A la entrada del Nivel Superior, los tonos poco familiares del difusor de ecos central dieron a Jared la sumaría impresión de un mundo muy parecido al suyo, con grutas, zonas de trabajo y establos para el ganado. Además poseía una cornisa natural que recorría toda la pared derecha, para descender al terreno próximo.
Mientras esperaba los que vendrían a buscarlo para escoltarlo en aquel mundo, pensó de nuevo con tristeza en las armas de Owen, que había descubierto en el lado opuesto de la Barrera.
«Lo único que entonces se le ocurrió fue pensar que aquella perversa criatura había sido enviada por la propia Luz para castigarlo por la sacrílega negación de las creencias establecidas. Desde luego, se había equivocado. En definitiva, la Barrera había sido levantada solamente para proteger al hombre del monstruo. Pero él sabía que aquello no le haría renunciar a su búsqueda de las Tinieblas. Ni tampoco permitiría que la incertidumbre rodease por mucho tiempo la suerte de Owen».
—¿Jared Fenton?
La voz, que surgía detrás de una peña a su Izquierda, lo pilló por sorpresa.
Saliendo al pleno sonido del difusor central, el desconocido se presentó:
—Soy Lorenzo, Consejero de Anselmo la Rueda.
La voz de Lorenzo indicaba una persona de corta estatura, pequeña capacidad pulmonar y pecho hundido. Añádase a esto la indirecta impresión sónica de una cara cuyas facciones audibles estaban surcadas de arrugas y desprovistas de la suave y húmeda prominencia de los globos oculares descubiertos.
—¿Diez toques de familiarización? —ofreció Jared ceremoniosamente.
Pero el Consejero declinó el ofrecimiento.
Mis facultades son adecuadas. No olvido jamás los efectos auditivos.
Tomó por un sendero que cruzaba a través de la zona de fuentes termales.
Jared se fue en su seguimiento.
—¿Me espera, la Rueda?
Pregunta innecesaria, pues un mensajero ya los había precedido.
—No hubiera venido a recibirte si él no te esperase.
Percibiendo cierta hostilidad en las bruscas respuestas del Consejero, Jared concentró plenamente su atención en aquel hombre. Los tonos del difusor eran duramente modulados por su expresión determinada y resentida.
—Tú no oyes con buenos oídos mi venida, ¿verdad? —le preguntó Jared sin ambages.
—Me opuse a ella. No oigo qué podemos ganar, colaborando estrechamente con tu mundo.
La sombría actitud del Consejero lo desconcertó momentáneamente… hasta que comprendió que la unificación de ambos niveles no dejaría de afectar la situación de Lorenzo.
El trillado sendero se enderezó y siguió la pared derecha. Las viviendas se percibían como ahogadas soluciones de continuidad en los ininterrumpidos ecos. Y Jared sentía más que oía los grupos de personas inquisitivas reunidas para escucharle pasar.
De pronto el Consejero lo tomó por los hombros y lo hizo girar a la derecha.
—Ésta es la gruta de la Rueda.
Jared vaciló, tratando de orientarse. La cueva era muy profunda y estaba provista de numerosos estantes. En el espacio que se extendía hacia la entrada había un gran bloque de piedra o losa, con los lados ahuecados para poder colocar las piernas. De su superficie le llegaron los sonidos simétricos de conchas vacías de maná, que daban la viva impresión de una mesa servida para una comida a la que asistirían muchas personas.
—¡Bienvenido al Nivel Superior! Yo soy Noris Anselmo, la Rueda.
Jared escuchó a su anfitrión. Era un hombre de proporciones hercúleas que en aquel momento daba la vuelta a la losa con la mano tendida. El hecho de que encontrase la suya al primer intento, hablaba muy alto en favor de la agudeza perceptiva de la Rueda.
—¡He oído hablar mucho de ti, muchacho! —sacudió fuertemente la mano de Jared—. ¿Diez toques?
—No faltaba más.
Jared se sometió a aquellos dedos inquisitivos, que exploraron metódicamente su cara y luego descendieron por su pecho y sus brazos.
—Muy bien —dijo Anselmo con aprobación—. Facciones correctas… posición erguida…, agilidad…, fuerza. El Primer Superviviente no ha exagerado mucho.
Ahora puedes palpar tú.
Las manos de Jared se familiarizaron con un físico robusto, algo corpulento, pero que no tenía nada de fláccido. La ausencia de tela que cubriese el pecho, de cabello ralo y de barba, indicaban una notable resistencia al envejecimiento. Y unos párpado, que se movieron en protesta a su contacto, significaban que era un decidido partidario de los ojos abiertos.
Anselmo rió:
—¿De manera que has venido dispuesto a proponer una Declaración de Intenciones Unificadoras?
Condujo a Jared a un banco contiguo a la loso.
—Sí. El Primer Superviviente dice…
—Ah… El Primer Superviviente Fenton. Hace algún tiempo que no oigo hablar de él.
—Me envía…
—¡Es una excelente persona, el viejo Evan! —declaró la Rueda impulsivamente—. Su idea de acercar los dos niveles es muy acertada. ¿Qué opinas tú?
—Al principio, yo…
—Naturalmente también la apruebas. No hace falta mucha imaginación para oír las ventajas, ¿no?
Abandonando toda esperanza de comentar la frase, Jared consideró la pregunta como puramente formularía y prefirió concentrarse en las débiles impresiones procedentes de la boca de la cueva, que tenía detrás. Alguien había salido a la entrada y estaba escuchando silenciosamente. Los ecos reflejados le dieron la silueta de una forma juvenil y femenina.
—Como decía —repitió Anselmo—, no hace falta tener mucha imaginación para oír los beneficios que representa la unión de los dos niveles.
Jared se incorporó, oído avizor.
—Desde luego. El Primer Superviviente dice que todos saldremos ganando mucho. Afirma…
—Hablemos de esta Unificación. Supongo que ya estarás dispuesto para ella.
Por último, Jared había conseguido completar una respuesta. Pero como era inútil que tratase de explotar su éxito, se limitó Unificación…
—Sí.
—¡Buen muchacho! Della será una magnífica superviviente. Un poco voluntariosa, quizás. Pero sí pienso lo que fue mi propia Unificación…
La Rueda se embarcó en una prolija disertación, mientras Jared volvía fijarse en la joven que escuchaba furtivamente. Al menos sabía ya quién era. A la mención del nombre «Della» su respiración se alteró y él oyó que su pulso se aceleraba.
Los tonos claros y contundentes de la voz de la Rueda producían agudos ecos. Y Jared pudo observar el preciso y regular perfil de la joven. Sus altos pómulos acentuaban la osada línea de su mentón Tenía los ojos muy abiertos y llevaba el cabello arreglado de una manera que él nunca había oído. Peinado fuertemente hacia atrás, estaba recogido con una banda en la parte posterior de la cabeza y descendía como una cascada por su espalda.
Oyó en su imaginación el agradable eco que daría Della corriendo por una galería, con su larga trenza flotando al viento.
—… Pero Lidia y yo no tuvimos un heredero. —Su parlanchín anfitrión ya había pasado a otro tema—. Sin embargo, yo siempre he considerado preferible que la Rueda permaneciese en la familia de Anselmo.
—Desde luego —dijo Jared, a pesar de que no sabía de que le estaban hablando.
—Y la única manera de suprimir todas las complicaciones consiste en realizar la Unificación entre tú y mi sobrina.
Esto explicaba, se dijo Jared, que la joven hubiese salido de su escondrijo. Pero no parecía darse por aludida.
El Nivel Superior ya se había repuesto de la emoción que suscitó su llegada y pudo escuchar ya los sonidos de un mundo normal… niños gritando en sus juegos, mujeres limpiando las grutas, hombres entregados a sus diversos menesteres, una partida de guijarros percutores en el campo que se extendía más allá de los gallineros.
La Rueda lo asió por el brazo y le dijo:
—Bueno, ya habrá tiempo para irnos conociendo. En este período habrá un banquete en honor tuyo y de Della. Así os conoceréis y os iréis familiarizando. Pero, ante todo, quiero acompañarte a la residencia que te hemos preparado.
Condujeron a Jared siguiendo la hilera de grutas. Pero no habrían andado mucho cuando le obligaron a detenerse.
—El Primer Superviviente dice que tienes un oído finísimo, muchacho. Vamos a oír si es tan fino como dices.
Algo embarazado, Jared volvió su atención a las cosas que le rodeaban. A los pocos momentos sus oídos fueron atraídos a la cornisa que recorría toda la pared opuesta.
—Oigo algo sobre aquella cornisa —dijo—. Hay un muchacho agazapado allí, escuchando al mundo.
Anselmo lanzó una exclamación de sorpresa. Luego gritó:
—¡Myra, tu hijo ha vuelto a trepar a la cornisa!
Una mujer próxima se puso a gritar:
—¡Timmy! ¡Timmy! ¿Dónde estás?
Una voz aguda y remota respondió:
—¡Estoy aquí arriba, madre!
—¡Increíble! —exclamó la Rueda—. ¡Verdaderamente asombroso!
Cuando el banquete tocaba a su fin, Anselmo golpeó la losa con la concha que le servía para beber y, volviéndose a los otros invitados, dijo:
—¡Fue algo extraordinario! El chico estaba al otro extremo del mundo. Pero Jared lo oyó. ¿Cómo lo hiciste, muchacho?
Jared hubiera preferido no hablar de ello. Empezaba a estar mareado de que todos los invitados hiciesen con él el ritual de los Diez Toques.
—Hay una cúpula lisa al otro lado —explicó cansadamente—. Simplifica los ruidos del difusor central.
—¡De todos modos, muchacho, fue una hazaña! En torno a la losa resonaron respetuosos murmullos.
Lorenzo, el Consejero, lanzó una carcajada.
—Al oírselo decir a la Rueda, uno se siente casi tentado de pensar que nuestro visitante puede ser un zivver.
Se oyeron murmullos de desasosiego. Jared oía la sonrisa de complacencia del Consejero.
—Fue una gran hazaña —insistió Anselmo.
La conversación decayó y Jared procuró darle otro sesgo, apartándola de sí mismo.
—Los cangrejos me han gustado mucho, pero la salamandra estaba exquisita.
Nunca había probado nada tan fino.
—Lo creo —dijo Anselmo, satisfecho—. Y debes agradecérselo a la superviviente Bates. Di a nuestro invitado cómo lo has hecho, superviviente.
Una mujer gruesa sentada al otro extremo de la losa dijo:
—Pensé que la carne tendría mejor sabor si no la sumergíamos directamente en agua hirviendo. Metí los pedazos de carne en el interior de conchas herméticamente cerradas y las metí en las fuentes termales. De esta manera, la carne se cuece en seco.
Con el rabillo del oído, Jared se dio cuenta de que Della escuchaba sus menores movimientos.
—La Superviviente solía preparar la salamandra aún mejor —observó Lorenzo.
—Cuando aún teníamos el gran pozo del agua hirviente —replicó la mujerona.
—¿Cuándo aún lo teníais? —preguntó Jared, interesado.
—Se secó hace poco tiempo, junto con otros dos —le explicó Anselmo—. Pero creo que podremos pasarnos sin ellos.
Los demás invitados empezaron a retirarse a sus grutas… se fueron todos, con excepción de Della, que aún parecía ignorar la presencia de Jared.
La Rueda agarró al muchacho por el hombro, deseándole buena suerte en un susurro, y luego se alejó hacia sus propios aposentos.
Alguien paró el difusor de ecos, indicando así el fin del período de actividad, y Jared permaneció sentado, escuchando la regular respiración de la joven. De manera que quería ser casual, golpeó la losa con la uña, para estudiar los ecos reflejados. Así pudo notar que la joven tenía el ceño fruncido y sus carnosos labios apretados en un mohín de preocupación.
Acercándose a ella, dijo:
—¿Diez Toques?
Hubo una brusca alteración en las impresiones auditivas cuando ella se volvió.
Pero no opuso resistencia a la Familiarización, ni protestó.
Sus dedos inquisitivos siguieron primero su perfil y luego comprobaron la firmeza de sus pómulos. Después exploró el curioso peinado y sus hombros firmes. Tenía una tez cálida y elástica. Su suavidad apenas estaba interrumpida por los tirantes que la cruzaban.
Apartándose, la joven dijo:
—Estoy segura de que me reconocerás la próxima vez que me encuentres.
Si no tenía más remedio que aceptar la Unificación, pensó Jared, desde luego le podían haber dado una compañera mucho peor.
Esperó a que ella le pasase los dedos por el rostro. Pero esperó en vano. En lugar de palparlo, Della se deslizó del banco y se dirigió como al azar a una gruta natural. Él la siguió.
Por último, la joven le preguntó:
—¿Qué se siente cuando a uno le obligan a unificarse a la fuerza?
Sus palabras no ocultaban un tono de amarga indignación.
—La verdad, eso no me preocupa mucho. Aunque la Unificación tampoco me interesa.
—Entonces, ¿por qué no te niegas? —dijo ella, sentándose en una repisa de la gruta.
Él se detuvo en el exterior, captando los detalles de la caverna que le facilitaban sus palabras al rebotar en las paredes.
—Y tú, ¿por qué no te niegas tú también?
—Yo no tengo otra alternativa. Debo acatar la decisión de la Rueda.
—Sí que lo siento. —La actitud de Della parecía indicar que él había urdido toda aquella maquinación. Aunque, por otra parte, pensó que la joven tenía derecho a estar indignada. Por lo tanto añadió—: De todos modos, hubiéramos podido tener peor suerte.
—Tú, quizás. Pero yo podía haber escogido entre una docena de jóvenes del Nivel Superior.
Jared se amoscó.
—¿Cómo lo sabes? Ni siquiera me has hecho los Diez Toques.
Ella recogió una piedrecita y la tiró. La piedrecita hizo plunk.
—Yo no los he solicitado —dijo—. Ni los quiero.
Él se preguntó si unos cuantos cachetes propinados adecuadamente no la obligarían a morderse la lengua.
—¡No creo estar tan mal!
—¡No… por el Paraíso, no está tan mal! —dijo ella con sarcasmo—. ¡Tú eres Jared Fenton, del Nivel Inferior! ¡Nada menos que Jared Fenton!
Otra piedrecita hizo plunk.
—«Oigo algo sobre aquella cornisa» —dijo ella, burlona, repitiendo sus anteriores palabras—. «Hay allí un muchacho agazapado, escuchando al mundo».
Della continuó tirando piedrecitas, mientras él la escuchaba con severidad. Todas las piedrecitas hacían plunk.
—Esa demostración fue idea de tu tío —le recordó él.
En vez de responder, ella continuó tirando piedras al agua. Lo obligó a ponerse a la defensiva. Y si él se decidía a contraatacar, únicamente parecería que era partidario de su Unificación. Y nada estaba más lejos de la verdad. La Unificación y las obligaciones que ésta traía aparejadas significarían el fin de su búsqueda de la Luz.
Levantándose, Della se acercó a la pared de la gruta, donde un grupo de aguzadas piedras pendían como agujas del techo. Las golpeó ligeramente y unos tonos melodiosos y vibrantes llenaron el antro. Era una melodía triste que evocaba cosas agradables de un profundo y tierno significado. La sensibilidad que demostraba la joven lo emocionó, así como los agudos contrastes que la música revelaba en su naturaleza.
Golpeó fuertemente las piedras en un estallido de mal humor y luego recogió otro guijarro. Su brazo silbó al describir un arco por el aire, para arrojar la piedra con gesto de reto.
Plunk.
Curioso, Jared salió en busca del charco. Le preocupaba el hecho de que él no hubiese señalado la presencia del agua, con su líquida suavidad en la gruta.
Encontró el charco un momento después. Era un profundo manantial que casi no manaba, cuya superficie apenas tenía un palmo cuadrado.
Sin embargo, desde una distancia de treinta pasos, Della había arrojado con indiferencia más de una docena de piedras… ¡cada una de las cuales había dado en el blanco con precisión matemática!
* * *
Durante una gran parte de la ceremonia del período siguiente, Jared notó que sus pensamientos volvían involuntariamente a la joven. No le molestaba tanto su arrogancia como la posibilidad de que su demostración de puntería hubiese podido ser premeditada. ¿Se había propuesto únicamente burlarse de sus facultades? ¿O bien la demostración había sido verdaderamente tan casual como había parecido?
En ambos casos, su prodigiosa destreza continuaba sin hallar una explicación.
Anselmo, la Rueda, que se sentaba en el Banco de Honor a su lado, se acercó aún más a él para darle una amistosa palmada en la espalda.
—Ese Drake es muy bueno, ¿no te parece?
Jared se vio obligado a asentir, aunque había varios supervivientes del Nivel Inferior capaces de hacer más de tres blancos en nueve tiradas de arco.
Concentró su atención en los ecos reflejados del difusor central y escuchó cómo Drake ponía otra flecha en el arco. Un ansioso silencio cayó sobre los presentes y Jared trató de distinguir la respiración y los latidos de Della, sin conseguirlo.
Al cabo de un momento, el Marcador Oficial, gritó:
—¡Dos palmos a la derecha! Puntuación: tres blancos de diez tiros.
Estalló una tempestad de aplausos.
—Es bueno, ¿eh? —comentó Anselmo, ufano.
Jared notó entonces la respiración de Lorenzo, cuando el Consejero se volvió hacia él para decirle:
—Suponía que te gustaría participar en estas competiciones.
Aún resentido por la insinuación de Della de que él era un orgulloso, Jared dijo con indiferencia:
—Estoy dispuesto a lo que sea.
La Rueda captó esta conversación y exclamó:
—Muy bien, muchacho. —Y se levantó para anunciar—: ¡Nuestro distinguido visitante inaugurará el concurso de lanzamiento de jabalina!
Resonaron más aplausos. Pero a Jared le pareció oír un bufido de desdén, lanzado por una mujer.
Lorenzo lo acompañó al bastidor donde se alineaban las jabalinas, y él pasó algún tiempo eligiendo las que emplearía.
—¿En qué consiste el blanco?
—Son discos de vainas entretejidas… de dos palmos de diámetro. Están situados a cincuenta pasos. —Tomándole el brazo, el Consejero le hizo señalar con él—. Están en aquel ribazo.
—Ya los oigo —le dijo Jared—. Pero yo quiero que los tiren al aire.
Lorenzo dio un paso atrás.
—Sin duda, quieres oír de qué manera vas a hacer el ridículo.
—Me toca a mí, ¿verdad? —dijo Jared, recogiendo sus jabalinas—. Tú tira los discos y no te preocupes.
De modo que Della creía que él tenía una exagerada opinión de sí mismo, ¿eh?
Irritado, sacó sus guijarros y se retiró a la linde de las fuentes termales. Entonces empezó a golpear de manera repetida y rápida los dos guijarros, en el cuenco de su mano izquierda. Sus ecos familiares, más finos, complementaban los del difusor de ecos. Entonces pudo oír claramente todo cuanto le rodeaba… la cornisa a su derecha, el hueco de la galería detrás, Lorenzo preparado para arrojar los discos.
—¡Ahora! —gritó al Consejero.
El primer disco de vainas de maná zumbó por el aire y él blandió una jabalina y la arrojó. Las vainas leñosas crujieron bajo el impacto de la aguzada jabalina y luego el disco y el arma arrojadiza cayeron juntos al suelo con gran estrépito.
Por un momento le pareció que algo no andaba bien. Pero no pudo comprender qué era.
—¡Otro!
Un nuevo blanco. Y después otro.
Las exclamaciones que brotaban del público distrajeron su atención y erró el cuarto tiro. Esperó en silencio antes de pedir que arrojasen más discos al aire. Los siguientes cinco tiros dieron todos en el blanco. Entonces hizo una pausa para escuchar intensamente. Algo le decía que las cosas no eran como debían ser.
—¡No hay más discos! —gritó el Consejero.
—Aún me queda una —gritó a su vez Jared, dejando la última jabalina en el suelo.
Un temeroso silencio se cernía sobre el público. De pronto Anselmo soltó una carcajada y exclamó con su vozarrón:
—¡Por la Luz! ¡Ocho de nueve!
—Esta extraordinaria habilidad sólo se explica —gritó Lorenzo desde lejos—, admitiendo que es un zivver.
Jared giró sobre sus talones hecho una furia. ¡Sí, eso era… zivvers! ¡Después de captar su olor, notaba también sus latidos!
Entonces alguien gritó:
—¡Zívvers! ¡En la cornisa!
Cundió el desorden. Las mujeres chillaban y corrían en busca de sus hijos, mientras los supervivientes saltaban en busca de sus armas.
Jared oyó silbar una lanza arrojada desde lo alto, que cayó con estrépito sobre el Banco de Honor. La Rueda juró con cierta aprensión.
—¡Qué todos se queden donde están! —gritó una voz poderosa que Jared había aprendido a conocer en el curso de incursiones anteriores… Era la voz de Mogan, el jefe de los zivvers—. ¡Al primero que se mueva, la Rueda recibirá una lanza en mitad del pecho!
A la sazón Jared ya había podido formarse una idea auditiva bastante completa de la situación. Mogan y unos veinte zivvers ocupaban toda la cornisa a intervalos regulares, pues los ecos del difusor central rebotaban claramente en las lanzas que blandían. Un solo zivver protegía la entrada, apostado junto al enorme peñasco.
Tan cautelosamente como pudo, Jared se inclinó para recoger la jabalina del suelo. Pero una lanza cruzó silbando los aíres y fue a clavarse en el suelo a sus pies.
—¡He dicho que nadie se mueva! —Gritó la voz amenazadora de Mogan.
Aunque pudiese apoderarse de la jabalina, se dijo Jared la cornisa quedaba fuera de su alcance. El hombre que guardaba la entrada, sin embargo, ya era distinto. Y entre él y aquel hombre, sólo se interponían algunos pozos hirvientes y plantas de maná. Si pudiera llegar hasta el primer manantial, ninguno de los merodeadores podría seguir su avance por la zona recalentada.
Siguió el vuelo de otra lanza arrojada desde la cornisa. Ésta se clavó en el árbol del difusor de ecos, agarrotando la polea. El Nivel Superior quedó sumido en él más profundo silencio.
—Tomad lo que queráis —gritó la Rueda— y dejadnos en paz.
Jared empezó a deslizarse hacia el primer manantial caliente.
—¿Qué sabéis de un zivver que desapareció hace veinte períodos? —preguntó Mogan.
—¡Nada en absoluto! —le aseguró Anselmo.
—¡Por la Radiación que mentís! Pero lo averiguaremos nosotros mismos antes de irnos.
Jared notó en el pecho los cálidos vapores de las fuentes y penetró rápidamente en aquella niebla sofocante.
—¡Nosotros no sabemos nada! —repitió la Rueda—. A nosotros también nos falta un superviviente… ¡Desapareció hace más de cincuenta períodos!
Haciendo castañetear débilmente los dedos para producir ecos, mientras se deslizaba sigilosamente por la región de las fuentes termales, Jared se detuvo de pronto al oír esto. ¿Había desaparecido un zivver? ¿Y también faltaba un hombre del Nivel Superior? ¿Podía tener relación esto con lo que le había sucedido a Owen? ¿Y si el monstruo procedente del Mundo Original hubiese terminado por cruzar la Barrera?
Mogan vociferó:
—¡Norton, Sellers… id a registrar sus grutas!
Jared dejó atrás el último pozo hirviente y se acercó sin hacer ningún ruido al peñasco. En aquellos momentos sólo la enorme roca se interponía entre él y el zivver que vigilaba la entrada. Y la respiración de aquel hombre, junto con los latidos de su corazón le revelaban claramente su situación exacta. ¡Nadie había gozado nunca de posición tan ventajosa para sorprender a un zivver desprevenido! Pero tenía que actuar con rapidez. Norton y Sellers ya descendían a buen paso por la pendiente y dentro de dos o tres respiraciones pasarían a pocos pasos del peñasco.
En los instantes siguientes ocurrieron tantas cosas a la vez, que le fue imposible seguirlas todas. Cuando se abalanzaba hacia el otro lado de la roca, llegó a él el horrible hedor del ser salido del Mundo Original. Pero ya era demasiado tarde para retroceder.
Cuando dio la vuelta a la roca, un gran cono de rugiente silencio brotó como un alarido de la galería. Aquella increíble sensación le dio de pleno en la cara, con fuerza ensordecedora. Lo pareció como si en su mente se abriesen oscuras regiones… como si millares de terminaciones nerviosas que hasta entonces nunca habían sido estimuladas, inundasen súbitamente su cerebro con impulsos desconocidos.
En aquel mismo instante oyó el mismo zip-his, que había resonado en el Mundo Original antes de que Owen se desplomase. Y oyó primero cómo caía el zivver que estaba ante él y luego los gritos frenéticos y desesperados que se alzaron a su espalda.
Girando sobre sus talones, Jared intentó huir del monstruo y del espantoso ruido que no podía oír ni tocar. Pero apenas se apercibió de la lanza zivver que partía silbando en su dirección.
En el último latido, trató de esquivarla.
Pero era demasiado tarde.