejo de edad inmemorial!
Durante el quinto período después de su llegada, Della chapoteaba en el río con Ethan y Jared aguzaba las puntas de sus lanzas en una roca, cuando los pensamientos de Leah llegaron a él:
—Por favor, Jared, no pienses más en el Mundo Zívver.
—Ya sabes que mi decisión está formada.
—Pues tendrás que cambiarla. Las galerías están llenas de monstruos.
—¿Cómo lo sabes? Tú me dijiste que te asustaba escuchar sus mentes.
—Pero he escuchado otras mentes… en ambos ni veles.
—¿Y qué oíste?
—Terror, pánico y extrañas impresiones que no comprendo. Hay monstruos por todas partes. Y la gente corre, se oculta y regresa sigilosamente a sus moradas, para huir de nuevo. —¿Hay monstruos cerca de este mundo?
—No lo creo…, de momento, aún no.
Esto planteaba otra complicación, pensó Jared. Su partida hacia el Mundo Zivver tal vez no dependiese de su capricho, sino que posiblemente tendría que partir lo antes posible.
—No, Jared. ¡No te vayas… te lo suplico!
Y él percibió algo más que una abnegada preocupación por su bienestar. En el fondo de los pensamientos de Leah la sensación de soledad se agazapaba, desesperante, junto con el terror de que su mundo sencillo y olvidado se hundiese de nuevo en la espantosa soledad que había existido allí, antes de que él y Della llegasen.
Pero él ya había formado su propósito y únicamente lamentaba no tener ocasión de hablar por segunda vez con el Hombre Eterno.
Y precisamente entonces el anciano dejó de golpear en la roca.
Jared cruzó el mundo corriendo.
Cuando pasó junto al río, Della dejó de chapotear para preguntarle:
—¿Adónde vas así corriendo?
—A oír al Hombre Eterno. Después ya podremos irnos.
Apoyándose en la repisa, Jared preguntó con ansiedad:
—¿Podemos hablar, ahora?
—Vete —rezongó el Hombre Eterno—. Tú sólo me haces recordar. Y no quiero recordar.
—¡Por la Radiación! ¡Yo busco la Luz! ¡Y tú puedes ayudarme a encontrarla!
Únicamente se percibían los jadeos de la respiración sibilante del anciano.
—¡Trata de recordar qué era la Luz! —le suplicó Jared—. ¿Tenía algo que ver con… los ojos?
—Yo… no lo sé. Creo recordar que tenía algo que ver con el resplandor y… no recuerdo qué más.
—¿El resplandor? ¿Qué es eso?
—Algo como… un ruido fuerte, un sabor acre, tal vez un golpe…
Jared oyó la incertidumbre que mostraban las facciones del Hombre Eterno. Allí estaba un ser capaz de describirle lo que él buscaba. Pero las palabras del hombre eran enigmáticas y tan confusas como las propias leyendas del remoto pasado.
Dominado por su sentimiento de frustración, empezó a pasear nerviosamente frente al anciano. Allí ante él estaba quizá, la respuesta a todos sus interrogantes… aquel anciano sabía cómo la Luz podía beneficiar al hombre, cómo podía tocar todas las cosas a la vez para suscitar impresiones instantáneas de los objetos, de un refinamiento inconcebible. ¡Si pudiese atravesar aquel espeso velo del olvido!
Trató de atacar por otro lado:
—¿Y que me dices de las Tinieblas? ¿Qué sabes sobre ellas?
—¿Las tinieblas? —repitió el Hombre Eterno, presa de un súbito temor y vacilación—. ¡Yo…, Dios mío!
—¿Qué ocurre?
El anciano temblaba violentamente. Su rostro arrugado era una grotesca máscara de terror.
Jared nunca había oído un espanto semejante. El corazón del anciano latía tumultuosamente y su pulso parecía las convulsiones de un soubat herido.
Cada uno de sus roncos jadeos parecía que iba a convertirse en su último estertor. Trató de levantarse, pero cayó de nuevo en la repisa, ocultando el rostro entre las manos. ¡Oh, Dios mío! ¡Las Tinieblas! ¡Las espantosas Tinieblas! Ahora lo recuerdo. ¡Nos rodean totalmente!
Confundido, Jared retrocedió.
Pero el recluso lo sujetó por la muñeca y, con la fuerza de la desesperación, lo atrajo hacia sí. Entonces sus gritos de angustia resonaron en el mundo, y su eco se perdió por las galerías: ¿No las notas, oprimiéndote? ¡Las horribles, las negras, las malditas Tinieblas! ¡Oh, Dios mío, yo no quería recordar estas cosas! ¡Pero tú me obligaste!
Jared escuchaba alerta y temeroso a su alrededor. ¿Sentía las Tinieblas el Hombre Eterno… entonces? ¿O se limitaba a recordarlas? Pero no, había dicho que los rodeaban totalmente…
Inquieto Jared se retiró y dejó al anciano sumido en el terror y sollozando:
—¿No las percibes? ¿No las ves? ¡Dios mío, Dios mío, sácame de aquí!
Pero Jared únicamente percibió el frío contacto del aíre. Con todo, tenía miedo.
Era como si parte del extraño temor del Hombre Eterno se le hubiese contagiado. ¿Eran las Tinieblas algo que se sentía o quizá que se vía… mejor dicho, se veía? Pero si las Tinieblas podían verse, eso significaba que podía hacerse lo mismo con las Tinieblas que lo que el Guardián creía que podía hacerse con la Luz Todopoderosa. Pero… ¿qué era?
Por un momento Jared temió desesperadamente una amenaza indefinible que no podía oír, tocar ni oler. Era una extraña y espeluznante sensación… una asfixia, un silencio que no era la ausencia de sonidos sino algo distinto y semejante a él al propio tiempo.
Cuando se reunió con Della, ésta se encontraba con Leah y Ethan. Nadie pronunció palabra. Dijérase que una parte de aquel terror incomprensible e había transmitido a todos ellos.
Della ya había metido algunos víveres en su zurrón y Leah, resignada a lo inevitable, le había preparado las lanzas.
Aquel silencio inquietante y grave continuó cuando todos se dirigieron a la salida.
No se cambiaron palabras de adiós.
Después de recorrer unos pasos por la galería, Jared se volvió para prometer:
—Volveré.
Golpeando las paredes con sus lanzas, como por casualidad, fondeó su camino y siguió avanzando.
El sombrío mundo de la Buena Superviviente, del Pequeño Oyente y del extraordinario Hombre Eterno se fue hundiendo de nuevo en las profundidades inmateriales de la memoria. Y Jared experimentó una sensación de pérdida irreparable al pensar que los recuerdos estaban formados por el mismo material que los sueños y que la única prueba que a partir de entonces tendría de la existencia de Leah y su mundo, consistiría en los ecos de sus recuerdos.