Capítulo II

—¡Por la Luz bienaventurada! ¡Salgamos de aquí!

El susurro de Owen despertó a Jared y, con un esfuerzo éste se levantó. Pero al acordarse del Mundo Original y sus terrores se agazapó de nuevo.

—Ya se ha ido —le aseguró su compañero.

—¿Estás seguro?

—Sí. Oí que estaba escuchando ahí afuera. Después se fue. Por la Radiación… ¿qué era? ¿Cobalto? ¿Estroncio?

Jared salió a rastras de entre las rocas y buscó un par de guijarros para golpear.

Pero luego pensó que más valía no hacer ruido.

Owen se estremeció.

—¡Qué olor tan horrible! ¡Y qué sonido producía su forma!

—¡Y aquella otra sensación! —añadió Jared—. ¡Era como algo… psíquico!

Hizo chasquear quedamente los dedos, calculando los sonidos reflejados, y contorneó una gran piedra colgante que descendía como una cascada, en graciosos pliegues que se juntaban con un montículo que se alzaba como un gigante de ancha base.

—¿A qué otra sensación te refieres? —preguntó Owen.

—Parecía tener toda la Radiación suelta en mi cabeza… Era algo que no era sonido ni olor ni tacto.

—Yo no oí nada como esto.

—No creo que lo oyese…

—¿Por qué nos desmayamos?

—No lo sé.

Doblaron un recodo de la galería. Como se hallaban ya a prudente distancia, Jared empezó a emplear los guijarros.

—¡Luz! —exclamó, aliviado—. ¡Ahora, acogería con agrado incluso a un soubat!

—Sin armas no podrías hacerle frente.

Cuando cruzaron la Barrera y continuaron por la orilla del ancho río, Jared se preguntaba por qué su amigo no había experimentado aquella misma terrible sensación. Por lo que a él concernía, aquella parte del episodio era incluso más espantosa que la propia aparición del monstruo.

Entonces apretó ceñudo los labios cuando se le presentó una alarmante posibilidad: ¿Y si lo que le había ocurrido en el Mundo Original hubiese sido un castigo que le enviaba el Todopoderoso por su herejía al afirmar que la Luz era inferior a Dios?

Cuando penetraron en vericuetos más familiares, Jared declaró:

—Tenemos que comunicar lo sucedido al Primer Superviviente.

—¡No podemos hacerlo! —protestó Owen—. ¡Hemos transgredido la ley al ir a este sitio!

Jared no había pensado en esa complicación. Desde luego, Owen ya se hallaba metido en bastantes dificultades, a consecuencia de haber permitido que el ganado se metiese en el huerto del maná, durante el último período.

Varios cientos de respiraciones después, Jared se puso al frente para contornear el último peligro importante que restaba… un enorme pozo insondable. Se guardó los guijarros. Poco después ordenó a Owen que se callase, con un susurro, y luego lo obligó a meterse en un entrante del muro.

—¿Qué pasa? —preguntó su amigo.

—¡Zivvers! —musitó.

—No oigo nada.

—Los oirás dentro de unos cuantos latidos. Bajan por la Galería Principal, la que está frente a nosotros. Si vuelven hacia aquí, tal vez tendremos que correr.

Los sonidos que llegaban del otro túnel se percibían ya con mayor claridad.

Oyeron el balido de una oveja y Jared lo reconoció.

—Esa oveja es nuestra. Han hecho una incursión en el Nivel Inferior.

Las voces de los zivvers alcanzaron su máximo volumen cuando la partida de merodeadores pasó frente a la intersección de galerías; luego fue en disminución.

—Vamos —apremió Jared—. Ahora no pueden zivvernos.

Aún no llevaba recorridos treinta pasos, cuando se detuvo y advirtió en voz bajísima:

—¡Alto!

Contuvo el aliento para escuchar. Además de los latidos de su propio corazón y los del corazón de Owen, más débiles, se percibía un tercer latido, no muy lejos. Era debilísimo pero desordenado a causa del terror.

—¿Qué es? —preguntó Owen.

—Un zivver.

Es el olor del grupo que ha pasado…

Pero Jared se adelantó, fiado en sus percepciones auditivas, olfateando el aire para obtener otros indicios. El olor del zivver era inconfundible, pero era de menores proporciones ¡El olor de un niño! Olfateó nuevamente y trató de retener el olor en sus fosas nasales.

—¡Una muchacha zivver!

Percibía claramente los latidos de su corazón, cuando hizo repiquetear sus guijarros rapidísimamente para sondear los detalles de la grieta en que se ocultaba.

Su cuerpo se puso rígido al oír el ruido, pero no intentó huir. En lugar de ello, se echó a llorar lastimeramente.

Owen relajó su tensión.

—¡No es más que una niña!

—¿Qué te pasa? —preguntó Jared con solicitud, sin obtener respuesta.

—¿Qué haces aquí? —preguntó Owen a su vez.

—No te haremos daño —prometió Jared—. ¿Qué te ocurre?

—Yo… yo… no puedo zivver —consiguió decir finalmente la niña, con voz entrecortada por los sollozos.

—Tú eres zivver, ¿verdad?

—Sí. Es decir… no, no lo soy. Bien, es que…

Debía de tener unos trece períodos de edad. No podía ser mayor, ciertamente.

Él la condujo a la galería, sacándola de su escondrijo.

—Ahora dime… ¿cómo te llamas?

—Estel.

—¿Y por qué te escondías aquí, Estel?

—Oí venir a Mogan y a los demás. Me escondí aquí para que no me zivviesen.

—¿Por qué no querías que te encontrasen?

—Para que no me devolviesen al Mundo Zivver.

—Pero tú eres de allí, ¿verdad?

La niña dejó de hacer pucheros y empezó a secarse las mejillas.

—No —dijo con desaliento—. Allí todos pueden zivver menos yo. Y cuando esté a punto de convertirme en una superviviente, ningún superviviente zivver me querrá.

Rompió nuevamente en sollozos:

—¡Quiero ir a vuestro mundo!

—Eso no puede ser, Estel —intentó explicarle Owen—. Tú no comprendes la animadversión que existe contra, es decir…, oh, cuéntaselo tú, Jared.

Jared apartó los cabellos que cubrían la cara de la niña, cuya presencia le indicaron los sones reflejados de su voz.

—En el Nivel Inferior tuvimos también una niña… poco más o menos de tu edad, que estaba muy triste porque no podía oír. Quiso escaparse. Hasta que un período, de pronto pudo oír… Y se alegró de haber tenido el suficiente juicio de no seguir su primer impulso y escaparse, para correr a una pérdida cierta.

—Esa niña era diferente, ¿verdad? —preguntó la niña.

—No. Ésta es la cuestión. Nosotros creíamos que era diferente pero no lo era. Y si hubiese huido, nunca lo hubiéramos averiguado.

Estel permaneció silenciosa mientras Jared la conducía hacia la galería principal.

—¿Quieres decir —preguntó al cabo de un rato— que tú crees que es posible que yo pueda zivver aún?

Riendo, él se detuvo en la amplia galería junto a una borboteante fuente termal, que los rodeaba con sus húmedos vapores.

—Estoy seguro de que empezarás a zivver… cuando menos lo esperes. Y serás tan dichosa como las demás niñas.

Aguzó el oído en la dirección por donde se habían alejado los merodeadores zivvers y no tardó en captar el sonido de sus voces cada vez más débiles.

—¿Qué dices, Estel… que quieres volverte a casa?

—Sí, quiero volver… si tú lo dices.

—¡Así me gusta!

Dio una cariñosa palmadita a la niña y luego la empujó en dirección de los zivvers. Formando bocina con sus manos, atronó la galería con su voz:

—¡Esta niña vuelve con vosotros!

Owen se mostraba nervioso.

—Vámonos de aquí antes de que se nos echen encima.

Pero Jared rió suavemente.

—Nos quedaremos sólo el tiempo preciso para asegurarnos de que la han recogido. —Escuchó a la joven que se alejaba hacia los zivvers, que volvían sobre sus pasos—. Además, ahora no pueden zivvernos.

—¿Por qué no?

—Estamos junto a esta fuente caliente y ellos no pueden zivver nada que esté tan cerca de un pozo de agua hirviente. Esto es algo que aprendí hace muchos períodos.

—¿Y qué tiene que ver una fuente caliente?

—No lo sé. Pero da resultado.

—Pero aunque no puedan zivvernos, pueden Oírnos.

—Otra cosa que tampoco debes olvidar nunca respecto a los zivvers es que confían demasiado en su facultad de zivver. Su oído y su olfato no valen nada.

No tardaron en alcanzar la entrada del mundo del Nivel Inferior. Jared escuchó cómo Owen se alejaba hacia sus habitaciones y entonces él se dirigió a la Gruta de la Administración. Había resuelto comunicar la amenaza que había encontrado en el Mundo Original, sin mencionar para nada a su amigo.

Todo parecía normal… demasiado normal, a decir verdad, teniendo en cuenta que los zivvers acababan de efectuar una incursión. Aunque por otra parte los ataques de aquella naturaleza no eran excepcionales, y por lo tanto los Supervivientes estaban reunidos en pequeños grupos silenciosos frente a las grutas que servían de vivienda.

Le llegó un gemido por la derecha —procedente de la gruta donde se curaban las heridas— y se desvió hacia ella. Los ecos procedentes del difusor central le dijeron que había alguien a la entrada. Al acercarse, oyó la silueta femenina de Zelda.

—¿Ha ocurrido algo? —preguntó.

—Zivvers —respondió ella con laconismo—. ¿Y tú dónde estabas?

—Persiguiendo a un soubat. ¿Ha habido heridos?

—Alban y el superviviente Bradley. Pero no es nada… sólo algunas contusiones.

Su voz se filtraba a través del cabello protector que le cubría el rostro.

—¿Ha habido zivvers heridos?

Ella rió con una risa amarga, semejante al chasquido de la cuerda de un arco.

—¿Bromeas? El Primer Superviviente te ha estado buscando.

—¿Dónde está?

—Reunido con los ancianos.

Jared continuó su paseo hasta la Gruta de la Administración, pero aminoró el paso al acercarse a la entrada. El anciano Haverty estaba hablando ante la asamblea. Su voz aguda y cascada se reconocía perfectamente.

—¡Cerraremos la entrada! —exclamó Haverty, dando un puñetazo sobre la losa de piedra—. ¡Así los zivvers o los soubats dejarán de ser una preocupación para nosotros!

—Siéntate Anciano —ordenó la voz autoritaria del Primer Superviviente—. Lo que dices no tiene sentido.

—¿Qué? ¿Cómo?

—Según nos dicen, esto se intentó hace ya mucho tiempo. Sólo se consiguió ahogar la circulación y hacer que la temperatura aumentase hasta tal punto, que los hombres corrieron el riesgo de achicharrarse.

—Por lo menos —insistió Haverty— podríamos cerrarla en parte.

—En realidad, aún tendría que ser mayor.

Jared penetró sigilosamente en la entrada de la gruta manteniéndose a un lado para no cerrar el paso a los sones que procedían directamente del difusor, pues esto hubiera revelado su presencia incluso a los oídos más duros.

El Primer Superviviente, con ademán distraído, tamborileaba con las uñas sobre la losa del consejo, produciendo ecos que no molestaban.

—Sin embargo —dijo— hay algo que sí podemos hacer.

—¿Qué? ¿Qué es? Preguntó el superviviente Haverty.

—No podemos hacerlo contando con nuestras solas fuerzas. Es una empresa demasiado considerable. Pero podríamos emprenderla conjuntamente con el Nivel Superior.

—Sería la primera empresa conjunta que realizásemos —objetó la voz del anciano Maxwell, interviniendo en la discusión.

—En efecto, pero ellos saben que tendremos que reunir nuestros recursos.

—Oigamos, ¿de qué se trata? —preguntó Haverty.

—Podríamos cerrar una de las galerías. La circulación no resultaría afectada en el Nivel Superior ni en el Inferior. Pero en cambio, nos aislaría del Mundo Zivver, por todo cuanto sabemos.

—¿La Galería Principal?

—Exactamente. Sería una empresa muy considerable. Pero si en ella participaban ambos niveles, quizá podríamos efectuarla en medio período.

—¿Y los zivvers, qué? —quiso saber Haverty—. ¿Creéis que no se creerían con derecho también a dar su opinión?

Jared oyó cómo el Primer Superviviente se encogía de hombros antes de continuar:

—Los dos niveles juntos superan mucho en número a los zivvers. Podríamos añadir material a nuestro lado de la barricada con mayor celeridad que la que ellos emplearían para sacarlo por el otro lado. Por último se cansarían y desistirían.

Reinó silencio en torno a la losa.

—No me parece mal —dijo Maxwell—. Ahora lo único que nos resta es convencer al Nivel Superior.

—No lo creo difícil. —El Primer Superviviente carraspeó—. Jared, acércate.

Estábamos esperando.

El Primer Superviviente tal vez se estaba volviendo viejo, tuvo que admitir Jared, avanzando, pero tenía aún los oídos y el olfato de un joven. Gracias al ininterrumpido tamborileo de los dedos sobre la losa, Jared recibió una impresión de conjunto de todas las caras vueltas en su dirección. Intuyó que Había alguien de pie detrás del Primer Superviviente.

El desconocido se adelantó y Jared pudo captar sus rasgos… era un hombre bajo y algo encorvado, a pesar de la relativa juventud que denotaba su respiración; el cabello le caía sobre la frente y las mejillas, dejando asomar las orejas, la nariz y la boca. La cara más vellosa del Nivel Inferior. Romel Fenton-Spur, su hermano.

Después de observar el ritual del Tiempo Razonable para Reconocimiento y Reflejo, el Primer Superviviente carraspeó de nuevo.

—¿No crees, Jared, que ya ha llegado el momento de convertirte en un Superviviente?

El primer impulso de Jared consistió en desechar aquel tema tan prosaico para exponer su revelación: la amenaza oculta en el Mundo Original. Pero como su exposición debía ser racional, ante todo, decidió aplazarla por un momento:

—Sí, creo que sí.

—¿Aún no has pensado en la Unificación?

—¡Por la Radiación, no! —Luego se mordió la lengua—. No, todavía no he pensado en ello.

—Supongo que no ignoras que todos los hombres deben llegar a ser supervivientes y que la principal obligación de un superviviente es supervivir.

—Sí, eso es lo que me han dicho.

—Y la supervivencia no significa únicamente la preservación de nuestra propia vida, sino transmitirla a las generaciones venideras.

—Lo sé perfectamente.

—¿Y no has encontrado a nadie con quien desearas unificarte?

Jared pensó en Zelda; pero la joven era una cara vellosa. Pensó también en Luise, que, además de tener la cara descubierta, mantenía los ojos abiertos, según le había revelado los ecos de los guijarros. Pero siempre estaba riendo entre dientes.

—No, Vuestra Supervivencia.

Romel se reía tontamente como si pensase en lo que iba a venir. En torno a la losa se oían gestos de reproche. La risita sardónica de Romel recordó a Jared otros tiempos, en que las maliciosas bromas de Romel solían adoptar la forma de un súbito latigazo propinado con una cuerda desde detrás de un peñasco con la sana intención de enrollarle la cuerda a los tobillos y hacerle caer cuan largo era. El antagonismo que había existido entre ambos hermanos seguía latente. Con la diferencia de que a la sazón hallaba formas adultas —o casi adultas—, de manifestarse.

—¡Bien! —dijo con entusiasmo el Primer Superviviente, levantándose—. Creo que te hemos encontrado una digna compañera para la Unificación.

Jared se quedó de momento sin habla. Luego lanzó un juramento, prescindiendo de toda cortesía.

—¡Para mí, no! «¿Cómo podía decirles que no tenía tiempo para Unificación? ¡Qué tenía que estar libre para continuar la tarea iniciada hacía muchos períodos! ¡Qué ponía en duda sus creencias religiosas! ¡Qué quería consagrar su vida a demostrar que la Luz era algo físico, que podía alcanzarse en esta misma existencia… no algo limitado a la vida de ultratumba!».

Riendo Romel observo:

—Eso, quienes tienen que decidirlo son los Ancianos.

—¡Tú no eres un Anciano!

—Ni tú tampoco. Jared, olvidas además la Eminencia del Código de la Ancianidad.

—¡Qué se vaya a la Radiación, el código ése!

—Con eso basta —interrumpió el Primer Superviviente—. Como indica Romel, somos nosotros quienes debemos decidir tu Unificación. ¿Qué decís Ancianos?

—Sepamos algo más acerca de esta unión, antes de proseguir —propuso Maxwell.

—Muy bien —continuó el Primer Superviviente—. Ni yo ni la Rueda hemos manifestado todavía a nadie lo que voy a deciros, pero ambos apoyamos la idea de unir las fuerzas de ambos mundos. La Rueda cree que esta política puede empezar a fomentarse mediante la Unificación entre Jared y su sobrina.

—¡No quiero! —gritó Jared—. ¡Lo único que se propone la Rueda, es librarse de ese adefesio!

—¿La has oído alguna vez? —le preguntó el Primer Superviviente.

—¡No! ¿Y tú?

—Tampoco, pero la Rueda dice…

—¡No me importa lo que diga la Rueda!

Retrocediendo, Jared prestó oído. Los Ancianos rezongaban con impaciencia. Su terquedad les desagradaba. Si no hacía pronto algo, lo que fuera, caería en desgracia.

—¿Hay un monstruo en el Mundo Original? —dijo de súbito—. Estaba persiguiendo a un soubat cuando…

—¿Has dicho en el Mundo Original? —preguntó el Anciano Maxwell, con incredulidad.

—¡Sí! Y este ser… apestaba como la Radiación y…

—¿Te das cuenta de lo que has hecho? —le preguntó severamente el Primer Superviviente ¡No hay delito mayor que cruzar la Barrera, con excepción del asesinato y la mala colocación de objetos voluminosos!

—¡Pero yo os hablo de este ser! ¡Os digo que vi algo malo!

La voz del Primer Superviviente ahogó incluso el ruido del difusor central.

—¿Quieres decirme, en nombre de la Luz Todopoderosa que esperabas encontrar en el Mundo Original? ¿Por qué crees que tenemos leyes y la Barrera?

—Esto requiere un severo castigo —propuso Romel.

—¡Tú no te metas en esto! —le espetó el Primer Superviviente.

—¿El pozo del Castigo? —propuso Maxwell.

—¿Eh? ¿Cómo? —dijo la voz cascada de Haverty—. No lo creo adecuado, en vísperas de la Unificación.

Jared lo intentó de nuevo.

—Este ser… tenía…

—¿Por qué no Siete Períodos de Actividad de Separación y Servidumbre? —prosiguió Haverty—. Si volviese a hacerlo… dos períodos en el Pozo.

—Demasiado indulgente —dijo Maxwell. Pero no manifestó lo que era conocimiento general, a saber, que sólo un prisionero había conseguido pasar más de diez períodos de actividad en el Pozo y que tuvo que permanecer atado durante todo un periodo antes de que volviese a ser inofensivo.

El Primer Superviviente tomó la palabra:

—El castigo de Jared dependerá de que acepte o no la Unificación.

Los Ancianos se apresuraron a golpear la losa en señal de aprobación.

—Mientras cumplas tu condena —agregó el Primer Superviviente, dirigiéndose a Jared—, podrás irte preparando para tu visita al Nivel Superior, con motivo de los Cinco Períodos Preliminares a la Declaración de Intenciones Unificadoras.

Sin dejar de reír entre dientes, Romel Fenton-Spur siguió a los Ancianos que salían.

Cuando estuvieron solos, Jared dijo al Primer Superviviente:

—¡Por la Radiación! ¡Vaya jugarreta tan innoble para hacérsela a tu propio hijo!

El viejo Fenton se encogió de hombros con indiferencia.

—¿Por qué aliarnos con esa gentuza de allá arriba? —prosiguió Jared en son de queja—. ¿No hemos luchado solos contra los zivvers, hasta ahora?

—Pero se están multiplicando y cada vez tienen menos comida.

—¡Pondremos trampas! ¡Produciremos más alimentos!

Jared escuchó como su interlocutor movía la cabeza con amargo gesto de denegación.

—Por el contrarío, produciremos menos. Pareces olvidar esas tres fuentes calientes que se secaron aún no hace treinta períodos. A consecuencia de ello, murieron muchas plantas de maná… y disminuyeron las reservas alimenticias para el ganado y para nosotros.

Jared se sintió un poco preocupado por el Primer Superviviente. Ambos estaban de pie en la entrada de la gruta y los ecos que reflejaban el cuerpo de su padre le daban la impresión de unos miembros huesudos que perdieron muy a pesar suyo la magnífica musculatura de la madurez. Sus cabellos eran ralos, pero todavía los llevaba peinados orgullosamente hacía atrás, demostrando su actitud inflexible contra la protección facial.

—¿Por qué tengo que ser yo? —gruñó Jared—. ¿Por qué no puede ser Romel?

—Es un bastardo.

Jared no comprendía por qué el hecho accidental de que fuese un hijo ilegítimo representase algo a tener en cuenta en esta situación. Pero no insistió. ¡Pues por qué no otro cualquiera! Hay Randel, Many.

—La Rueda y yo hemos estado discutiendo estos asuntos de parentesco desde que tú me llegabas a la cadera. Y yo te he alabado tanto ante sus oídos, que casi te considera el igual de un zivver.

El silencio constituía quizá el aspecto más penoso del castigo a que fue condenado.

Tenía que recoger excrementos en el mundo de los pequeños murciélagos, ir al lugar donde vivían los grillos en busca de insectos muertos, que se utilizaban como abono en el huerto del maná. Canalizar el agua que desbordaba de los pozos hirvientes era otra de sus tareas, que le costaba ampollas y quemaduras causadas por el vapor. Cuidaba también del ganado y daba de comer a los pollos, hasta que éstos sabían encontrar la comida por su cuenta.

Y durante todo este tiempo, no se le permitía pronunciar una palabra. Sólo podían hablarle para darle órdenes. No disponía de guijarros para orientarse. Estaba completamente aislado del contacto de sus semejantes.

El primer período duró una eternidad; el segundo diez veces más. El tercero lo pasó trabajando en el huerto y enviando a la Radiación a todos cuantos se acercaban, porque sólo venían a darle órdenes… Es decir, a todos menos uno.

Y éste era Owen, que daba instrucciones para iniciar la excavación de una gruta, pública. Jared oyó la expresión turbada de su cara.

—¿Consideras acaso que tienes que trabajar a mi lado? —le dijo Jared, violando la Separación Vocal—. Estás equivocado, amigo. Fui yo quien te hizo cruzar la Barrera.

—Sí, ya he pensado en eso —admitió Owen con desinterés—. Pero no tanto como en otra cosa.

—¿En qué? —preguntó Jared, echando más estiércol en torno al tallo de la planta de maná.

—No soy digno de ser un Superviviente, después del modo como me porté en el Mundo Original.

—No pienses más en el Mundo Original.

—No puedo dejar de pensar. —La voz de Owen tenía una nota de pesar, cuando se alejó—. Todo mi valor se quedó al otro lado de la Barrera.

—¡No seas estúpido! —le dijo Jared en voz baja—. ¡Anda, ahora vete de aquí!

Pasó el cuarto período languideciendo en la soledad sin que nadie acudiera a darle instrucciones.

El quinto lo pasó felicitándose por haber escapado del Pozo. Pero durante todo el sexto, mientras gemía a causa de sus doloridos músculos y la insoportable fatiga que sentía, pensó que tal vez hubiera sido preferible recibir el castigo más severo. Y antes de que la última dosis de la droga de la fatiga dejase de producir su efecto, deseó por la Radiación haber sido sentenciado al Pozo…

Acabó de poner en su sitio la última losa de una de las nuevas grutas, luego redujo al silencio al difusor de ecos, pues principiaba el período del sueño.

Muerto de cansancio, se arrastró penosamente a la morada de Fenton.

Romel dormía, pero el Primer Superviviente aún estaba despierto, aunque tendido ya en el lecho.

—Me alegro de que esto haya terminado, hijo —le dijo, consolador—. Ahora, descansa. Mañana serás conducido al Nivel Superior para los Cinco Períodos Preliminares para la Declaración de Intención Unificadora.

Sin fuerzas para discutir, Jared se dejó caer sobre su repisa.

—Hay algo que debes saber —prosiguió gravemente su padre—. Es posible que los zivvers se dediquen de nuevo a hacer prisioneros. Owen salió a recoger setas hace cuatro períodos. Desde entonces nadie le ha oído.

Despabilado de repente, Jared no se sintió tan agotado como creía. Cuando el Primer Superviviente se quedó dormido, buscó sus guijarros y salió subrepticiamente del Nivel Inferior, templando la condena que le merecía el estúpido orgullo de Owen con la preocupación que le inspiraba su seguridad personal.

Luchando contra el impulso de dejarse caer al suelo para quedarse dormido allí mismo, pasó por el lugar donde había encontrado a la niña zivver, siguió la orilla de la rápida corriente y penetró en la galería más pequeña. Sin dejar de sondear la profundidad de los pozos que encontraba, llegó ante la Barrera y se arrastró sobre ella.

En el lado opuesto su pie tropezó con algo familiar… ¡la aljaba de Owen!

Junto a ella había una lanza rota y dos flechas. El arco, según le indicaron los ecos de sus guijarros, estaba apoyado en la pared, casi partido en dos. Olfateando lo que pudiera haber sido el olor que dejara allí el horrendo ser del Mundo Original, Jared retrocedió hasta la Barrera.

Owen ni siquiera tuvo ocasión de emplear sus armas.