Ciro, que vivía solo, atendido por las viudas del Nivel Inferior, consagraba su tiempo a la meditación. Pero cuando se le presentaba la oportunidad de hablar, su lengua trataba de compensar con suma diligencia sus largos períodos de ociosidad.
En aquellos instantes, por ejemplo, el Pensador disertaba sobre diversos temas, al parecer todos a la vez:
—Jared Fenton. Primer Superviviente Jared Fenton. ¡Figúrate! ¿Vienes para otra sesión… como las que celebrábamos hace innúmeros períodos?
Jared se agitaba con impaciencia en el banco, a su lado.
—Yo deseaba preguntarte…
—Pero temo que vas a quedarte sin trabajo… con las fuentes agotándose y esos monstruos sueltos por las galerías. ¿Y has pensado qué vas a hacer con el río seco? Y eso que dejó caer el monstruo… ¿Qué supones que es?
—A mí me parece que…
—¡No lo digas! Quiero pensarlo yo un poco.
Jared le agradeció de verdad aquellos momentos de silencio, que aliviaron a su palpitante cabeza, que amenazaba con hendirse como una cáscara de maná, cada vez que tosía. No era la primera vez que tenía fiebre… La tuvo, por ejemplo, en una ocasión en que le picó una araña. Pero nunca había tenido nada parecido.
La gruta de Ciro estaba aislada de casi todos los ruidos mundanales por la gruesa cortina que ocultaba su entrada. Pero su interior era tan pequeño que Jared no tuvo dificultad alguna, concentrándose en los ecos de sus propias palabras, para oír cuanto había cambiado el Pensador.
Fue una suerte que el anciano nunca hubiese demostrado predilección por la moda consistente en taparse la cara con el propio cabello, pues a la sazón era completamente calvo. Y las arrugas, creadas por toda una vida de tensión muscular para no abrir los ojos, aún estaban más profundamente grabadas.
—Estaba pensando —dijo Ciro, para explicar su silencio— si el monstruo pudo haber dejado deliberadamente aquel objeto en la entrada. Y estoy convencido que sí. ¿Qué opinas tú?
—A mí también me lo pareció.
—¿Cuál crees que fue su finalidad?
Jared escuchó las súplicas fervientes de la Letanía de la Luz, que formaba parte de la Ceremonia de Revitalización y que le llegaban desde el extremo opuesto del mundo. También era audible la conversación de su Escolta Oficial, que esperaba fuera para conducirlo al Nivel Superior.
—Ésta es una de las cosas que deseaba comentar —dijo finalmente—. Háblame de las… Tinieblas.
—¿Las Tinieblas? —Escuchó el sonido producido por el mentón de Ciro al encajarse entre el índice y el pulgar—. Solíamos hablar mucho de eso, ¿verdad? ¿Qué desearías saber?
—Si es posible que las Tinieblas estén relacionadas con… —Jared vaciló— los ojos.
Tras algunas pulsaciones, el anciano dijo:
—En mi opinión, no… no están más relacionadas con los ojos que con la rodilla o el meñique ¿Por qué me lo preguntas?
—Pensé que podrían estar cerca de la Luz, de un modo u otro.
Ciro analizó esta proposición.
—La Luz Todopoderosa… es bondad infinita. Las Tinieblas… son maldad infinita, según nuestra fe. El principio de los contrarios relativos. Uno es inseparable del otro. Si no existiesen las Tinieblas, la Luz reinaría por doquier. En efecto, creo que Podemos llamarlo una relación negativa. Pero no veo el papel que pueden desempeñar los ojos en ella.
Tosiendo, Jared se levantó tambaleándose, pues su fiebre le embotaba los sentidos.
—¿Has experimentado alguna vez la Excitación Efectiva?
—¿Durante la Ceremonia del Nervio Óptico? Sí. Hace muchas gestaciones.
—Pues bien, nos dicen que lo que sentimos durante la Excitación Efectiva es la Luz en persona. Y si la existencia de la Luz depende de manera negativa de la existencia de las Tinieblas, entonces es que los ojos también han sido creados para sentir las Tinieblas.
Jared escuchó cómo su interlocutor se frotaba la cara, sumido en hondas cavilaciones.
—Parece lógico —tuvo que conceder el Pensador.
—Y si descubriésemos las Tinieblas, ¿crees que también podríamos descubrir…?
Pero Ciro no quiso contener por más tiempo sus pensamientos refrenados:
—Si vamos a hablar de las Tinieblas como un concepto material, principiemos por preguntarnos: ¿Qué son las Tinieblas? Y hallaremos que podrían ser —fíjate que digo podrían, en condicional, porque nos movemos en el terreno de las ideas, de momento—, que podrían ser, pues, un medio universal. O sea que existirían por doquier… en el aire que nos rodea, en las galerías, en las rocas y el fango infinitos.
La fiebre de Jared se Convirtió de pronto en un sudor frío, pero continuó pendiente de las palabras del sabio.
—De lo cual se deduce —prosiguió Ciro, reflejando su propia voz contra un segundo dedo alzado— que si es un fluido tan universal, entonces debe ser completamente indiscernible para los sentidos.
Decepcionado, Jared volvió a sentarse en el banco. Si el Pensador tenía razón, en tal caso nunca podría encontrar a las Tinieblas.
—¿Entonces, cómo te explicas su existencia?
—Podría ser un medio transmisor del sonido.
Ambos guardaron silencio por un instante.
—No, Jared —agregó el sabio—. No creo que puedas encontrar jamás a las Tinieblas en este Universo.
Ansiosamente, Jared preguntó:
—¿Podrían existir menos Tinieblas más allá del infinito?
—Teniendo en cuenta la existencia de lo que llamamos Paraíso, entonces podemos dejar de pensar en las Tinieblas como medio físico. En tal caso yo diría que, efectivamente, deben de existir menos Tinieblas en el Paraíso, puesto que se supone que éste está lleno de Luz.
—¿Qué imagen te formas tú del Paraíso?
El Pensador rió de buena gana.
—Si hemos de dar crédito a lo que cree la gente comúnmente, justo será reconocer que debió de ser un sitio maravilloso. En él, el hombre era igual a un dios.
»Gracias a la presencia omnímoda de la Luz, era posible saber lo que estaba cerca, sin tener que olerlo o escucharlo. El hombre tampoco tenía que servirse del tacto para encontrar las cosas. Era como si todos nuestros sentidos estuviesen fundidos en uno solo, que podía proyectarse a una distancia muchas veces superior a la que alcanza la voz más potente.
Jared permaneció sentado, pensando el escaso fruto que le había reportado su visita a Ciro. Ni siquiera había encontrado aliento en su búsqueda de la Luz.
—Tu Escolta te espera —le recordó el Pensador.
—Una última pregunta: ¿Cómo te explicas la Ceremonia del Nervio Óptico?
—No lo sé. A mí también me preocupa, y te aseguro, por la Luz, que he consagrado mucho tiempo a pensar en ello. He aquí el resultado de mis meditaciones: la Excitación Efectiva pudiera ser una función orgánica normal.
—¿En qué sentido?
—Cierra los ojos… y aprieta bien los párpados… con fuerza. Ahora dime: ¿Qué oyes?
—Una especie de bramido en mis oídos.
—Exacto. Ahora vamos a suponer que durante generaciones nos hubiésemos visto obligados a vivir en un lugar donde no existiese el sonido. Ninguno de los que ahora viven hubiera oído nunca. Pero tal vez la leyenda del sonido se hubiese transmitido hasta nosotros… a través de un lenguaje táctil, por ejemplo.
—No oigo qué…
—¿No puedes imaginarte, en tal caso, que ahora tal vez existiese una ceremonia llamada Excitación del Nervio Auditivo? Esto es lo que hiciste tú al contraer fuertemente tus músculos faciales. E incluso podría existir un Guardián del Camino que te hiciese contraer el rostro para sentir el Gran Sonido Todopoderoso.
Jared se levantó, dominado por la excitación.
—¿Quieres decir que esos anillos de sonido silencioso que percibimos durante la Excitación Efectiva… pueden tener alguna relación con una función que antes se realizaba con los ojos?
Captó claramente el gesto que hizo Ciro al encogerse de hombros y decir:
—Yo no quiero decir nada. Me limito a plantear una cuestión teórica.
El anciano empezó a respirar regularmente, sumido de nuevo en sus meditaciones.
Jared se dirigió a la cortina y, al llegar junto a ella, se detuvo para escuchar de nuevo en dirección al Pensador. Hacía mucho tiempo creyó que podría encontrar menos Tinieblas en el Mundo Original y que esto le serviría para reconocerlo. Pero Ciro llegó a la conclusión de que las Tinieblas eran un medio universal, que los sentidos no podían percibir. ¿No sería posible, empero, que la Luz produjese un efecto anulador… ahuyentando en parte a las Tinieblas? Y si tuviese la suerte de asistir a esta anulación, ¿no le daría esto un indicio acerca de la auténtica naturaleza de la Luz y las Tinieblas?
Entonces se le ocurrió algo mucho más importante: Ciro había dicho que la presencia de la Luz Todopoderosa en el Paraíso permitía al hombre «saber lo que estaba cerca, sin olerlo ni oírlo». ¿No era esto exactamente lo que los zivvers eran capaces de hacer? ¿No sería posible que los zivvers estuviesen en una especial relación con la Luz… una relación que probablemente ni ellos mismos sospechaban?
Ya había intuido una relación intrínseca entre la Luz, las Tinieblas, los ojos, el Mundo Original y los dos Diablos Gemelos. Ahora le parecía que debía incluir en ella a los zivvers. Pues cada vez que éstos zívvaban, había menos de algo a su alrededor, como resultaba de aquella acción… del mismo modo como había menos silencio cuando una persona normal escuchaba un ruido. Y esta disminución, en el caso de los zivvers, podría ser muy bien la disminución que él buscaba… ¡Una disminución de las Tinieblas!
Al recordar que Della era zivver, sintió súbitos deseos de regresar al Nivel Superior, para poder oírla y escuchar tal vez lo que disminuía a su alrededor cada vez que ella ejercía su facultad.
Jared apartó a un lado la cortina con gesto brusco.
—Adiós, hijo mío…, y buena suerte —le dijo Ciro. Después estornudó ruidosamente.
* * *
Jared despidió a su Escolta Oficial en el último recodo, antes de llegar a la entrada del Nivel Superior. No había necesidad de que esperasen al mensajero que los había precedido, puesto que habían resuelto que aquel hombre se quedase allí por un tiempo.
En cierto modo, se alegraba de librarse de su compañía. El Capitán no hacía más que quejarse y decir que le dolía la garganta. Otro miembro de la partida tosía tanto, que resultaba difícil oír los ecos de los guijarros.
Además, los que no se quejaban ni sufrían molestias personales estaban muy nerviosos, pues creían haber olfateado el olor del monstruo en varias ocasiones.
Jared había perdido el olfato, pues tenía la nariz convertida en una fuente. Tampoco oía muy bien, pues el embotamiento general de la cabeza parecía haberse extendido también a sus conductos auditivos.
Con el cuerpo recorrido por constantes escalofríos, hacía repiquetear enérgicamente sus guijarros y avanzaba con paso incierto por la galería, pensando que debiera haberse presentado a la Gruta para el Tratamiento de Heridas y Dolencias, en lugar de empeñarse en poner en práctica su Declaración de Intenciones Unificadoras.
Dobló el amplio recodo y se detuvo, escuchando lo que tenía enfrente. Reinaba allí una gran actividad… se amontonaban rocas, de manera metódica pero con gran rapidez. Luego oyó voces… Las voces de dos hombres que murmuraban con tono desesperado, lanzando juramentos e invocando el nombre del Fulgor Todopoderoso, compañero inseparable de la Luz.
Repiqueteando los guijarros con más fuerza, captó los ecos que rebotaban de los hombres entregados a la tarea de apilar piedras junto a una de las paredes de la entrada al Nivel Superior.
Entonces comprendió que oía un sonido silencioso… ¡frente a aquellos dos hombres! Estaba sujeto a la pared.
El pequeño haz de ecos helados parecía estar adherido a la pared y los hombres trabajaban frenéticamente, para taparlo con piedras. Uno de ellos se enteró por fin de la presencia de Jared, lanzó un grito de espanto y echó a correr hacia el mundo.
—No te asustes… es Fenton… del Nivel Inferior —le dijo su compañero.
Pero no había duda de que aquel hombre no pensaba regresar.
Jared intentó avanzar pero retrocedió con terror. De nuevo estaba seguro de que aquel silencio ululante no le llegaba a través de los oídos. En realidad lo oía (caso de que fuese ésta la palabra) con sus ojos. Esto quedó claramente demostrado cuando volvió la cabeza a un lado; instantáneamente dejó de percibir el extraño son.
Cuando se volvió de nuevo hacia él, el haz de ruido silencioso había desaparecido totalmente. Y le pareció muy significativo el hecho de que oyese al hombre poner la última piedra sobre la pared, con lo que la barrera quedó terminada, cerrando el paso a los ecos.
—¡Valdrá más que entres —le advirtió el hombre— antes de que regrese el monstruo!
—¿Qué ha sucedido?
Los ecos de sus palabras le dieron una imagen auditiva del hombre llevándose una mano temblorosa a la cara, para secarse el sudor.
—Esta vez el monstruo no se llevó a nadie. Se quedó aquí fregando la pared con…
Lanzó un grito penetrante y agitó frenéticamente la mano ante sí. Luego se precipitó por la galería, gimiendo:
—¡Fulgor Todopoderoso!
Jared comprendió en seguida lo que le había asustado. ¡Tenía la palma de la mano llena del silencio ululante!
Sin poder contener su curiosidad, avanzó hacia el montón de rocas. Pero un ataque de tos le hizo comprender lo enfermo que estaba y continuó andando con paso incierto hacia el Nivel Superior.
Esta vez nadie le esperaba en la entrada para recibirle, así es que aprovechó los ecos del difusor central para hallar su camino hasta la gruta de la Rueda. Encontró a Anselmo paseando al otro lado de la cortina y murmurando entre dientes con voz airada y tensa.
—Entra, muchacho… mejor dicho Primer Superviviente —le dijo la Rueda—. Desearía poder decir que me alegro de que regreses.
Siguió paseando, midiendo la cueva con sus pasos, y Jared se dejó caer sobre un banco, sintiéndose muy enfermo. Luego ocultó su rostro febril entre las manos.
—Lamento lo de tu padre, muchacho. Me quedé de una pieza cuando me lo comunicaron. Desde que tú te fuiste, los monstruos se han llevado también a tres de los nuestros.
—He vuelto —dijo Jared con voz débil— para declarar mis Intenciones de Unifica…
—¡Qué se vayan al cuerno las Intenciones de Unificación! —estalló Anselmo, volviéndose a Jared con los brazos en jarros—. ¿En un momento como éste piensas en la Unificación?
Como Jared guardaba silencio agregó:
—Perdóname, muchacho. Pero es que aquí todos estamos con los nervios de punta… con los monstruos sueltos por las galerías vecinas y las fuentes secándose una tras otra. Ayer se secaron cinco más. Según creo, a vosotros os sucede lo mismo.
Jared asintió, sin preocuparle demasiado que la Rueda le oyese o no.
Anselmo murmuró algo para su coleto y luego dijo en voz alta:
—¡La Unificación! ¿No te dijo el mensajero que yo decidí aplazar las cosas temporalmente, en espera de que resolvamos estas otras complicaciones?
—No he oído al mensajero. ¿Dónde está?
—Lo envié de regreso este período temprano.
Jared se desplomó sobre el banco… Su cuerpo hervía como un manantial turbulento. El mensajero ya había partido pero no había llegado al Nivel Inferior. Y ellos no se habían cruzado con él en su camino. Sólo podía tener un funesto significado el hecho de que a varios miembros de la Escolta Oficial —los que no tenían las narices obstruidas— hubiesen dicho que percibían el olor del monstruo en la galería.
Sus pulmones se contrajeron convulsivamente en un acceso de tos, y cuando se le hubo pasado se dio cuenta de que el Consejero había penetrado en la gruta y, de pie frente a él, lo escuchaba intensamente.
—Bien, Fenton —le espetó Lorenzo—. ¿Quieres decirme qué piensas de toda esta cuestión de los monstruos?
Jared tembló, presa de un nuevo escalofrío.
—La verdad, no sé qué pensar.
—Pues yo ya he dicho a la Rueda lo que pienso: que los zivvers han vuelto a emplear sus viejas tretas y se llevan a los supervivientes como esclavos. Y para realizar sus infames propósitos, se han aliado con los Diablos Gemelos.
—Esto es una ridiculez —observó Anselmo—. ¿No se han llevado los monstruos incluso a un zivver?
—¿Y cómo sabemos que no lo hicieron adrede, precisamente para que nosotros lo supiésemos?
Anselmo lanzó un bufido.
—Si los zivvers van a empezar de nuevo a capturar esclavos, por mí que lo hagan.
Lorenzo guardó silencio. Pero su silencio era hosco e impenetrable. Se oía a la legua que iba a insistir en su pretensión de que los monstruos y los zivvers obraban de consuno. Y Jared comprendía perfectamente su actitud: si el Consejero se proponía acusarlo de ser un zivver, desearía asegurarse de incluir también en su acusación la culpa indirecta por la presencia de los monstruos.
—Estoy seguro de que Della querrá conocer tu decisión sobre la Unificación, muchacho. —Anselmo tomó al Consejero por el brazo y apartó la cortina—. La haré venir.
Jared tosió, se pasó una mano temblorosa por su frente que ardía y se estremeció, presa de un ataque de fiebre.
Poco después la muchacha entró y contuvo el aliento, quedándose de pie, con la espalda vuelta hacia la cortina.
—¡Jared! —exclamó, muy preocupada—. ¡Estás ardiendo! ¿Qué tienes?
De momento le sorprendió que ella notase su fiebre desde el otro extremo de la gruta. Pero la fiebre producía calor, y esto era lo que percibían los zívvers, ¿no?
—No lo sé —consiguió articular.
Por un momento casi había conseguido sentir interés por el hecho de que ella estuviese allí, ejerciendo su extraña facultad. Tal vez aquella fuese su oportunidad de escuchar atentamente y tal vez oír si había una disminución de algo a su alrededor mientras ella zivvaba. Pero los nuevos escalofríos que lo sacudieron le hicieron olvidar este propósito.
Della cerró bien la cortina y se acercó a él. Jared volvió la cabeza para no toserle en la cara y ella se arrodilló a su lado, poniéndole la mano sobre su frente y sus brazos ardorosos. El joven oyó cómo sus facciones se torcían en un mohín de preocupación.
Pero dijo algo que sin duda era más urgente:
—¡Jared, estoy segura de que el Consejero sabe que tú eres un zivver! —le susurró—. No lo ha manifestado públicamente, pero no hace más que observar a todo el mundo lo curioso que resulta que tengas unos sentidos tan finos:
Jared creyó que iba a caerse hacia adelante, consiguió mantener el equilibrio y continuó sentado, tembloroso y sudoroso mientras la cabeza le daba vueltas.
—¿Comprendes ahora por qué te hizo disparar contra aquel blanco en las fuentes termales? —prosiguió Della—. ¡Sabe perfectamente los efectos que producen el exceso de calor a los zivvers! Se proponía averiguar si tú eras…
Las palabras de la joven se perdieron en el olvido, mientras él caía pesadamente del banco.
Cuando finalmente despertó, tenía en su boca el sabor del musgo medicinal y el vago recuerdo de que le habían obligado a engullir aquella estúpida substancia varias veces.
También tenía la sensación de haber permanecido durante todo el período —o quizá más tiempo— en la gruta de la Rueda. En su estado de semiinconsciencia, la Rueda Superviviente había tratado de introducirse nuevamente en su delirio. Quizás incluso lo consiguió. Pero él no recordaba su intrusión ni los sueños que había tenido.
A la sazón sentía únicamente una calma y un bienestar interiores. La garganta ya no le dolía y la fiebre abrasadora no le oprimía la cabeza. Aunque no se sintiese enteramente, bien, estaba seguro de que cuando recuperase sus fuerzas, volvería a ser el de antes.
Poco a poco se dio cuenta de una suave respiración al otro extremo de la gruta y reconoció el ritmo respiratorio de Della.
Le llegaba también el suave y firme susurro causado por el roce de sus muslos y pantorrillas mientras ella paseaba con nerviosismo. Según pudo conjeturar por su caminar incierto, de un lado a otro de la gruta.
De pronto se acercó al lecho y lo zarandeó desesperadamente.
—¡Jared, despierta!
Por la nota apremiante de la voz comprendió que había tratado de despertarlo varias veces, sin conseguirlo.
—Ya estoy despierto.
—¡Oh, gracias a la Luz!
Parte del cabello se había desprendido de la banda que lo sujetaba fuertemente hacia atrás y le cruzaba el rostro. Ella lo apartó a un lado y Jared obtuvo una impresión precisa de sus suaves y enérgicas facciones, llenas de solicitud hacia él.
—¡Tienes que salir de aquí! —prosiguió con un susurro ahogado—. ¡El Consejero ha convencido a tío Noris que eres un zivver! Se proponen…
Se oyó rumor de voces en el mundo exterior y Jared notó la leve corriente de aire producida por la cabeza de la joven, al girar bruscamente hacia la cortina y luego otra vez hacia él.
—¡Ya vienen! —dijo, inquieta—. ¡Quizá Podremos escaparnos antes de que lleguen aquí!
Él trató de levantarse pero volvió a caer, débil y aturdido, al darse cuenta de pronto de que la joven no dirigía un oído hacia un ruido interesante, como hacían todos. En cambio, volvía siempre la cara directamente hacia todo cuanto le llamaba la atención. Esto significaba que no zivvaba con los oídos. ¿Con qué lo hacía, pues?
Las voces del exterior le llegaron más claramente a través de la cortina.
El Consejero decía:
—Desde luego, estoy absolutamente seguro de que es un zivver. Un tirador tan bueno como él fue incapaz de hacer blanco en un objeto fijo colocado en el huerto de maná. Y tú sabes tan bien como yo que el calor excesivo desorienta a los zivvers.
Respondió la Rueda:
—La acusación es grave y parece fundada, en efecto.
—¿Y qué me dices de Aubrey? Lo enviamos a tapar aquel sonido silencioso que el monstruo dejó en la pared de la galería. Eso fue hace dos periodos y desde entonces no ha regresado. ¿Quién fue el último que lo oyó?
La Rueda, tosiendo broncamente, repuso:
—Bayron dice que cuando regresó corriendo al mundo, Fenton se quedó allí fuera con Aubrey.
El Consejero estornudó:
—¡Ahí lo tienes! Y por si necesitaras más pruebas de que Fenton es un zivver que ha conspirado con los monstruos, escucha lo que dice una de nuestras creencias fundamentales.
—¿La que afirma que cualquier superviviente que entre en contacto con el Cobalto o el Estroncio caerá terriblemente enfermo?
—Efectivamente.
Ambos se dirigieron con decisión a la puerta de la gruta.
—¿Qué haremos con él? —preguntó Anselmo, sorbiéndose los mocos.
—De momento, lo meteremos en el Pozo —el Consejero estornudó nuevamente—. Al tratarse de un zivver, sin duda tendrá cierto valor como rehén.
Cuando apartaron la cortina, Jared oyó a varios Protectores armados haciendo guardia frente a la gruta.
Anselmo, la Rueda, entró y se quedó de pie junto a Jared, después de apartar a Della.
—¿Se ha despertado ya?
—¡Él no es un zivver!, —suplicó la joven—. ¡Dejadlo en paz!
Jared oyó que tenía la cara vuelta directamente hacia la Rueda. Y de nuevo tuvo la impresión fugitiva de que se apartaba los cabellos de la frente, con la mano…, de los ojos, hubiera dicho.
Y entonces recordó que poco antes de que ella le entregara el objeto tubular que los monstruos habían abandonado, se lo acercó a la cara y lo sostuvo frente a ella.
¡Eran los ojos los que empleaba para zivver! Anselmo lo tomó por el brazo y lo zarandeó rudamente.
—¡Vamos… fuera de la cama! ¡Ya podemos oír que estás despierto!
Débilmente, Jared se esforzó por ponerse en pie. Lorenzo le asió el otro brazo, pero él se libertó con un brusco tirón.
—¡Protectores! —gritó el Consejero con ansiedad.
Los guardias entraron corriendo.