Capítulo VIII

Aunque le parecía imposible que así fuese, el Potro del Castigo del Nivel Superior era peor aún del que Jared conocía en su propio mundo. Pensó que muy difícilmente se hubiera podido imaginar un castigo más terrible para cualquier clase de delito. Era imposible huir de aquel antro. La cornisa sobre la que él se hallaba tendido se encontraba a más de dos largos de cuerpo bajo la superficie. Era mucho más estrecha que sus hombros, con el resultado de que un brazo y una pierna le colgaban sobre el abismo.

Lo habían descendido allí con ayuda de una cuerda y él permaneció inmóvil, después, durante centenares de latidos… hasta que sus miembros estuvieron completamente entumecidos. Luego, cautelosamente, dejó caer uno de sus guijarros por el agujero. El guijarro cayó… cayó… cayó… Y muchas respiraciones después, cuando ya había perdido la esperanza de escuchar el impacto, se oyó un lejano y debilísimo plimk.

Desde distancias remotas le llegaron los sonidos familiares de los últimos instantes del período… niños jugando después de su sesión de Familiarización, el ruido de las cáscaras de maná sobre las losas durante la cena, y gran abundancia de toses repetidas.

Luego, el difusor de ecos fue parado, lo cual señalaba el comienzo del período del sueño. Bastante tiempo después, vino Della.

Al extremo de una cuerda descendió hasta él una cáscara llena de comida.

Después se tumbó en el suelo, asomando la cabeza por la boca del Pozo.

—Casi había conseguido convencer a tío Noris de que no eras un zivver —susurró con disgusto— hasta que esa epidemia volvió a ponerle contra ti.

—¿Te refieres a esas toses y estornudos?

El torrente regular de sus palabras osciló mientras ella movía la cabeza en asentimiento.

—Deberían tomar musgo, como hicimos nosotros. Pero Lorenzo les dice que el musgo no sirve contra la enfermedad de la Radiación.

Guardó silencio, mientras él dejaba que la cáscara vacía de maná chocase contra la pared del pozo. Interceptando los agudos ecos, obtuvo inmediatamente una imagen auditiva de las facciones de Della. Y lo que oyó le gustó aún más que antes.

La configuración general de su rostro era suave y confiada. Su cabello, que llevaba peinado hacía atrás a partir de la frente, sonaba agradablemente e infundía a su cara un armonioso y delicado equilibrio de tonos. La impresión general que producía tenía mucho en común con la melancólica música que ella había arrancado de las piedras colgantes. Y entonces Jared comprendió plenamente cuán deseable era para la completa Unificación.

Se llevó otro cangrejo a la boca, pero se interrumpió al pensar que incluso entonces ella debía de estar utilizando su maravillosa facultad de zivver.

Nuevamente dejó que el cuenco golpease la roca para producir más ecos. Y oyó que ella tenía la cara vuelta directamente hacia él. Casi le parecía sentir la intensa fijeza de sus Ojos.

Aquél no era el momento, se dijo, de escuchar lo que sucedía a su alrededor, cuando ella zivvaba. Si hubiese una disminución de algo, él no podría captarla, asido precariamente a la estrecha cornisa.

Sin embargo había un hecho que, incluso en aquellos momentos, le pareció claro: al estar las Tinieblas y la luz relacionadas probablemente con los ojos —y en especial con los ojos de un zívver—, entonces la disminución que él trataba de captar tendría sin duda un efecto apreciable en los ojos. ¡Un momento! Había ocurrido algo… en la gruta de la Rueda, cuando Della se inclinó sobre él para despertarlo. Parte de su cabello le había caído sobre la cara. Y cuando ella lo apartó a un lado, ¿no había habido menos cabello ante sus ojos?

Comprendió cuán fútiles eran sus esfuerzos. No… las Tinieblas no podían ser algo tan sencillo como el cabello. Esto hubiera sido demasiado irónico… buscar algo que había conocido durante toda su vida. Además, Ciro había afirmado que las Tinieblas eran universales y omnímodas. Lo cual significaba que tendría que escuchar en una amplia zona, alrededor de la muchacha.

—Jared —dijo ésta prudentemente—. Tú no estás… es decir, tú y los monstruos no estáis…

—Nunca he tenido nada que ver con ellos.

Ella lanzó un suspiro de alivio.

—¿Procedes acaso… del mundo de los zivvers?

—No. Nunca he estado en él.

Los ecos de sus propias palabras captaron su expresión deprimida.

—Entonces, eso significa que te has pasado la vida ocultando el hecho de que eres un zivver… lo mismo que yo —le dijo con simpatía.

De nada hubiera servido no alentar sus confidencias.

—No ha resultado fácil.

—No, desde luego. Sabiendo que podemos hacer las cosas mucho mejor, pero teniendo que medir cuidadosamente los pasos, para que los demás no se enteren.

—Posiblemente, yo quise pasarme de listo… De lo contrario ahora no estaría aquí.

Oyó cómo Della deslizaba la mano por el borde del Pozo, como sí tratara de alcanzarlo.

—¡Oh, Jared! ¿Verdad que esto significa mucho para ti… es decir, saber que no estás solo? Yo nunca supuse que hubiese alguien que también tuviese que pasar por las gestaciones de Radiación y miedo por las que yo pasé… siempre dominada por el temor de que me descubriesen.

Él pudo apreciar la intimidad que se había creado entre ambos y cómo ella le abría su alma recóndita y solitaria. Y sintió en su interior un anhelo incontenible, a pesar de que él no era un zivver, que deseaba la compañía de un semejante.

Ella prosiguió con calor:

—No comprendo por qué no saliste en busca del Mundo Zivver hace mucho tiempo. Yo lo hubiera hecho. Pero siempre tenía miedo de no encontrarlo y de extraviarme por las galerías.

—Yo también tenía deseos de buscarlo —dijo él, mintiendo deliberadamente.

Empezó a comprender que le sería fácil representar el papel de zivver, limitándose a repetir como un eco lo que ella dijese.

—Pero tengo ciertas obligaciones respecto al Nivel Inferior.

—Sí, ya lo sé.

—No comprendo por qué no te uniste a los zivver aprovechando una de sus incursiones —dijo.

—Oh, eso era imposible. ¿Qué hubiera sucedido, si yo lo hubiese intentado y los zivvers no me hubieran aceptado? Entonces mi secreto hubiera dejado de serlo, y me hubieran expulsado a las galerías, acusado de ser Diferente.

Levantándose pareció escrutar el Pozo.

—¿Te vas? —preguntó Jared.

—Regresaré cuando haya encontrado un medio de ayudarte.

—¿Cuánto tiempo se proponen tenerme aquí?

Jared trató de cambiar de posición, pero estuvo en un tris de despeñarse.

—Hasta que vuelvan los monstruos. Entonces tío Noris les dirá que te tienen como rehén.

Mientras oía alejarse sus pisadas, él se sentía sobrecogido al pensar en la cantidad de cosas que podría hacer gracias a su asociación con la muchacha.

Aunque la Luz y las Tinieblas continuasen eludiéndole, al menos podría aprender algo acerca de aquella intrigante facultad que poseían los zivvers.

Era más de medio sueño cuando Jared, que tenía todo el cuerpo envarado y dolorido, consiguió finalmente sentarse en la cornisa. El orificio no era muy ancho… tendría dos cuerpos de diámetro, calculó. Y podía oír, exceptuando la cornisa sobre la que él se hallaba, las paredes estaban desprovistas de fisuras y salientes que hubiesen podido proporcionar asideros para trepar hasta la superficie.

Levantó una rodilla hasta el techo y apoyó firmemente la planta del pie sobre el reborde. Luego extendiendo los brazos sobre la resbaladiza pared, se levantó pulgada a pulgada hasta quedar de pie. Lentísimamente, se dio entonces la vuelta, con el pecho pegado a la roca. Extendiendo ambos brazos hacia arriba, produjo agudos tonos haciendo chasquear los dedos. El súbito cambio en los ecos le dijo que el borde del Pozo se encontraba aproximadamente a otra longitud del brazo, por encima de su mano extendida, llevaba en esta posición algunos centenares de latidos, cuando arriba pareció soltarse de pronto toda la Radiación. Hasta entonces le habían llegado únicamente los rumores normales de un mundo que acaba de entregarse al descanso, con alguna que otra tos que turbaba el silencio general.

Pero de pronto se produjo un verdadero pandemónium cuando uno de los Protectores lanzó la terrible voz de alarma:

—¡Vienen los monstruos!

Se oyeron roncos gritos, chillidos y la audible agitación de los que corrían frenéticamente de un lado a otro…

Jared casi perdió el equilibrio al echar la cabeza hacia atrás, dándose cuenta de que toda la boca del Pozo susurraba con sonido silencioso. Pero a diferencia de la sensación que experimentara en el curso de la Excitación Efectiva, esta vez sólo había un círculo de aquel extraño fluido sobrenatural. Y no parecía que estuviese en contacto con sus ojos. Más bien correspondía en forma y tamaño con su impresión audible de la boca del Pozo.

Se tambaleó de pie en la cornisa, agitando los brazos para no caer y luego pegó la cara a la piedra, al oír que alguien corría en su dirección.

Al instante siguiente Jared reconoció la voz del Consejero, que le llegaba desde la mitad del mundo.

—¿Ya has llegado al Pozo, Sadíer?

Se oyeron nuevos gritos distantes cuando Sadíer se detuvo junto al Pozo.

—¡Estoy aquí!

Golpeó la roca con su lanza para localizar a Jared en la cornisa inferior.

Esta vez se alzó la voz de la Rueda, en abierto desafío a los monstruos:

—¡Tenemos a Fenton! ¡Sabemos que colabora con vosotros! ¡Si no retrocedéis, lo mataremos!

Otra tempestad de gritos pareció indicar que los monstruos hacían caso omiso de la amenaza de Anselmo.

—Muy bien, Sadíer —vociferó Lorenzo—. ¡Tíralo al fondo!

La punta de la lanza rozó el hombro de Jared y éste se contrajo, deslizándose por la cornisa. Pero la lanza lo buscó de nuevo, se introdujo entre su pecho y la pared del Pozo y Sadíer, apalancando, trató de hacerlo caer de su precario sustentáculo. Jared se inclinó hacia atrás y braceó desesperadamente, tratando de no caerse en el abismo insondable.

Su mano rozó la lanza e inmediatamente la asió, consiguiendo enderezarse en un movimiento convulsivo. Luego dio un violento tirón a la lanza, arrastrando al hombre que la empuñaba en el otro extremo.

De pronto se encontró con la lanza en la mano y notó una ráfaga de aire cuando Sadíer pasó por su lado, gritando, para caer como una piedra hacia el fondo.

El arma tenía una longitud más que suficiente para llegar al lado opuesto del pozo. Jared fue tanteando con la punta hasta encontrar una pequeña hendidura en el lado opuesto, introduciendo la lanza en la depresión, apoyó la punta en la pared, sobre su cabeza.

Jared se izó sobre la lanza apuntalada, levantó los brazos hasta el borde del Pozo y, con una contracción, salió a la superficie.

—¡Jared! ¡Ya estás libre!

Gracias a los ecos que producían las pisadas de Della, captó impresiones fragmentarias de la joven corriendo hacia él. Y oyó el suave siseo que producía la cuerda arrollada que llevaba colgada al hombro y que le rozaba el brazo.

Trató de orientarse. Pero el rumor confuso de voces que aún subsistía no le permitía formarse una idea clara de la situación que ocupaba la entrada.

Della le tomó la mano.

—No pude encontrar una cuerda hasta ahora.

Impulsivamente, él empezó a andar en la dirección en que se encontraba.

—No —dijo ella, obligándole a dar la vuelta—. La entrada es por ahí. ¿Lo zivves?

—Si. Ahora ya lo zivveo.

Deliberadamente se quedó atrás, dejando que ella lo precediese a un paso o dos de distancia, mientras lo llevaba de la mano.

—Daremos una amplia vuelta por el río —indicó ella—. Tal vez podremos llegar a la galería antes de que hagan funcionar el difusor central. ¡Y él que estaba esperando precisamente que lo hiciesen! Desde luego, no se le había ocurrido que los ecos que revelarían los obstáculos que se alzarían a su paso también revelarían su presencia a los demás.

Su pie chocó con un pequeño saliente y estuvo a punto de caer. Sosteniéndose en la joven, continuó cojeando. Luego, dominando su deseo de escapar, trató de serenarse y apeló a todas las tretas adquiridas durante gestaciones de adiestramiento, durante las cuales aprendió a captar el ritmo sutil de un latido, el susurrante silencio de un arroyo de perezosas aguas agitadas por los movimientos de un pez bajo su tranquila superficie, el distante olor y el debilísimo susurro de una salamandra que se deslizaba sobre una piedra húmeda.

Más tranquilo, trató de percibir algún sonido… el que fuese, pues sabía que incluso el ruido más insignificante puede ser útil. ¡Ya estaba! El modo como Della contuvo la respiración, en aquel momento, significaba que trasponía una ligera elevación del terreno. Cuando llegó a ella, ya estaba preparado.

Escuchó con atención, tratando de percibir más cosas. Los latidos de su corazón eran demasiado débiles y sólo podían servirle para indicarle la posición de la joven.

Pero se oía un débil repiqueteo procedente de la caja donde Della llevaba sus efectos personales. A su olfato llegaron los olores casi imperceptibles de diversas alimentos. Ella llevaba una buena cantidad de víveres y había algo que golpeaba un lado de su bolsa a cada paso que daba. Aquellos débiles golpes amortiguados también producían ecos, si él sabía escuchar atentamente. Y los captaba, en efecto.

Casi perdidos entre el barullo del resto del mundo. Pero eran lo bastante vívidos para proporcionarle impresiones audibles de las cosas.

De nuevo se hallaba seguro de sí mismo.

Abandonaron la orilla del río, atravesando las plantaciones de maná, y casi habían llegado a la entrada cuando pusieron en marcha el difusor central de ecos.

Inmediatamente él captó en toda su plenitud una serie de impresiones confusas que le habían preocupado durante los últimos latidos… Efectivamente, un guardia acababa de llegar para apostarse junto a la entrada.

Al instante siguiente el hombre daba la alarma…

—¡Tratan de escapar! ¡Son dos!

Jared embistió como un toro furioso al centinela, derribándolo y atropellándolo.

Della lo alcanzó y ambos huyeron a todo correr por la galería. Él dejó que la joven llevase la delantera hasta doblar el primer recodo. Luego sacó un par de piedras y se puso frente a ella.

—¿Piedras? —preguntó ella, estupefacta.

—Naturalmente. Si tropezamos con alguien del Nivel Inferior, podría extrañarse de que no las empleara.

—Oh, Jared… ¿Por qué no…? Pero no.

—¿Qué ibas a decir?

Ya se encontraba totalmente a sus anchas, con los ecos familiares de los guijarros dándole fielmente una impresión exacta de todo cuanto le rodeaba.

—Iba a decir que por qué no nos íbamos al Mundo Zivver, que es en realidad nuestro mundo.

Él se paró en seco. ¡El Mundo Zivver! ¿Por qué no? Ya que él buscaba una escasez de algo producida por la actividad de zivver, ¿qué lugar más adecuado para buscarlo que un mundo poblado no zivvers? ¿Pero conseguiría engañarlos, haciéndose pasar por un zivver en un mundo lleno de zivvers… y además hostiles?

—En estos momentos no puedo abandonar el Nivel Inferior —resolvió por último.

—Esto es lo que yo me figuraba. Es natural que no quieras dejarlos, en estos momentos tan difíciles. Pero algún período, Jared… algún período iremos allí, ¿verdad?

—Algún período.

Ella le apretó fuertemente la mano.

—¡Jared! ¿Qué pasará si la Rueda envía un mensajero al Nivel Inferior, para comunicarles que tú eres un zivver?

—No lo hará. Y si lo hace ellos no querrán…

Se interrumpió. Iba a decir que ellos no querrían creerlo. Aunque no estaba tan seguro de ello, con el Guardián dedicado a fomentar la animosidad popular contra él.

Cuando llegaron a su mundo le pareció extraño no encontrar Protectores apostados a la entrada. No obstante, los claros y firmes ecos del difusor central revelaron la presencia de una figura de pie al extremo de la galería. Y cuando estuvo más cerca, recibió el eco de una forma femenina, con la cara oculta por el cabello. Era Zelda.

Al oírles, se sobresaltó. Luego, nerviosamente, dirigió hacia ellos el eco de sus guijarros, hasta que llegaron al pleno sonido del difusor.

—¡Por la Radiación! ¡Cuánto tiempo para regresar con la compañera que has escogido para Unificación! —dijo en tono reprobador, cuando hubo reconocido a Jared.

—¿Por qué?

—Los monstruos han raptado a otras dos personas —replicó—. Por esto la entrada está sin protección. Se llevaron a uno de los Protectores. Y entre tanto, el Guardián ha conseguido poner a todo el mundo contra ti.

—Tal vez pueda hacer algo para remediar la situación —repuso Jared, airado.

—No lo creo. Ya no eres el Primer Superviviente. Romel ha usurpado tu puesto.

Zelda tosió varias veces y la tos levantó el cabello que le tapaba el rostro.

Jared se encaminó hacia la Gruta Oficial.

—Espera —le llamó la joven—. Hay algo más. Todos están furiosos contra ti. ¿Oyes eso?

Él escuchó hacia la parte donde estaban las viviendas. Se oían resonar muchas cosas.

—Te echan la culpa de esta epidemia —explicó Zelda— pues recuerdan que tú fuiste el primero que mostró sus síntomas.

—¡Jared ha vuelto! —gritó alguien en las plantaciones.

Otro superviviente, más lejano, repitió el grito y lo pasó a un tercero.

Oyeron salir una veintena de personas del huerto donde estaban trabajando.

Otras acudieron desde las grutas. Y todas convergían hacia la entrada.

Jared estudió los ecos y reconoció a Romel y a Philar el Guardián al frente del grupo que avanzaba. Iban flanqueados por gran número de Protectores.

Della le agarró el brazo con ansiedad.

—Tal vez sería más prudente que nos fuésemos.

—No podemos permitir que Romel se salga con la suya.

Zelda añadió, con una risa nerviosa:

—Si creéis que este mundo está sumido actualmente en una gran confusión, Esperad a oír la que creará Romel.

Jared esperó valientemente a que llegasen los supervivientes. Si se proponía convencerles de que Romel y Philar solamente habían tratado de servir a sus propias ambiciones personales, era necesario que todos le oyesen confiado y sereno.

Su hermano se detuvo ante él para advertirle:

—Si te quedas aquí, tendrás que oír las cosas que yo te diga. Ahora el Primer Superviviente soy yo.

—¿Ya ha sido sancionada tu elección por el voto de los ancianos? —le preguntó Jared, con firmeza.

—Todavía no. ¡Pero lo harán!

Romel parecía empezar a perder parte de su aplomo. Se detuvo para escuchar y asegurarse de que seguía contando con el apoyo de los supervivientes, que se habían colocado formando un semicírculo frente a la entrada.

—No puede destituirse a ningún superviviente —dijo Jared, recitando la ley— sin someterlo antes a juicio.

Philar, el Guardián, se adelantó.

—Por lo que a nosotros se refiere, tú ya has sido juzgado… por un Poder más justo que todos nosotros… ¡Por la propia Gran Luz Todopoderosa!

Uno de los supervivientes gritó:

—¡Has contraído la enfermedad de la Radiación! ¡Esto sólo procede por haber tenido tratos con el Cobalto o el Estroncio!

—¡Y la has contagiado a todos! —agregó otro con un acceso de tos espasmódico.

Jared quiso protestar, pero los gritos de la multitud enfurecida acallaron su voz.

Y el Guardián dijo severamente:

—Sólo existen dos causas para la enfermedad de la Radiación. O bien tuviste tratos con los Diablos Gemelos, como indica Romel o bien la enfermedad es un castigo que te envía la Luz por tu impiedad, como yo sospecho.

Jared empezaba a perder su compostura.

—¡Esto no es cierto! Preguntad a Ciro si yo…

—El monstruo se llevó a Ciro ayer.

—¿Qué se han llevado… al Pensador?

Della le tiró del brazo y susurró:

—Más valdrá que nos vayamos, Jared.

Se oyeron sones de guijarros y de pies que Corrían por la galería y él prestó oído, para saber quién se aproximaba.

A juzgar por su paso, el recién llegado debía de ser un mensajero oficial. Y cuando aminoró la marcha, esto fue una nueva prueba de que había notado la aglomeración del gentío reunido a la entrada. Se detuvo y luego continuó su marcha más despacio y sin emplear las piedras.

—¡Jared Fenton es un zivver! —reveló cuando estuvo junto a ellos—. ¡Condujo a los monstruos al Nivel Superior!

Los Protectores, casi todos armados de lanzas, se desplegaron en círculo alrededor de Jared y la muchacha.

Entonces alguien gritó:

—¡Zívvers… en la galería!

Más de la mitad de los Supervivientes giraron sobre sus talones y huyeron atropelladamente hacía sus grutas, mientras Jared captaba el Olor que venía de la galería. Alguien que olía como los habitantes del Mundo Zivver se aproximaba con paso incierto, tropezando, cayendo y levantándose de nuevo.

Los Protectores rompieron sus filas mientras Corrían desordenadamente en todas las direcciones. El par de guardianes más próximos a la entrada blandieron sus lanzas.

Precisamente entonces el zivver penetró tambaleándose bajo el sonido directo del eco central y se dejó caer al suelo.

—¡Esperad! —gritó Jared, abalanzándose sobre los dos Protectores, que se disponían a alancear al caído.

—¡Es una criatura! —exclamó Della.

Jared se acercó a la niña, que gemía de dolor. Era Estel, la niña que él había hecho volver junto a la partida de zivvers en la Galería Principal.

Oyó como Della se arrodillaba al lado opuesto de la niña y le pasaba las manos por el pecho.

—¡Está herida! ¡Noto cuatro o cinco costillas rotas!

Sin embargo, esto lo reconoció y él captó el eco de su débil sonrisa. Notó también la animación de sus ojos, al oír que se abrían y se cerraban.

—Tú me dijiste que algún período empezaría a zivver… cuando menos lo esperase —consiguió articular con dificultad.

Unas lanzas entrechocaron detrás suyo y los ecos reprodujeron la mueca que contrajo la sonrisa de la niña.

—Tenías razón —continuó débilmente—. Cuando trataba de encontrar tu mundo, caí en un pozo. Cuando conseguí salir de él, empecé a zivver.

Su cabeza se dobló sobre el brazo de Jared y éste notó que la vida se escapaba de su cuerpo.

—¡Zivver, zivver! —gritaban amenazadoramente a sus espaldas—. ¡Jared es un zivver!

Tomando a Della por la mano, echó a correr hacia el túnel, mientras dos lanzas rebotaban en la pared a su lado. Deteniéndose tan solo para recoger las lanzas, continuó huyendo hacia la galería.