Capítulo IV

Guiado por el repiqueteo de los guijarros, Jared avanzó cautelosamente por la galería. Le rodeaban penosas contradicciones. El propio corredor que seguía le era familiar y extraño a la vez. Estaba seguro de haber estado aquí con anterioridad.

Había allí aquella fina y aguzada piedra de la que goteaba agua fría en el charco inferior, con melodiosa monotonía, por ejemplo. Había estado muchas veces junto a ella, acariciando su húmeda y viscosa superficie y escuchando el cristalino rumor de las gotas.

Pero cuando entonces dirigió sus repiqueteos hacia ella, la piedra cambió de forma como un ser vivo, creciendo hasta que su punta tocó la superficie del agua, para encogerse después hasta el techo. En las inmediaciones, la boca de un pozo se abría y se cerraba amenazadoramente. Y la propia galería se contraía y se dilataba como si fuese el pulmón de un gigante.

—No temas, Jared. —Una dulce voz femenina rasgó el profundo silencio—. Lo que sucede es que ya no nos acordamos de cómo hay que mantener las cosas en su sitio.

Su tono era apaciguador y familiar, más al propio tiempo le resultaba extraño y turbador. Producía precisos repiqueteos con las piedras. De un lugar próximo le llegó la impresión de una silueta… como si sólo oyese a la mujer con ecos de regreso. Sus facciones eran lisas y vacías. Y cuando tendió la mano hacía ella, no la encontró. Pero ella le dirigió la palabra:

—Hace tanto tiempo, Jared, que los detalles ya se han borrado.

Él avanzó con paso vacilante.

—¿Eres la Buena Superviviente?

Percibió la gracia que estas palabras le hacían.

—Le das tal… empaque.

Instantáneamente, una bandada de recuerdos de la infancia arrinconados se precipitó a su encuentro.

—¡Pero tú… no eres de verdad! ¡Ni tú, ni el Pequeño Oyente ni el Hombre Eterno… no erais más que un sueño!

—Escucha a tu alrededor, Jared. ¿Te parece real lo que oyes?

La piedra colgante continuaba encogiéndose. La roca rozó su brazo cuando la pared de la derecha se acercó, para apartarse de nuevo.

Así, estaba sólo soñando… tal como había soñado tantas veces, hacía tantas gestaciones. Recordó con una punzada de nostalgia cómo la Buena Superviviente lo tomaba de la mano y se lo llevaba consigo. A veces no notaba el contacto de aquella mano. Y en realidad no se lo llevaba a ninguna parte, porque él seguía dormido en su repisa.

Pero al instante siguiente se hallaba huyendo por la galería familiar o hacia un mundo próximo en compañía del Pequeño Oyente, el niño que sólo podía oír los sones inaudibles que emitían los insectos más diminutos. Y entonces la Buena Superviviente le explicaba: «Tú y yo, Jared, podemos evitar que el Pequeño Oyente se sienta tan solo. ¡Imagina qué terrible debe de ser su mundo… tan profundamente silencioso! Pero yo puedo traerlo a esta galería, para que se reúna contigo. Y entonces, ya no será sordo y vosotros dos podéis jugar juntos».

Jared se encontraba entonces de nuevo en aquella galería familiar y extraña a la vez. Y le dijo la Buena Superviviente:

—El Pequeño Oyente ya es un hombre hecho y derecho. No le conocerías.

Confuso, Jared observó:

—¡Los seres de los sueños no crecen!

—Nosotros somos especiales…

—¿Dónde está el Oyente? —preguntó escéptico—. Permite que lo oiga.

—Tanto él como el Hombre Eterno están bien, a pesar de que el Hombre Eterno ya es muy viejo. En realidad, no es eterno… sólo casi. Pero no hay tiempo para que los oigas. Estoy preocupada por ti, Jared. ¡Tienes que despertar!

Por un momento le pareció que estaba a punto de arrancarse al sueño. Pero entonces sus pensamientos volvieron calmosamente a su infancia. Se acordó de cómo la Buena Superviviente había dicho que él era el único a quien podía alcanzar… y aun así, sólo cuando estaba dormido. Pero no tenía que hablar a los demás de ella. Y tenía miedo, porque sabía que algunos empezaban a preguntarse si acaso él no sería Diferente. No quería que él corriese la suerte que corrían todos los Diferentes. Por esto dejó de aparecérsele.

—¡Despierta ya, Jared! —Ella interrumpió el hilo de sus recuerdos—. ¡Estás herido y ya llevas demasiado tiempo sumido en la inconsciencia!

—¿Sólo viniste para eso… para ordenarme que despierte?

—No. Quiero prevenirte acerca de los monstruos y de todos los sueños que sé que has tenido… los sueños que te impulsan a querer alcanzar la Luz. ¡Los monstruos son horrendos y malvados! Yo conseguí penetrar en la mente de uno de ellos. ¡Estaba tan llena de cosas horribles y extrañas, que sólo pude permanecer en ella la fracción de un latido! —¿Hay más de un monstruo?

—Hay muchos.

—¿Debo seguir buscando la Luz?

—¿No oyes, Jared, que sólo persigues sueños? La Luz y las Tinieblas, tal como tú las concibes, no existen. Tú sólo tratas de eludir tu responsabilidad. Tienes que pensar en la Supervivencia, en la Unificación… en cosas que de verdad significan algo.

Jared estaba seguro de que si su madre hubiese vivido, hubiera sido como la Buena Superviviente.

Se dispuso a contestarle. Pero ella ya había desaparecido…

Jared daba vueltas sobre el suave colchón de fibras de maná, y se dio cuenta de que tenía la cabeza vendada.

De un lugar distante, elevándose sobre el fondo audible, le llagaba una tranquilizadora voz paternal que repetía monótonamente el Ritual de la Familiarización:

—… Y aquí estamos bajo el difusor de ecos, hijo mío. ¿Oyes su fuerte sonido?

»Observa la dirección del ruido… hacía arriba, verticalmente. Estamos en el centro del mundo. Escucha cómo los ecos rebotan de todas las paredes prácticamente al mismo tiempo. Por aquí, hijo mío…

Jared se incorporó, apoyándose sobre su codo inseguro y alguien lo sujetó por los hombros, obligándole a tenderse de nuevo Era Lorenzo, el Consejero, quien volvió la cabeza hacia el otro lado y dijo con voz apremiante:

—Id a decir a la Rueda que ya ha recuperado el conocimiento.

Jared percibió el perfume de Della, que se alejaba de la morada. Para captarlo, tuvo que luchar contra los olores más fuertes que lo impregnaban todo a su alrededor… y que le dijeron que se hallaba en la gruta de Anselmo, la Rueda.

Desde fuera, la voz del padre que daba su lección complicaba las percepciones de Jared. haciendo más difíciles sus intentos por orientarse de nuevo.

—… Ahí, exactamente frente a ti, hijo mío…, ¿puedes oír ese espacio vacío en las ondas de ecos que nos llegan? Es la entrada de nuestro mundo. Ahora pasamos al gallinero. ¡Fíjate, muchacho! Hay un saliente situado a unos cinco pasos frente a nosotros. Detengámonos ahí. Tantéalo. Hazte una idea de su forma y su tamaño.

»Trata de oírlo. Recuerda exactamente dónde está. Así te evitarás más de un golpe en la espinilla…

Jared trató de apartar aquella voz que lo distraía y ordenar sus pensamientos. Pero se hallaba aún bajo los efectos de su sueño reciente.

Era muy singular que la Buena Superviviente hubiese surgido así de pronto de sus olvidadas fantasías infantiles, como si se hubiese sumergido en el abismo del pasado para rescatar un cálido y memorable fragmento de su infancia. Pero consideró aquella manifestación en su justo valor… solamente un deseo anhelante de la seguridad que había conocido desde que su propio padre le tomó de la mano para familiarizarlo con su propio mundo en una ceremonia similar a la que entonces oía, practicada por aquel padre tan consciente del exterior.

—¿Queréis decirme, por la Radiación, qué ha sucedido? —consiguió articular.

—Una lanza te dio de plano en la sien —le explicó Lorenzo—. Has estado silencioso durante todo un período, como un difusor de ecos parado.

De pronto él lo recordó todo. Y se incorporó violentamente.

—¡El monstruo! ¡Los zivvers!

—Todos se han ido.

—¿Qué ocurrió?

—Por lo que hemos podido conjeturar, el monstruo se apoderó de un zivver a la entrada. Otros dos zivvers intentaron salvarlo, pero cayeron en redondo.

El ruido del difusor central entraba por las cortinas separadas y rebotaba en la cara del Consejero, revelando su expresión aprensiva. Algo más se ocultaba entre sus arrugas, añadiendo mayor tirantez a sus párpados cerrados… una vacilante inquietud. Parecía como si el Consejero quisiese decir algo y no se atreviese.

Pero lo que más preocupaba a Jared era que el monstruo hubiese invadido el Nivel Superior. Hasta entonces, había estado seguro de que la Barrera bastaba para contener a aquel ser al otro lado. Consideraba que él y Owen se merecían cualquier castigo por haber violado las leyes. Pero la cosa no terminaba ahí. El monstruo había cruzado la Barrera para penetrar en uno de los mundos del hombre.

Y de nuevo Jared se preguntó si él era el responsable. Él principió por invadir el Mundo Original. Y el monstruo eligió un momento muy indicado para devolver el golpe… cuando él incurría en nuevo sacrilegio, acariciando el impío proyecto de reanudar su búsqueda de la Luz.

—¿Qué hacías cuando te alcanzó aquella lanza?

—Trataba de alcanzar al zivver que estaba de guardia a la entrada.

Lorenzo se enderezó audiblemente.

—¿Entonces lo admites?

—¿Qué tengo que admitir? Oí la posibilidad de capturar a un rehén.

—Ah. —La exclamación mostraba cierto desencanto. Luego el Consejero añadió dubitativamente—: La Rueda se alegrará de saberlo. Fuimos muchos los que nos extrañamos de que te fueses tan sigilosamente.

Jared pasó las piernas por el borde de la repisa.

—No oigo qué tratas de demostrar. ¿Quieres decir que crees…?

Pero su interlocutor continuó:

—¿Así, te disponías a atacar a un zivver? Esto se hace un poco difícil de creer.

Primero encontró la abierta hostilidad de Lorenzo. Después hubo su irónica insinuación —aunque quizá sólo fuese irónica en apariencia— en el sentido de que las facultades de Jared eran más propias de un zivver. Y ahora esta insinuación velada. ¿Qué se proponía con todo aquello?

Sujetó la muñeca del hombre.

—¿Quieres decirme qué sospechas?

Pero precisamente entonces Anselmo, la Rueda, apartó la cortina y entró.

—¿Decís que trató de atacar a un zivver?

Della lo siguió al interior y Jared escuchó los movimientos casi silenciosos cuando ella se acercó al lecho.

—Esto es lo que trataba de hacer cuando se dirigió a la entrada —explicó Lorenzo sin el menor convencimiento. Pero Anselmo no percibió el tono escéptico de su voz.

—¿No dije yo que era esto lo que se proponía? ¿Cómo te encuentras, Jared, muchacho?

—Como si estuviera vendado con una lanza.

Lo Rueda rió con tono protector. Luego Anselmo se puso serio.

—Estuviste más cerca de aquel ser que ninguno de nosotros. ¿Qué era, por la Radiación?

Jared pensó si debía referirles su anterior encuentro con el monstruo. Pero la Ley de la Barrera se aplicaba con tanta rigidez allí como en el Nivel Inferior.

—No lo sé. No tuve mucho tiempo de escuchar antes de que me alcanzase aquella lanza.

—Cobalto —murmuró el Consejero Lorenzo—. Debió de ser Cobalto.

—Cobalto y Estroncio —apuntó Della desde lejos—. Algunos tuvieron la impresión de que había dos monstruos.

Jared contuvo la respiración. ¿No le habían insinuado en su sueño, también, que existía más de uno de aquellos seres increíbles?

—¡Por la Luz… era espantoso! —dijo Anselmo, asintiendo—. Sin duda eran los Diablos Gemelos. ¿Quién, si no, podía arrojar aquellas cosas tan terribles a la cabeza?

—No es verdad que «arrojase cosas» a la cabeza, como tú dices —observó el Consejero.

—No a las cabezas de todos, pues no todos sintieron lo que yo sentí. Por ejemplo, ninguno de los caras vellosas recuerda cosa tan singular.

—Yo tampoco la recuerdo, y no soy un cara vellosa.

—Hubo unos cuantos, además de los cara vellosas, que tampoco notaron esas sensaciones. ¿Tú qué sentiste, muchacho?

—No sé de qué estáis hablando —mintió Jared, para no tener que entrar en detalles.

Anselmo y Lorenzo guardaron silencio, mientras Della depositaba cariñosamente una mano sobre la frente de Jared.

—Te preparamos algo para comer. ¿Necesitas algo más?

Confuso, dirigió su oído hacia la joven. Nunca le había hablado con tal amabilidad y dulzura.

—Muy bien, muchacho —dijo Anselmo, retirándose—, está tranquilo durante el resto de tu estancia… hasta que estés dispuesto a regresar a tus lares para iniciar el Retiro y Contemplación contra la Unificación Imprudente.

Oyó el rumor de las cortinas cuando él y el Consejero las cruzaron.

—Voy a oír cómo está esa comida —dijo Della yéndose en seguimiento de los dos hombres.

Jared volvió a tenderse en el lecho, palpando la herida que tenía bajo la venda.

Aún tenía vivo en la memoria el recuerdo de su encuentro con el monstruo… o los monstruos. En su presencia experimentó una sensación idéntica a la que experimentara en el Mundo Original. Por un momento, según recordó el efecto de sobrenatural presión sobre su cara, le pareció como si fuesen los ojos los que recibiesen casi toda la fuerza. ¿Por qué? Le seguía intrigando el hecho de que Owen no hubiese experimentado aquel sentimiento peculiar. ¿Tendría algo que ver la preferencia que demostraba su amigo con los ojos cerrados con el hecho de que él no hubiese sentido la presión psíquica?

Della regresó y él oyó que traía una concha llena de caldo del maná que era como un tubérculo. Pudo escuchar la consistencia del liquido y a su olfato llegó su débil aroma. En la otra mano llevaba algo que no pudo identificar.

—¿Te encuentras bien para tomar esto? —le preguntó ella, ofreciéndole el improvisado cuenco.

Sus palabras estaban cargadas de preocupación y él no alcanzaba a explicarse su súbito cambio de actitud.

Algo caliente le cayó en la mano.

—El caldo, cuidado —le advirtió él—. Lo vas a verter.

—Oh —dijo ella equilibrando el cuenco—. Perdona.

Jared escuchó intensamente a la joven. Ni siquiera había oído verterse el líquido fuera de la concha. ¡Es como si fuese prácticamente sorda!

Para hacer una prueba, susurró con voz casi inaudible:

—¿De qué es este caldo?

—No recibió respuesta, ¡Della no poseía un oído fino como el suyo! Sin embargo, después del banquete, demostró poseer un oído finísimo, al tomar como blanco un charquito de agua tan pequeño y silencioso, que él ni siquiera había notado su presencia.

La joven dejó el caldo en un estante próximo y le ofreció el objeto que llevaba en la otra mano.

—¿Qué crees que es esto, Jared?

Él examinó el objeto. Aún se desprendía del mismo el olor del monstruo. Era tubular, como un tallo de maná, pero cortado por ambos extremos. Pero la superficie lisa del extremo mayor estaba rota. Introdujo un dedo por la hendidura y notó un objeto duro y redondo en el interior. Al retirar el dedo, se produjo un corte con algo aguzado.

—¿Qué es esto?

—No lo sé. Lo encontré a la entrada. Estoy segura de que lo tiró uno de los monstruos.

Él palpó de nuevo el objeto redondo que había bajo la superficie rota. Le recordaba algo… no sabía qué.

—El extremo mayor estaba… caliente, cuando yo lo encontré —reveló Della.

Él la escuchó con prevención. ¿Por qué vaciló antes de pronunciar la palabra «caliente»? ¿Sabía ella que era el calor lo que los zivvers zivveían? ¿Y si plantease furtivamente aquel tema para conocer su reacción… tratando incluso de comprobar la insinuación del Consejero, de que él pudiera ser un zivver? Si ésta era su intención, sabía ocultarla muy bien.

Entonces se incorporó bruscamente. ¡Ya sabía lo que le recordaba el objeto redondo del extremo del tubo! ¡Era una versión en miniatura de la Santa Bombilla empleada durante los servicios religiosos!

Y movió la cabeza con desconcierto. ¿Cómo había que interpretar aquella absurda paradoja? ¿No estaba la Santa Bombilla relacionada con la Luz… con la bondad y con la virtud, y no con aquellos monstruos malvados y repugnantes?…

* * *

Los períodos que aún pasó en el nivel superior fueron tan tranquilos, que lindaron con la monotonía. Descubrió que los habitantes de aquel mundo no abrigaban amistosos sentimientos hacia él. Lo sucedido con los monstruos los había dejado aprensivos y recelosos. Más de una vez le dieron la callada por respuesta y él notó las tumultuosas palpitaciones que denotaban un temor permanente.

De no haber sido por la presencia de Della, tal vez hubiera regresado antes de lo previsto. A decir verdad, empero, la muchacha constituía un enigma constante. No lo abandonaba ni un momento. Y las muestras de amistad que le daba eran tan vivas, que a menudo notaba cómo su mano se deslizaba en la suya cuando lo llevaba a pasear por el mundo, para que conociese a los suyos.

En una ocasión, Della aún incrementó el misterio al detenerse para susurrarle:

—¿No me ocultas nada, Jared?

—No sé a qué te refieres.

—Yo tengo bastante puntería, ¿no te parece?

—Con piedras… sí.

Resolvió tirarle de la lengua.

—Y yo soy quien encontró aquel objeto que abandonaron los monstruos.

—En efecto.

El rostro de la joven estaba vuelto con ansiedad hacia el suyo, y él la observó al sonido del difusor central. Cuando guardó silencio, notó que su respiración se hacía entrecortada de cólera.

Se volvió para alejarse pero él la sujetó por el brazo.

—¿Crees que oculto algo, Della? ¿Qué es?

Pero su talante había cambiado.

—Si tienes verdaderamente intenciones de realizar la Unificación.

Era indudable que mentía.

Pero durante los dos últimos períodos pareció estar pendiente de sus palabras, como si esperase escuchar una revelación. Incluso hasta el mismo momento de su partida, le mostró una contenida expectación.

Estaban ambos de pie junto al huerto del maná, mientras la escolta esperaba a Jared a la entrada, cuando ella le dijo con tono de reproche:

—Jared, no está bien ocultar las cosas.

—¿Ocultar? ¿Ocultar qué?

—El hecho de que… tengas un oído tan fino.

—El Primer Superviviente consagró mucho tiempo a mi aprendizaje.

—¡Eso ya me lo has contado! —le atajó ella con impaciencia—. Jared, si ambos seguimos pensando lo mismo después del Retiro y la Contemplación, nos Unificaremos. Y entonces no estaría bien que hubiese secretos entre nosotros.

Cuando él se disponía a preguntarle adónde quería ir a parar, Lorenzo se presentó con un arco atravesado a la espalda.

—Antes de que te vayas —dijo— podrías darme algunas lecciones de tiro al arco.

Jared tomó el arco y la flecha, extrañado de que a Lorenzo se le ocurriese tomar lecciones de tiro en aquellos momentos tan inoportunos.

—Muy bien, no oigo a nadie sobre la cornisa.

—Oh, pero los niños estarán jugando allí dentro de algunos latidos —dijo el Consejero—. Escucha el huerto. ¿Oyes esa planta de maná tan alta que está frente a ti, a unos cuarenta pasos?

—La oigo.

—Tiene una fruta en la rama más alta. Es un blanco bastante bueno.

Apartándose a buena distancia de los vapores del pozo hirviente más próximo, Jared hizo repiquetear un par de guijarros.

—Con un blanco fijo —explicó— hay que sondearlo primero claramente. El difusor central no da impresiones demasiado precisas.

Puso una flecha en el arco.

—Después es importante no mover los pies, para no perder la orientación original.

Soltando la cuerda del arco, escuchó cómo una flecha pasaba a más de dos brazas por encima del fruto.

Sorprendido de haber errado el tiro por un margen tan amplio, hizo repiquetear de nuevo las piedras. Pero con el rabillo del oído percibió la reacción de Lorenzo. La expresión del Consejero era de irreprimible excitación. ¿Por qué les causaba un júbilo tan indescriptible el hecho de que hubiese fallado? Sumido en un mar de confusiones, colocó otra flecha y disparó de nuevo.

Erró el blanco por la misma distancia.

Esto no hizo más que redoblar el júbilo del Consejero y la muchacha. Pero Lorenzo mostraba una expresión de triunfo mientras que Della parecía enormemente aliviada.

Erró otros dos tiros antes de cansarse de aquel juego incomprensible. Enojado, tiró el arco y la aljaba y se dirigió a la salida, donde le esperaba su escolta. Después de haber recorrido algunos pasos comprendió por qué había fallado siempre el tiro. ¡En aquel mundo, la tensión reglamentaria de los arcos era mayor que en el suyo! A esta causa tan sencilla se debió su fracaso. Ahora incluso recordaba que la cuerda le había parecido más tensa.

Entonces se detuvo de pronto. Súbitamente lo oyó todo claro. Sabía por qué Lorenzo demostró tal júbilo al oír que no daba en el blanco… y comprendió también el propósito que se había perseguido con aquellas pretendidas lecciones de tiro.

Con el fin de proteger su cargo de Consejero, Lorenzo se esforzaba por impedir su Unificación con Della. ¿Y qué manera mejor para conseguirlo que demostrar que él era un zivver?

El Consejero debía saber que los zivvers no podían zivver en la cálida atmósfera de un huerto lleno de fuentes termales. Y como Jared falló todos sus tiros, Lorenzo ya debía de estar convencido de que era un zivver. ¿Pero a qué se debía el interés demostrado por la joven? Sin duda alguna, ella también conocía las limitaciones que tenían los poderes de los zivvers. Y comprendió lo que podía demostrar aquella prueba, aunque tal vez no supiese que había sido planeada expresamente para aquel fin.

Pero, en cambio, había manifestado un júbilo indudable ante su fracaso. ¿Por qué?

—¡Jared! ¡Jared!

Oyó a Della corriendo a sus alcances.

La joven lo tomó del brazo.

—Ahora ya no hace falta que me lo digas, pues ya lo sé. ¡Oh, Jared, Jared! ¡Nunca hubiera soñado que pudiese ocurrir nada parecido!

Tomando su cabeza entre ambas manos, lo besó.

—¿Ya lo sabes?… ¿Qué sabes? —preguntó él, rechazándola.

Ella prosiguió con efusión: ¿No oíste lo que sospeché enseguida… desde el momento en que arrojaste las jabalinas? Y cuando te traje aquel tubo que había dejado caer el monstruo, yo solamente dije que lo había descubierto por su calor. No era yo quien tenía que empezar…, al menos hasta estar segura de que tú también eras un zivver.

Desde las profundidades de su asombro, él sólo pudo balbucear:

—¿Cómo… también?

Jared. Yo también soy un zivver… como tú, El capitán de la escolta oficial se acercó desde la entrada.

—Cuando gustes podremos partir.