Medio periodo después, cuando ya habían dejado atrás largos trechos de galerías desconocidas, Jared se detuvo para escuchar atentamente. ¡Allí estaba de nuevo! Un distante aleteo… demasiado débil, sin embargo, para que lo percibiese el oído de Della.
—¿Qué es Jared? —preguntó la joven arrimándose a él.
Con tono indiferente él respondió:
—Había creído oír algo.
A decir verdad, sospechaba desde hacia algún tiempo que un soubat los perseguía.
—Tal vez sea un zivver. —Apuntó ella esperanzada.
—Esto es lo que yo también creí al principio. Pero me equivocaba. No es nada.
No valía la pena alarmarla… de momento.
Mientras pudiese mantener la conversación, no tenía que preocuparse por la existencia de posibles pozos, pues las voces le proporcionaban una fuente seguida de ecos. Los temas de conversación no eran inagotables y de vez en cuando ambos se callaban. Entonces no tenía más remedio que recurrir a diversas artimañas para evitar que la joven descubriese que no era un zivver. Una tos oportuna, un súbito y desmañado repiqueteo de las lanzas, como si éstas hubiesen entrechocado por casualidad, un puntapié innecesario que enviaba rodando a una piedra por el suelo… todas estas tretas daban el resultado apetecido.
Dejó que una lanza golpease la roca y fue recompensado por el eco de una curva en el corredor. Mientras la doblaban, Della le advirtió:
—¡Cuidado con esa piedra colgante!
Sus alarmadas palabras le proporcionaron la impresión de la estalactita en toda su audible suavidad. Pero demasiado tarde. ¡Clop!
A consecuencia del tremendo coscorrón, la estalactita se partió en dos.
—¿Pero que no zivves, Jared? —le preguntó ella, sorprendida.
Él fingió un gruñido de dolor para no tener que responder… aunque el instantáneo chichón que se formó en su frente era justificación harto sobrada de cualquier expresión de dolor.
—¿Te has hecho daño?
—No —respondió, prosiguiendo el avance con vivacidad.
—¿Pero es que no puedes zivver?
Se puso sobre aviso. ¿Habría adivinado la verdad? ¿Estaría a punto de perder el único medio de que disponía para penetrar en el Mundo Zivver?
A pesar de que estaba convencida de que él no zivvaba, ella se limitó a reírse.
—Te enfrentas con las mismas dificultades con que yo me enfrenté, hasta que dije: ¡«A la Radiación con la que piense la gente»! ¡Voy a zivver todo lo que me dé la gana!
Aprovechando los ecos que producía sus sílabas claramente pronunciadas, él fijó bien en su mente los detalles de la zona próxima.
—Tienes razón. No zivvaba.
—Ya no tenemos por qué ocultar nuestra habilidad, Jared —dijo ella, tomándolo del brazo—. Todo esto pertenece ya al pasado. Ahora ya podemos ser nosotros. ¿No te parece maravilloso?
—Desde luego —dijo él, frotándose el chichón—. Es maravilloso.
—Esa joven que te esperaba en el Nivel Inferior…
—¿Zelda?
—Que nombre tan raro… y además, es una cara vellosa. ¿Era… amiga tuya?
Por último la conversación, tan útil para producir ecos se había reanudado. Y así él podía oír fácilmente todos los obstáculos.
—Sí, creo que la puedes llamar amiga.
Como quien no da importancia a la cosa, él la obligó a rodear un pozo poco profundo, casi esperando que ella lo felicitaría, diciéndole: «¡Ahora sí que zivves!».
Pero el cumplido no llegó.
—Sí, una buena amiga.
—Ya me lo pareció… por la manera como te esperaba.
Volviendo la cabeza a un lado, él sonrió. Al parecer, las zivvers no estaban desprovistos de una sensibilidad humana normal. Y le produjo cierta satisfacción el ligero tono de enojo que mostraba sus palabras cuando ella le preguntó:
—¿Y… la echarás mucho de menos?
Ocultando su satisfacción, dijo con vez indiferente:
—Creo que conseguiré soportar su ausencia.
Fingió una nueva tos, que le sirvió para descubrir una vaga sensación de hueco en la honda de rebote. Por fortuna hizo rodar una piedra suelta con el pie, al paso siguiente. El ruido que ésta produjo reveló la existencia de una grieta que se extendía transversalmente de una parte a otra de la galería.
Della le advirtió:
—¿No zivves esto?
—¡Lo zivvo! —respondió Jared, ayudándola a contornear el obstáculo.
Al poco tiempo ella dijo con tono indiferente y distante:
—¿Tú tenías muchos amigos, verdad?
—No tenía tiempo de sentirme solo.
Lamentó inmediatamente haber hecho aquella afirmación, pues lo más lógico hubiera sido que un zivver que se hallase en su situación se sintiese solo e insatisfecho de su suerte.
—¿Ni siquiera sabiendo que eras… diferente de los demás?
—Lo que yo quería decir —se apresuró a explicar— era que casi todos eran tan amables que casi me hacían olvidar que yo no era como ellos.
—También conocías a aquella pobre niña zivver —añadió ella, pensativa.
—Estel… Sólo la había oído… zivvado una vez.
Entonces le refirió su encuentro con la niña fugitiva en la galería.
Cuando terminó su relató, ella le preguntó:
—¿Y dejaste que Mogan y los otros se fuesen sin decirles que tú eras un zivver, también?
—Yo… veras… es que…
Tragó saliva, sin saber qué decir. Comprendiendo por fin, dijo ella:
—Olvidaba que estabas con tu amigo Owen, y él se hubiera enterado de tu secreto.
—Exactamente.
—Por otra parte, no podías irte del Nivel Inferior sabiendo cuán necesaria era tu presencia allí.
Él la escuchaba con suspicacia. ¿Por qué se había apresurado de tal modo a proporcionar la respuesta que él estaba buscando? Era como si lo hubiese colocado caprichosamente en un aprieto, para luego sacarlo de él con destreza. ¿Y si supiese que no era un zivver? Tenía la impresión de que todo su plan de examinar las posibles relaciones existentes entre los zivvers, la Tinieblas, los ojos y la Luz se hundiesen en un oscuro vacío.
De nuevo fue arrancado a sus pensamientos por el amenazador susurro de unas grandes alas… aún demasiado lejanas para que Della las oyese. Sin aminorar el paso, concentró su atención en el siniestro aleteo. ¡A la sazón eran dos las bestias que les perseguían!
Lo más lógico, se dijo al instante, sería atrincherarse para hacer frente al ataque de los soubats… antes de que estos atrajesen a otros de sus congéneres. Pero siguió avanzando, con la esperanza de que el pasadizo se estrechase lo suficiente para permitir el paso de ambos, pero no de los soubats.
Aminoró la marcha y esperó que Della dijese algo, para disponer de nuevos ecos.
—¡Clop!
El golpe que dio su hombro contra una estalactita no fue esta vez tan tremendo.
Solamente le hizo dar media vuelta.
Irritado, sacó un par de guijarros de su bolsa y los golpeó furiosamente. ¡A la Radiación con lo que ella pensase! ¡Si tenía que terminar creyendo que él no era un zivver, pues que lo supiese!
Della se limitó a lanzar una cristalina carcajada.
—Anda, utiliza tus piedras, si así te has de sentir más seguro. Antes de empezar a zivver bien, a mí me ocurrió lo mismo.
—¿De veras? —dijo él, avanzando a buen paso, pues ya podía oír perfectamente lo que tenía delante.
—Pronto te acostumbrarás. Lo que molesta más son las corrientes de aire. Son hermosas, pero cansan. ¿Las corrientes? ¿Significa aquello que existía algún medio por el cual ella podía percibir el aire que se movía lenta y perezosamente en el corredor? A veces él podía oírlo, cuando lo rasgaba el paso de una lanza o una flecha.
Esta vez fue Della quien tropezó. Cayó contra él, haciéndole perder el equilibrio.
De este modo ambos tuvieron que apoyarse en la pared para no caer.
Della se aferró a él y Jared notó el húmedo calor de su aliento sobre su pecho, el íntimo y suave contacto de su cuerpo contra el suyo.
La sostuvo así por un momento, mientras ella susurraba:
—¡Oh, Jared… qué felices seremos! ¡Nunca ha habido dos personas que tuviesen tanto en común!
La mejilla que apoyaba en su hombro era suave y la trenza con que estaba recogida su cabellera descansaba sobre su brazo.
Dejando caer las lanzas, él le acarició la cara, notando sus facciones suaves y regulares, firmes y finas desde la frente al mentón. Su cintura, a la que se adaptaba su otra mano, era de una curva suave y elástica, cayendo hacia unas bien torneadas caderas.
Hasta aquel momento él no había comprendido plenamente que Della podía convertirse con toda facilidad en algo más que un medio para alcanzar un fin. Y estaba seguro de haberse equivocado al sospechar que la joven quería engañarle… tan seguro que empezó a pensar en echarlo todo al olvido y establecerse con ella para siempre en un mundo remoto e inferior.
Pero la fría lógica se introdujo en su ensueño y recuperó las lanzas con un brusco ademán, reemprendiendo la marcha por la galería. Della era un zivver y él no lo era. Ella encontraría la felicidad en el Mundo Zivver y él tendría que contentarse con su búsqueda de la Luz… si conseguía sobrevivir a su atrevida invasión del dominio zivver.
—¿Zivves ahora, Della? —le preguntó cautelosamente.
—Oh, yo zivvo siempre. Tú no tardarás en hacerlo.
Escuchó intensamente, con la remota esperanza de advertir algún cambio insignificante en las cosas que lo rodeaban. Pero nada oyó. Debía de ser como había sospechado: la disminución que buscaba era tan imperceptible, que tenía que hallarse en presencia de un gran número de zivvers para notarla. ¡Pero había un medio más directo de saberlo!
—Dime, Della… ¿Qué piensas de las Tinieblas? Captó su ceño fruncido cuando ella repitió la pregunta, añadiendo con cierta inseguridad:
—Las Tinieblas abundan en los mundos…
—Son el mal y el pecado, sin duda.
—Desde luego. ¿Qué otra cosa podrían ser?
Era indudable que ella no sabía nada de las Tinieblas. O aunque pudiese percibirlas, era incapaz de reconocerlas.
—¿Por qué te preocupan tanto las Tinieblas? —le preguntó.
—Estaba pensando —dijo él, respondiendo lo primero que se le ocurrió—, que zivver debe ser algo opuesto a las Tinieblas…, algo bueno.
—Claro que es bueno —le aseguró ella, siguiéndole alrededor de una depresión y por la orilla de un curso de agua que acababa de brotar del subsuelo—. ¿Cómo puede ser malo algo tan hermoso?
—¿Es… hermoso?
Se esforzó por eliminar la nota de interrogación en el último latido. Pero de todos modos las palabras sonaban más a interrogación que a afirmación.
La voz de la joven era animada y expresiva cuando le contestó:
—Esa roca de allá arriba, por ejemplo… zivva como se destaca frente al frío fondo de tierra…, qué cálida y suave es. Ahora ha desaparecido, pero sólo durante un latido… hasta que haya pasado esa ráfaga de aire caliente. ¡Ahí está de nuevo!
Jared se quedó boquiabierto. ¿Cómo era posible que la roca estuviese allí, para desaparecer al instante siguiente? ¿No había continuado reflejando los ecos de sus guijarros constantemente? ¡Pero si ni siquiera se había movido el grosor de un dado!
Según pudo oír, la galería era amplia y rectilínea, con pocos obstáculos. Por lo tanto, se guardó las piedras.
—Ahora ya zivves, ¿verdad, Jared? ¿Y qué zivves?
Tras una momentánea vacilación, él respondió:
—Allá en el arroyo… zivvo un pez. Es muy grande y se destaca sobre el fondo frío del agua.
—¿Cómo es posible? —preguntó ella, incrédula—. Yo no puedo zivverlo.
¡Pero el pez estaba allí, sin ningún género de dudas!, él oía el susurro de sus aletas mientras se estabilizaba.
—Pues está ahí, te lo aseguro.
—Pero un pez no es más frío ni más caliente que el agua que le rodea. Además, yo nunca he podido zivver rocas ni nada de lo que hay en el agua, ni siquiera cosas que yo misma he arrojado.
Tuvo que aportar a todo su aplomo para disimular la plancha que se había tirado.
—Pues yo puedo zivver los peces. Quizá zivvo diferente de ti.
Ella se oía claramente preocupada.
—Esta posibilidad no se me había ocurrido. ¡Oh, Jared! ¿Y si en realidad yo no fuese un zivver?
—Tú eres zivver, qué duda cabe.
Luego se hundió en un silencio preocupado. ¿Cómo podía pretender nadie engañar a un zivver?
El siniestro susurro de las alas correosas llegó claramente a sus oídos y se sorprendió de que un ruido tan inconfundible pudiese escapar a la atención de su compañera. Las horrendas bestias habían llegado a una porción espaciosa de la galería, por la que se habían lanzado a vuelo tendido.
Entonces se detuvo y aguzó el oído, tratando de distinguir los sones que le llegaban por detrás. Ya no eran dos los soubats que los perseguían. Era claramente audible que su número se había por lo menos duplicado.
—¿Qué ocurre, Jared? —preguntó Della, al notar su actitud alerta.
Uno de los grandes murciélagos dejó escapar su horrísono alarido.
—¡Soubats! —exclamó la joven.
—Sólo uno. —No había necesidad de alarmarla indebidamente ya que, con un poco de suerte, podrían huir de las bestias que los acosaban—. Pasa tú delante. Yo cubriré la retaguardia… por si esa bestia se decidiese a atacar.
Jared se sentía orgulloso por haber sabido aprovechar aquella situación para sacar una momentánea ventaja. Con la joven delante, ya no tenía que demostrarle de vez en cuando que podía zivver. Con la mano de Della en la suya, tenía que limitarse a dejarse conducir. Pero como los sonidos vocales le seguían siendo útiles para captar oscuras Impresiones, reanudó la conversación.
—Al llevarme así de la mano —le dijo en tono jocoso— me recuerdas a la Buena Superviviente.
—¿Quién es esa señora?
Siguiendo a Della por un reborde que corría paralelo a la corriente, él le habló de la mujer que, en sus sueños infantiles, solía llevárselo a visitar al niño que vivía con ella.
—¿Al Pequeño Oyente? —dijo ella, repitiendo el nombre que él había mencionado—. ¿Así se llamaba el niño?
—Así se llamaba en mis sueños. Únicamente Podía oír los ruidos imperceptibles que hacen los grillos.
—Si era imperceptible, ¿cómo podías saber que los grillos hacían ruido?
Della le hizo cruzar una pequeña grieta.
—Según recuerdo, la mujer solía decirme que esos ruidos existían, pero que sólo el niño podía oírlos. Pero ella también los oía cuando escuchaba en la mente del niño.
—¿Ella podía hacer eso?
—Sin el menor esfuerzo. —La sonrisa con que lo dijo demostraba que una pretensión tan absurda sólo le suscitaba risa—. Así es como ella entraba en contacto conmigo. Recuerdo que solía decirme que podía escuchar las mentes de casi todos… excepto de los zivvers.
Della se detuvo junto a una columna pétrea.
—Tú eres un zivver. Sin embargo, ella penetraba en tu mente. ¿Cómo te lo explicas?
¡Otra vez! ¡Había vuelto a irse de la lengua! Y en un momento en que se limitaba a hacer conversación, para oír su camino. Pero se repuso instantáneamente:
—Oh, es que yo era el único zivver en cuya mente podía penetrar. No te lo tomes demasiado en serio. Los sueños no tienen que ajustarse necesariamente a la lógica.
Ella lo condujo hacia un trozo más ancho del camino.
—Pues en parte tu sueño era lógico.
—¿Qué quieres decir?
—Que yo oí hablar de un niño que nunca escuchaba a quien le dirigía la palabra, pero que siempre que su madre lo encontraba escuchando a la pared, descubría invariablemente la presencia de un grillo en ella.
Aquella historia le parecía vagamente familiar.
—¿Pero ese niño prodigio existe de veras?
—Sí, existió… en el Nivel Superior… antes de que yo viniese al mundo.
—¿Y qué fue de él?
—Resolvieron que era Diferente y le abandonaron en las galerías, antes de que cumpliese cuatro gestaciones.
Él recordó entonces confusamente que sus padres ya le habían referido aquella historia, a cerca del Niño Diferente del Nivel Superior.
—¿En qué piensas, Jared?
Él guardó silencio largo rato. Luego se echó a reír.
—Pienso en como finalmente he llegado a comprender por qué soñaba en el Pequeño Oyente. ¿No lo oyes? Me habían hablado de él en mi niñez, pero el recuerdo permaneció en algún oscuro rincón de mi mundo.
—¿Y la… Buena Superviviente?
Otro velo se rasgó revelando los sonidos de recuerdos olvidados.
—Ahora recuerdo incluso haber oído la historia de una mujer Diferente que fue desterrada del Nivel Inferior mucho antes de que yo naciese… Era una joven que siempre parecía saber lo que los demás pensaban.
—Ahí tienes —dijo Della, tomando una curva de las galerías—. Ahora ya tienes explicados tus extraños sueños.
Concentró su atención en lo que tenían delante y escuchó un distante y enorme vacío que parecía envolver el rugido de una catarata. Se acercaban al final de la galería y él estaba seguro de que allí iban a encontrar a un enorme mundo… ¿El Mundo Zivver? Lo dudaba, porque hacía mucho tiempo que no notaba olor de los zivvers.
—Es horrible —dijo Della, pensativa— la manera como la gente se desembaraza de los que son Diferentes.
—El primer zivver también era un Diferente —dijo Jared, tomando la delantera y haciendo repiquetear sus piedras—. Pero cuando lo desterraron era ya un hombre hecho y derecho y consiguió volver subrepticiamente, para procurarse una compañera y consumar la Unificación con ella.
Salieron de la galería y Jared escuchó al río que discurría por terreno llano, en dirección a la lejana pared. Lanzó un grito y los ecos rebotaron desde tremendas alturas y distancias sobrecogedoras. Las palabras rebotaban de extrañas islas formadas por rocas amontonadas, que creaban curiosas disonancias.
—¡Qué es hermoso, Jared! —exclamó la joven, volviendo la cabeza en todas direcciones—. ¡Nunca había zivvado nada parecido!
—Debemos llegar al otro lado sin pérdida de tiempo —dijo Jared con calma—. Tiene que haber allí otra galería, por la que el río pueda continuar su curso.
—¿Y el soubat? —preguntó ella, notando la preocupación que embargaba la voz de Jared.
Sin responder, él la condujo con rapidez siguiendo un liso sendero creado en otros tiempos por la erosión de las aguas, cuando el río tenía un nivel más alto que el actual. Muchas respiraciones después penetraron por la boca de la galería que se abría en la pared opuesta… en el mismo instante en que los soubats surgían del túnel que ellos habían recorrido y se abalanzaban en su persecución, atronando los ámbitos con sus espantosos gritos.
—¡Tenemos que ocultarnos! —gritó Jared—. ¡Nos alcanzarán en un instante!
Cruzaron chapoteando un recodo del río, y los ecos le revelaron la presencia de una abertura en la pared izquierda, en la que apenas cabían los dos. Hizo pasar primero a Della y luego entró él. La joven se dejó caer exhausta al suelo y Jared se apostó junto a ella, escuchando a los furiosos soubats, que se reunían en la galería, frente a su refugio.
Della apoyó la cabeza en su hombro.
—¿Crees que encontraremos alguna vez el Mundo Zivver?
—¿Por qué tienes tantos deseos de llegar a él?
—Pues… por los mismos motivos que tú.
Ella no podía conocer sus verdaderos motivos…, ¿o acaso los conocía?
—Nosotros pertenecemos a ese mundo, ¿verdad?
—Más que eso, Jared. ¿Estás seguro de que tú no vas allí para… reunirte con algunas personas?
—¿Qué personas?
—Parientes tuyos —dijo ella.
Jared frunció el ceno.
—Yo no tengo parientes allí.
—En ese caso, tú debes ser un zivver original.
—¿Y tú, no?
—Oh, no. Yo soy… una hija espúrea, ¿sabes? —Y se apresuró a añadir—: Pero supongo que eso no cambiará para nada las cosas entre nosotros, ¿verdad?
—Claro que no. —Pero le pareció que sus palabras sonaban un poco hueras—. ¡Por la Radiación, no!
—Me alegro Jared —dijo ella rozándole el brazo con la mejilla—. Por supuesto, únicamente mí madre conocía mi origen.
—¿También era zivver tu madre?
—No. Sólo mi padre.
Jared escuchó lo que ocurría frente al refugio. Chasqueados, los furiosos soubats empezaban a retirarse al mundo del que acababan de venir.
—No lo entiendo —dijo a Della.
—Es muy sencillo. —La muchacha se encogió de hombros—. Cuando mi madre supo que yo iba a nacer, se unificó con un superviviente del Nivel Superior.
Después, todos pensaron que yo había nacido prematuramente.
—¿Quieres decir —preguntó él con tacto— que tu madre y un… un zivver…?
—Oh, no fue así. Ellos querían unificarse. Se encontraron por casualidad en una galería… y después se reunieron allí muchas veces. Finalmente decidieron escaparse juntos, en busca de un pequeño mundo para ellos solos. Más por el camino, ella cayó a un pozo y cuando él trató de salvarla, se mató. A ella no le tocó otro remedio, entonces, que volverse al Nivel Superior.
Jared experimentó una viva compasión por la muchacha. Y comprendió hasta qué punto debió de anhelar el Mundo Zivver. Le había rodeado la cintura con el brazo para atraerla hacia sí. Pero de pronto la soltó, al darse cuenta de las diferencias que los separaban. Era algo más que la simple diferencia física entre un zivver y un hombre normal. Era un foso insalvable de pensamientos y filosofía divergentes, que abarcaba valores e ideas contrapuestos. Y casi era capaz de comprender el desdén que sentiría un zivver por un hombre para el que aquella facultad no fuese más que una función incomprensible.
No había ya soubats en el corredor.
Entonces Jared dijo:
—Valdrá más que continuemos.
Pero ella permanecía sentada, rígida y conteniendo el aliento. De pronto le pareció oír unos sonidos débiles y furtivos que antes no había advertido. Para asegurarse, golpeó sus guijarros. Al punto recibió la impresión de numerosas formas pequeñas y peludas. Luego oyó el contacto, leve como una pluma, de unos seres diminutos que corrían sobre las piedras.
—¡Jared, nos hemos metido en un mundo de arañas! ¡Una me acaba de picar en el brazo!
Cuando ambos corrían hacia la salida, él notó que vacilaba. Antes de que cayese la tomó en sus brazos y la empujó hacia el corredor, arrastrándose después tras ella. Pero no llegó a tiempo. Una de las diminutas y peludas arañas se dejó caer sobre su hombro. Y antes de que él hubiese podido quitársela de un manotazo, notó la aguda punzada del veneno.
Empuñando sus dos lanzas, se echo a Della al hombro y se alejó con paso incierto por la galería. El veneno le subía por el brazo y le mordía el pecho, extendiéndose también hasta su cabeza.
Pero él siguió avanzando, por más de un motivo: no podía perder el conocimiento allí, pues los soubats podían volver en cualquier momento… y tampoco podía detenerse hasta llegar a una fuente termal, en la que prepararía una humeante cataplasma y curaría sus heridas.
Chocó con una roca, se apartó de ella, se tambaleó por un momento y luego siguió avanzando, dando traspiés. Al trasponer el siguiente recodo vadeó un brazo del río y cayó al llegar de nuevo a terreno seco.
La corriente atravesaba la pared y ante ellos se extendía un amplio túnel seco.
Arrastrándose gracias a la mano con que aún sujetaba las lanzas, avanzo penosamente, cargado con Della. Luego se detuvo, para escuchar un goteo, se repetía con una monotonía melodiosa. La punta de su lanza tocó roca y el golpe le proporcionó una imagen del túnel.
Era una galería que le resultaba extrañamente familiar con su esbelta estalactita de la que goteaba agua fría en el estanque que se extendía bajo ella, no muy lejos de un pozo solitario y bien definido. Estaba seguro de que había visitado aquel lugar otras muchas veces, de que se había erguido bajo aquella húmeda aguja de roca acariciando con sus manos sus fríos y resbaladizos contornos.
Y en la última impresión que recibió antes de hundirse en la inconsciencia, reconoció hasta el menor detalle la galería que daba acceso al mundo imaginario de la Buena Superviviente.